Filosofía |
"El Dios de la
fe y el Dios de los filósofos"
Der Gott des Glaubens und
der Gott der Philosophen
por Joseph Ratzinger
PRÓLOGO
La elaboración que doy ahora a la publicidad es una
reproducción de la lección inaugural que, con motivo de mi llamamiento para la
cátedra de Teología Fundamental de la Facultad Católica de Teología de la
Universidad de Bonn, mantuve el 24 de junio de 1959. Al texto de la lección,
sin modificaciones, le ha sido añadida, una serie de anotaciones para la
fundamentación científica de lo que en él se dice. Meta de mi elaboración era
aclarar el problemático trasfondo de una frase demasiado manida
desgraciadamente, y con ello entrarle hasta el fondo a una cuestión que tanto
para la propia orientación interior de la teología católica, como para el
diálogo entre las confesiones, es de alta importancia. Es para mí una
satisfacción saberme, en la realización de esta tarea, unido con las más
profundas intenciones de mi maestro Gottlieb Söhngen, al igual que con las de
mi predecesor Albert Lang.
INTRODUCCIÓN: LA PREHISTORIA DE LA CUESTIÓN
El tema de
estas reflexiones [2] –el Dios de la fe y el Dios de los filósofos– es, según
su asunto, tan antiguo como el estar la una junto a la otra de fe y filosofía.
Pero su historia explícita empieza con una pequeña hoja de pergamino que pocos
días después de la muerte de Blaise Pascal se encontró cosida al forro de la
casaca del muerto. Esta hoja, llamada «Memorial», da noticia recatada y, a la
vez, estremecedora de la vivencia de la transformación que en la noche del 23
al 24 de noviembre de 1654 le ocurrió a este hombre. Comienza, tras una
indicación muy cuidadosa del día y de la hora, con las palabras: «Fuego, Dios
de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no el de los filósofos y los sabios»
[3] . El matemático y filósofo Pascal había experimentado al Dios vivo, al
Dios de la fe, y en tal encuentro vivo con el tú de Dios, comprendió, con
asombro manifiestamente gozoso y sobresaltado, qué distinta es la irrupción de
la realidad de Dios en comparación con lo que la filosofía matemática de un
Descartes, por ejemplo, sabía decir sobre Dios. Los Pensées de Pascal hay que
entenderlos desde esta vivencia fundamental: en contraposición con la doctrina
metafísica de Dios de aquel tiempo, con su Dios puramente teórico, intentan
conducir inmediatamente desde la realidad del concreto ser hombre, con su
insoluble implicación de grandeza y miseria, hasta el encuentro con el Dios
que es la respuesta viva a la abierta pregunta de ese ser hombre; y éste no es
ningún otro que el Dios de gracia en Jesucristo, el Dios de Abraham, de Isaac
y de Jacob. Si la filosofía del tiempo, de Descartes especialmente, es una
filosofía desde el «esprit de géometrie», los Pensées de Pascal buscan ser una
filosofía desde el «esprit de finesse», desde la comprensión real de la
realidad entera, que penetra más hondamente que la abstracción matemática [4]
. No obstante, la filosofía racionalista del tiempo, vista por Pascal en toda
su insuficiencia, estaba entonces todavía tan segura de sí misma que no pudo
quedar estremecida por las advertencias «desviadas» y fragmentarias de Pascal,
filósofo autodidacta. Sólo la demolición de la metafísica especulativa, hecha
por Kant, y el traslado de lo religioso al espacio extrarracional y así
también extrametafísico del sentimiento, por Schleiermacher, hizo irrumpir
definitivamente el pensamiento pascaliano y condujo, sólo entonces, al
aguzamiento del problema: por primera vez es ahora la fosa insalvable entre
metafísica y religión. Metafísica, es decir razón teorética, no tiene acceso
alguno a Dios. Religión no tiene ningún asiento en el espacio de la «ratio».
Es vivencia que se sustrae a la mensurabilidad científica; intentar ésta
significa, sin embargo, restar de aquélla un esquema irreal, el «Dios de los
filósofos» [5] . Esto tiene una consecuencia ulterior: religión, que no es
racionalizable, no puede en el fondo ser tampoco dogmática, si dogma, por otra
parte, ha de ser una declaración racional sobre contenidos religiosos. Así, la
contraposición experimentada concretamente entre el Dios de la fe y el Dios de
los filósofos, queda finalmente generalizada como contraposición entre Dios de
la religión y Dios de los filósofos. Religión es vivencia; filosofía es
teoría; correspondientemente, el Dios de la religión es vivo y personal; el
Dios de los filósofos, vacío y rígido [6] . Hoy se ha llegado a hacer de esta
distinción casi una frase hecha y, en cualquier caso, un lugar común, detrás
del cual pueden muy bien ocultarse representaciones muy diversas y
frecuentemente también una falta de verdadero conocimiento de los problemas.
Tanto más importante es hacer claridad en este asunto, sobre todo, si, coma
queda insinuado, se anudan a tales distinciones cuestiones de fondo de
teología fundamental, tal como la de la relación de religión y filosofía, de
creer y saber, de razón de validez general y vivencia religiosa, y,
finalmente, la pregunta por la posibilidad de religión dogmática. Se
demostrará como más adecuado proceder desde la contraposición más estrecha y
más fácilmente captable «Dios de la fe y Dios de los filósofos». Intento,
primeramente, hacer avanzar dos respuestas de gran talla y opuestas
radicalmente la una a la otra, y cuyo estudio crítico ha de ayudar a una
solución concluyente. 1. La tesis de Tomás de Aquino
En primer
lugar, la respuesta de Santo Tomás de Aquino, que puede concretarse en pocas
palabras. Vaya por delante que Tomás, naturalmente, no conoce el planteamiento
moderno de la cuestión, pero que sabe del asunto y entra en él. Su opinión se
dejaría exponer de la siguiente manera: para Tomás caen el Dios de la religión
y el Dios de los filósofos por completo el uno en el otro, el Dios de la fe,
por el contrario, y el Dios de la filosofía, se distinguen parcialmente; el
Dios de la fe supera al Dios de los filósofos, le añade algo. La «religio
naturalis» –y esto es: cada religión fuera del cristianismo– no tiene ningún
contenido superior, ni puede tenerlo, al que le ofrece la doctrina filosófica
de Dios. Todo lo que contenga por encima o en contradicción con ésta es caída
y embrollo. Fuera de la fe cristiana, la filosofía es, según Tomás, la más
alta posibilidad del espíritu humano en general [7] . Max Scheler habla aquí,
y no sin derecho, de un sistema parcial de identidad del Aquinate, que
identifica las religiones extracristianas, según su contenido de verdad, con
la filosofía, y mantiene sólo la fe cristiana fuera de esa total identidad [8]
. Esta procura una imagen de Dios nueva, más elevada que la que pudiera nunca
forjarse y pensar la razón filosófica. Pero la fe tampoco contradice la
doctrina filosófica de Dios; para iluminar su relación con ella se dejaría
aplicar más bien, y con sentido, la fórmula «gratia non destruit, sed elevat
et perficit naturam» [9] . 2. La tesis contraria de Emil Brunner
La radical
contradicción de esta solución armónica la señala la doctrina de Dios del
teólogo reformado Emil Brunner, la cual, además, trae a contribución, si bien
en forma ciertamente muy aguzada, un deseo esencial de la teología reformadora
en general [10] . Brunner anuda su doctrina de Dios al hecho sorprendente de
que Dios en la Biblia tiene nombre. Este es, sin duda, un estado de cosas
contrario a la tendencia fundamental de la doctrina filosófica de Dios. La
filosofía quiere precisamente sobre lo particular y plural, que lleva nombre,
avanzar hasta lo general, hasta el concepto. Lo que lleva nombre es
particular, junto a él hay igual; pero la filosofía busca el concepto, que, en
cuanto designación de lo general, es la contraposición estricta del nombre.
Así aspira consecuentemente la doctrina filosófica de Dios, lejos del nombre
de Dios, hacia su concepto. Es tanto más pura, cuanto más lejos del nombre ha
llegado hacia el mero concepto. 1. El concepto filosófico de Dios y la religión precristiana
El problema
es grave y serio. Puede uno aproximarse a él si se escudriñan, exacta y
hondamente, ambos conceptos de Dios para conocer lo que tienen de esencial.
Sólo un par de alusiones en esta dirección pueden intentarse aquí. 2. El concepto filosófico de Dios y la revelación bíblica de Dios El alcance extraordinario de semejante constatación ilumina sin más. Porque, si es acertado, significa entonces que la síntesis realizada por los padres de la Iglesia entre la fe bíblica y el espíritu heleno como representante en aquel tiempo del espíritu filosófico en general no sólo era legítima, sino necesaria, para traer a expresión la exigencia plena y la seriedad completa de la fe bíblica. Esta exigencia plena se apoya en que hay ese guión para con el concepto prerreligioso, filosófico de Dios. Esto significa que la verdad filosófica pertenece, en un cierto sentido, constitutivamente a la fe cristiana, y esto indica a su vez que la «analogía entis» es una dimensión necesaria de la realidad cristiana, y tacharla sería suprimir la exigencia propia que ha de Plantear el cristianismo. En vista de tan serias consecuencias, y de tan largo alcance, habría que plantear de nuevo la cuestión de si el guión puesto por los padres de la Iglesia entre Dios de la fe y Dios de los filósofos, cuya justificación y necesidad ha sido ya mostrada desde el problema general del monoteísmo, está también, y en qué medida, especialmente respecto al concepto bíblico de Dios justificado. A lo cual puede responderse primeramente: estaba justificado en cuanto y en la medida en que la fe bíblica en Dios quería y debía ser monoteísmo. Puesto que el monoteísmo está a las duras y a las maduras con la puesta en unidad del absoluto como tal con el Dios vuelto al hombre. Ahora bien, no sólo está fijada fundamental e indudablemente la intención monoteísta de la fe bíblica en Dios, sino que en los escritos bíblicos de después del exilio puede observarse con claridad creciente el intento de hacer comprensible al mundo en torno la esencia que acabamos de describir de la fe monoteísta [28] . El tema de la creación avanza en ellos siempre más y más y desempeña por ejemplo en el Deutero-Isaías un papel dominante. Como ningún otro pensamiento era éste apropiado para interpretar [29] lo especial de la fe bíblica en Dios ante los pueblos del mundo, a los cuales estaba Israel como trasladado en manera por completo nueva. Precisamente en el pensamiento de creación fue capaz el profeta de expresar el hecho de que Israel no adoraba a ninguno de los usuales dioses de los pueblos, a ninguno de los poderes intramundanos de fertilidad, sino al fundamento mismo del mundo. Piénsese en los magníficos versos del capítulo 40 de Isaías: «¿Quién midió las aguas con el hueco de la mano, y a palmos los cielos, y al tercio de efa el polvo de la tierra, pesó en la romana las montañas o en la balanza los collados? ¿Quién ha sondeado al espíritu de Yahvé, quién fue su consejero y le instruyó? ¿Con quién deliberó él para recibir instrucciones y que le enseñase el camino de la justicia? ¿Quién le enseñó la sabiduría y le dio a conocer el camino del entendimiento? Son las naciones como gota de agua en el caldero, como grano de un polvo en la balanza. Las islas pesan lo que el polvillo que se lleva el viento. El Líbano no basta para leña, ni sus animales para el holocausto. Todos los pueblos son delante de él como nada, son ante él nada y vanidad. ¿A quién, pues, compararéis vuestro Dios, qué imagen haréis que se le asemeje?» (Is. 40, 12-18) [30] . Cara a los potentes y orgullosos reinos del mundo, un lenguaje verdaderamente audaz que expresa de modo impresionante lo especial del Dios de Israel: su unicidad, que se funda en que él es el absoluto mismo, que en tanto absoluto se ha vuelto a los hombres [31] . En igual dirección que el concepto de creación apunta la designación de Dios como «Dios del cielo», la cual se encuentra determinante, en primer plano, en los libros de Esra y Daniel. No hay duda de que se trata, por así decirlo, de un concepto misional, cuya función es otra vez hacer por todos lados comprensible a los pueblos la esencia del Dios de Israel. «Dios del cielo» es en la historia de las religiones la designación del Dios supremo, que con frecuencia, en cuanto «deus otiosus», adopta prácticamente la función de un Dios de los filósofos [32] . Si Israel designa a su Dios ante los paganos como el Dios del cielo, quiere decir con ello que no conoce ningún Dios de los pueblos en sentido usual, sino que su Dios es el único señor del mundo –«el absoluto»–, por el que se sabe apelado y al que están en verdad sometidos todos los pueblos [33] . Finalmente, apunta también en la misma dirección la noticia de las propiedades divinas, que podemos tomar de la Biblia. En ella se toca tal vez más cercanamente que nunca la imagen bíblica de Dios con la doctrina de Dios de los filósofos, y por lo mismo ha favorecido como nada la puesta en relación de ambas. Conceptos como eternidad, omnipotencia, unidad, verdad, bondad y santidad de Dios no indican, desde luego, sin más, lo mismo en Biblia y en filosofía, pero no pueden ignorarse aproximaciones considerables. La intención de remitir por encima de todos los poderíos intramundanos al poder originario que mueve el mundo les es común a ambas [34] . Con tales reflexiones se hace claro algo más. El elemento filosófico se suministró al concepto de Dios de la Biblia en la medida en que éste se encontraba forzado a pronunciar lo suyo propio y especial frente al mundo de los pueblos, y en un lenguaje general, esto es, comprensible para el mundo todo, por encima del propio espacio interior. Se hizo necesario en la medida en que, visto negativamente, surgió la indigencia apologética; visto positivamente, la indigencia misionera. Lo filosófico designa, por tanto, ni más ni menos, la dimensión misionera del concepto de Dios, ese momento con el que se hace comprensible hacia fuera. Así es también evidente que la apropiación de lo filosófico fue realizada ampliamente en el momento en que el judaísmo, poco expansivo, quedaba disuelto por una religión expresamente misionera, el cristianismo. La apropiación de la filosofía, tal y como fue ejecutada por los apologetas, no era otra cosa que la necesaria función complementaria interior del proceso externo de la predicación misionera del Evangelio al mundo de los pueblos. Si para el mensaje cristiano es esencial no ser doctrina esotérica secreta para un círculo rigurosamente limitado de iniciados, sino mensaje de Dios a todos, entonces le es también esencial la interpretación hacia afuera, dentro del lenguaje general de la razón humana. La verdadera exigencia de la fe cristiana no puede hacerse visible en su magnitud y en su seriedad, sino por este guión con aquello que el hombre ya de antemano ha captado en alguna forma como lo absoluto [35] . 3. La unidad de relación de filosofía y fe Por eso, al «sistema parcial de identidad» de Tomás de Aquino le corresponde, sin duda alguna, auténtico derecho: el guión entre Dios de la fe y Dios de los filósofos es, fundamentalmente y en cuanto tal, legítimo [36] . Sin embargo, queda atrás un aguijón que nos fuerza a hacer espacio todavía y, sobre todo, al justificado deseo de Emil Brunner. Porque está claro: si la fe capta el concepto filosófico de Dios y dice: «lo absoluto, del que vosotros sabíais ya por sospechas de alguna manera, es el absoluto que habla en Jesucristo (que es «palabra») y que puede ser apelado», con ello, no se suprime sin más la diferencia de fe y filosofía, y ni mucho menos lo que hasta ahora era filosofía se transforma en fe. La filosofía sigue siendo más bien lo otro y lo propio, a lo que se refiere la fe para expresarse en ella como en lo otro y hacerse comprensible. Y además el concepto de absoluto, si se le desata de su propia existencia filosófica, o más exactamente, de su ser hasta ahora conjunto con el politeísmo y se le encuadra en el campo de relaciones de la fe, tendrá que atravesar necesariamente una purificación y transformación de hondura. Considerémoslo otra vez en el definitivo proceso, que lo es de fundamentación, de la apropiación de la filosofía griega por la fe cristiana. Constatábamos que en el mundo griego del espíritu la teología natural, que alza el concepto filosófico de Dios, no era, desde luego, la única teología que había en general, sino que coexistía con la teología mítica y política, y de tal manera que Dios permanecía para ella esencialmente no religioso, y que por ello pudo conformar el trasfondo metafísico para el politeísmo religioso que dominaba la superficie. Está claro que la fundamental neutralidad religiosa del concepto de Dios tuvo que determinar también, y regulativamente, la idea misma del absoluto, y que el tránsito de la coexistencia negativa con el politeísmo a la coexistencia positiva con la fe monoteísta no podía pasar por él de largo, sin dejar huella. De todas maneras, puede y debe decirse aquí: aunque la apropiación por los apologistas y los padres del concepto de Dios filosófico era sin duda legítimo, más aún, esencialmente necesario, tampoco hay que discutir que esa apropiación no se ha conseguido siempre con crítica suficiente. Las declaraciones filosóficas fueron con frecuencia adoptadas sin el menor reparo y sin someterlas a los necesarios acrisolamiento y transformación críticos [37] . El conocimiento de que Dios es un Dios referido al mundo y al hombre, que opera dentro de la historia, o dicho más hondamente, el conocimiento de que Dios es persona, yo que sale al encuentro del tú, este conocimiento exige un examen en toda la línea de las declaraciones filosóficas, un repensarlas como todavía no se ha ejecutado suficientemente. En esta tarea de una apropiación más profunda del concepto de Dios podrían la teología católica y la protestante, viniendo de diversas partes, encontrarse de una manera nueva. En cualquier caso, el trabajo en tal tarea significará teología en sentido eminente y también una extensión de lo que Ricardo de San Víctor, desde Agustín y desde los salmos, reconocía como la tarea propia de la teología el «quaerite faciem eius semper – buscad siempre su rostro» [38] . Ciertamente, se gane lo que siempre se gane en esos conocimientos nuevos, no se ha de despojar de su fuerza lo que Agustín anota para ese verso del salmo. «Esto es, sin duda, el “buscad siempre su faz”: que el encontrar no depare un fin a ese preguntar que caracteriza el amor, sino que con el amor creciente crezca también el preguntar dentro del amado» [39]. La tarea de la teología queda en este tiempo del mundo necesariamente inconclusa. Es precisamente el preguntar siempre nuevo por la faz de Dios «hasta que El venga» y sea El mismo respuesta a toda pregunta.
Notas: [2] Taurus Ediciones prepara la publicación, para una fecha próxima, de un libro de JOSEPH RATZINGER, cuyo título castellano será La fraternidad cristiana (N. del E.). [3] R. GUARDINI, Christliches Bewußtsein. Versuche über Pascal. Munich, 1950, 2ª ed., Págs. 46. [4] Sobre el careo soterrado con Descartes, que está a la base de la distinción de «esprit de géometrie» y «esprit de finesse» llama la atención especialmente M. LAROS en su traducción de los Pensées, Munich-Kempten, 1913, p. 1, n. 2. Sobre la concepción de Pascal del camino del conocimiento religioso, cfr. GUARDIN1, OP. Cit. 165-246, y la exposición resumen en H. MEYER, Geschichte der abendländischen Weltanschauung, IV, Paderborn, 1950. p. 130-142; allí mismo más bibliografía.y 55 (hay edición castellana). [5] Respecto a este desarrollo, G. SÖHNGEN, «Die Neubegründung der Metaphysik und die Gotteserkenntnis», en Probleme der Gotteserkenntnis, publicación de la Academia Albertus Magnus, II, 3, Münster, 1928, páginas 1-55. W PANENBERG, art. «Gott». V (Históricoteológico), RGG II, 3 ed., 1729 ss. A la importante influencia que A. RITSCHL y H. CREMER han ejercido en este asunto, alude W. PANNENBERG «Die Aufnahme des philosophischen Gottesbegriffs als dogmatisches Problem der frühchristlichen Theologie», en Z K G. 70 (1959), 1-41. [6] Así determina SCHELER la relación recíproca en «Vom Ewigen im Menschen», Leipzig, 1921, p. 339, cfr. H. FRIES, Die katholische Religionsphilosophie der Gegenwart, Heidelberg, 1949, p. 72. [7] Breve y clásicamente está reducida la posición de Tomás de Aquino a este respecto en S. Theol, q. 1, a. 1, en donde la teología filosófica queda enfrentada en cuanto teología del «lumen naturalis rationis» a la «doctrina per revelationem»; mientras que la primera es una teología de los «pauci» y está mezclada con errores, es la última accesible a todos, zanja los errores y añade nuevos conocimientos. El derecho fundamental de la teología filosófica permanece intocado. Cfr. los textos que citamos en la n. 8. [8] Vom Ewigen im Menschen, 323 ss.; H. FRIES, op. cit., 61 ss. [9] S. Theol, q. 2, a. 2, ad 1, dice Tomás a la objeción de que la existencia de Dios es una proposición de fe y por eso no probable: « ... dicendum quod Deum esse et alia huiusmodi quae per rationem naturalem nota possunt esse de Deo... non sunt articuli fidei, sed praeambula ad articulos: sic enim fides praesupponit cognitionem naturalem, sicut gratia naturam et perfectio perfectibile. Nihil tamen prohibet, illud quod se cundum se demonstrabile est et seibile, ab aliquo accipi ut credibile, qui demostrationem non capit». Cfr. S. c. g., I, c. 7. [10] E.BRUNNER, Die christliche Lehre von Gott (Dogmatik I), Zürich, 1953, 2ª ed., 121-140. Bibliografía relacionada con ésta, PANNENBERG, Die Aufnahme... Además, J. P. STEFFES, Glaubensbegründung I, Mainz, 1958, p. 32. La siguiente exposición se limita conscientemente a la posición especialmente característica de BRUNNER, que aquí y allá aclaramos más aún con pensamientos propios. [11] BRUNNER, Op. Cit., 132 s. [12] Op. cit., 125. [13] Op. cit., 135. [14] Op. cit., 136. [15] Op. cit., 130. [16] Op. cit., 131. Además, la obra de BRUNNER: Wahrheit als Begegnung. Sechs Vorlesungen über das christliche Wahrheitsverstädndnis, Zürich, 1938. Las tesis nuevas de esta obra, cuyo punto fundamental de partida determina también la doctrina de Dios de la Dogmática, se entienden en conexión con la obra de FERDINAND EBNER. Cfr. las advertencias de BRUNNER a este respecto en Für Ferdinand Ebner, Regensburg, 1935. p. 12-15. [17] Sobre la problemática de la «analogia entis», que ha ocupado penetrantemente tanto a KARL BARTH como a EMIL BRUNNER, hay que considerar sobre todo últimamente G. SÖHNGEN, Die Einheit in der Theologie, Munich, 1952, p. 235-264. H. U. Von BALTHASAR, KARL BARTH, Colonia, 1951. E. PRZYWARA, art. «Analogía entis und analogia fidei», L Th K I, 2ª ed.. , 470-476. [18] Para captar concretamente el concepto griego de Dios enfrente del cristiano es fundamental W. PANNENBERG, Die Aufnahme... Aquí ha de resaltarse, además y sobre todo, la relación del concepto filosófico de Dios de los griegos para con su mundo religioso. [19] Cfr. J. BILZ, art. «Theologie», L Th K X, 65 ss., sobre la expresión «teología», P. BATIFFOL, «Theologie», en Eph. theol. Lov. 5 (1928), 205-220; J. STIGLMAYR, «Mannigfache Bedeutung von "Theologie" und "Theologen"», en Theol. u. Glaube II (1919), 296-309. [20] Con Varro tiene un careo penetrante Tertuliano, Ad nationes, II, 1-8, así como Agustín, De civitate Dei, VI, 5 ss. Cfr. para lo que sigue J. RATZINGER, Volk und Haus Gottes in Augustinus Lehre von der Kirche, Munich, 1954, p. 256-276. [21] «De civitate Dei», VI, 5, C. Chr 47, p. 171; IV 32, p. 126. [22] VI, 5, p. 171. [23] RATZINGER, op. cit., 270. [24] Esta contraposición propia del monoteísmo y del politeísmo está certeramente elaborada, sobre todo, por J. A. CUTTAT, Begegnung der Religionen, Einsiedeln, 1956, p. 20 ss. En lugar del enfrentamiento de CUTTAT, de fácil mala interpretación, de concepto «personal» y «no personal» de Dios, prefiero hablar de «apelabilidad» de Dios o de su falta, ya que, desde un punto de vista de filosofía de la religión, sólo la apelabilidad de Dios constituye su personalidad. El primer motor de Aristóteles lleva consigo, desde luego, distintivos esenciales del concepto metafísico de persona (¡conciencia de sí mismo!), pero no puede ser designado en filosofía de la religión como «persona», precisamente porque le falta la capacidad de oír frente a los hombres y, por tanto, la apelabilidad. Sobre la idea de unidad que permanece en el trasfondo también del politeísmo, cfr. A. BRUNNER, Die Religion, Friburgo en Br., 1956, página 177 ss., p. 86. [25] Esto está especialmente claro en el budismo original y en las formas más importantes del hinduísmo; cfr. H. VON GLASENAPP, «Die nichtchristlichen Religionen», Fischer Lexikon, vol. I, 1957, p. 76 ss. y 156 ss. No menos claro está, en el neoplatonismo, la apología filosófica del politeísmo en la antigüedad postrema. Cfr. la exposición en E. ZELLER, Philosophie der Griechen, III, 2, 1903, 4ª ed. [26] Sólo así es comprensible el peculiar estado de cosas, que por ejemplo Platón y Aristóteles, a pesar de su monoteísmo filosófico, permanezcan politeístas religiosos. Sobre esto E. GILSON, L"Esprit de la Philosophie médievale, W. PANNENBERG, op. cit., 7. [27] BRUNNER, op. Cit., 136. [28] Para lo que sigue, E. WÜRTHWEIN, art. «Gott» II, RGG, II, 3ª ed., 1705-1713; A. DEISSLER, «Gott», en Bibeltheol. Wörterbuch, de J. B. BAUER, Graz, 1959, p. 352-368.
[29] El autor emplea el término «dolmetschen«, esto es,
interpretar casi como oficio; «die Dolmetscher Schule», la escuela de
intérpretes (N. de T.). [32] A. BRUNNER, op. cit., 67 ss., 155; HENRI DE LUBAC, L"origine de la religion; G. VAN DER LEEUW, Phänomenologie der Religion, Tubinga, 1956, 2ª ed., p. 182 ss. [33] Cfr. W. EICHRODT, Theologie des Alten Testaments, I, 2ª ed., Leipzig, 1939, p. 113. [34] Cfr. W. PANNENBERG, Op. cit., con una cuidadosa ponderación de las diferencias y relaciones recíprocas. [35] Esto está dicho objetiva y explícitamente por W. PANNENBERG, Op. cit., 45, que indica cómo el abandono del elemento metafísico en el concepto de Dios significaría a la vez el abandono de la exigencia universal de la fe cristiana. Cfr. también, p. 13. [36] La crítica de SCHELER del «sistema parcial de identidad», de Tomás de Aquino, sigue siendo justificada, en cuanto que la relación esencial de fe y filosofía no puede ser agudizada en el sentido de una identidad de «religio naturalis» y «theologia naturalis», sino que a fin de cuentas hay sólo una unidad de relación. Por lo cual se puede aprobar el concepto de «sistema de conformidad», que, no obstante la verdadera intención del Aquinate, queda más cerca que lo que SCHELER mismo acepta, Cfr. A. LANG, Wesen und Wahrheit der Religion, Munich, 1957, p. 88 ss. [37] Sobre esto detalladamente W. PANNENBERG, op. cit. Allí también importantes puntos de partida para una nueva apropiación crítica del concepto filosófico de Dios. Un intento modesto en la misma dirección emprendí yo también en mi artículo «Ewigkeit» en LThK III, 2ª ed., 1268 ss. [38] De trin., III, 1: Pl 196, 916: «Quid si non detur pervenire, quo tendo? Quid si currendo deficio? Gaudebo tamen inquirendo faciem domini mei semper proviribus cucurisse, laborasse, desudasse ...». Cfr. M. GRABMANN, Die Geschichte der scholastischen Methode, II, 1956 (nueva impresión), p. 313 ss. [39] En. in ps., 104, 3 CChr 40, p. 1537. |