Oraciones
del cristiano
Padrenuestro
Padre
nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu
reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan
de cada día, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los
que nos ofenden. No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal. Amén.
Avemaría
Dios
te salve, María. Llena eres de gracia. El Señor es contigo. Bendita tú eres
entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa
María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de
nuestra muerte. Amén.
Gloria
Gloria
al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y
siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ángelus
V. El Ángel del Señor anunció a María.
R. Y concibió por obra del Espíritu Santo.
(Avemaría)
V. He aquí la esclava del Señor.
R. Hágase en mí según tu palabra.
(Avemaría)
V. Y el Hijo de Dios se hizo hombre.
R. Y habitó entre nosotros.
(Avemaría)
V.
Ruega por nosotros, santa Madre de Dios.
R.
Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Oración
Te suplicamos, Señor, que derrames tu gracia en nuestras almas, para que los
que, por el anuncio del Ángel, hemos conocido la Encarnación de tu Hijo
Jesucristo, por los méritos de su Pasión y Cruz seamos llevados a la gloria de
su Resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Salve
Dios
te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra;
Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos
gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada
nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este
destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh
piadosa, oh dulce siempre Virgen María! Ruega por nosotros, Santa Madre de
Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor
Jesucristo. Amén.
Señor
mío Jesucristo
Señor
mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser
vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa
de todo corazón de haberos ofendido, también me pesa porque podéis castigarme
con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente
nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuera impuesta.
Amén.
Visita al Santísimo Sacramento
(Se repite tres
veces)
V. Viva Jesús Sacramentado
R. Viva y de todos sea amado.
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria)
V. Viva Jesús Sacramentado
R. Viva y de todos sea amado
Comunión espiritual
Yo
quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os
recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.
¡Oh
Señora mía!
¡Oh
Señora mía, oh Madre mía! Yo me ofrezco enteramente a Vos; y en prueba de mi
filial afecto os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi
corazón; en una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo Vuestro, Madre de bondad,
guardadme y defendedme como cosa y posesión vuestra. Amén.
Bendita sea tu
pureza
Bendita
sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea, en tan
graciosa belleza. A Ti, celestial princesa, Virgen sagrada María, te ofrezco
desde este día, alma, vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes, Madre
mía.
Acordaos
Acordaos,
¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los
que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra asistencia y
reclamando vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos. Animado con esta
confianza, a Vos también acudo, oh Madre, Virgen de vírgenes, y aunque gimiendo
bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante Vos. Oh Madre de Dios,
no desechéis mis súplicas, antes bien escuchadlas y atendedlas benignamente.
Oración
a san Josemaría Escrivá
Oh
Dios, que por mediación de la Santísima Virgen otorgaste a San Josemaría,
sacerdote, gracias innumerables, escogiéndole como instrumento fidelísimo para
fundar el Opus Dei, camino de santificación en el trabajo profesional y en el
cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano: haz que yo sepa también
convertir todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte,
y de servir con alegría y con sencillez a la Iglesia, al Romano Pontífice y a
las almas, iluminando los caminos de la tierra con la luminaria de la fe y del
amor. Concédeme por la intercesión de San Josemaría el favor que te pido...
(pídase). Así sea. Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
Ofrecimiento
de sí mismo
Toma, Señor, toda mi libertad. Recibe mi memoria, mi
entendimiento y toda mi voluntad. Todo lo que tengo y poseo Tú me lo diste:
todo te lo devuelvo y entrego totalmente al dominio de Tu voluntad. Concédeme con tu gracia amarte solamente a Ti; con eso
me basta, no pido más.
Adoro
te devote
Te adoro con
devoción, Dios escondido,
oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
A Ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de Ti se equivocan la
vista, el tacto y el gusto,
pero basta el oído para creer con firmeza;
creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios;
nada es más verdadero que esta palabra de verdad.
En la Cruz se escondía sólo la Divinidad,
pero aquí se esconde también la Humanidad;
creo y confieso ambas cosas,
y pido lo que pidió el ladrón arrepentido.
No veo las llagas como las vio Tomás,
pero confieso que eres mi Dios;
haz que yo crea más y más en Ti,
que en Ti espere, que te ame.
¡Memorial de la muerte del Señor!
Pan vivo que das la vida al hombre:
concede a mi alma que de Ti viva,
y que siempre saboree tu dulzura.
Señor Jesús, bondadoso pelícano,
límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo oculto,
te ruego que se cumpla lo que tanto deseo:
que al mirar tu rostro cara a cara,
sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.
Oración
al Espíritu Santo
Ven ¡Oh Santo Espíritu! Ilumina mi entendimiento,
para conocer tus mandatos; fortalece mi corazón contra las insidias del
enemigo; inflama mi voluntad... He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir,
diciendo: después..., mañana. Nunc coepi!
¡Ahora! No vaya a ser que el mañana me falte.
¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de
entendimiento y de consejo, espíritu de gozo y de paz! Quiero lo que quieras,
quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras...
Confesión
”Purificad vuestros corazones en el Sacramento de la reconciliación.
[...] La Confesión sacramental no constituye una reprensión, sino una
liberación”. (Juan Pablo II,
5 abril 1979)
Pasos necesarios para confesarnos bien:
1) examen
de conciencia, 2) dolor de los pecados, 3) propósito
de la enmienda, 4) decir los pecados al confesor y 5) cumplir la penitencia.
Examen
de conciencia
Examina tu
conciencia.
Se
recuerdan los pecados preguntándose sin prisa lo que se ha hecho en contra de
los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, con plena advertencia y
pleno consentimiento.
Primer Mandamiento
•
¿He admitido en serio alguna duda contra las verdades de la fe? ¿He llegado a
negar la fe o algunas de sus verdades, en mi pensamiento o delante de los
demás?
•
¿He desesperado de mi salvación o he abusado de la confianza en Dios,
presumiendo que no me abandonaría, para pecar con mayor tranquilidad?
•
¿He murmurado interna o externamente contra el Señor cuando me ha acaecido
alguna desgracia?
•
¿He abandonado los medios que son por sí mismos absolutamente necesarios para
la salvación? ¿He procurado alcanzar la debida formación religiosa?
•
¿He hablado sin reverencia de las cosas santas, de los sacramentos, de la
Iglesia, de sus ministros?
•
¿He abandonado el trato con Dios en la oración o en los sacramentos?
• ¿He practicado la superstición o el espiritismo? ¿Pertenezco a alguna
sociedad o movimiento ideológico contrario a la religión?
•
¿Me he acercado indignamente a recibir algún sacramento?
•
¿He leído o retenido libros, revistas o periódicos que van contra la fe o la
moral? ¿Los di a leer a otros?
•
¿Trato de aumentar mi fe y amor a Dios?
•
¿Pongo los medios para adquirir una cultura religiosa que me capacite para ser
testimonio de Cristo con el ejemplo y la palabra?
•
¿He hecho con desgana las cosas que se refieren a Dios?
Segundo Mandamiento
•
¿He blasfemado? ¿Lo he hecho delante de otros?
•
¿He hecho algún voto, juramento o promesa y he dejado de cumplirlo por mi
culpa?
•
¿He honrado el santo nombre de Dios? ¿He pronunciado el nombre de Dios sin
respeto, con enojo, burla o de alguna manera poco reverente?
•
¿He hecho un acto de desagravio, al menos interno, al oír alguna blasfemia o al
ver que se ofende a Dios?
•
¿He jurado sin verdad? ¿Lo he hecho sin necesidad, sin prudencia o por cosa de
poca importancia?
•
¿He jurado hacer algún mal? ¿He reparado el daño que haya podido seguirse de mi
acción?
Tercer Mandamiento
(1º al 4º Mandamientos de la
Iglesia)
•
¿Creo todo lo que enseña la Iglesia Católica? ¿Discuto sus mandatos olvidando
que son mandatos de Cristo?
•
¿He faltado a Misa los domingos o fiestas de guardar? ¿Ha sido culpa mía? ¿Me
he distraído voluntariamente o he llegado tan tarde que no he cumplido con el
precepto?
•
¿He impedido que oigan la Santa Misa los que dependen de mí?
•
¿He guardado el ayuno una hora antes del momento de comulgar?
•
¿He trabajado corporalmente o he hecho trabajar sin necesidad urgente un día de
precepto, por un tiempo considerable, por ejemplo, más de dos horas?
•
¿He observado la abstinencia durante los viernes de Cuaresma?
•
¿He rezado alguna oración o realizado algún acto de penitencia los demás
viernes del año en los que no he guardado la abstinencia? ¿He ayunado y
guardado abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo?
•
¿Cumplí la penitencia que me impuso el sacerdote en la última confesión? ¿He
hecho penitencia por mis pecados? ¿Me he confesado al menos una vez al año?
•
¿Me he acercado a recibir la Comunión en el tiempo establecido para cumplir con
el precepto pascual? ¿Me he confesado para hacerlo en estado de gracia?
•
¿Excuso o justifico mis pecados?
•
¿He callado en la confesión, por vergüenza, algún pecado grave? ¿He comulgado
después alguna vez?
Cuarto Mandamiento
•
¿He desobedecido a mis padres o superiores en cosas importantes?
•
¿Tengo un desordenado afán de independencia que me lleva a recibir mal las
indicaciones de mis padres simplemente porque me lo mandan? ¿Me doy cuenta de
que esta reacción está ocasionada por la soberbia?
•
¿Les he entristecido con mi conducta?
•
¿Les he amenazado o maltratado de palabra o de obra, o les he deseado algún mal
grave o leve?
•
¿Me he sentido responsable ante mis padres por el esfuerzo que hacen para que
yo me forme, estudiando con intensidad?
•
¿He dejado de ayudarles en sus necesidades espirituales o materiales?
•
¿Me dejo llevar del mal genio y me enfado con frecuencia y sin motivo
justificado?
•
¿Soy egoísta con las cosas que tengo, y me duele dejarlas a los demás hermanos?
•
¿He reñido con mis hermanos?
•
¿He dejado de hablarme con ellos y no he puesto los medios necesarios para la
reconciliación?
•
¿Soy envidioso y me duele que otros destaquen más que yo en algún aspecto?
•
¿He dado mal ejemplo a mis hermanos?
Quinto Mandamiento
•
¿Tengo enemistad, odio o rencor hacia alguien?
•
¿He dejado de hablarme con alguien y me niego a la reconciliación o no hago lo
posible por conseguirla?
•
¿Evito que las diferencias políticas o profesionales degeneren en
indisposición, malquerencia u odio hacia las personas?
•
¿He deseado un mal grave al prójimo? ¿Me he alegrado de los males que le han
ocurrido?
•
¿Me he dejado dominar por la envidia?
•
¿Me he dejado llevar por la ira? ¿He causado con ello disgusto a otras
personas?
•
¿He despreciado a mi prójimo? ¿Me he burlado de otros o les he criticado,
molestado o ridiculizado?
•
¿He maltratado de palabra o de obra a los demás? ¿Pido las cosas con malos
modales, faltando a la caridad?
•
¿He llegado a herir o quitar la vida al prójimo? ¿He sido imprudente en la
conducción de vehículos?
•
¿He practicado o colaborado en la realización de algún aborto? ¿He abortado o
inducido a alguien a abortar, sabiendo que constituye un pecado gravísimo que
lleva consigo la excomunión?
•
¿He contribuido a adelantar la muerte a algún enfermo con pretextos de evitar
sufrimientos o sacrificios, sabiendo que la eutanasia es un homicidio?
•
Con mi conversación, mi modo de vestir, mi invitación a presenciar algún
espectáculo o con el préstamo de algún libro o revista, ¿he sido la causa de
que otros pecasen? ¿He tratado de reparar el escándalo?
•
¿He descuidado mi salud? ¿He atentado contra mi vida?
•
¿Me he embriagado, bebido con exceso o tomado drogas?
•
¿Me he dejado dominar por la gula, es decir, por el placer de comer y beber más
allá de lo razonable?
•
¿Me he deseado la muerte sin someterme a la Providencia de Dios?
•
¿Me he preocupado del bien del prójimo, avisándole del peligro material o espiritual
en que se encuentra o corrigiéndole como pide la caridad cristiana?
•
¿He descuidado mi trabajo, faltando a la justicia en cosas importantes? ¿Estoy
dispuesto a reparar el daño que se haya seguido de mi negligencia?
•
¿Procuro acabar bien el trabajo pensando que a Dios no se le deben ofrecer
cosas mal hechas? ¿Realizo el trabajo con la debida pericia y preparación?
•
¿He abusado de la confianza de mis superiores? ¿He perjudicado a mis superiores
o subordinados o a otras personas haciéndoles un daño grave?
•
¿Facilito el trabajo o estudio de los demás, o lo entorpezco de algún modo, por
ejemplo, con rencillas, derrotismos e interrupciones?
•
¿He sido perezoso en el cumplimiento de mis deberes?
•
¿Retraso con frecuencia el momento de ponerme a trabajar o estudiar?
•
¿Tolero abusos o injusticias que tengo obligación de impedir?
•
¿He dejado, por pereza, que se produzcan graves daños en mi trabajo? ¿He
descuidado mi rendimiento en cosas importantes con perjuicio de aquellos para
quienes trabajo?
Sexto y noveno Mandamiento
•
¿Me he entretenido con pensamientos o recuerdos deshonestos?
•
¿He traído a mi memoria recuerdos o pensamientos impuros?
•
¿Me he dejado llevar de malos deseos contra la virtud de la pureza, aunque no
los haya puesto por obra? ¿Había alguna circunstancia que los agravase:
parentesco, matrimonio o consagración a Dios en las personas a quienes se
dirigían?
•
¿He tenido conversaciones impuras? ¿Las he comenzado yo?
•
¿He asistido a diversiones que me ponían en ocasión próxima de pecar? (ciertos
bailes, cines o espectáculos inmorales, malas lecturas o compañías). ¿Me doy
cuenta de que ponerme en esas ocasiones es ya un pecado?
•
¿Guardo los detalles de modestia que son la salvaguardia de la pureza?
¿Considero esos detalles ñoñería?
•
Antes de asistir a un espectáculo, o leer un libro, ¿me entero de su
calificación moral para no ponerme en ocasión próxima de pecado evitando así
las deformaciones de conciencia que pueda producirme?
•
¿Me he entretenido con miradas impuras?
•
¿He rechazado las sensaciones impuras?
•
¿He hecho acciones impuras? ¿Solo o con otras personas? ¿Cuántas veces? ¿Del
mismo o distinto sexo? ¿Había alguna circunstancia de parentesco o afinidad que
le diera especial gravedad? ¿Tuvieron consecuencias esas relaciones? ¿Hice algo
para impedirlas? ¿Después de haberse formado la nueva vida? ¿He cometido algún
otro pecado contra la pureza?
•
¿Tengo amistades que son ocasión habitual de pecado? ¿Estoy dispuesto a
dejarlas?
•
En el noviazgo, ¿es el amor verdadero la razón fundamental de esas relaciones?
¿Vivo el constante y alegre sacrificio de no convertir el cariño en ocasión de
pecado? ¿Degrado el amor humano confundiéndolo con el egoísmo y con el placer?
•
El noviazgo debe ser una ocasión de ahondar en el afecto y en el conocimiento
mutuo; ¿mis relaciones están inspiradas no por afán de posesión, sino por el
espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza?
•
¿Me acerco con más frecuencia al sacramento de la Penitencia durante el
noviazgo para tener más gracia de Dios? ¿Me han alejado de Dios esas
relaciones?
Séptimo y Décimo Mandamientos
•
¿He robado algún objeto o alguna cantidad de dinero? ¿He reparado o restituido
pudiendo hacerlo? ¿Estoy dispuesto a realizarlo? ¿He cooperado con otros en
algún robo o hurto? ¿Había alguna circunstancia que lo agravase, por ejemplo,
que se tratase de un objeto sagrado? ¿La cantidad o el valor de los apropiado
era de importancia?
•
¿Retengo lo ajeno contra la voluntad de su dueño?
•
¿He perjudicado a los demás con engaños, trampas o coacciones en los contratos
o relaciones comerciales?
•
¿He hecho daño de otro modo a sus bienes? ¿He engañado cobrando más de lo
debido? ¿He reparado el daño causado o tengo la intención de hacerlo?
•
¿He gastado más de lo que me permite mi posición?
•
¿He cumplido debidamente con mi trabajo, ganándome el sueldo que me
corresponde?
•
¿He dejado de dar lo conveniente para ayudar a la Iglesia?
•
¿Hago limosna según mi posición económica?
•
¿He llevado con sentido cristiano la carencia de cosas superfluas, o incluso
necesarias?
•
¿He defraudado a mi consorte en los bienes?
•
¿Retengo o retraso indebidamente el pago de jornales o sueldos?
•
¿Retribuyo con justicia el trabajo de los demás?
•
En el desempeño de cargos o funciones públicas, ¿me he dejado llevar del
favoritismo, acepción de personas, faltando a la justicia?
•
¿Cumplo con exactitud los deberes sociales, v. gr., pago de seguros sociales,
con mis empleados? ¿He abusado de la ley, con perjuicio de tercero, para evitar
el pago de los seguros sociales?
•
¿He pagado los impuestos que son de justicia?
•
¿He evitado o procurado evitar, pudiendo hacerlo desde el cargo que ocupo, las
injusticias, los escándalos, hurtos, venganzas, fraudes y demás abusos que
dañan la convivencia social?
•
¿He prestado mi apoyo a programas inmorales y anticristianos de acción social y
política?
Octavo Mandamiento
•
¿He dicho mentiras? ¿He reparado el daño que haya podido seguirse? ¿Miento
habitualmente porque es en cosas de poca importancia?
•
¿He descubierto, sin justa causa, defectos graves de otra persona, aunque sean
ciertos, pero no conocidos? ¿He reparado de alguna manera, v. gr., hablando de
modo positivo de esa persona?
•
¿He calumniado atribuyendo a los demás lo que no era verdadero? ¿He reparado el
daño o estoy dispuesto a hacerlo?
•
¿He dejado de defender al prójimo difamado o calumniado?
•
¿He hecho juicios temerarios contra el prójimo? ¿Los he comunicado a otras
personas? ¿He rectificado ese juicio inexacto?
•
¿He revelado secretos importantes de otros, descubriéndolos sin justa causa?
¿He reparado el daño seguido?
•
¿He hablado mal de otros por frivolidad, envidia, o por dejarme llevar del mal
genio?
•
¿He hablado mal de los demás —personas o instituciones— con el único fundamento
de que “me contaron” o de que “se dice por ahí”? Es decir, ¿he cooperado de
esta manera a la calumnia y a la murmuración?
•
¿Tengo en cuenta que las discrepancias políticas, profesionales o ideológicas
no deben ofuscarme hasta el extremo de juzgar o hablar mal del prójimo, y que
esas diferencias no me autorizan a descubrir sus defectos morales a menos que
lo exija el bien común?
•
¿He revelado secretos sin justa causa? ¿He hecho uso en provecho personal de lo
que sabía por silencio de oficio? ¿He reparado el daño que causé con mi
actuación?
•
¿He abierto o leído correspondencia u otros escritos que por su modo de estar
conservados, se desprende que sus dueños no quieren darlos a conocer?
•
¿He escuchado conversaciones contra la voluntad de los que las mantenían?
[1]
Cf. F. Luna, Cómo confesarse bien, Folletos MC, n. 118, Ed. Palabra, Madrid,
1991.
Santo Rosario
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos
Señor Dios Nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Señor mío Jesucristo...
V. Abre Señor mis labios.
R. Y mi boca cantará tus alabanzas.
V. Ven, oh Señor, en mi ayuda.
R. Apresúrate Señor a socorrerme.
Gloria al Padre...
Misterios Gozosos (Lunes y Sábados)
1º. La
Encarnación del Hijo de Dios
2º. La
Visitación de la Virgen
3º.
Nacimiento de Jesús en Belén
4º. La
Purificación de Nuestra Señora
5º. El Niño
perdido y hallado en el Templo
Misterios Dolorosos (Martes y Viernes)
1º. La
Oración en el Huerto
2º. La
Flagelación del Señor
3º. La Coronación
de Espinas
4º. La Cruz a
cuestas
5º. Jesús
muere en la Cruz
Misterios Gloriosos (Miércoles y Domingos)
1º. La
Resurrección del Señor
2º. La
Ascensión del Señor
3º. La Venida
del Espíritu Santo
4º. La
Asunción de Nuestra Señora
5º. La
Coronación de María Santísima
Misterios Luminosos (Jueves)
1º. El
Bautismo del Señor
2º. Las Bodas
de Caná
3º. Anuncio
de Reino de Dios e invitación a la conversión
4º. La
Transfiguración
5º. La
institución de la Eucaristía
Después de
cada misterio y del Gloria:
María, Madre de gracia, Madre de misericordia,
defiéndenos de nuestros enemigos y ampáranos ahora y en la hora de nuestra
muerte. Amén.
Al terminar
los cinco misterios, se reza:
Dios te
salve, María, Hija de Dios Padre, llena eres de gracia...
Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo, llena eres de gracia...
Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo, llena eres de gracia...
Letanía Lauretana
V. Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
V. Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
V. Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
V. Cristo, óyenos.
R. Cristo, óyenos.
V. Cristo, escúchanos.
R. Cristo, escúchanos.
V. Dios Padre celestial.
R. Ten misericordia de nosotros.
V. Dios Hijo, Redentor del mundo.
R. Ten misericordia de nosotros.
V. Dios Espíritu Santo.
R. Ten misericordia de nosotros.
V. Trinidad Santa, un solo Dios.
R. Ten misericordia de nosotros.
V. Santa María.
R. Ruega por nosotros.
Santa Madre
de Dios
Santa Virgen
de las Vírgenes
Madre de
Cristo
Madre de la
Iglesia
Madre de la
divina gracia
Madre purísima
Madre
castísima
Madre
virginal
Madre sin
corrupción
Madre
inmaculada
Madre amable
Madre
admirable
Madre del
buen consejo
Madre del
Creador
Madre del
Salvador
Virgen prudentísima
Virgen digna
de veneración
Virgen digna
de alabanza
Virgen
poderosa
Virgen
clemente
Virgen fiel
Espejo de
justicia
Trono de
sabiduría
Causa de
nuestra alegría
Vaso
espiritual
Vaso digno de
honor
Vaso insigne
de devoción
Rosa mística
Torre de
David
Torre de marfil
Casa de oro
Arca de la
alianza
Puerta del
Cielo
Estrella de
la mañana
Salud de los
enfermos
Refugio de
los pecadores
Consuelo de
los afligidos
Auxilio de
los cristianos
Reina de los
ángeles
Reina de los
patriarcas
Reina de los
profetas
Reina de los
apóstoles
Reina de los
mártires
Reina de los
confesores
Reina de las
vírgenes
Reina de
todos los santos
Reina
concebida sin pecado original
Reina elevada
al cielo
Reina del
santísimo rosario
Reina de la
familia
Reina de la
paz
V. Cordero de Dios, que quita los
pecados del mundo.
R. Perdónanos, Señor.
V. Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo.
R. Escúchanos, Señor.
V. Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo.
R. Ten misericordia de nosotros.
V.
Bajo tu protección nos acogemos, santa Madre de
Dios: no desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestra necesidad, antes
bien sálvanos siempre de todos los peligros, Virgen gloriosa y bendita.
V.
Ruega por nosotros, santa Madre de
Dios.
R. Para que seamos dignos de
alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Oración. Te suplicamos, Señor, que
derrames tu gracia en nuestras almas, para que los que por el anuncio del ángel
hemos conocido la encarnación de tu Hijo Jesucristo, por su pasión y cruz,
seamos llevados a la gloria de su resurrección. Por el mismo Jesucristo nuestro
Señor. Amén.
Por las necesidades de la Iglesia
y del Estado.
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria)
Por la persona e intenciones del
señor Obispo de esta diócesis.
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria)
Por las benditas ánimas del
Purgatorio.
(Padrenuestro y Avemaría)
V. Descansen en paz.
R. Amén.
Oración
¿Qué es hacer oración?
Santa Teresa de Jesús
No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando
muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama.
San Pedro Damián
La oración es la elevación del alma hacia Dios y la petición de lo que se
necesita de Dios.
San Josemaría Escrivá
Oración mental es ese diálogo con Dios, de corazón a corazón, en el que
interviene toda el alma: la inteligencia y la imaginación, la memoria y la
voluntad. Una meditación que contribuye a dar valor sobrenatural a nuestra
pobre vida humana, nuestra vida diaria corriente.
Santo Cura de Ars
La oración es la elevación de nuestro corazón a Dios, una dulce conversación
entre la criatura y su Criador.
Santo Tomás de Aquino
La oración es el acto propio de la criatura racional.
Juan Pablo II
La oración es el reconocimiento de nuestros límites y de nuestra dependencia:
venimos de Dios, somos de Dios y retornamos a Dios. Por tanto, no podemos menos
de abandonarnos a El, nuestro Creador y Señor, con plena y total confianza
[...]. La oración es, ante todo, un acto de inteligencia, un sentimiento de
humildad y reconocimiento, una actitud de confianza y de abandono en Aquel que
nos ha dado la vida por amor. La oración es un diálogo misterioso, pero real,
con Dios, un diálogo de confianza y amor.
Santa Teresita de Lisieux
Jesús, escondido en el fondo de mi pobre corazón, tiene a bien actuar en mí y
me hace pensar todo lo que quiere que yo haga en cada momento.
Al comenzar la oración mental
Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me
ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis
pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía
Inmaculada, San José, mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, interceded por mí
Al terminar la oración mental
Te doy gracias, Dios mío, por los
buenos propósitos, afectos e inspiraciones que me has comunicado en esta
meditación. Te pido ayuda para ponerlos por obra. Madre mía Inmaculada, San
José mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, intercede por mí.
Breve guión de la oración
– Dar los buenos días a Dios: Alabarle y agradecerle todas
las posibilidades que nos presente en el nuevo día.
– Renovar y glosar el
ofrecimiento de obras: ofrecerle las cosas de ese día; pedirle que en todo
busques agradarle; pedirle que actúes con rectitud de intención (y no por
vanidad, capricho o egoísmo).
– Recordar y comentar con Él la
realidad de que te estará viendo todo el día. Repasar cómo vivir la presencia
de Dios durante el día (jaculatorias, industrias humanas, etc.)
– Abandonar en manos de Dios el
apostolado del día; ver a qué amigos puedes ayudar ese día.
– Comentar el plan del día.
– Pedir ayuda para poner por obra
los propósitos que tenemos (de la dirección espiritual, del examen, etc.)
– Pedir por las personas que
quieras.
– Leer el evangelio imaginándote ser un personaje.
Conversando con Jesucristo
Seis
preguntas para hablar con Jesús
Para agradarme a Mí no es preciso saber
mucho, sino amar. Háblame sencillamente, con el corazón, como hablarías a tu padre o a tu hermano,
o al más íntimo de tus amigos. "al orar, no seáis como los gentiles que
piensan ser escuchados por decir muchas palabras... porque vuestro Padre conoce
las cosas de que tenéis necesidad antes que se las pidáis". "Hola Jesús,
aquí me tienes otra vez para hacerte un rato de compañía..."
–
¿Necesitas pedirme algo en favor de alguna persona? Dime de quiénes se trata y
qué bienes quieres para ellos. Acuérdate de lo que dije y han recogido los
evangelios: "Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os
abrirá." Pide, pide mucho, que a mí me agradan los corazones generosos que
olvidándose de sí mismos se preocupan de las necesidades de los demás. Háblame
de tu familia, de tus amigos. ¿Quieres que les ayude en algo?
–
¿Y para ti no necesitas nada? Hazme, si quieres, una lista de tus necesidades y
ven a leerla en mi presencia. Háblame de lo que te cuesta, de tus flaquezas y
debilidades. Cuéntame cuándo has sentido el aguijón de la soberbia o de la
sensualidad, la tentación de la comodidad o del egoísmo... y pídeme luego que
venga en ayuda de esos esfuerzos que haces –pocos o muchos– para luchar contra
esas miserias. No te avergüences: hay en el cielo tantos santos que tuvieron
esos mismos defectos que tú tienes... y lucharon... y recomenzaron esa lucha
muchas veces... y poco a poco fueron mejorando. No vaciles en pedir cualquier
tipo de bienes, que te concederé lo que más convenga para tu santificación.
¿Qué puedo hacer por tu bien?
–
Cuéntame qué planes tienes. ¿Qué te preocupa? ¿En qué piensas? ¿Qué deseas?
¿Qué cosas llaman hoy especialmente tu atención? ¿Cuáles son tus ilusiones?
–
¿Sientes acaso tristeza por algún motivo? Cuéntame tus tristezas con todo
detalle. ¿No os dije: "Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, que Yo os aliviaré?" ¿Quién te ha ofendido? Acércate a mi
Corazón, tantas veces lastimado por los hombres, y encontrarás consuelo y
remedio para las heridas que haya en el tuyo. Cuéntamelo todo y verás cómo es
fácil perdonar y hacer el bien a los demás. ¿Temes algún mal? Ponte en mis
brazos y en los de mi Madre, que tanto te quiere. Contigo estoy, aquí a tu lado
me tienes. Todo lo conozco y nunca te abandonaré.
–
¿Y no tienes alguna alegría que comunicarme? Cuéntame lo que desde la última
vez que hablamos te ha salido bien o ha hecho sonreír a tu corazón. Quizá has
tenido agradables sorpresas, has recibido muestras de cariño, has vencido
dificultades o has salido de apuros... ¿Pensabas que Yo no tenía nada que ver
con todo eso? ¿Por qué entonces has tardado tanto en agradecérmelo? También a
mí me gusta alegrarme con tus alegrías. Cuando dais gracias os resulta más
fácil caer en la cuenta de que Yo estoy pendiente siempre de vosotros.
–
¿Concretamos algún propósito? Sabes bien que nuestra intimidad será mayor en la
medida en que te esfuerces por amarme y mejorar con mi ayuda. Es el momento de
la sinceridad ¿Tienes la firme resolución de evitar toda ocasión de pecado?
¿Volverás a ser amable con aquellas personas que te cuesta tratar? ¿Deseas elegir
siempre el camino del amor aunque implique sacrificios? ¿Te esforzarás por
trabajar mejor? ¿Procurarás tenerme presente en todas tus acciones? ¿Volverás a
mí siempre, pase lo que pase? ¿Seguiremos hablando mañana? Ahora vuelve a tus
ocupaciones habituales, a tu trabajo... pero no olvides la conversación que
hemos tenido aquí los dos, procura vivir en todo la caridad, ama a mi Madre,
que lo es tuya también, y cuenta con mi ayuda para portarte como un buen hijo.
Oraciones de un día
cualquiera
Señor
mío y Dios mío. Creo firmemente que estás aquí... que me ves, que me oyes...
Jesús, sé que me ves aquí, sentado en el banco, aunque yo no te vea a ti... veo
un velo, y un sagrario... pero tú si me ves... y me oyes... Sin ruido de
palabras, sabes lo que llevo en el corazón, lo que quiero decirte... y estás
pendiente de mí como si sólo yo estuviese hablando contigo... Esta relación
contigo, Señor, es tan personal como la que tenías con los discípulos, a solas,
por las orillas de Tiberíades... Puedo descargar en ti mis preocupaciones... y
quejarme de lo que no va... y consolarte... y preguntarte lo que no entiendo...
y pedirte que me ayudes... y contarte algo divertido... Y, sobre todo, Señor,
puedo pedirte perdón por lo que no va, por aquello que me haces ver -a veces
solo con una mirada- que no te ha gustado... Y darte gracias porque me has dado
tanto, tanto... Y porque estás ahí, desde antes de que yo naciese, encerrado,
esperándome... gracias, Dios mío, porque me acompañas siempre que yo quiero...
y por tantas cosas más... Jesús, te amo... me gustaría amarte... Te estaba
diciendo -¡sintiendo!- que me ves, que me oyes, pero también me hablas Jesús...
como a los apóstoles me animas... me regañas con cariño... me sonríes... me
pides más, más... que sepa salir de mí mismo y pensar en los demás... en sus
necesidades materiales... y, sobre todo, en lo que puedo ayudarles para que
también te conozcan, y sepan qué sentido tiene su vida, y sean felices...
Jesús... me has vuelto a encender por dentro, a contagiar tu optimismo y tu
amor por todos... y la urgencia por cambiar el mundo... empezando por mí...
Pero yo solo no puedo... ya lo he intentado otras veces, mi Amor, y ya ves...
Pero quieres que luche... y contigo sé que puedo, y que voy mejorando, poco a
poco...
Dios
mío, sabes que llevo tiempo sin hacer bien la oración, viéndote y hablándote
menos en el sagrario. Ayúdame a volver a intentarlo... ¡auméntame la fe!, fe en
tu presencia ahí... ¿cómo he podido, Señor, tratarte tan mal estos días..?
Acudo a ti, Madre mía, como un niño pequeño... como ese niño del cuadro...
También a ti te he dejado de lado tantos días... y eso que me lo he propuesto
otras veces San José, mi Padre y Señor... te he dicho al principio supersanjosé...
¿cómo hacías para secundar la gracia..? Llévame a tratar bien, siempre, en
todas las oraciones, a María y a Jesús... y con Jesús, Hijo de Dios, al Padre y
al Espíritu Santo... Espíritu Santo, ¡abre otra vez tu escuela..! (...)
Perdonad, María y José, vosotros estáis aquí de otra manera... pero Jesús está
ahí, encerrado, Dios encerrado... la Trinidad encerrada, cuando todo -también
vosotros-, es suyo... y por Amor... ¿es verdad que por Amor?, ¿cabe un amor tan
grande..? ...Interceded por mí, porque sino no sé que va a salir... Señor, hoy,
para empezar, quiero mirarte más en el sagrario, porque estás ahí ¡desde hace
tanto tiempo...! Y sin que te hiciera falta... ¿por qué nos quieres tanto,
Señor..? Yo pienso en el cariño de las madres, de mi madre, y de la Virgen, y
entiendo que nos quieras tanto, pues eres perfecto y eres Amor... Estoy
nervioso..., y por eso te pido desde ya por él... a mí no me importa fracasar
-no me debería importar-. Señor, no noto mucho luego, en el d(a, estos ratos
contigo... pero intento ser sincero y no hacer teatro... tienes que ayudarme
también a luchar luego y a sacarles partido... Jesús, que sea sacrificado...
(...)
Señor, perdóname, porque te he tratado mal en la comunión... ¡cómo soy tan
bruto..! estaba cansado, pero no es disculpa... te voy a poner más cariño
ahora, que físicamente sigues ahí... No he estado tampoco hoy muy en presencia
tuya... pero me voy a concretar algunas ayudas... para empezar rezando bien el
Angelus,... y rezando bien... Te miro, Dios mío, con cariño; por lo menos
eso... y te pido ayuda... Ahora, bendición... que sepa adorarte, te voy a mirar
con cariño, porque eres Dios, todopoderoso, inmenso, infinito, y te quedas ahí,
en un trozo de pan... ¿cómo es, Señor, que me acostumbro?, que nos
acostumbramos... Madre mía, ayúdame... gracias por todo también, pero
ayúdame... ...A ti, Jesús, lo primero que te digo, una vez más, es que me
perdones... me duele fallarte, pero cada vez me importa menos pedirte perdón,
porque voy conociendo la pasta de que estoy hecho... Jesús, mi amor, ¿no estás
cansado de estar ahí, encerrado..? Será por el amor, que lo aguanta todo...
¡dame de ese amor!, que crece con el sacrificio. (...) Pongo en tus manos todo
lo del día: lo que me ha preocupado... y eso que me debería haber preocupado...
¡Señor, que va muy lento..!: métete tú en la gente, que eres el único que
cambias... ¿o es que vas a fracasar..? (...) Señor, ¿cómo me olvido de que te
tengo aquí, dentro..? ¿por qué las cosas del trabajo y del día no me llevan a
ti...? Si es mi vocación... Señor, recuerdo que todo es posible para el que
confía en Ti... pedir imposibles, ¿y te pido imposibles? (...) me voy a
reformar en eso. (...) Madre... Señor, ¡dame fuerza para luchar, para vencer,
para amar..! para pensar en los demás... estoy demasiado pendiente de mí:
quiero olvidarme de mí..., ser feliz con las preocupaciones de los demás...
¡Madre!, qué poco pienso en los demás... gracias por hacérmelo ver y enséñame a
cambiar...
...Madre
mía, céntrame, porque estoy muy distraído... Te pido por la vela... que ponga
vibración, que se trata de adorar a Jesucristo..., a ti, Dios mío, presente en
el sagrario... Te pido perdón una vez más, Dios mío, porque podía haberte
tratado mejor en la comunión... ¡no me empapo de lo que ocurre... del milagro
diario de la misa y la comunión...! Perdona también, Señor, porque he estado
poco en presencia de Dios, tuya... y poco esforzado en algunos momentos del
trabajo... perdona también, Señor, la mortificación que ayer retrasé por la
noche... ...Hasta ahora te he dado pocas gracias, Señor... no soy digno, te
dijo el centurión, pero con una palabra tuya... me gustaría tener esa fe,
Jesús..,. ¿por qué no mejoro más..? ¿por qué no te quiero de una vez por
todas..? Ya veo, Señor, que quieres que esté cerca de ti, cerca de la Virgen,
como un niño pequeño que no puede separarse de sus padres ¡pero así es feliz..!
Gracias, Jesús, un día más... (...) Señor, ¿cómo no me explota el pecho si me
he tragado una bomba de diez megatones..? Voy a intentar estar pendiente de ti,
Jesús...
Jesús,
¿por qué me cuesta hoy tanto hablar contigo..? Te he pedido ayuda, y se la pido
también a mi Madre..., pero me cuesta; creo que me costará menos, Señor, si
actualizo la fe y pienso que estás ahí... a unos metros... Jesús de Nazareth,
el Hijo de María... que pensabas -¡piensas!- como nosotros... que reías,
comías, sufrías y nadabas con los discípulos... y además de perfecto Hombre,
eres perfecto Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, y. contigo están
ahí -¡ahí- el Padre y el Espíritu Santo, Unico Dios... ¡qué grande eres ,
Señor..! quiero estar aquí, este rato, aunque no sepa hacer nada más, sólo
mirarte... Madre mía, que no sea paspán; enséñame a hablar con tu Hijo... como
tú le tratabas en Nazareth... con qué confianza, con qué cariño... y con qué
respeto... Señor, ¿qué te voy a dar hoy..? Voy a repasar contigo el día... esa
empanada por la mañana... el trabajo, no te he tenido muy en cuenta... el
apostolado lo he visto, pero... gracias, Dios mío, porque he cerrado ese
trabajo... y luego ¿qué...? Te ofrezco esta tarde, a ver si te hago alguna
visita... y te pido por las gestiones que tengo... ¿y qué más..? Jesús, creo
que estás ahí... gracias por estar ahí... ¿te quiero, Jesús..? ¿cómo es que
todavía no te quiero más..? Me gustaría quererte locamente... Señor, ¿qué hace
la gente, qué pasa? Pero tú tienes más, tú puedes mucho más... Dios mío, se me
va el tiempo... ¿y hoy qué..? Ya lo he visto: te voy a visitar luego... Madre
mía,... ¿por qué no acudo más a ti..? Si lo vi, que tengo que pedirte más
ayuda, como un niño... San José, hoy nada, hoy me despido... ángel de mi
guarda, tú sigue ahí...
Jesús,
¿a qué vengo yo aquí a estas horas..? Porque estás tú, mi Amor y mi todo... con
tu Cuerpo, con tu Sangre, con tu Alma y tu Divinidad... ahí, detrás de ese velo...
Me gustaría recibirte con aquella pureza, humildad y devoción con que os
recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos... por
eso te lo venía repitiendo... Dios mío, me gustaría estar todo el día junto a
ti, viviendo contigo... el mismo... el mismo Jesús que vivías con María y José
en Nazareth, en aquella casa en la que sería imposible no estar juntos... y tú,
Señor, serías... ¡perfecto Hombre!; sonriente, servicial, maduro, trabajador,
cariñoso, fuerte... y guapo; serías la atracción del pueblo... y con María y
José... ¡menudo trío..! Y estás aquí, Jesús, el mismo... ¡veinte siglos
después..!, esperándome... quiero vivir, rezar, reír, jugar también contigo...
Pero vuelvo, Señor, a lo del trío: ¡qué trío..!, alucinarían... Pero no erais
-¡sois!- un trío: ¡dos tríos..! y tú, en el medio, uniéndoles... el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, tres Personas que sois un único Dios... Señor, ¡auméntame
la fe..! Si a veces me olvido de ti, es que no tengo fe..., ¿cómo me puedo
olvidar de mi Dios..., que eres dueño hasta de aquello con lo que te olvido..?
Madre mía... otro día que necesito tu ayuda... acordaos, oh piadosísima Virgen
María... Se me acaba el tiempo y todavía no te he dicho nada...
Textos para repetir durante la oración
Palabras dirigidas a Dios Padre
"Ved
cómo habéis de orar: Padre nuestro, que estás en los cielos. santificado sea tu
nombre; venga tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy el pan nuestro de cada día y perdónanos nuestras ofensas, así como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y
líbranos de todo mal"
(Mt. VI, 9-13)
Señor
y Dios mío, mi única esperanza, óyeme para que no me rinda ante el desaliento y
deje de buscarte. Que yo ansíe siempre ver tu rostro. Dame fuerzas para la
búsqueda, Tú que hiciste que te encontrara y me has dado esperanzas de un
conocimiento más perfecto. Ante Ti está mi firmeza y mi debilidad: conserva la
primera y sana la segunda (...). Haz que me acuerde de Ti. que te comprenda y
te ame. Acrecienta en mí estos dones hasta que mi conversión sea completa.
(San Agustín, De
Trinitate)
Dios
mío, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, como
si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni
hacerme salir de ti, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad
de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo. tu morada amada y el
lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí
enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin
reservas a tu acción creadora.
(Beata Isabel de la
Trinidad)
Os
doy gracias, Dios mío, por todas las gracias que me habéis concedido, en
particular por haberme hecho pasar por la prueba purificadora del sufrimiento.
(Santa Teresa de
Lisieux)
Señor
mío y Dios mío, quítame todo lo que me aleja de ti. Señor mío y Dios mío, dame
todo lo que me acerca a ti. Señor mío y Dios mío, despójame de mi mismo para
darme todo a ti.
(San Nicolás de Flüe)
Padre
mío -¡trátale así, con confianza!-, que estás en los Cielos, mírame con
compasivo Amor, y haz que te corresponda. - Derrite y enciende mi corazón de
bronce. quema y purifica mi carne inmortificada, llena mi entendimiento de
luces sobrenaturales, haz que mi lengua sea pregonera del Amor y de la Gloria
de Cristo.
(Forja, n. 3)
Aquí
estoy, porque me has llamado, decidido a que esta vez no pase el tiempo como el
agua sobre los cantos rodados, sin dejar rastro.
(Forja, n. 7)
Señor,
que tus hijos sean como una brasa encendidísima, sin llamaradas que se vean
lejos. Una brasa que ponga el primer punto de fuego. en cada corazón que
traten... Tú harás que ese chispazo se convierta en un incendio: tus Angeles
-lo sé, lo he visto- son muy entendidos en eso de soplar sobre rescoldo de los
corazones..., y un corazón sin cenizas no puede menos de ser tuyo.
(Forja, n. 9)
¡Dios
mío. enséñame a amar! - ¡Dios mío, enséñame a orar!
(Forja, n. 66)
Señor,
te pido un regalo: Amor..., un Amor que me deje limpio. -Y otro regalo aún:
conocimiento propio, para llenarme de humildad.
(Forja, n. 185)
Todo
lo refiero a Ti, Dios mío. Sin Ti -que eres mi Padre-, ¿qué sería de mí?
(Forja, n. 229)
Señor,
yo me uno a Ti, como un hijo cuando se pone en los brazos fuertes de su padre o
en el regazo maravilloso de su madre, sentiré el calor de tu divinidad, sentiré
las luces de tu sabiduría, sentiré correr por mi sangre tu fortaleza.
(Forja, n. 342)
¡Hágase,
cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima
Voluntad de Dios sobre todas las cosas! Amén. Amén.
(Forja, n. 769)
¡Gracias,
Señor, porque -al permitir la tentación- nos das también la hermosura y la
fortaleza de tu gracia, para que seamos vencedores! ¡Gracias, Señor, por las
tentaciones, que permites para que seamos humildes!
(Forja, n. 313)
Señor, que no nos inquieten nuestras pasadas
miserias ya perdonadas, ni tampoco la posibilidad de miserias futuras; que nos
abandonemos en tus manos misericordiosas; que te hagamos presentes nuestros
deseos de santidad y apostolado, que laten como rescoldos bajo las cenizas de
una aparente frialdad... - Señor, sé que nos escuchas.
(Forja, n. 426)
Dios
mío: siempre acudes a las necesidades verdaderas.
(Forja, n. 221)
Señor,
nada quiero más que lo que Tú quieras. Aun lo que en estos días vengo
pidiéndote, si me aparta un milímetro de la Voluntad tuya, no me lo des.
(Forja, n. 512)
Señor:
aunque sea miserable, no dejo de comprender que soy instrumento divino en tus
manos.
(Forja, n. 610)
Dios
mío: sólo deseo ser agradable a tus ojos; todo lo demás no me importa. Madre
Inmaculada, haz que me mueva exclusivamente el Amor.
(Forja, n. 1028)
¡Tarde
te amé, hermosura soberana, tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo
afuera, y así por fuera te buscaba; y me lanzaba sobre estas cosas hermosas que
Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de
ti aquellas cosas que sin Ti no existirían. Me llamaste y clamaste, y
quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera;
exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de Ti, y ahora siento
hambre y sed de Ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de Ti.
(San Agustín,
Confesiones)
Señor,
Dios mío: en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro. lo pequeño
y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno.
(Via Crucis VII, 3)
Palabras dirigidas a Jesús
¡Oh Jesús mío y amor mío, qué irme
esperanza me infunde vuestra Pasión! ¿Cómo puedo temer no alcanzar el perdón de
mis pecados. el paraíso y todas las gracias, que me son necesarias, si considero
que sois el Dios omnipotente que dio por mí su sangre? (San Alfonso Mª de Ligorio)
Estamos, Señor, gustosamente en tu mano
llagada. ¡Apriétanos fuerte!, ¡estrújanos!, ¡que perdamos toda la miseria
terrena! ¡que nos purifiquemos, que nos encendamos, que nos sintamos empapados
en tu Sangre! - Y luego, ¡lánzanos lejos!, lejos. con hambres de mies, a una
siembra cada día más fecunda, por Amor a Ti. (Forja, n. 5)
Veo tu Cruz, Jesús mío, y gozo de tu
gracia, porque el premio de tu Calvario ha sido para nosotros el Espíritu
Santo... Y te me das, cada día. amoroso -¡loco!- en la Hostia Santísima... Y me
has hecho ¡hijo de Dios!. y me has dado a tu Madre. No me basta el hacimiento
de gracias, se me va el pensamiento: Señor, Señor, ¡tantas almas lejos de Ti! (Forja, n. 27)
Señor, que desde ahora sea otro: que no
sea "yo", sino "aquél" que Tú deseas. Que no te niegue nada
de lo que me pidas. Que sepa orar. Que sepa sufrir. Que nada me preocupe, fuera
de tu gloria. Que sienta tu presencia de continuo. Que ame al Padre. Que te
desee a Ti, mi Jesús. en una permanente Comunión. Que el Espíritu Santo me
encienda. (Forja, n. 122)
¡Señor, sólo quiero servirte! ¡Sólo
quiero cumplir mis deberes, y amarte con alma enamorada! Hazme sentir tu paso
firme a mi lado. Sé Tú mi único apoyo. (Forja,
n. 449)
Jesús, si en mí hay algo que te
desagrada, dímelo, para que lo arranquemos. (Forja, n. 108)
Todo lo espero de Ti, Jesús mío:
¡conviérteme! (Forja, n. 170)
¿Qué te he hecho, Jesús, para que así
me quieras? Ofenderte... y amarte. - Amarte: a esto va a reducirse mi vida. (Forja, n. 202)
¡Jesús, hasta la locura y el heroísmo!
Con tu gracia, Señor, aunque me sea preciso morir por Ti. ya no te abandonaré.
(Forja, n. 210)
Señor, mira que estoy enfermo; Señor,
Tú, que por amor has muerto en la Cruz por mí, ven a curarme. (Forja, n.213)
Jesús, si alguna vez se insinúa en mi
alma la duda entre lo que Tú me pides o seguir otras ambiciones nobles, te digo
desde ahora que prefiero tu camino, cueste lo que cueste. ¡No me dejes! (Forja, n. 292)
Jesús, sabiendo que te quiero y que me
quieres. lo demás nada me importa: todo va bien. (Forja, n. 335)
¡Oh, Jesús! Si, siendo como he sido
-pobre de mí- has hecho lo que has hecho... Si yo correspondiera, ¿qué harías?
(Forja, n. 388)
Jesús, que en tu Iglesia Santa
perseveren todos en el camino, siguiendo su vocación cristiana, como los Magos
siguieron la estrella: despreciando los consejos de Herodes..., que no les
faltarán. (Forja, n. 366)
Jesús mío, quiero corresponder a tu
Amor, pero soy flojo. ¡Con tu gracia, sabré! (Forja. n. 383)
Si he de hacer algo de provecho, Jesús,
has de hacerlo Tú por mí. Que se cumpla tu Voluntad: la amo, ¡aunque tu
Voluntad permita que yo esté siempre como ahora, penosamente cayendo, y Tú levantándome!
(Forja, n. 390)
Jesús, en tus brazos confiadamente me
pongo, escondida mi cabeza en tu pecho amoroso, pegado mi corazón a tu Corazón:
quiero, en todo, lo que Tú quieras. (Forja,
n. 529)
Señor, que nos haces participar del milagro
de la Eucaristía: te pedimos que no te escondas, que vivas con nosotros, que te
veamos, que te toquemos, que te sintamos, que queramos estar siempre junto a
Ti, que seas el Rey de nuestras vidas y de nuestros trabajos. (Forja. n.542)
Señor mío Jesús: haz que sienta, que
secunde de tal modo tu gracia, que vacíe mi corazón..., para que lo llenes Tú,
mi Amigo, mi Hermano, mi Rey, mi Dios, ¡mi Amor! (Forja. n. 913)
Jesús: que mis distracciones sean
distracciones al revés: en lugar de acordarme del mundo, cuando trate Contigo,
que me acuerde de Ti, al tratar las cosas del mundo. (Forja, n. 1014)
"Obras son amores y no buenas
razones". ¡Obras, obras! -Propósito: seguiré diciéndote muchas veces que
te amo- ¡cuántas te lo he repetido hoy!- pero, con tu gracia, será sobre todo
mi conducta, serán las pequeñeces de cada día -con elocuencia muda- las que
clamen delante de Ti, mostrándote mi Amor. (Forja,
n. 497)
Señor, espero en Ti; te adoro, te amo,
auméntame la fe. Sé el apoyo de mi debilidad, Tú, que te has quedado en la
Eucaristía, inerme, para remediar la flaqueza de las criaturas. (Forja, n. 832)
Palabras dirigidas al
Espíritu Santo
Repite de todo corazón y siempre con
más amor. más aún cuando estés cerca del Sagrario o tengas al Señor dentro de
tu pecho: -que no te rehúya, que el fuego de tu Espíritu me llene. (Forja, n. 515)
Divino Huésped, Maestro, Luz, Guía,
Amor: que sepa agasajarte, y escuchar tus lecciones, y encenderme, y seguirte y
amarte. (Forja. n. 430)
Espíritu Santo. Amor del Padre y del
Hijo, inspírame siempre lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo debo
decirlo, lo que debo callar, lo que debo escribir, cómo debo actuar, lo que
debo hacer para procurar tu gloria, el bien de las almas y mi propia
santificación. (Cardenal Vredier)
¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi
entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las
insidias del enemigo: inflama mi voluntad... He oído tu voz, y no quiero
endurecerme y resistir, diciendo: después... mañana. Nunc coepi! ¡Ahora! no vaya
a ser que el mañana me falte. (San
Josemaría Escrivá)
Ven, Espíritu Santo. llena los
corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor. (San Josemaría Escrivá)
Espíritu de amor, creador y
santificador de las almas, cuya primera obra es transformarnos hasta
asemejarnos a Jesús, ayúdame a parecerme a Jesús, a pensar como Jesús, a hablar
como Jesús, a amar como Jesús, a sufrir como Jesús, a actuar en todo como Jesús.
(A. Riaud)
Espíritu Santo, quiero hacerme dócil a
tu enseñanza y vivir fiel a los más pequeños toques de tus inspiraciones
divinas. Sé mi luz y mi fuerza. Tú que hablas en silencio del alma, dame el
espíritu de recogimiento. Tú que desciendes a las almas humildes. dame espíritu
de humildad. enséñame a vivir de tu amor y enséñame a repartir amor a mi
alrededor. (A. Riaud)
¡Envía, Señor, tu Espíritu y renueva la
faz de la tierra! Lo pedimos junto a María, junto a la que ha concebido por
obra del Espíritu Santo y que -Esposa y Madre de Dios- es la esperanza del
hombre y del mundo. Renueva la faz de la tierra. Esta tierra que sólo se puede
renovar desde el hombre, en sus corazones, en las conciencias de los hombres. (Juan Pablo II,
26-V-1985)
¡Ven Espíritu Santo, y envíanos desde
el cielo un rayo de tu luz! La Iglesia espera tu ayuda. Ven, haz que ella no se
pierda por los caminos del mundo, sino que, apoyada por el calor de tu luz,
camine segura hacia el Esposo, por el que suspira con todo el Ímpetu de su
corazón. ¡Ven Espíritu divino! (Juan
Pablo II.
30-V-1979)
¡Espíritu de verdad. cumple en nosotros
la misión para la cual el Hijo te ha mandado! Llena de Ti todo corazón y
suscita en muchos jóvenes el anhelo de lo que es auténticamente grande y
hermoso en la vida: el deseo de santidad y la pasión por la salvación de las
almas. Haz nuestros corazones completamente libres y puros, y ayúdanos a vivir
con plenitud el seguimiento de Cristo, para gustar como tu último don. del gozo
que no tendrá jamás fin. (Juan Pablo II,
4-II-1990)
Palabras dirigidas a María
Señora, Madre nuestra, el Señor ha
querido que fueras tú, con tus manos, quien cuidara a Dios: ¡enséñame
-enséñanos a todos- a tratar a tu Hijo! (Forja
, n. 84)
Madre mía. Refugio de pecadores, ruega
por mí; que nunca más entorpezca la obra de Dios en mi alma. (Forja, n. 178)
¡Madre mía! Las madres de la tierra
miran con mayor predilección al hijo más débil, al más enfermo, al más corto.
al pobre lisiado... -¡Señora!. yo sé que tú eres más Madre que todas las madres
juntas... -Y, como yo soy tu hijo... Y, como yo soy débil, y enfermo... y
lisiado... y feo... (Forja, n. 234)
No me dejes. ¡Madre!: haz que busque a
tu Hijo; haz que encuentre a tu Hijo: haz que ame a tu Hijo... ¡con todo mi
ser! -Acuérdate, Señora, acuérdate. (Forja,
n. 157)
Madre, Vida, Esperanza mía, condúceme
con tu mano... y si algo hay ahora en mí que desagrada a mi Padre-Dios,
concédeme que lo vea y que, entre los dos, lo arranquemos. ¡Oh clementísima, oh
piadosa, oh dulce Virgen Santa María!, ruega por mí, para que, cumpliendo la
amabilísima Voluntad de tu Hijo, sea digno de alcanzar y gozar las promesas de
Nuestro Señor Jesús. (Forja, n. 161)
Virgen María. Madre de la, Iglesia, tú,
que por tu mismo divino Hijo, en el momento de su muerte redentora, fuiste
presentada como Madre al discípulo predilecto, acuérdate del pueblo cristiano
que en ti confía. Acuérdate de todos tus hijos y apoya sus peticiones ante
Dios: conserva sólida su fe, fortifica su esperanza y aumenta su caridad.
Acuérdate de aquellos que viven en la tribulación, en las necesidades. en los
peligros, especialmente de aquellos que sufren persecución (...) Templo de la
luz sin sombra y sin mancha, intercede ante tu Hijo Unigénito, para que sea
misericordioso con nuestras faltas y aleje de nosotros la desgana, dando a
nuestros ánimos la alegría de amar. Finalmente encomendamos a tu Corazón Inmaculado
todo el género humano: condúcelo al conocimiento del único y verdadero
Salvador, Cristo Jesús: aleja de él el flagelo del pecado y concede a todo el
mundo la paz verdadera, en la justicia., en libertad y en el amor. (Pablo VI, discurso pronunciado durante el
Concilio Vaticano II.
21-XI-1964)
Meterse
en el Evangelio
Nacimiento
de Jesús
"José subió de Galilea, de la ciudad de
Nazaret, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa de
David, para empadronarse con María, su esposa. que estaba encinta. Estando allí
cumplieron los días de su parto" (Lc. II, 4-6).
Repasa
el ejemplo de Cristo, desde la cuna de Belén hasta el trono del Calvario.
Considera su abnegación, sus privaciones: hambre, sed, fatiga. calor, sueño.
malos tratos, incomprensiones, lágrimas.... y su alegría de salvar a la
humanidad entera. Me gustaría que ahora grabaras hondamente en tu cabeza y en
tu corazón -para que lo medites muchas veces, y lo traduzcas en consecuencias
prácticas- aquel resumen de San Pablo, cuando invitaba a los de Efeso a seguir
sin titubeos los pasos del Señor: sed imitadores de Dios, ya que sois sus hijos
muy queridos, y proceded con amor, a ejemplo de lo que Cristo nos amó y se
ofreció a sí mismo a Dios en oblación y hostia de olor suavísimo (Amigos de Dios, 128).
"Y dio a luz a su hijo primogénito, y le
envolvió en pañales, y le recostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos
en la posada" (Lc 11. 7).
Jesús nació en una
gruta de Belén, dice la Escritura, "porque no hubo lugar para ellos en la
posada". -No me aparto de la verdad teológica, si te digo que Jesús está
buscando todavía posada en tu corazón (Forja, 274) Frío. Pobreza. Soy un
esclavito de José. ¡Qué bueno es José! Me trata como un padre a su hijo. ¡Hasta
me perdona, si cojo en mis brazos al Niño y me quedo, horas y horas, diciéndole
cosas dulces y encendidas!... ¡Y le beso -bésale tú-, y le bailo, y le canto, y
le llamo Rey, Amor, mi Dios, mi Único, mi Todo!...(Santo Rosario, Nacimiento de Jesús)
"Nacido Jesús en Belén de Judá en los días
del rey Herodes, llegaron del Orlente a Jerusalén unos magas diciendo: ¿Dónde
está el rey de los Judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella al
oriente y venimos a adorarle" (Mt II, 2-3).
Es nuestra misma
experiencia. También nosotros advertimos que, poco a poco. en el alma se
encendía un nuevo resplandor: el deseo de ser plenamente cristianos; si me
permitís la expresión, la ansiedad de tomarnos a Dios en serio. Agradezcamos a
Dios (...) este don que, junto con el de la fe, es el más grande que el Señor
puede conceder a una criatura: el afán bien determinado de llegar a la plenitud
de la caridad, con el convencimiento de que también es necesaria -y no sólo
posible- la santidad en medio de las tareas profesionales, sociales...
Considerad con qué finura nos invita el Señor. Se expresa con palabras humanas,
como un enamorado: Yo te he llamado por tu nombre... Tú eres mío (Is XLIII, 1)
(... ) Hace falta una recia vida de fe para no desvirtuar esta maravilla, que
la Providencia divina pone en nuestras manos. Fe como la de los Reyes Magos: la
convicción de que ni el desierto, ni las tempestades, ni la tranquilidad de los
oasis nos impedirán llegar a la meta del Belén eterno: la vida definitiva con
Dios. (Es Cristo que pasa, n. 32) Nuestro Señor se dirige a todos los hombres,
para que vengan a su encuentro, para que sean santos. No llama sólo a los Reyes
Magos, que eran sabios y poderosos; antes había enviado a los pastores de
Belén, no ya una estrella, sino uno de sus ángeles. Pero, pobres o ricos,
sabios o menos sabios, han de fomentar en su alma la disposición humilde que
permite escuchar la voz de Dios (Es
Cristo que pasa 33)
Diálogo con el joven
rico
"Saliendo al
camino. corrió a El uno que, arrodillándose, le preguntó: maestro bueno ¿Qué he
de hacer para alcanzar la vida eterna?"
(Mc X, 17)
Es
claro que, cuando nos ponemos ante Cristo, cuando El se convierte en confidente
de los interrogantes de nuestra juventud, no podemos hacer otra pregunta que la
del joven del Evangelio: ¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? (...)
¿Qué he de hacer para que mi vida tenga pleno valor y pleno sentido?
"Ya sabes los
mandamientos: No matarás, no adulterarás, no robarás, no dirás falso
testimonio, no defraudarás, honra a tu padre y a tu madre..."
(Mc X, 19).
Hemos de suponer que
en este diálogo que Cristo sostiene con cada uno de vosotros, jóvenes, se
repita la misma pregunta: ¿sabes los mandamientos? Se repetirá infaliblemente,
porque los mandamientos forman parte de la Alianza entre Dios y la humanidad.
Los mandamientos determinan las bases esenciales del comportamiento, deciden el
valor moral de los actos humanos. ¡Queridos jóvenes amigos! La respuesta que
Jesús da a su interlocutor del Evangelio se dirige a cada uno y a cada una de
vosotros. Cristo os interroga sobre el estado de vuestra sensibilidad moral y
pregunta al mismo tiempo sobre el estado de vuestras conciencias.
"Todo esto lo he guardado desde mi
juventud..." (Mc X, 20).
¡Cómo deseo
ardientemente para cada uno de vosotros que el camino de vuestra vida recorrido
hasta ahora coincida con esta respuesta; que vuestra conciencia consiga ya en
estos años de la juventud aquella transparencia madura que en vuestra vida os
permitirá a cada uno ser siempre "personas de conciencia",
"personas de principios", "personas que inspiran
confianza", esto es, que son creíbles. La personalidad moral así formada
constituye a la vez la contribución más esencial que vosotros podréis aportar a
la vida social. "Jesús, poniendo en él los ojos, le amó" Deseo que
experimentéis una mirada así. ¡Deseo que experimentéis la verdad de que Cristo
os mira con amor! El mira con amor a todo hombre. El Evangelio lo confirma a
cada paso (...) Sabemos que Cristo confirmará y sellará esta mirada con el
sacrificio redentor de la Cruz. Deseo a cada uno y a cada una de vosotros que
descubráis esta mirada de Cristo y que la experimentéis hasta el fondo. No sé
en qué momento de la vida. Pienso que el momento llegará cuando más falta haga;
acaso en el sufrimiento, acaso también con el testimonio de una conciencia
pura, como en el caso del joven del Evangelio, o acaso precisamente en la
situación opuesta: junto al sentimiento de culpa, con el remordimiento de
conciencia. Cristo, de hecho, miró también a Pedro en la hora de su caída,
cuando por tres veces había negado a su Maestro. Al hombre le es necesaria esta
mirada amorosa; le es necesario saberse amado. saberse amado eternamente y
haber sido elegido desde la eternidad. Al mismo tiempo, este amor eterno de
elección divina acompaña al hombre durante su vida como la mirada de amor de
Cristo.
"Una sola cosa te falta: vete, vende cuanto
tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y
sígueme" (Mc X, 21).
Deseo deciros a todos
vosotros, jóvenes, en esta importante fase del desarrollo de vuestra
personalidad masculina o femenina que si tal llamada llega a tu corazón, no la
acalles. Deja que se desarrolle hasta la madurez de una vocación. Colabora con
esa llamada a través de la oración. "La mies es mucha..." Hay una
gran necesidad de que muchos oigan la llamada de Cristo: "Sígueme".
(Juan Pablo II Carta apostólica a los jóvenes del mundo.
31 de marzo de 1985)
Curación del ciego
Bartimeo
"Al salir (Jesús) de Jericó con sus
discípulos, seguido de muchísima gente, Bartimeo, el ciego, hijo de Timeo,
estaba sentado Junto al camino para pedir limosna. Oyendo que era Jesús de
Nazaret, comenzó a gritar y decir: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí"
(Mc X, 46-47).
¿No
te entran ganas de gritar a ti, que estás también parado a la vera del camino,
de ese camino de la vida, que es tan corta; a ti, que te faltan luces; a ti,
que necesitas más gracias para decidirte a buscar la santidad? ¿No sientes la
urgencia de clamar: Jesús. Hijo de David, ten compasión de mí? ¡Qué hermosa
jaculatoria, para que la repitas con frecuencia!
"Había allí mucha que reñían a Bartimeo con
el intento de que callara" (Mc X, 48).
Como a ti, cuando has
sospechado que Jesús pasaba a tu vera. Se aceleró el latir de tu pecho y
comenzaste también a clamar, removido por una íntima inquietud. Y amigos,
costumbres, comodidad, ambiente, todos te aconsejaron: ¡cállate, no des voces!
¿Por qué has de llamar a Jesús? ¡No le molestes!
"Parándose entonces Jesús, le mandó llamar.
Llamaron al ciego diciéndole: Ánimo, levántate, que te llama" (Mc X,
49).
¡Es la vocación
cristiana! Pero no es una sola la llamada de Dios. Considerad además que el
Señor nos busca en cada instante: levántate -nos indica-, sal de tu
poltronería, de tu comodidad, de tus pequeños egoísmos, de tus problemitas sin
importancia. Despégate de la tierra, que estás ahí plano, chato, informe.
Adquiere altura, peso y volumen y visión sobrenatural. (Amigos de Dios, nn.
195-196)
Pasión del Señor
¿Quieres
acompañar de cerca, muy de cerca, a Jesús?... Abre el Santo Evangelio y lee la
Pasión del Señor. Pero leer sólo, no: vivir. La diferencia es grande. Leer es
recordar una cosa que pasó: vivir es hallarse presente en un acontecimiento que
está sucediendo ahora mismo, ser uno más en aquellas escenas. Entonces, deja
que tu corazón se expansione, que se ponga junto al Señor. Y cuando notes que
se escapa que eres cobarde, como los otros-, pide perdón por tus cobardías y
las mías. (Via Crucis. IX,3)
"Pilatos de nuevo preguntó y dijo: ¿Qué
queréis, pues, que haga de este que llamáis rey de los judíos? Ellos gritaron
otra vez: ¡Crucifícale! Pilatos les dijo: ¿Pero qué mal ha hecho? Y ellos
gritaron más fuerte: ¡Crucifícale! Y Pilatos, queriendo contentar al pueblo,
les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle azotado, le entregó para
que lo crucificasen" (Mc XV, 12-15).
Atado a la columna.
Lleno de llagas. Suena el golpear de las correas sobre su carne rota, sobre su
carne sin mancilla, que padece por tu carne pecadora. -Más golpes. Más saña.
Más aún... Es el colmo de la humana crueldad. Al cabo, rendidos, desatan a
Jesús. -Y el cuerpo de Cristo se rinde también al dolor y cae, como un gusano,
tronchado y medio muerto. Tú y yo no podemos hablar. -No hacen falta palabras.
-Míralo, míralo... despacio. (Santo Rosario, Flagelación del Señor)
"Le vistieron con un paño de púrpura y le
ciñeron una corona tejida de espinas, y comenzaron a saludarle: Salve, rey de
los judíos. Y le herían en la cabeza con una caña y le escupían, e hincando la
rodilla le hacían reverencias" (Mc XV, 17-19).
Llevan a mi Señor al
patio del pretorio, y allí convocan a toda la cohorte. Los soldadotes brutales
han desnudado sus carnes purísimas. Con un trapo de púrpura, viejo y sucio,
cubren a Jesús. Una caña. por cetro, en la mano derecha... La corona de
espinas, hincada a martillazos, le hace Rey de burlas (...) Y, a golpes, hieren
su cabeza. Y le abofetean... y le escupen. (Santo Rosario, Coronación de
espinas) No estorbes la obra del Paráclito: únete a Cristo, para purificarte, y
siente, con Él, los insultos, y los salivazos, y los bofetones... y las
espinas, y el peso de la cruz... y los hierros rompiendo tu carne, y las ansias
de una muerte en desamparo...(Camino. n. 58)
"Cuando llegaron al lugar llamado Calvario,
le crucificaron allí, y a los dos malhechores, uno a su derecha y otro a su
izquierda. Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen..."
(Lc XXIII, 33).
Niño bobo. mira: todo
esto..., todo lo ha sufrido por ti... y por mí. ¿No lloras? (Santo Rosario,
Muerte de Jesús) Graba, Señor, tus llagas en mi corazón, para que me sirvan de
libro donde pueda leer tu dolor y tu amor. Tu dolor para soportar por ti toda
suerte de dolores. Tu amor para anteponer el tuyo a todos los demás amores (San
Agustín)
Textos de Juan Pablo II
para meditar
Necesidad de la oración
Si nos miramos
solamente a nosotros mismos, con nuestros límites y nuestros pecados, pronto
seremos presa de la tristeza y del desánimo. Pero si mantenemos nuestros ojos
vueltos al Señor, entonces nuestros corazones se llenarán de esperanza,
nuestras mentes serán iluminadas por la luz de la verdad, y llegaremos a
conocer la plenitud del Evangelio con todas sus promesas y su plenitud de vida.
Si verdaderamente deseáis seguir a Cristo, si queréis que vuestro amor a Él
crezca y dure, debéis ser asiduos en la oración. Ella es la llave de la
vitalidad de vuestro vivir en Cristo. Sin la oración, vuestra fe y vuestro amor
morirán. Si sois constantes en la oración cotidiana y en participación dominical
de la Misa, vuestro amor a Jesús crecerá. Y vuestro corazón conocerá la alegría
y la paz profundas, una alegría y una paz que el mundo no logrará daros jamás.
(Nueva Orleans. EE.UU.
12-IX-1987).
Ser joven: tener proyectos Durante los
años de la juventud se va configurando en cada uno la propia personalidad. El
futuro comienza ya a hacerse presente. Estos años son el tiempo más propicio
para un descubrimiento particularmente intenso del yo humano y de las
propiedades y capacidades que éste encierra. Es el periodo en que se ve la vida
como un proyecto prometedor a realizar, del cual cada uno es y quiere ser
protagonista. Es también el tiempo adecuado para discernir y tomar conciencia
con más radicalidad de que la vida no puede desarrollarse al margen de Dios y
de los demás. Es la hora de afrontar las grandes cuestiones, de la opción entre
el egoísmo y la generosidad. En una palabra: el joven se halla ante una ocasión
irrepetible de orientar toda su existencia al servicio de Dios y de los
hombres, contribuyendo así a la construcción de un mundo más cristiano y, por
consiguiente, más humano. Sentido de la vida Ante toda esta amplia perspectiva
que se ofrece a vuestros ojos, es lógico que se os planteen grandes cuestiones:
¿Cuál es el sentido de mi vida?, ¿hacia dónde debo orientarla?, ¿cuál es el
fundamento sobre el que tengo que construirla?, ¿con qué medios cuento? Son
éstas preguntas cruciales, densas de significado, que no pueden zanjarse con
una respuesta precipitada. Estos mismos interrogantes acuciaban probablemente a
aquel joven del Evangelio que se acercó a Jesús para preguntarle: "Maestro
¿qué he de hacer yo para conseguir la vida eterna?" (Mt XIX, 16). Igual que a vosotros, la vida se abría prometedora
ante los ojos de aquel muchacho y deseaba vivirla intensamente, de un modo
generoso. con decisiones definitivas. Quería alcanzar la vida eterna y buscaba
para ello un camino seguro. Era un buen israelita, que cumplía la ley desde
joven, pero percibía horizontes más amplios para su amor: por ello fue en busca
del Maestro, en busca de Jesús, el único que "tiene palabras de vida
eterna" (Jn VI, 88).
Buscar a Jesucristo
Queridos
jóvenes: Acercaos también vosotros al Maestro si queréis encontrar respuesta a
las anhelos de vuestro corazón. Buscad a Cristo. que siendo Maestro, modelo,
amigo y compañero, es el "Hijo de Dios hecho hombre", Dios con
nosotros, Dios vivo que, muerto en la cruz y resucitado, ha querido permanecer
a nuestro lado para brindarnos el calor de su amistad divina, perdonándonos,
llenándonos de su gracia y haciéndonos semejantes a El. Cristo es quien tiene
palabras de vida eterna porque El es la Vida misma. Buscadlo a través de la
oración, en el diálogo sincero y asiduo con El. Hacedle partícipe de los
interrogantes que os van planteando los problemas y proyectos propios de
vuestra juventud. Buscadle en su Palabra, en los santos Evangelios, y en la
vida litúrgica de la Iglesia. Acudid a los sacramentos. Abrid con confianza
vuestras aspiraciones más íntimas al amor de Cristo, que os espera en la
Eucaristía. Hallaréis respuesta a todas vuestras inquietudes y veréis con gozo
que la coherencia de vida que El os pide es la puerta para lograr la
realización de los más nobles deseos de vuestra alma joven. Comprometerse La fe
y el amor no se reducen a palabras o a sentimientos vagos. Creer en Dios y amar
a Dios significa vivir toda la vida con coherencia a la luz del Evangelio (...)
y esto no es fácil. ¡Sí! Muchas veces se necesita mucho coraje para ir contra
la corriente de la moda o la mentalidad de este mundo. Pero, lo repito, éste es
el único camino para edificar una vida bien acabada y plena. Sed generosos en
la entrega a vuestros hermanos; sed generosos en el sacrificio por los demás y
en el trabajo; sed generosos en el cumplimiento de vuestras obligaciones
familiares y cívicas; sed generosos en la construcción de la civilización del
amor. Y, sobre todo, si alguno de vosotros siente una llamada a seguirle más de
cerca (...) que sea generoso, que no tenga miedo, porque no hay nada que temer
cuando el premio que espera es Dios mismo. Y si a pesar de vuestro esfuerzo
personal por seguir a Cristo, alguna vez sois débiles no viviendo conforme a su
ley del amor y a sus mandamientos, ¡no os desaniméis! ¡Cristo os sigue
esperando! Él, Jesús, es el Buen Pastor que carga con la oveja perdida sobre
sus hombros y la cuida con cariño para que sane. Cristo es el amigo que nunca
defrauda. (Asunción. PARAGUAY. 18-V-1988).
La
llamada
Deseo
traer a vuestra memoria los encuentros del mismo Jesús con los jóvenes de su tiempo.
Los Evangelios nos conservan el interesante relato de la conversación que
mantuvo Jesús con un joven. Leemos que el joven propuso a Cristo uno de los
problemas fundamentales que la juventud se propone en todas partes "Qué
debo hacer...?" (Mc X, 17). recibiendo de El una respuesta precisa y
penetrante: "Jesús, poniendo en él los ojos, le amó y dijo: ven y
sígueme" (Mc X, 21 ). Pero mirad lo que ocurre: el joven, que habla
mostrado tanto interés por el problema fundamental, "se fue triste, porque
tenía mucha hacienda" (Mc X. 22). Por eso os digo a cada uno de vosotros:
escuchad la llamada de Cristo cuando sentís que os dice: "Sígueme".
Camina sobre mis pasos. ¡Ven a mi lado! ¡Permanece en mi amor! Es una opción
que se hace: la opción por Cristo y por su modelo de vida, por su mandamiento
de amor.
Generosidad
La
tristeza de este joven nos lleva a reflexionar. Podemos tener la tentación de
pensar que poseer muchas cosas. muchos bienes de este mundo, puede hacernos
felices. En cambio, vemos en el caso del joven del Evangelio que las muchas
riquezas se convirtieron en un obstáculo para aceptar la llamada de Jesús a
seguirlo. ¡No estaba dispuesto a decir sí a Jesús, y no a sí mismo, a decir sí
al amor, y no a la huida! El amor verdadero es exigente. No cumpliría mi misión
si no os lo hubiera dicho con toda claridad (...) El amor exige esfuerzo y
compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios. Significa disciplina y
sacrificio, pero significa también alegría y realización humana. Queridos
jóvenes, no tengáis miedo a un esfuerzo y a un trabajo honestos; no tengáis
miedo a la verdad. Con la ayuda de Cristo y a través de la oración, vosotros
podéis responder a su llamada, resistiendo a las tentaciones, a los entusiasmos
pasajeros y a toda forma de manipulación de masas. Abrid vuestros corazones a
este Cristo del Evangelio, a su amor. a su verdad, a su alegría. ¡No os vayáis
tristes! Entrega Como última palabra, a todos vosotros los que me escucháis
esta tarde querría deciros esto: el motivo de mi misión, de mi viaje por los
Estados Unidos, es deciros a vosotros, decir a cada uno jóvenes y ancianos-,
decir a cada uno en nombre de Cristo: "Ven y sígueme". ¡Seguid a
Cristo! Vosotros, esposos, haceos partícipes recíprocamente de vuestro amor y
de vuestras cargas, respetad la dignidad humana de vuestro cónyuge; aceptad con
alegría la vida que Dios os confía; haced estable y seguro vuestro matrimonio
por amor a vuestros hijos. ¡Seguid a Cristo! Vosotros solteros aún o que os
estáis preparando para el matrimonio, iSeguid a Cristo! Vosotros jóvenes o
viejos, ¡seguid a Cristo! Vosotros enfermos o ancianos, vosotros los que sufrís
o estáis afligidos; los que sentís la necesidad de cuidados, la necesidad de
amor, la necesidad de un amigo. ¡Seguid a Cristo! En nombre de Cristo extiendo
a todos vosotros la llamada, la invitación, la vocación: ¡Ven y sígueme! para
eso he venido a América, para llamaros a Cristo, para llamar a todos y a cada
uno de vosotros a vivir en su amor, hoy y siempre. (Boston. EE.UU. 1-X-1979).
¡No tengáis miedo a ser santos! Jóvenes
que me escucháis: dejadme repetiros lo que ya os dije en Santiago de
Compostela, en la Jornada Mundial de la Juventud: !No tengáis miedo a ser
santos! Seguid a Jesucristo, que es fuente de libertad y de vida. Abríos al
Señor para que El ilumine todos vuestros pasos. Que el sea vuestro tesoro más
querido; y si os llama a una intimidad mayor, no cerréis vuestro corazón. La
docilidad a su llamada no mermará en nada la plenitud de vuestra vida: al
contrario, la multiplicará, la ensanchará hasta abrazar con vuestro amor los
confines del mundo. ¡Dejaos amar y salvar por Cristo, dejaos iluminar por su
poderosa luz! Así seréis luz de vida y de esperanza en medio de esta sociedad.
(Madrid.
16-VI-1993).
Textos de Benedicto XVI
para meditar
Homilía
en la misa de clausura de las Jornadas de la Juventud. Colonia, 21.8.2005
Queridos jóvenes:
Ante la sagrada Hostia, en la cual Jesús se ha hecho pan
para nosotros, que interiormente sostiene y nutre nuestra vida (cf. Jn 6,35), hemos comenzado ayer tarde
el camino interior de la adoración. En la Eucaristía la adoración debe llegar a
ser unión. Con la Celebración eucarística nos encontramos en aquella «hora» de
Jesús, de la cual habla el Evangelio de Juan. Mediante la Eucaristía, esta «hora» suya se convierte en nuestra hora,
su presencia en medio de nosotros. Junto con los discípulos Él celebró la cena
pascual de Israel, el memorial de la acción liberadora de Dios que había guiado
a Israel de la esclavitud a la libertad. Jesús sigue los ritos de Israel.
Pronuncia sobre el pan la oración de alabanza y bendición. Sin embargo, sucede
algo nuevo. Él da gracias a Dios no solamente por las grandes obras del pasado;
le da gracias por la propia exaltación que se realizará mediante la Cruz y la
Resurrección, dirigiéndose a los discípulos también con palabras que contienen
el compendio de la Ley y de los Profetas: «Esto
es mi Cuerpo entregado en sacrificio por vosotros. Este cáliz es la Nueva
Alianza sellada con mi Sangre». Y así distribuye el pan y el cáliz, y, al
mismo tiempo, les encarga la tarea de volver a decir y hacer siempre en su
memoria aquello que estaba diciendo y haciendo en aquel momento.
¿Qué está sucediendo? ¿Cómo Jesús puede repartir su Cuerpo y
su Sangre? Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su Sangre, Él anticipa su
muerte, la acepta en lo más íntimo y la transforma en una acción de amor. Lo
que desde el exterior es violencia brutal, desde el interior se transforma en
un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es la transformación
sustancial que se realizó en el cenáculo y que estaba destinada a suscitar un
proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo
hasta que Dios sea todo en todos (cf. 1
Cor 15,28). Desde siempre todos los hombres esperan en su corazón, de algún
modo, un cambio, una transformación del mundo. Este es, ahora, el acto central
de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo: la violencia se
transforma en amor y, por tanto, la muerte en vida. Dado que este acto
convierte la muerte en amor, la muerte como tal está ya, desde su interior,
superada; en ella está ya presente la resurrección. La muerte ha quedado, por
así decir, profundamente herida, hasta el punto de que, de ahora en adelante,
no puede ser la última palabra. Ésta es, por usar una imagen muy conocida para
nosotros, la fisión nuclear acaecida en lo más íntimo del ser; la victoria del
amor sobre el odio, la victoria del amor sobre la muerte. Solamente esta íntima
explosión del bien que vence al mal puede suscitar después la cadena de
transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo. Todos los demás cambios
son superficiales y no salvan. Por esto hablamos de redención: lo que desde lo
más íntimo era necesario ha sucedido, y nosotros podemos entrar en este
dinamismo. Jesús puede distribuir su Cuerpo, porque se entrega realmente a sí
mismo.
Esta primera transformación fundamental de la violencia en amor, de la muerte
en vida lleva consigo las demás transformaciones. Pan y vino se convierten en
su Cuerpo y su Sangre. Llegados a este punto la transformación no puede
detenerse, antes bien, es aquí donde debe comenzar plenamente. El Cuerpo y la
Sangre de Cristo se nos dan para que a su vez nosotros mismos seamos transformados.
Nosotros mismos debemos llegar a ser Cuerpo de Cristo, sus consanguíneos. Todos
comemos el único pan, y esto significa que entre nosotros llegamos a ser una
sola cosa. La adoración, hemos dicho, llega a ser, de este modo, unión. Dios no
solamente está frente a nosotros, como el Totalmente otro. Está dentro de nosotros,
y nosotros estamos en Él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere
propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor sea
realmente la medida dominante del mundo. Yo percibo una alusión muy bella a
este nuevo paso que la Última Cena nos indica con la diferente acepción de la
palabra «adoración» en griego y en
latín. La palabra griega es proskynesis. Significa el gesto de sumisión,
el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos
seguir. Significa que la libertad no quiere decir gozar de la vida,
considerarse absolutamente autónomo, sino orientarse según la medida de la
verdad y del bien, para llegar a ser, de esta manera, nosotros mismos,
verdaderos y buenos. Este gesto es necesario, aun cuando nuestra ansia de
libertad se resiste, en un primer momento, a esta perspectiva. Hacerla
completamente nuestra será posible solamente en el segundo paso que nos
presenta la Última Cena. La palabra latina adoración es ad-oratio,
contacto boca a boca, beso, abrazo y, por tanto, en resumen, amor. La sumisión
se hace unión, porque aquel al cual nos sometemos es Amor. Así la sumisión
adquiere sentido, porque no nos impone cosas extrañas, sino que nos libera
desde lo más íntimo de nuestro ser.
Volvamos de nuevo a la Última Cena. La novedad que allí se verificó, estaba en
la nueva profundidad de la antigua oración de bendición de Israel, que ahora se
hacía palabra de transformación y nos concedía el poder participar en la hora
de Cristo. Jesús no nos ha encargado la tarea de repetir la Cena pascual que,
por otra parte, en cuanto aniversario, no es repetible a voluntad. Nos ha dado
la tarea de entrar en su «hora». Entramos en ella mediante la palabra del poder
sagrado de la consagración, una transformación que se realiza mediante la
oración de alabanza, que nos sitúa en continuidad con Israel y con toda la
historia de la salvación, y al mismo tiempo nos concede la novedad hacia la
cual aquella oración tendía por su íntima naturaleza. Esta oración, llamada por
la Iglesia «oración eucarística», hace presente la Eucaristía. Es palabra de
poder, que transforma los dones de la tierra de modo totalmente nuevo en la
donación de Dios mismo y que nos compromete en este proceso de transformación.
Por esto llamamos a este acontecimiento Eucaristía, que es la traducción de la
palabra hebrea beracha, agradecimiento, alabanza, bendición, y asimismo
transformación a partir del Señor: presencia de su «hora». La hora de Jesús es
la hora en la cual vence el amor. En otras palabras: es Dios quien ha vencido,
porque Él es Amor. La hora de Jesús quiere llegar a ser nuestra hora y lo será,
si nosotros, mediante la celebración de la Eucaristía, nos dejamos arrastrar
por aquel proceso de transformaciones que el Señor pretende. La Eucaristía debe
llegar a ser el centro de nuestra vida. No se trata de positivismo o ansia de
poder, cuando la Iglesia nos dice que la Eucaristía es parte del domingo. En la
mañana de Pascua, primero las mujeres y luego los discípulos tuvieron la gracia
de ver al Señor. Desde entonces supieron que el primer día de la semana, el
domingo, sería el día de Él, de Cristo. El día del inicio de la creación sería
el día de la renovación de la creación. Creación y redención caminan juntas.
Por esto es tan importante el domingo. Es bonito que hoy, en muchas culturas,
el domingo sea un día libre o, juntamente con el sábado, constituya el
denominado «fin de semana» libre. Pero este tiempo libre permanece vacío si en
él no está Dios. ¡Queridos amigos! A veces, en principio, puede resultar
incómodo tener que programar en el domingo también la Misa. Pero si os
empeñáis, constataréis más tarde que es exactamente esto lo que le da sentido
al tiempo libre. No os dejéis disuadir de participar en la Eucaristía dominical
y ayudad también a los demás a descubrirla. Ciertamente, para que de ella emane
la alegría que necesitamos, debemos aprender a comprenderla cada vez más
profundamente, debemos aprender a amarla. Comprometámonos a ello, ¡vale la
pena! Descubramos la íntima riqueza de la liturgia de la Iglesia y su verdadera
grandeza: no somos nosotros los que hacemos fiesta para nosotros, sino que es,
en cambio, el mismo Dios viviente el que prepara una fiesta para nosotros. Con
el amor a la Eucaristía redescubriréis también el sacramento de la
Reconciliación, en el cual la bondad misericordiosa de Dios permite siempre
iniciar de nuevo nuestra vida.
Quien ha descubierto a Cristo debe llevar a otros hacia Él. Una gran alegría no
se puede guardar para uno mismo. Es necesario transmitirla. En numerosas partes
del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo puede funcionar
del mismo modo sin Él. Pero al mismo tiempo existe también un sentimiento de
frustración, de insatisfacción de todo y de todos. Dan ganas de exclamar: ¡No es
posible que la vida sea así! Verdaderamente no. Y de este modo, junto a olvido
de Dios existe como un «boom» de lo religioso. No quiero desacreditar todo lo
que se sitúa en este contexto. Puede darse también la alegría sincera del
descubrimiento. Pero exagerando demasiado, la religión se convierte casi en un
producto de consumo. Se escoge aquello que place, y algunos saben también
sacarle provecho. Pero la religión buscada a la «medida de cada uno» a la
postre no nos ayuda. Es cómoda, pero en el momento de crisis nos abandona a
nuestra suerte. Ayudad a los hombres a descubrir la verdadera estrella que
indica el camino: ¡Jesucristo! Tratemos nosotros mismos de conocerlo siempre
mejor para poder guiar también, de modo convincente, a los demás hacia Él. Por
esto es tan importante el amor a la Sagrada Escritura y, en consecuencia,
conocer la fe de la Iglesia que nos muestra el sentido de la Escritura. Es el
Espíritu Santo el que guía a la Iglesia en su fe creciente y la ha hecho y hace
penetrar cada vez más en las profundidades de la verdad (cf. Jn 16,13). El Papa
Juan Pablo II nos ha dejado una obra maravillosa, en la cual la fe secular se explica
sintéticamente: el «Catecismo de la Iglesia Católica». Yo mismo, recientemente,
he podido presentar el «Compendio» de tal Catecismo, que ha sido elaborado a
petición del difunto Papa. Son dos libros fundamentales que querría
recomendaros a todos vosotros.
Obviamente, los libros por sí solos no bastan. ¡Construid comunidades basadas
en la fe! En los últimos decenios han nacido movimientos y comunidades en los
cuales la fuerza del Evangelio se deja sentir con vivacidad. Buscad la comunión
en la fe como compañeros de camino que juntos van siguiendo el itinerario de la
gran peregrinación que primero nos señalaron los Magos de Oriente. La
espontaneidad de las nuevas comunidades es importante, pero es asimismo
importante conservar la comunión con el Papa y con los Obispos. Son ellos los
que garantizan que no se están buscando senderos particulares, sino que a su
vez se está viviendo en aquella gran familia de Dios que el Señor ha fundado
con los doce Apóstoles.
Aún, una vez más, debo volver a la Eucaristía. «Porque aún siendo muchos, un
solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan» dice
san Pablo (1 Cor 10,17). Con esto quiere decir: puesto que recibimos al mismo
Señor y Él nos acoge y nos atrae hacia sí, seamos también una sola cosa entre
nosotros. Esto debe manifestarse en la vida. Debe mostrase en la capacidad de
perdón. Debe manifestarse en la sensibilidad hacia las necesidades de los
demás. Debe manifestarse en la disponibilidad para compartir. Debe manifestarse
en el compromiso con el prójimo, tanto con el cercano como con el externamente
lejano, que, sin embargo, nos mira siempre de cerca. Existen hoy formas de
voluntariado, modelos de servicio mutuo, de los cuales justamente nuestra
sociedad tiene necesidad urgente. No debemos, por ejemplo, abandonar a los
ancianos en su soledad, no debemos pasar de largo ante los que sufren. Si
pensamos y vivimos en virtud de la comunión con Cristo, entonces se nos abren
los ojos. Entonces no nos adaptaremos más a seguir viviendo preocupados
solamente por nosotros mismos, sino que veremos donde y como somos necesarios.
Viviendo y actuando así nos daremos cuenta bien pronto que es mucho más bello
ser útiles y estar a disposición de los demás que preocuparse solo de las
comodidades que se nos ofrecen. Yo sé que vosotros como jóvenes aspiráis a
cosas grandes, que queréis comprometeros por un mundo mejor. Demostrádselo a
los hombres, demostrádselo al mundo, que espera exactamente este testimonio de
los discípulos de Jesucristo y que, sobre todo mediante vuestro amor, podrá
descubrir la estrella que como creyentes seguimos.
¡Caminemos con Cristo y vivamos nuestra vida como verdaderos
adoradores de Dios! Amén.
Homilía
en la vigilia con los jóvenes. Colonia, sábado, 20
agosto 2005
Queridos jóvenes:
En nuestra peregrinación con los misteriosos Magos de
Oriente hemos llegado al momento que san Mateo describe así en su Evangelio:
«Entraron en la casa (sobre la que se había parado la estrella), vieron al niño
con María, y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2,11). El camino exterior de
aquellos hombres terminó. Llegaron a la meta. Pero en este punto comienza un
nuevo camino para ellos, una peregrinación interior que cambia toda su vida. Porque
seguramente se habían imaginado a este Rey recién nacido de modo diferente. Se
habían detenido precisamente en Jerusalén para obtener del Rey local
información sobre el Rey prometido que había nacido. Sabían que el mundo estaba
desordenado y por eso estaban inquietos. Estaban convencidos de que Dios
existía, y que era un Dios justo y bondadoso. Tal vez habían oído hablar
también de las grandes profecías en las que los profetas de Israel habían
anunciado un Rey que estaría en íntima armonía con Dios y que, en su nombre y
de parte suya, restablecería el orden en el mundo. Se habían puesto en camino
para encontrar a este Rey; en lo más hondo de su ser buscaban el derecho, la
justicia que debía venir de Dios, y querían servir a ese Rey, postrarse a sus
pies, y así servir también ellos a la renovación del mundo. Eran de esas
personas que «tienen hambre y sed de justicia» (Mt 5, 6). Un hambre y sed que
les llevó a emprender el camino; se hicieron peregrinos para alcanzar la
justicia que esperaban de Dios y para ponerse a su servicio.
Aunque otros se quedaran en casa y les consideraban utópicos y soñadores, en
realidad eran seres con los pies en tierra, y sabían que para cambiar el mundo
hace falta disponer de poder. Por eso, no podían buscar al niño de la promesa
si no en el palacio del Rey. No obstante, ahora se postran ante una criatura de
gente pobre, y pronto se enterarán de que Herodes – el Rey al que habían acudido
– le acechaba con su poder, de modo que a la familia no le quedaba otra opción
que la fuga y el exilio. El nuevo Rey era muy diferente de lo que se esperaban.
Debían, pues, aprender que Dios es diverso de cómo acostumbramos a imaginarlo.
Aquí comenzó su camino interior. Comenzó en el mismo momento en que se postraron
ante este Niño y lo reconocieron como el Rey prometido. Pero debían aún
interiorizar estos gozosos gestos.
Debían cambiar su idea sobre el poder, sobre Dios y sobre el hombre y, con ello
cambiar también ellos mismos. Ahora habían visto: el poder de Dios es diferente
al poder de los grandes del mundo. Su modo de actuar es distinto de como lo
imaginamos, y de como quisiéramos imponerle también a Él. En este mundo, Dios
no le hace competencia a las formas terrenales del poder. No contrapone sus
ejércitos a otros ejércitos. Cuando Jesús estaba en el Huerto de los olivos,
Dios no le envía doce legiones de ángeles para ayudarlo (cf. Mt 26,53). Al
poder estridente y pomposo de este mundo, Él contrapone el poder inerme del
amor, que en la Cruz – y después siempre en la historia – sucumbe y, sin
embargo, constituye la nueva realidad divina, que se opone a la injusticia e
instaura el Reino de Dios. Dios es diverso; ahora se dan cuenta de ello. Y eso
significa que ahora ellos mismos tienen que ser diferentes, han de aprender el
estilo de Dios.
Habían venido para ponerse al servicio de este Rey, para modelar su majestad
sobre la suya. Éste era el sentido de su gesto de acatamiento, de su adoración.
Una adoración que comprendía también sus presentes – oro, incienso y mirra –,
dones que se hacían a un Rey considerado divino. La adoración tiene un
contenido y comporta también una donación. Los personajes que venían de
Oriente, con el gesto de adoración, querían reconocer a este niño como su Rey y
poner a su servicio el propio poder y las propias posibilidades, siguiendo un
camino justo. Sirviéndole y siguiéndole, querían servir junto a Él la causa de
la justicia y del bien en el mundo. En esto, tenían razón. Pero ahora aprenden que
esto no se puede hacer simplemente a través de órdenes impartidas desde lo alto
de un trono. Aprenden que deben entregarse a sí mismos: un don menor que éste
es poco para este Rey. Aprenden que su vida debe acomodarse a este modo divino
de ejercer el poder, a este modo de ser de Dios mismo. Han de convertirse en
hombres de la verdad, del derecho, de la bondad, del perdón, de la
misericordia. Ya no se preguntarán: ¿Para qué me sirve esto? Se preguntarán más
bien: ¿Cómo puedo servir a que Dios esté presente en el mundo? Tienen que
aprender a perderse a sí mismos y, precisamente así, a encontrarse a sí mismos.
Saliendo de Jerusalén, han de permanecer tras las huellas del verdadero Rey, en
el seguimiento de Jesús.
Queridos amigos, podemos preguntarnos lo que todo esto significa para nosotros.
Pues lo que acabamos de decir sobre la naturaleza diversa de Dios, que ha de
orientar nuestras vidas, suena bien, pero queda algo vago y difuminado. Por eso
Dios nos ha dado ejemplos. Los Magos que vienen de oriente son sólo los
primeros de una larga lista de hombres y mujeres que en su vida han buscado
constantemente con los ojos la estrella de Dios, que han buscado al Dios que
está cerca de nosotros, seres humanos, y que nos indica el camino. Es la
muchedumbre de los santos – conocidos o desconocidos – mediante los cuales el
Señor nos ha abierto a lo largo de la historia el Evangelio, hojeando sus
páginas; y lo está haciendo todavía. En sus vidas se revela la riqueza del
Evangelio como en un gran libro ilustrado. Son la estela luminosa que Dios ha dejando
en el transcurso de la historia, y sigue dejando aún. Mi venerado predecesor,
el Papa Juan Pablo II, ha beatificado y canonizado a un gran número de
personas, tanto de tiempos recientes como lejanos. En estas figuras ha querido
demostrarnos cómo se consigue ser cristianos; cómo se logra llevar una vida del
modo justo: a vivir a la manera de Dios. Los beatos y los santos han sido personas
que no han buscado obstinadamente la propia felicidad, sino que han querido
simplemente entregarse, porque han sido alcanzados por la luz de Cristo. De
este modo, ellos nos indican la vía para ser felices y nos muestran cómo se
consigue ser personas verdaderamente humanas. En las vicisitudes de la
historia, han sido los verdaderos reformadores que tantas veces han remontado a
la humanidad de los valles oscuros en los cuales está siempre en peligro de
precipitar; la han iluminado siempre de nuevo lo suficiente para dar la
posibilidad de aceptar – tal vez en el dolor – la palabra de Dios al terminar
del obra del creación: «Y era muy bueno». Basta pensar en figuras como san
Benito, san Francisco de Asís, santa Teresa de Ávila, san Ignacio de Loyola,
san Carlos Borromeo, a los fundadores de las órdenes religiosas del siglo
XVIII, que han animado y orientado el movimiento social, o a los santos de
nuestro tiempo: Maximiliano Kolbe, Edith Stein, Madre Teresa, Padre Pío.
Contemplando estas figuras comprendemos lo que significa «adorar» y lo que
quiere decir vivir a medida del niño de Belén, a medida de Jesucristo y de Dios
mismo.
Los santos, hemos dicho, son los verdaderos reformadores.
Ahora quisiera expresarlo de manera más radical aún: sólo de los santos, sólo
de Dios, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo. En el
siglo pasado hemos vivido revoluciones cuyo programa común fue no esperar nada
de Dios, sino tomar totalmente en las propias manos la causa del mundo para
transformar sus condiciones. Y hemos visto que, de este modo, un punto de vista
humano y parcial se tomó como criterio absoluto de orientación. La
absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo.
No libera al hombre, sino que le priva de su dignidad y lo esclaviza. No son
las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios
viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de
lo que es realmente bueno y auténtico. La revolución verdadera consiste
únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo
tiempo, es el amor eterno. Y, ¿qué puede salvarnos, si no es el amor?
Queridos amigos, permitidme que añada sólo dos breves ideas. Muchos hablan de
Dios; en el nombre de Dios se predica también el odio y se practica la
violencia. Por tanto, es importante descubrir el verdadero rostro de Dios. Los
Magos de Oriente lo encontraron cuando se postraron ante el niño de
Belén.«Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre», dijo Jesús a Felipe (Jn
14,9). En Jesucristo, que por nosotros permitió que su corazón fuera traspasado,
en Él se ha manifestado el verdadero rostro de Dios. Lo seguiremos junto con la
muchedumbre de los que nos han precedido. Entonces iremos por el camino justo.
Esto significa que no nos construimos un Dios privado, un Jesús privado, sino
que creemos y nos postramos ante el Jesús que nos muestran las Sagradas
Escrituras, y que en la gran comunidad de fieles llamada Iglesia se manifiesta
viviente, siempre con nosotros y al mismo tiempo siempre ante de nosotros. Se
puede criticar mucho a la Iglesia. Lo sabemos, y el Señor mismo nos lo ha
dicho: es una red con peces buenos y malos, un campo con trigo y cizaña. El
Papa Juan Pablo II, que nos ha mostrado el verdadero rostro de la Iglesia en
los numerosos santos que ha proclamado, también ha pedido perdón por el mal
causado en el transcurso de la historia por las palabras o los actos de hombres
de la Iglesia. De este modo, también a nosotros nos ha hecho ver nuestra
verdadera imagen, y nos ha exhortado a entrar, con todos nuestros defectos y
debilidades, en la muchedumbre de los santos que comenzó a formarse con los
Magos de Oriente. En el fondo, consuela que exista la cizaña en la Iglesia.
Así, no obstante todos nuestros defectos, podemos esperar estar aún entre los
que siguen a Jesús, que ha llamado precisamente a los pecadores. La Iglesia es
como una familia humana, pero es también al mismo tiempo la gran familia de
Dios, mediante la cual Él establece un espacio de comunión y unidad en todos
los continentes, culturas y naciones. Por eso nos alegramos de pertenecer a
esta gran familia; de tener hermanos y amigos en todo el mundo. Justo aquí, en
Colonia, experimentamos lo hermoso que es pertenecer a una familia tan grande
como el mundo, que comprende el cielo y la tierra, el pasado, el presente y el
futuro de todas las partes de la tierra. En esta gran comitiva de peregrinos,
caminamos junto con Cristo, caminamos con la estrella que ilumina la historia.
«Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas
lo adoraron» (Mt 2,11). Queridos amigos, ésta no es una historia lejana, de
hace mucho tiempo. Es una presencia. Aquí, en la Hostia consagrada, Él está
ante nosotros y entre nosotros. Como entonces, se oculta misteriosamente en un
santo silencio y, como entonces, desvela precisamente así el verdadero rostro
de Dios. Por nosotros se ha hecho grano de trigo que cae en tierra y muere y da
fruto hasta el fin del mundo (cf. Jn 12,24). Él está presente, como entonces en
Belén. Y nos invita a esa peregrinación interior que se llama adoración. Pongámonos
ahora en camino para esta peregrinación del espíritu, y pidámosle a Él que nos
guíe. Amén.
Contemplación
de los misterios
del Santo Rosario
Misterios Gozosos
La
Anunciación
No olvides, amigo mío, que somos niños. La Señora del dulce
nombre, María, está recogida en oración. Tú eres, en aquella casa, lo que
quieras ser: un amigo, un criado, un curioso, un vecino... -Yo ahora no me
atrevo a ser nada. Me escondo detrás de ti y, pasmado, contemplo la escena: El
Arcángel dice su embajada... ¿Quomodo fiet
istud, quoniam virum non cognosco? -¿De qué modo se hará esto si no conozco
varón? (Luc., I, 34.) La voz de nuestra Madre agolpa en mi memoria, por
contraste, todas las impurezas de los hombres..., las mías también. Y ¡cómo
odio entonces esas bajas miserias de la tierra!... ¡Qué propósitos! Fiat mihi secundum verbum tuum. -Hágase
en mí según tu palabra. (Luc., I, 38.) Al encanto de estas palabras virginales,
el Verbo se hizo carne. Va a terminar la primera decena... Aún tengo tiempo de
decir a mi Dios, antes que mortal alguno: Jesús, te amo.
La
Visitación de Nuestra Señora
Ahora, niño amigo, ya habrás aprendido a manejarte. -
Acompaña con gozo a José y a Santa María... y escucharás tradiciones de la Casa
de David: Oirás hablar de Isabel y de Zacarías, te enternecerás ante el amor
purísimo de José, y latirá fuertemente tu corazón cada vez que nombren al Niño
que nacerá en Belén... Caminamos apresuradamente hacia las montañas, hasta un
pueblo de la tribu de Judá. (Luc., I, 39.) Llegamos. -Es la casa donde va a
nacer Juan, el Bautista. - Isabel aclama, agradecida, a la Madre de su
Redentor: -Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu
vientre! -¿De dónde a mí tanto bien, que venga la Madre de mi Señor a
visitarme? (Luc., I, 42 y 43.) El Bautista nonnato se estremece... (Luc., I,
41.) -La humildad de María se vierte en el Magníficat... -Y tú y yo, que somos
-que éramos- unos soberbios, prometemos que seremos humildes.
El
nacimiento de Jesús
Se ha promulgado un edicto de César Augusto, y manda empadronar
a todo el mundo. Cada cual ha de ir, para esto, al pueblo de donde arranca su
estirpe. -Como es José de la casa y familia de David, va con la Virgen María
desde Nazaret a la ciudad llamada Belén, en Judea. (Luc., II, 1-5.) Y en Belén
nace nuestro Dios: ¡Jesucristo! -No hay lugar en la posada: en un establo. -Y
su Madre le envuelve en pañales y le recuesta en el pesebre. (Luc., II, 7.)
Frío. -Pobreza. -Soy un esclavito de José. -¡Qué bueno es José! -Me trata como
un padre a su hijo. -¡Hasta me perdona, si cojo en mis brazos al Niño y me
quedo, horas y horas, diciéndole cosas dulces y encendidas!... Y le beso
-bésale tú-, y le bailo, y le canto, y le llamo Rey, Amor, mi Dios, mi Único,
mi Todo!... ¡Qué hermoso es el Niño... y qué corta la decena!
Purificación
de la Virgen
Cumplido el tiempo de la purificación de la Madre, según la
Ley de Moisés, es preciso ir con el Niño a Jerusalén para presentarle al Señor.
(Luc., II, 22.) Y esta vez serás tú, amigo mío, quien lleve la jaula de las
tórtolas. -¿Te fijas? Ella -¡la Inmaculada!- se somete a la Ley como si
estuviera inmunda. ¿Aprenderás con este ejemplo, niño tonto, a cumplir, a pesar
de todos los sacrificios personales, la Santa Ley de Dios? ¡Purificarse! ¡Tú y
yo sí que necesitamos purificación! - Expiar, y, por encima de la expiación, el
Amor. -Un amor que sea cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y fuego,
que encienda con llamas divinas la miseria de nuestro corazón. Un hombre justo
y temeroso de Dios, que movido por el Espíritu Santo ha venido al templo -le
había sido revelado que no moriría antes de ver al Cristo-, toma en sus brazos
al Mesías y le dice: Ahora, Señor, ahora sí que sacas en paz de este mundo a tu
siervo, según tu promesa... porque mis ojos han visto al Salvador. (Luc., II,
25-30.)
El
Niño Perdido
¿Dónde está Jesús? -Señora: ¡el Niño!... ¿dónde está? Llora
María. -Por demás hemos corrido tú y yo de grupo en grupo, de caravana en
caravana: no le han visto. -José, tras hacer inútiles esfuerzos por no llorar,
llora también... Y tú... Y yo. Yo, como soy un criadito basto, lloro a moco
tendido y clamo al cielo y a la tierra..., por cuando le perdí por mi culpa y
no clamé. Jesús: que nunca más te pierda... Y entonces la desgracia y el dolor
nos unen, como nos unió el pecado, y salen de todo nuestro ser gemidos de
profunda contrición y frases ardientes, que la pluma no puede, no debe estampar.
Y, al consolarnos con el gozo de encontrar a Jesús -¡tres días de ausencia!-
disputando con los Maestros de Israel (Luc., II, 46), quedará muy grabada en tu
alma y en la mía la obligación de dejar a los de nuestra casa por servir al
Padre Celestial.
Misterios Dolorosos
Oración
en el huerto
Orad, para que no
entréis en la tentación. -Y se durmió Pedro. -Y los demás apóstoles. -Y te
dormiste tú, niño amigo..., y yo fui también otro Pedro dormilón. Jesús, solo y
triste, sufría y empapaba la tierra con su sangre. De rodillas sobre el duro
suelo, persevera en oración... Llora por
ti... y por mí: le aplasta el peso de
los pecados de los hombres. Pater, si
vis, transfer calicem istum a me. -Padre, si quieres, haz que pase este
cáliz de mí... Pero no se haga mi voluntad, sed
tua fiat, sino la tuya. (Luc., XXII, 42.) Un Angel del cielo le conforta.
-Está Jesús en la agonía. - Continúa prolixius, más intensamente orando... -Se
acerca a nosotros, que dormimos: levantaos, orad -nos
repite-, para que no caigáis en la tentación. (Luc., XXII, 46.) Judas el
traidor: un beso. -La espada de Pedro brilla en la noche. -Jesús habla: ¿como a
un ladrón venís a buscarme? (Marc., XIV, 48.) Somos cobardes: le seguimos de
lejos, pero despiertos y orando. -Oración... Oración...
Flagelación
del Señor
Habla Pilatos:
Vosotros tenéis costumbre de que os suelte a uno por Pascua. ¿A quién dejamos
libre, a Barrabás -ladrón, preso con otros por un homicidio- o a Jesús? (Math.,
XXVII,17.) -Haz morir a éste y suelta a Barrabás, clama el pueblo incitado por
sus príncipes. (Luc., XXIII, 18.) Habla Pilatos de nuevo: Entonces ¿qué haré de
Jesús que se llama el Cristo? (Math., XXVII, 22.) -Crucifige eum!
-¡Crucifícale! (Marc., XV, 14.) Pilatos, por tercera vez, les dice: Pues ¿qué
mal ha hecho? Yo no hallo en él causa alguna de muerte. (Luc., XXIII, 22.)
Aumentaba el clamor de la muchedumbre: ¡crucifícale, crucifícale! (Marc., XV,
14.) Y Pilatos, deseando contentar al pueblo, les suelta a Barrabás y ordena
que azoten a Jesús. Atado a la columna. Lleno de llagas. Suena el golpear de
las correas sobre su carne rota, sobre su carne sin mancilla, que padece por tu
carne pecadora. -Más golpes. Más saña. Más aún... Es el colmo de la humana
crueldad. Al cabo, rendidos, desatan a Jesús. -Y el cuerpo de Cristo se rinde
también al dolor y cae, como un gusano, tronchado y medio muerto. Tú y yo no
podemos hablar. -No hacen falta palabras. - Míralo, míralo... despacio.
Después... ¿serás capaz de tener miedo a la expiación?
Coronación
de
Espinas
¡Satisfecha queda
el ansia de sufrir de nuestro Rey! - Llevan a mi Señor al patio del pretorio, y
allí convocan a toda la cohorte. (Marc., XV, 16) -Los soldadotes brutales han
desnudado sus carnes purísimas. -Con un trapo de púrpura, viejo y sucio, cubren
a Jesús. -Una caña, por cetro, en su mano derecha... La corona de espinas,
hincada a martillazos, le hace Rey de burlas... Ave Rex judeorum! -Dios te
salve, Rey de los judíos. (Marc., XV, 18.) Y, a golpes, hieren su cabeza. Y le
abofetean... y le escupen. Coronado de espinas y vestido con andrajos de púrpura, Jesús es mostrado al pueblo judío:
Ecce homo! -Ved aquí al hombre. Y de nuevo los pontífices y sus ministros
alzaron el grito diciendo: ¡crucifícale, crucifícale! (Joann., XVIII, 5 y 6.)
-Tú y yo, ¿no le habremos vuelto a coronar de espinas, y a abofetear, y a
escupir? Ya no más, Jesús, y no más... Y un propósito firme y concreto pone fin
a estas diez Avemarías.
La
Cruz a cuestas
Con su Cruz a
cuestas marcha hacia el Calvario, lugar que en hebreo se llama Gólgota.
(Joann., XIX, 17.) -Y echan mano de un tal Simón, natural de Cirene, que viene
de una granja, y le cargan la Cruz para que la lleve en pos de Jesús. (Luc.,
XXIII, 26.) Se ha cumplido aquello de Isaías (LIII, 12): cum sceleratis reputatus est, fue contado entre los malhechores:
porque llevaron para hacerlos morir con El a otros dos, que eran ladrones.
(Luc., XXIII, 32.) Si alguno quiere venir tras de mí... Niño amigo: estamos
tristes, viviendo la Pasión de Nuestro Señor Jesús. -Mira con
qué amor se abraza a la Cruz. -Aprende de El. -Jesús lleva Cruz por ti: tú,
llévala por Jesús. Pero no lleves la Cruz arrastrando... Llévala a plomo, porque
tu Cruz, así llevada, no será una Cruz cualquiera: será... la Santa Cruz. No te
resignes con la Cruz. Resignación es palabra poco generosa. Quiere la Cruz.
Cuando de verdad la quieras, tu Cruz será... una Cruz, sin Cruz. Y de seguro,
como El, encontrarás a María en el camino.
Muerte
de Jesús
Jesús Nazareno,
Rey de los judíos, tiene dispuesto el trono triunfador. Tú y yo no lo vemos
retorcerse, al ser enclavado: sufriendo cuanto se pueda sufrir, extiende sus
brazos con gesto de Sacerdote Eterno. Los soldados toman las santas vestiduras
y hacen cuatro partes. -Por no dividir la túnica, la sortean para ver de quién
será. -Y así, una vez más, se cumple la Escritura que dice: Partieron entre sí
mis vestidos, y sobre ellos echaron suertes. (Joann., XIX, 23 y 24.) Ya está en
lo alto... -Y, junto a su Hijo, al pie de la Cruz, Santa María... y María,
mujer de Cleofás, y María Magdalena. Y Juan, el discípulo que El amaba. Ecce
mater tua! -¡Ahí tienes a tu madre!: nos da a su Madre por Madre nuestra. Le
ofrecen antes vino mezclado con hiel, y habiéndolo gustado, no lo tomó. (Math.,
XXVII, 34.) Ahora tiene sed... de amor, de almas. Consummatum est. -Todo está consumado. (Joann., XIX, 30.) Niño
bobo, mira: todo esto..., todo lo ha sufrido por ti... y por mí. -¿No lloras?
Misterios Gloriosos
Resurrección
del Señor
Al caer la tarde
del sábado, María Magdalena y María, madre de Santiago, y Salomé compraron
aromas para ir a embalsamar el cuerpo muerto de Jesús. -Muy de mañana, al otro
día, llegan al sepulcro, salido ya el sol. (Marc., XVI, 1 y 2.) Y entrando, se
quedan consternadas porque no hallan el cuerpo del Señor. -Un mancebo, cubierto
de vestidura blanca, les dice: No temáis: sé que buscáis a Jesús Nazareno: non est hic, surrexit enim sicut dixit,
-no esta aquí, porque ha resucitado, según predijo. (Math., XXVIII, 5.) ¡Ha
resucitado! -Jesús ha resucitado. No está en el sepulcro. -La Vida pudo más que
la muerte. Se apareció a su Madre Santísima. -Se apareció a María de Magdala,
que está loca de amor. -Y a Pedro y a los demás Apóstoles. -Y a ti y a mí, que
somos sus discípulos y más locos que la Magdalena: ¡qué cosas le hemos dicho!
Que nunca muramos por el pecado; que sea eterna nuestra resurrección espiritual.
-Y, antes de terminar la decena, has besado tú las llagas de sus pies..., y yo
más atrevido -por más niño- he puesto mis labios sobre su costado abierto.
La
Ascensión del Señor
Adoctrina ahora el Maestro a sus
discípulos: les ha abierto la inteligencia, para que entiendan las Escrituras y
les toma por testigos de su vida y de sus milagros, de su pasión y muerte, y de
la gloria de su resurrección. (Luc., XXIV, 45 y 48.) Después los lleva camino
de Betania, levanta las manos y los bendice. -Y, mientras, se va separando de
ellos y se eleva al cielo (Luc., XXIV, 50), hasta que le ocultó una nube.
(Act., I, 9.) Se fue Jesús con el Padre. -Dos Angeles de blancas vestiduras se
aproximan a nosotros y nos dicen: Varones de Galilea, ¿qué hacéis mirando al
cielo? (Act., I, 11.) Pedro y los demás vuelven a Jerusalén -cum gaudio magno- con gran alegría.
(Luc., XXIV, 52.) -Es justo que la Santa Humanidad de Cristo reciba el
homenaje, la aclamación y adoración de todas las jerarquías de los Ángeles y de
todas las legiones de los bienaventurados de la Gloria. Pero, tú y yo sentimos
la orfandad: estamos tristes, y vamos a consolarnos con María.
Pentecostés
Había dicho el
Señor: Yo rogaré al Padre, y os dará otro Paráclito, otro Consolador, para que
permanezca con vosotros eternamente. (Joann., XIV, 16.) -Reunidos los
discípulos todos juntos en un mismo lugar, de repente sobrevino del cielo un
ruido como de viento impetuoso que invadió toda la casa donde se encontraban.
-Al mismo tiempo, unas lenguas de fuego se repartieron y se asentaron sobre
cada uno de ellos. (Act., II, 1- 3.) Llenos del Espíritu Santo, como borrachos,
estaban los Apóstoles. (Act., II, 13.) Y Pedro, a quien rodeaban los otros
once, levantó la voz y habló. -Le oímos gente de cien países. -Cada uno le
escucha en su lengua. -Tú y yo en la nuestra. -Nos habla de Cristo Jesús y del
Espíritu Santo y del Padre. No le apedrean, ni le meten en la cárcel: se
convierten y son bautizados tres mil, de los que oyeron. Tú y yo, después de
ayudar a los Apóstoles en la administración de los bautismos, bendecimos a Dios
Padre, por su Hijo Jesús, y nos sentimos también borrachos del Espíritu Santo.
Asunción
de la Virgen
Assumpta est María in coelum: gaudent angeli! -María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los
cielos: ¡y los Ángeles se alegran! Así canta la Iglesia. -Y así, con ese clamor
de regocijo, comenzamos la contemplación en esta decena del Santo Rosario: Se
ha dormido la Madre de Dios. -Están alrededor de su lecho los doce Apóstoles.
-Matías sustituyó a Judas. Y nosotros, por gracia que todos respetan, estamos a
su lado también. Pero Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y alma, en la
Gloria. -Y la Corte celestial despliega todo su aparato, para agasajar a la
Señora. -Tú y yo -niños, al fin- tomamos la cola del espléndido manto azul de
la Virgen, y así podemos contemplar aquella maravilla. La Trinidad beatísima
recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios... -Y es tanta la
majestad de la Señora, que hace preguntar a los Ángeles: ¿Quién es ésta?
Coronación
de la Virgen
Eres toda hermosa, y no hay en ti mancha. -Huerto cerrado
eres, hermana mía, Esposa, huerto cerrado, fuente sellada. -Veni: coronaberis. -Ven: serás coronada.
(Cant., IV, 7, 12 y 8.) Si tú y yo hubiéramos tenido poder, la hubiéramos hecho
también Reina y Señora de todo lo creado. Una gran señal apareció en el cielo:
una mujer con corona de doce estrellas sobre su cabeza. -Vestido de sol. -La
luna a sus pies. (Apoc., XII, 1.) María, Virgen sin mancilla, reparó la caída de
Eva: y ha pisado, con su planta inmaculada, la cabeza del dragón infernal. Hija
de Dios, Madre de Dios, Esposa de Dios. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo la
coronan como Emperatriz que es del Universo. Y le rinden pleitesía de vasallos
los Ángeles..., y los patriarcas y los profetas y los Apóstoles..., y los
mártires y los confesores y las vírgenes y todos los santos..., y todos los
pecadores y tú y yo.
Santa Misa
Textos de "La
Misa antes, durante y después" de José Pedro Manglano.
ANTES
Oración preparando la Santa Misa.
Dios mío, tú has creado este
maravilloso mundo que disfrutamos: tierra y mar, cielo y firmamento, animales
con todas sus especies... Todo lo bueno que tengo, empezando por la vida, lo he
recibido de ti. Gracias: quiero agradecértelo. A la vez, Señor, cuando miro el
comportamiento de los hombres -empezando por el mío- observo que hay maldad en
nuestros corazones: te devolvemos mal por bien, estropeamos lo bueno que tú nos
das. Siento, Dios mío, el dolor que te causamos. Perdónanos: quiero pedirte
perdón. ¿Qué quieres que haga por ti, Señor? Por mi parte, te dedico y ofrezco
todo lo que tengo y todo lo que soy. Y también todo lo bueno de todos los
hombres de todos los tiempos. Y... sobre todo... la vida del primero de los
hombres, Jesús, tu Hijo primogénito. El es el Cordero de Dios, que con el
sacrificio de su vida, quita y borra el pecado del mundo. Por eso estoy aquí en
Misa: para ofrecerte hoy, en nombre de todos tus hijos, el único sacrificio de
Jesucristo, y con él, ofrecerte el sacrificio de todo lo que tengo, hago y soy.
Gracias, y recibe con gusto esta Misa que es de Cristo y mía: te ofrecemos los
dos nuestras vidas. Quiero vivirla con verdadero amor, agradecimiento,
adoración y dolor. Madre mía, tú que estuviste en la primera Misa, enséñame a
vivirla con tus mismos sentimientos. Amén.
Explicación de la Santa Misa.
De
vez en cuando te vendrá bien repasar esta explicación, para recordar el sentido
de la Misa, y vivirla con la actitud correcta.
1. Un hombre pobre y
sin trabajo, recogiendo limosnas que a duras penas le dan para malcomer, va por
la calle. Se cruza con una persona rica a la que, no sabe porqué, le cae bien.
Y ese hombre le da de todo: traje, comida, coche, trabajo, un sueldo, e incluso
su casa para compartirla. El pobre no hacía más que decir: ¡gracias, no sé qué
hacer para agradecérselo!
2. Así se ha encontrado
el hombre delante de Dios desde el principio de la creación: un Dios le había
dado todo lo que tenía, empezando por la vida y el aire que respiraba y todo lo
creado: todo puesto a su disposición. Por eso, desde las primeras
civilizaciones, el hombre muestra una intuición, como una especie de instinto,
que le llevaba a agradecer a Dios todo lo recibido: ¡gracias, no sé qué hacer
para agradecértelo!
3. ¿Cómo dar gracias?
Decir gracias no bastaba. Las palabras solas no son suficientes. Hacía falta
hacer algo para esta divinidad; hacer algo, obras que respaldasen esas
palabras: gracias, y para que veas que es verdad que estoy agradecido hago
esto.
4. ¿Qué hacer? De vez
en cuando escogían algo entre todo lo que Dios les había dado, y se lo
devolvían, se lo ofrecían, se lo dedicaban; como diciendo: te dedico y ofrezco
esto para decirte que reconozco que todo es tuyo.
5. Y ¿qué escoger para
dar a Dios? Cuanto más valioso fuese, mejor; porque si de Dios recibían todo,
era importante que estuviese contento con ellos. A veces tomaban parte de la
cosecha y la quemaban. O tomaban algún animal y lo mataban. (En alguna civilización
ofrecían incluso la vida de algún ser humano, pero lo más frecuentes era
ofrecer la vida de algún animal). Pero siempre algo de valor.
6. ¿Y por qué la
quemaban, o lo mataban? Para privarse de aquello: privándose de ese bien
quedaba dedicado exclusivamente a Dios. Al ofrecérselas a Dios las hacían
sagradas (sagrado quiere decir dedicada a Dios). Y de ahí viene la palabra
sacrificio: coger algo mío y dedicárselo a Dios, porque reconozco que todo es
suyo. Así se lo agradezco.
7.
¿Los sacrificios se hacían sólo para dar gracias con hechos? No sólo; además,
el hombre se daba cuenta de que cometía acciones que no eran del gusto de Dios,
que perjudicaban a Dios o a sus criaturas: eso es el pecado. Y para que Dios no
se enfadase con el hombre por sus pecados, el hombre se veía en la obligación
de ofrecerle más sacrificios, y más valiosos. Así, la realización de sacrificios
ha sido algo común a tantas civilizaciones. Y el pueblo escogido por Dios, el
judío, también sacrificaba muchos animales ofreciéndolos a Dios: bueyes,
corderos, tórtolas,...
8. ¿Por qué ahora no
sacrificamos bueyes ni corderos, ni ningún otro animal? Después de muchos
siglos, Dios se hizo hombre. Y en cuanto Juan el Bautista vio a Jesús dijo:
Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que quiere decir:
Jesucristo es el cordero, la vida que será ofrecida, sacrificada por los
hombres a Dios. Y además, es el único Cordero cuyo sacrificio puede ganarnos el
perdón y la vuelta amistosa del hombre con Dios. Jesucristo hace ese sacrificio
en la Cruz, en el Calvario. Y dice en la Última Cena: Haced esto en
conmemoración mía. Que quiere decir: este sacrificio mío ofrecedlo en mi nombre
a lo largo de los siglos.
9. ¿Qué es por tanto la
Misa? Es el sacrificio del Cordero de Dios, de Jesucristo, con el que
agradecemos a Dios, le adoramos, y conseguimos el perdón de los pecados de los
hombres.
10. Recapitulando, hemos
visto hasta ahora que el hombre, que es naturalmente religioso al saberse
criatura busca tratar a Dios ofreciéndole algo, pidiéndole perdón, adorándole y
pidiéndole su ayuda. Desde el principio lo ha hecho ofreciéndole cosas que estaban
a su alcance, esto es, sacrificándole algo. Y Jesucristo se ofreció él mismo
como víctima para el sacrificio que debía perdonar nuestros pecados. El
sacrificio de Jesucristo, por ser Dios, tiene un valor infinito, y es el único
sacrificio del todo agradable a Dios y capaz de obtener el perdón para el
hombre.
11. ¿Y yo qué hago en la
Misa? Demos un paso más. Dios revela que lo que le agrada no es el sacrificio
de animales, sino que lo que él desea es el sacrificio de nuestros corazones,
de nuestras personas: que le dediquemos, ofrezcamos y entreguemos a él lo que tenemos
y somos. Ese es el sacrificio que nos pide. Por lo tanto, en la Misa unimos mi
sacrificio y el de Cristo; el sacrificio de dedicación de mi vida a Dios lo
añado al sacrificio de la cruz.
12. ¿Qué quiere decir
vivir la Misa? No sólo asistir, sino que a la vez que ofrecemos la vida y
muerte de su Hijo, nos ofrezcamos nosotros con Él en el Altar. Por eso la Misa
es el centro de la vida del cristiano y podemos hablar con propiedad de nuestra
Misa, la de Jesús y la mía. Eso es fundamentalmente participar en la Misa:
ofrecerme con Cristo totalmente a Dios Padre en el Espíritu Santo.
DURANTE
15 momentos durante la misa
1.
BESO EN EL ALTAR:
Cuando el sacerdote se acerca y sube al altar, el cielo entero se abre con la
Santísima Trinidad para contemplar el sacrificio que se va a realizar; puedes
ver (en 3-D) que se abre un agujero en el techo y se asoman Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo para escuchar con interés cada palabra que el sacerdote y tú
decís. ¿,Por qué besa el altar al llegar? Porque el altar representa a Cristo,
y porque ahí vendrá Jesús dentro de unos minutos; nada más llegar se encontrará
ese beso. Puedes dejar también tú un beso en el altar con el corazón, mientras
le dices: ¡Jesús, te amo!
2.
EL SEÑOR ESTÉ CON VOSOTROS: Así saluda el sacerdote,
ayudándonos a ver a Jesucristo vivo. La Misa es memorial de su pasión, muerte y
resurrección. Jesús esté vivo, y es quien ofrece el sacrificio a Dios Padre, y
nosotros con él. La Misa es Jesús, que continúa dándose a los hombres y
aplicándonos su Redención.
3.
GOLPES DE PECHO: "Yo confieso... por mi culpa,
por mi culpa, por mi gran culpa". ¿Sabes por qué se golpea el pecho en el
lado izquierdo? Porque ahí está el corazón. Y, así como para despertar a una
persona le das golpes o llamas a una puerta golpeándola puedes ver (en 3-D) que
das golpes a tu corazón diciéndole: ¡despierta, cambia de vida, busca amar a
Dios, reacciona, conviértete!
4.
SEÑOR, TEN PIEDAD: Gritaba el ciego Bartimeo: ¡Jesús,
Hijo de David, ten piedad de mí! (Mc 10,47); y 1e curó. El padre de un chaval
endemoniado le ruega: ¡Si algo puedes, ayúdanos, ten piedad de nosotros! (Mc
9,22); y le curó. Sólo Dios les podía curar. Y como ellos no tienen nada con lo
que "comprar" ese favor a Jesucristo, le piden que se lo haga por
compasión, por misericordia, por amor y pena. Con la misma actitud debes
suplicar con voz alta y fuerte: ¡Señor, ten piedad!; y te curará. Y puedes
dirigir los gritos: el primero a Dios Padre, el segundo al Hijo y el tercero al
Espíritu Santo.
5.
"OREMOS": El sacerdote deja aquí un breve
espacio de tiempo de silencio para poner alguna(s) intención(es) al ofrecer
este sacrificio de la Misa. Tú también puedes hacerlo. ¿Qué significa ofrecer
la Misa por algo? Asómbrate: significa que tú ofreces a Dios Padre la vida,
pasión y muerte de su Hijo Jesucristo; y a la vez que le ofreces lo más querido
para él, le pides a cambio que él te conceda eso.
6.
EL EVANGELIO: Es el mismo Jesucristo hecho palabra y escritura. Por eso
lo escuchamos de pie, y el sacerdote lo besa cuando termina de leérnoslo. Que
veas a Jesucristo que te habla, y también tú le beses interiormente.
7.
OFERTORIO PAN Y VINO: Nos sentamos, pero es el momento en
el que debes estar más activo. El pan, hecho con la suma de muchos granitos de
trigo, es también un símbolo. ¿Qué es lo que ofrece el sacerdote a Dios? La
suma de todas las pequeñas cosas que los asistentes ponen en la patena: horas
de trabajo, pequeñas mortificaciones, alegrías, dolores, deporte, diversiones
del día, lucha por sacar propósitos, detalles de cariño y servicio... Puedes
decir: Señor mío y Dios mío, te ofrezco todo lo que tenga; mis planes y
proyectos, mis sacrificios y alegrías. ¡Quiero ser todo tuyo! ¡Para ti, para
siempre! Como ofreces todo lo tuyo, te ayudará verte pequeñito sobre la patena:
¿ves (en 3-D) que, en nombre de Cristo, el sacerdote regala a Dios Padre tu
vida, tu persona? (Por eso vale tanto cualquier pequeña cosa de tu día). Cuando
ofrece el vino puedes hacer de nuevo el mismo ofrecimiento.
8.
LAVABO: El sacerdote ya tiene las manos limpias; ¿por qué se lava
las manos otra vez? Para decir, con un gesto externo, que igual que el agua va
a quitar de sus manos las pequeñas suciedades, del mismo modo pide a Dios que
su gracia y misericordia limpie su alma de sus suciedades (pecados, amor
propio, faltas de amor, etc.). Pídeselo tú también, con las palabras que en voz
baja dice el sacerdote: ¡Señor, lávame totalmente de mi culpa y purifícame de
mi pecado! Puedes pensar que es la Sangre de Cristo en la Cruz, que ahora
estará sobre el altar, la que realmente nos ha conseguido el lavado y perdón de
nuestros pecados.
9.
PREFACIO: ¿Cuántos estáis en Misa? No cuentes la gente, porque
fallarás. ¡Increíble! ¿Cuántos? Toda la humanidad. Mira (en 3-D): ahora
llamamos a toda la creación para que estén. con nosotros en la Consagración, en
la Cruz. Te explico: EL SEÑOR ESTÉ CON VOSOTROS: ese "vosotros" hace
referencia a todos los hombres del mundo, no sólo a los presentes. LEVANTEMOS
EL CORAZÓN: levantarlo hasta el cielo, para unirnos a todos los que están allí.
DEMOS GRACIAS A DIOS: y a continuación se dan argumentos, motivos por los que
damos gracias (primero por darnos a Jesucristo y luego se dan otros distintos
según los días: estate atento para descubrirlos). POR ESO CON LOS ÁNGELES...:
pedimos también a los ángeles que adoren a Dios con nosotros. Ya ves ¡Está toda
da creación en la Misa, aunque la Iglesia esté vacía! Todos los hombres, todos
los que están en el Cielo, y todos los ángeles.
10.
SANTO, SANTO, SANTO: "Llevaron el borrico a Jesús
(...) Muchos extendían sus mantos sobre el camino, otros cortaban ramas de los
campos, y los que iban delante y detrás de Él, gritaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el
reino que viene de David! ¡Hosanna en las alturas!" (Mc 11, 7-10). Ahora que
Cristo ya va a venir, grita con toda la creación: Santo, Santo, Santo...
Bendito el que viene en nombre del Señor. ¡Hosanna en el Cielo!
11.
CONSAGRACIÓN: El sacerdote "presta" ahora su voz y sus manos a
Jesucristo. Y Jesús es Dios. Un día dijo: hágase la luz, y se hizo; que haya
lumbreras en el firmamento del cielo, y se hicieron las estrellas (Ex 1, 1-15).
Ahora dice: esto es mi Cuerpo y ese trozo de pan se convierte en su cuerpo.
Puedes decirle mientras alza la Hostia lo que le dijo Santo Tomás: ¡Señor mío y
Dios mío! Este es el Cáliz de mi Sangre y el vino se convierte en su Sangre.
Puedes decirle: ¡Sangre de Cristo, embriágame, empápame!
12.
BIENVENIDO A TU ALTAR, SEÑOR: Ya se ha realizado el milagro.
Acaba de llegar Jesucristo, otra vez, a la tierra. Cuando vino Jesucristo por
primera vez, en el portal de Belén, sólo unos pastores le dieron la bienvenida.
¡Qué brutos somos los hombres! ¡Cuántas veces le hacemos vacío, porque no le
vemos! En cuanto acabe la consagración, date prisa para agradecer en bajito:
¡Bienvenido a tu altar, Señor!
13.
PADRENUESTRO: ¡Fíjate qué suerte! Dios Padre está especialmente
pendiente y atento a todo lo que le decimos. Y rezas ahora, con Jesucristo, el
Padrenuestro; como los apóstoles. Que lo pronuncies en voz alta; y fíjate en
las 7 peticiones que contiene esa oración.
14.
COMUNIÓN: Tres cosas. EN LA COLA: ve rezando comuniones espirituales
y el "Señor mío Jesucristo", preparando su llegada. EL CUERPO DE
CRISTO, ¡AMÉN!: El Amén significa: así sea, así creo que es, sé que a quien
tiene usted en sus manos es Cristo (aunque mis ojos vean un simple trozo de
pan). El Amén es un gran acto de fe: dilo fuerte. TOCÓ SU LENGUA (Mc 7,33):
cuenta el evangelio que un día le presentaron a Jesús un sordomudo, y Jesús
para curarle le toca la lengua, y lo curó. También ahora te toca a ti la
lengua; en cuanto te toque: gracias, Señor, muchas gracias; ¡cúrame también a
mí!
15. ELEVACIONES:
en cuatro ocasiones se levanta la patena y el cáliz. Saber porqué te ayudará.
EN EL OFERTORIO: se levanta el pan y el
vino ofreciéndole a Dios todo lo nuestro. Como tiene poco valor, se elevan a
poca altura sobre el altar.
EN LA CONSAGRACIÓN: en ese momento se
hace presente Jesucristo con su Cuerpo y con su Sangre. Enseguida se elevan
para que todos lo vean y le puedan adorar. Se eleva lo suficiente para que lo
vean todos. Clava tus ojos en él.
POR CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL: al final de
la plegaria eucarística, se eleva el Cuerpo y Sangre para ofrecerlo a Dios
Padre. Se elevan a más altura, pues es Cristo, el sacrificio de mayor valor. Al
responder todos Amén estamos diciendo que sí, que nos sumamos nosotros al
sacrificio de Cristo con nuestra entrega personal.
ÉSTE ES EL CORDERO DE DIOS: antes de la
comunión nos lo muestra el sacerdote para que nos dirijamos a él preparándonos
ya para recibirle. Clava tus ojos en él.
DESPUÉS
1.
Un guión de conversación.
A.
Gracias: - por haber venido a tu alma. - por haberte creado,
redimido, hecho cristiano y conservado la vida. - por lo que te ha dado, desde
que naciste (vete diciéndole: familia, salud o enfermedad, amigos, cualidades,
talentos...). - por dones que te ha concedido Dios últimamente, que conoces. -
por dones que desconoces. - porque siempre perdona, a ti tantas veces. - por
haberte dado a su Madre la Virgen.
B.
Petición: - que te aumente la fe, la esperanza, la caridad y la
humildad. - dolor de amor; un corazón grande; verdadera vida interior. - que
seas santo, viviendo con generosidad tu vocación. - por la Iglesia y el Papa;
por la diócesis y el obispo; por los sacerdotes: que sean santos y nunca
falten; por la unidad de los cristianos. - por tu familia: (dile nombres y
cosas en concreto). - por tus amigos, por tus compañeros, tu apostolado (dile
nombres y cosas en concreto). - por la paz en el mundo; que se acaben las
guerras y el terrorismo; que nadie pase hambre. - que nadie aborte; que las
leyes y la ciencia estén al servicio del bien de la humanidad. - por la
humanidad; que cada vez le conozca más gente, reconociendo en Jesús al
Salvador.
C.
Adoración: - hacer actos de amor: lo que le quieres y quisieras
quererle; amarle por los que no le aman. - actos de entrega: que eres todo
suyo, que sólo quieres vivir para él, que le entregas toda tu vida, tus
posibilidades, tu futuro, etc.
D.
Desagravio: - pedirle perdón por los pecados de todos los hombres de
todos los tiempos. - por tus pecados, faltas de amor y entrega, olvidos,
rutina, indiferencia... - no hay mayor desprecio que no hacer aprecio, y
cuántas veces los hombres -y tú en concreto- no han apreciado lo que él hace
por nosotros.
2.
Oraciones de Acción de Gracias
después de la Misa.
Invocaciones al Santísimo Redentor
Alma de Cristo,
santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del
Costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. ¡Oh, buen Jesús!
óyeme. Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de Ti. Del
maligno enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a
Ti, para que con tus santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén.
Oración de San Francisco de Asís
Señor,
haz de mí, un instrumento de tu paz: que donde hay odio, ponga yo amor; que
donde hay ofensa, ponga yo perdón; que donde hay discordia, ponga yo unión; que
donde hay desesperación, ponga yo esperanza; que donde hay tinieblas, ponga yo
luz; que donde hay tristeza, ponga yo alegría. Haz, Señor, que no busque tanto
ser consolado, como consolar; ser comprendido, como comprender; ser amado, como
amar.
Oración de San Ignacio de Loyola
Toma,
Señor, toda mi libertad. Recibe mi memoria, mi entendimiento y toda mi
voluntad. Todo lo que tengo y poseo Tú me lo diste: todo te lo devuelvo y
entrego totalmente a Ti. Concédeme con tu gracia amarte sobretodo a Ti; y a
todos con tu corazón.
Adoro
te devote
Te
adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas
apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al
contemplarte. Al juzgar de Ti se equivocan la vista, el tacto y el gusto, pero
basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de
Dios; nada es más verdadero que esta palabra de verdad. En la Cruz se escondía
sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; creo y confieso
ambas cosas, y pido lo que pidió el ladrón arrepentido. No veo las llagas como
las vio Tomás, pero confieso que eres mi Dios; haz que yo crea más y más en Ti,
que en Ti espere, que te ame. ¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que
das la vida al hombre: concede a mi alma que de Ti viva, y que siempre saboree
tu dulzura. Señor Jesús, bondadoso pelícano, límpiame a mí, inmundo, con tu
Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo
entero. Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego que se cumpla lo que tanto
deseo: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.
A Cristo Crucificado
No
me mueve, mi Dios, para quererte el Cielo que me tienes prometido, ni me mueve
el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte; Tú me mueves, Señor,
muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan
herido, muévenme tus afrentas y tu muerte; muéveme, en fin, tu amor, y en tal
manera que aunque no hubiera cielo yo te amara, y aunque no hubiera infierno te
temiera; no me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no
esperara, lo mismo que te quiero, te quisiera.
Oración al Espíritu Santo
Ven
¡Oh Santo Espíritu! Ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos;
fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo; inflama mi voluntad... He
oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después..., mañana.
Nunc coepi! ¡Ahora! No vaya a ser que el mañana me falte. ¡Oh, Espíritu de
verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, espíritu de gozo y
de paz! Quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras,
quiero cuando quieras...
Oración pidiendo ser otro Cristo
Gracias,
Señor: creo que estás físicamente dentro de mí. ¿Cómo actuarías hoy, Señor, si
tuvieses mis manos, mi lengua, mis ojos, mi cuerpo; si tuvieses mi energía y mi
tiempo: mi familia. mis amigos, mi trabajo? Pues hoy te dejo que seas yo: ¡que
tú vivas hoy en mí! Hoy quiero ser tú, el Hijo, que pasa por el mundo. Que
lleve, Señor, tu mirada, tu sonrisa, tu consuelo, tu paz, tu ayuda y tu palabra,
tu servicio, tu entrega, tu amor... a todos aquellos con los que me cruce.
Padre. cristifícame, transfórmame todo en Cristo, dame su Espíritu, para que
sea él entre los hombres. Amén.
Oración
a San Miguel Arcángel
Arcángel
San Miguel, defiéndenos en la lucha; sé nuestro amparo contra la maldad y las
asechanzas del demonio. Pedimos suplicantes que Dios lo mantenga bajo su
imperio; y tú, Príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno, con el
poder divino, a Satanás y a los otros espíritus malvados que andan por el mundo
tratando de perder a las almas. Amén.
Oración a San José
San
José, mi padre y señor, tú que fuiste guardián fiel del Hijo de Dios y de su
Madre Santísima, la Virgen María, alcánzame del Señor la gracia de un espíritu
recto y de un corazón puro y casto para servir siempre y mejor a Jesús y María.
Oración de Papa Clemente XI
Creo,
Señor, haz que crea con más firmeza; espero, haz que espere con mayor
confianza; me arrepiento, haz que tenga mayor dolor. Dirígeme con tu sabiduría,
sujétame con tu justicia, consuélame con tu clemencia, protégeme con tu poder.
Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, para que se dirijan a Ti; mis palabras
para que hablen de Ti; mis obras para que sean tuyas; mis contrariedades para
que las lleve por Ti. Quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como
Tú lo quieres, quiero hasta que Tú quieras. Señor, te pido que ilumines mi
entendimiento, enciendas mi voluntad, limpies mi corazón y santifiques mi alma.
Que me aparte de mis pasadas faltas, que rechace las tentaciones futuras, que
corrija las malas inclinaciones y practique las virtudes necesarias. Que venza
la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la generosidad, la ira con
la bondad, la tibieza con la piedad. Señor hazme atento en la oración, sobrio
en la comida, constante en el trabajo y firme en los propósitos.
Oración de Santo Tomás de Aquino
Te
doy gracias, Señor, Santo Padre, Omnipotente eterno Dios, porque a mí, pecador,
indigno siervo tuyo, sin ningún mérito de mi parte, sino únicamente por tu
misericordia, te has dignado alimentarme con el precioso Cuerpo y Sangre de tu
Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Y pido que esta santa comunión no me sea motivo
de castigo, sino intercesión saludable para el perdón. Sea para mí armadura de
la fe, y escudo de buena voluntad. Sea la muerte de mis vicios, exterminio de
la concupiscencia, aumento de la caridad y de la paciencia, de la humildad y de
la obediencia, y de todas las virtudes. Sea firme defensa contra las insidias
de todos los enemigos, tanto visibles como invisibles; perfecto sosiego de mi
cuerpo y de mi espíritu. Sea perpetua unión contigo único y verdadero Dios, y
sea el término feliz de mi muerte. Y te ruego, te dignes conducir a este
pecador a aquel convite inefable donde Tú, con tu Hijo y el Espíritu Santo,
eres para tus santos, luz verdadera, satisfacción plena, alegría eterna, dicha
consumada y perfecta felicidad. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
Oración
a la Santísima Virgen María
Oh,
María, Virgen y Madre Santísima, he recibido a tu Hijo amadísimo, a quien
concebiste en tu seno inmaculado, engendraste, alimentaste y estrechaste
suavemente entre tus brazos. Te presento y ofrezco, con amor y humildad, Aquel
mismo, cuya presencia te alegraba y te llenaba de gozo, para estrecharlo con
tus brazos, amarlo con tu corazón y ofrecerlo como supremo culto de latría a la
Santísima Trinidad, por tu honor y gloria, y por mis necesidades y las de todo
el mundo. Te ruego, queridísima Madre, que me obtengas el perdón de todos mis
pecados y abundante gracia para servirle a partir de ahora con más fidelidad, y
la gracia de la perseverancia final para que pueda contigo alabarle por todos
los siglos de los siglos. Amén.
Oración de Santo Tomás Moro
Dame
salud del cuerpo y, con ella, el sentido común necesario para conservarla lo
mejor posible. Dame un alma santa, Señor, que mantenga ante mis ojos todo lo
que es bueno y puro, para que a la vista del pecado no se turbe, sino que sepa
encontrar los medios para poner orden en todas las cosas. Dame un alma ajena a
la tristeza, que no conozca refunfuños ni suspiros ni lamentos. Y no permitas
que esta cosa que se llama "yo", y que siempre tiende a dilatarse, me
preocupe demasiado. Dame, Señor, sentido del humor. Dame la gracia de
comprender una broma, para lograr un poco de felicidad en esta vida y saber
regalarla a los demás. Así sea.
Oración del barro
En
tus manos, Señor, me pongo y me entrego. Trabaja una y otra vez la arcilla que
soy yo, pues en tus manos me pongo como el barro se pone en manos del alfarero.
Dale la forma Tú mismo. Me basta con que mi vida sirva para tus fines y en nada
me resista a tu divino proyecto, para el cual he sido creado. Pide, mándame
¿qué quieres que haga? ¿qué quieres que deje de hacer? Animado o desanimado,
comprendido por los demás o entre incomprensiones y críticas, con ganas o sin
ganas, cuando me vayan las cosas bien o cuando me vea inútil para todo, sólo me
queda decir a ejemplo de vuestra Madre: hágase en mí según tu palabra.
3.
Una conversación escrita
(días pares)
¡Ojo!
No leas; díselo, que es distinto. No hace falta que la termines cada día: si
después de decirle algo que aquí está escrito, dejas de leer y se lo comentas
con tus palabras, ¡mucho mejor! Señor mío Jesucristo, realmente presente en mí,
te adoro con todo mi corazón, me uno a la adoración que te rinden los ángeles y
los santos. Te doy gracias por todo lo bueno que he recibido de ti: la vida, la
familia, la fe, los sacramentos, tu propia Madre, la gracia santificante, la
vocación, los dones humanos y sobrenaturales y tantos bienes que desconozco...
Gracias, Jesús, por la Santa Misa y por la Comunión. ¡Qué bueno eres y cuánto
me amas! Yo te adoro y te amo. Quiero amarte más, mucho más. ¡Ayúdame! Porque a
veces me olvido de ti y, otras veces, me vence la tentación y la maldad. En la
Santa Misa se renueva tu Sacrificio del Calvario. Mueres clavado en la Cruz, te
ofreces al Padre Celestial por mi salvación y por la de todo el mundo. Eres mi
Redentor y sigues queriendo salvarme. Gracias, Jesús. Quiero la salvación. No
permitas que me aleje de ti por el pecado. Jesús, sé Tú mi Salvador. El pan y
el vino, por las palabras de la Consagración se han convertido
-transubstanciado- en tu mismo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. En la Santa
Hostia y en el Cáliz estás vivo y eres Dios y Hombre de verdad, aunque mis ojos
no te vean. Creo, Señor, en este misterio de fe. Te adoro; te amo. Ahora que he
comulgado puedo decir con alegría: Dios está conmigo; yo estoy con Dios. Quiero
estar siempre contigo, Jesús, porque tú me amas y yo quiero saber amarte. Quiero
tenerte siempre en mi corazón para tener tu fuerza y lograr serte fiel en todo.
Necesito especialmente tu fuerza para vivir con delicadeza y reciedumbre la
virtud de la santa pureza que tanto te agrada. Dame la fortaleza de los
mártires para ser valiente ante la tentación impura, para vencer mis malas
inclinaciones. ¡Antes morir que pecar! Si tú estás conmigo, te seré fiel.
Quiero desagraviarte, pedirte perdón y consolarte por las ofensas que
continuamente recibes. ¡Qué bueno has sido conmigo! ¡Te pido perdón por mis pecados!
Te amo con todo mi corazón, me pesa haberte ofendido tantas veces, y me
propongo, con tu gracia, no volver a ofenderte en adelante. Me consagro
totalmente a ti; te entrego y pongo en tus manos mi voluntad, afectos, deseos y
todas mis cosas. Te hablaré de personas que yo estimo mucho para que tú les
bendigas y les des lo que necesiten. Sabes, Jesús, mejor que yo lo que hoy y ahora
más conviene a cada uno. Te iré diciendo sus nombres: mis familiares...
(nómbralos), amistades..., los que me ayudan..., en especial... Te recuerdo
también a los enfermos... Te pido por las almas del purgatorio y te ruego por
los pecadores, por los moribundos que están en pecado ¡para que se conviertan y
reciban el sacramento de la confesión!... Te pido por el Papa, por la Iglesia,
por los obispos y por los sacerdotes... Es posible que haya alguna persona en
el mundo en este momento que necesite que yo pida por él: ¡Jesús, ayúdale!
Tengo que hablarte de mí y de cuanto va llenando mi día, de mi quehacer en casa,
mi trabajo o estudio; un proyecto por realizar; mi trato y servicio al prójimo.
Quizá una pena, una preocupación, un disgusto; o una alegría, una buena
noticia, una victoria. Seguro que tengo que hablarte de algún propósito por
cumplir; tal vez de una inspiración especial sobre lo que deseas de mí. Dime,
Señor ¿qué quieres de mí? Te diré con la Virgen Santísima: Hágase -vaya
haciéndose- en mí según tu Voluntad. Para terminar, te hago una súplica muy
especial; mira Jesús: tu iglesia y el mundo necesitan hombres y mujeres que se
entreguen a ti para ser apóstoles tuyos. Elige de entre nosotros a los que
quieras; llámanos y danos la valentía de dejarlo todo y seguirte para ser sembradores
de tu doctrina de amor y portadores de tu salvación. Virgen y Madre de Dios, yo
me ofrezco por hijo tuyo, y en honra y gloria tuya te ofrezco mis ojos, mis
oídos, mi lengua, mi corazón; en una palabra, todo mi cuerpo y mi alma; y te
pido que me alcances la gracia de no cometer jamás un solo pecado. ¡Aquí tienes
a tu hijo! En ti, Madre mía, he puesto toda mi confianza y no quedaré
confundido. Amén.
(días impares)
En primer
lugar, quiero empezar por darte las gracias, Jesús. Te tendría que
agradecer tantas cosas, que no sé por dónde empezar. Gracias por haber
venido a mi interior, ¡qué bien tener a Dios dentro de mí! Te doy
muchísimas gracias por la familia que me has dado, en la que
tú has querido que yo naciera. Te agradezco la formación que me ha dado mi
familia (la recibida en el colegio, en el club...), porque gracias a lo
que me han enseñado de ti he tenido la suerte de poder recibirte hoy en la
Misa, y espero continuar haciéndolo muchos días en adelante. He querido
empezar por agradecerte, pero ahora paso a pedirte algunas cosas. No me
importa "pasarme" mucho pidiendo cosas. Sé que tú eres mi amigo, y que si
quieres me las concedes. Te pido en primer lugar por mi familia: por mis
padres (habla un poco a Jesús de ellos), por mis hermanos (también puedes
ir hablando de cada uno), te pido por mis familiares (abuelos, tíos,
primos...) Te ruego que le ayudes mucho al Papa, que no se sienta muy solo
allí en Roma. Hazle fuerte para que aguante bien todos los problemas de la
Iglesia, y que siga queriendo mucho, como hasta ahora lo viene haciendo, a
todos los hombres. Te pido por la Iglesia, por los obispos, por los
sacerdotes, que todos sean muy santos y sepan exigimos para que seamos
mejores cristianos. La paz del mundo es una cosa que tienes que conseguir,
Jesús. ¡Qué no haya más guerras, ni más terrorismo! Te pido por todos los
que mueren con violencia. Te pido por lo que son maltratados, por los que
no tienen lo necesario para vivir, por los que no tienen padres, cariño,
salud,... Te pido por los hombres que todavía no te conocen. Que
encuentren pronto a alguien que les diga algo sobre nuestra fe y que se
acerquen a la Iglesia. Te pido por los pecadores, para que se arrepientan
y se confiesen. Por los niños que van a nacer, por los niños que,
desgraciadamente, sus madres no quieren tener y los matan. ¡Qué se acabe
el aborto en el mundo! Que se dé cuenta esa gente, Jesús, de la barbaridad
que hacen al matar a esas pobres criaturas. Jesús, no puedo olvidarme de
mis amigos. Ayuda a todos en sus necesidades. (Puedes contarle, alguna
cosa de ellos y pedirla especialmente). Ayúdame a mí mismo a ser mejor
amigo tuyo. Que te quiera más, cada día un poco más. Jesús, dile a mi
Angel de la Guarda, seguro que te hace más caso a ti que a mí, que me
avise cuando paso cerca de algún sagrario, que me ayude a no distraerme
cuando hago la visita, cuando comulgo y paso un rato contigo como el de
ahora. Que, de vez en cuando, me dé algún aviso para que me acuerde de ti.
Y si hago algo mal, o voy a hacerlo, que no me deje y que me ayude a
resistir la tentación. Tú también me ayudarás, ¿verdad? Te pido por mis
compañeros. ¡Aumenta todavía más mi petición, Jesús! Tú lo puedes todo,
así que te pido por mi ciudad, e incluso por toda la humanidad, que cada
vez más gente crea en ti, que te quieran más en el mundo. Espero que hoy
por esta oración, se acerque más a ti al menos una persona; así, día tras
día, iré convirtiendo a mucha gente... (Puedes aumentar la lista con
alguna intención tuya particular) Bueno, Jesús, que me acuerde hoy durante
todo el día de ti; perdona por todas las veces que te he abandonado.
Ayúdame a que nunca más vuelva a ocurrir. Confío en que tú me ayudarás. Me
despido de ti, de mi mejor amigo, hasta la próxima Comunión, que espero
sea pronto. ¡No te fallaré! También me despido de ti, Virgen María y Madre
mía. Seguro que has oído mis peticiones, cuando hablaba con tu Hijo, al
que tanto quieres y tan unida estás. No me dejes tampoco tú y agárrame
fuerte de la mano para que nunca abandone a Jesús, ni te abandone a ti.
Intercede por mí ante Dios en todas mis peticiones, y en todas las cosas
que sabes que necesito, aunque no se las pida por que no me doy cuenta.
Rey,
Médico, Maestro y Amigo.
San Josemaría. Es
Cristo que pasa, nº 92-93.
A. Es REY y ansía reinar en nuestros corazones de
hijos de Dios. Pero no imaginemos los reinados humanos; Cristo no domina ni
busca imponerse, porque no ha venido a ser servido sino a servir. Su reino es
la paz, la alegría, la justicia. Cristo, rey nuestro, no espera de nosotros vanos
razonamientos, sino hechos, porque no todo aquel que dice ¡Señor!, ¡Señor!
entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre
celestial, ése entrará.
B. Es MÉDICO y cura nuestro egoísmo, si dejamos que
su gracia penetre hasta el fondo del alma. Jesús nos ha advertido que la peor
enfermedad es la hipocresía, el orgullo que lleva a disimular los propios pecados.
Con el Médico es imprescindible una sinceridad absoluta, explicar enteramente
la verdad y decir: Señor, si quieres -y Tú quieres siempre- puedes curarme. Tú
conoces mi flaqueza; siento estos síntomas, padezco estas otras debilidades. Y
le mostramos sencillamente las llagas; y el pus, si hay pus. Señor, Tú, que has
curado a tantas almas, haz que, al tenerte en mi pecho o al contemplarte en e1
Sagrario, te reconozca como Médico divino.
C. Es MAESTRO de una ciencia que sólo él posee: la
del amor sin límites a Dios y, en Dios, a todos los hombres. En la escuela de
Cristo se aprende que nuestra existencia no nos pertenece: él entregó su vida
por todos los hombres y, si le seguimos, hemos de comprender que tampoco nosotros
podemos apropiarnos de la nuestra de manera egoísta, sin compartir los dolores
de los demás. Nuestra vida es de Dios y hemos de gastarla en su servicio,
preocupándonos generosamente de las almas, demostrando, con la palabra y con el
ejemplo, la hondura de las exigencias cristianas. Jesús espera que alimentemos
el deseo de adquirir esa ciencia, para repetirnos: el que tenga sed. venga a mí
y beba. Y contestamos: enséñanos a olvidarnos de nosotros mismos, para pensar
en ti y en todas las almas. De este modo el Señor nos llevará adelante con su
gracia, como cuando comenzábamos a escribir -¿recordáis aquellos palotes de la
infancia, guiados por la mano del maestro?-, y así empezaremos a saborear la
dicha de manifestar nuestra fe, que es ya otra dádiva de Dios, también con
trazos inequívocos de conducta cristiana, donde todos puedan leer las
maravillas divinas.
D. Es AMIGO, el Amigo. Nos llama amigos y él fue
quien dio el primer paso; nos amó primero. Sin embargo, no impone su cariño: lo
ofrece. Lo muestra con el signo más claro de la amistad: nadie tiene amor más
grande que el que entrega su vida por sus amigos. Era amigo de Lázaro y lloró
por él, cuando lo vio muerto: y lo resucitó. Si nos ve fríos, desganados, quizá
con la rigidez de una vida interior que se extingue, su llanto será para
nosotros vida: Yo te lo mando, amigo mío, levántate y anda, sal fuera de esa
vida estrecha, que no es vida.
Guía
para el retiro mensual
1.
Primera idea
HAY
MOMENTOS EN LA VIDA EN LOS QUE ES NECESARIO PARARSE
Muchas veces vamos por la vida como a galope. Más que ir nosotros,
nos traen y nos llevan las cosas, las circunstancias... ¡Siempre con prisas!
¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¡Que se detenga el mundo un par de horas!
¡Necesito “pensar”!
La paz de este par de horas sirve para pensar con calma en
lo importante y poner un poco de orden en las ideas: Dios y mi vida cristiana,
mi familia y mis amigos, mi estudio y mi proyecto profesional, mi descanso...
Piensa en tu vida: ¿está cada cosa en su sitio? ¿está lo “importante” en su
sitio? Procura no distraerte –siempre habrá cosas “urgentes” en qué pensar:
déjalas para después– y, en silencio, métete de lleno en el retiro.
2.
Segunda idea
DOS
PREGUNTAS: DIOS Y YO (EL HORARIO DEL RETIRO MENSUAL)
Ojo, no basta con pensar tú solo... Recuerda que tu vida es
cosas de dos: Dios y tú. ¿Qué papel tiene Dios en tu vida? ¿Cuentas siempre con
Él para todo? Basta echar un vistazo a tu día, para ver si cuentas con Dios
para sacar adelante tus cosas: desde que me levanto hasta que me acuesto.
Pues bien, para escuchar hoy a Dios es necesario el silencio
interior y exterior: recogimiento que facilite el diálogo con Él. Hablarle y
escucharle: eso es oración.
Como has podido comprobar, el retiro tiene un horario. Ahora
bien, no vienes al retiro a oír meditaciones, charlas, estar en silencio o
rezar el Rosario. Vienes al retiro a encontrarte
con Cristo, a tratar con Él. Ese es el objetivo: mantener un encuentro más
personal –más de tú y yo– con Dios; donde Él habla y escucha, y donde tú hablas
y escuchas, con más facilidad. Y Dios te dirá cosas, te hablará en el rezo del
Rosario, o en la lectura, o a través de lo que te dicen en la charla o la
meditación –a ti; pues de esos medios se sirve Dios.
3.
Tercera idea
¿QUÉ
QUIERE DIOS DE MÍ?
Bien, parece claro que vengo a revolver mi alma para
descubrir qué quiere Dios de mi vida, cómo puedo aprovecharla mejor para servirle.
Ahora ha llegado el momento de leer un poco, pero de leer con pausa y atención,
porque Dios te espera a ahí. Te recomiendo unos textos (que están encima de la
mesa):
– “La llamada”, de José Pedro Manglano. pág 27 y siguientes:
“Dejaos pescar”
– “Santo Rosario” y “Via Crucis” de San Josemaría, y los
puntos de meditación que vienen en ellos.
– “Orar con la Eucaristía”, de José Pedro Manglano. pág 35 y
siguientes: “Tú le dices” y “Él te dice”.
– El “Evangelio según san Lucas”, a partir del capítulo 1
(nacimiento e infancia de Jesús)
– “Evangelio según san Juan”, en el capítulo 18, y métete en
la Pasión y Muerte del Señor.
– cualquier libro, folleto o texto que te haya servido
anteriormente o que te aconsejen.
4.
Cuarta idea
CUATRO
FASES
Ahora que ya estás en
presencia de Dios y has conseguido un silencio interior y exterior bastante
aceptable, vamos a ver por dónde van los tiros y qué cosas puedes mejorar.
primera fase – revisión de tu vida
Se trata de hacer un pequeño examen de tu vida desde el
último retiro mensual. Ponte cómodo, baja quizás al oratorio y dale vueltas con
el Señor a algunas “ideas madre”. Por ejemplo:
– Piedad: ¿qué cosas rezo todos los días? ¿Tengo interés en
rezar? ¿Soy constante? ¿Asisto a la Eucaristía? ¿Hago sacrificios y se los
ofrezco a Dios?
– Humildad: ¿Te enfadas con frecuencia? ¿ Quieres salirte
siempre con la tuya? ¿Hablas mucho de ti mismo? ¿Te excusas con frecuencia? ¿Te
comparas con los demás, te creer mejor? ¿Te molesta que te manden?
– Trabajo: ¿Las notas que saco son las deseadas para mí? ¿Me
esfuerzo? ¿Ofrezco las horas de estudio?
– Fortaleza: ¿En casa, desaparezco siempre que hay que echar
una mano? ¿Pueden contar conmigo, enseguida, cuando hace falta? ¿Me quedo en
casa porque no me apetece salir, por pereza? ¿Me quejo con frecuencia? En el
deporte, ¿lucho en todo?
– Generosidad: ¿Doy de mis cosas, o solo cuando me canso o
me interesa? ¿siempre que puedo elegir, dejo lo mejor para otros?
– Pureza: ¿quiero vivir la pureza? ¿qué estoy dispuesto a
hacer por ello? ¿me da vergüenza lo que puedan pensar mis amigos?
– Sinceridad: ¿soy sincero conmigo mismo? ¿y con Dios? ¿y en
la dirección espiritual? ¿suelo mentir? ¿en qué?
– Pobreza: ¿eres caprichoso? ¿vives preocupado de tener
cosas? ¿Comparo mis cosas con las de otros? ¿soy envidioso? ¿valoro a la gente
por lo que tiene? ¿te privas de algo voluntariamente: es decir, no he gastado
pudiendo hacerlo? ¿has robado?
Seguro que has visto algunas cosas que no van bien. Anótalas
en tu agenda, o retenlas en la memoria, porque son como la punta del iceberg.
Vamos a la segunda fase...
segunda fase – el limpiafondos
Ahora debes hacer examen de lo que no se ve: pasar el
limpiafondos a tu alma, no basta con recoger las hojillas de la superficie, hay
que bajar y ver el fondo. Tienes que ver el resto del iceberg, lo que está bajo
el agua: lo que no se ve. En esta segunda fase debes ver qué hay detrás de lo
que has visto hasta ahora, cuáles son las raíces, ir al por qué, ir a la
verdadera verdad sobre mí: qué es lo que me pasa, por qué actúo así.
Basta con que hagas uno de los dos exámenes que siguen (aunque
puedes utilizar los dos). Utiliza la agenda para apuntar lo que te llame la
atención:
A. Limpiafondos 1
– Por un lado es preciso reconocer muchas cosas buenas que
hay en ti: virtudes, cualidades, aspectos de tu carácter, tus buenas disposiciones
ante Dios (que estés aquí ya dice mucho a favor de ti). Agradéceselas a Dios y
reconócelas como dadas por Él, pero ojo... mira a ver si has correspondido a
Dios y cómo, si las has puesto a su servicio, si las has hecho fructificar.
– Si has destronado a Dios, ¿a quién has puesto en su lugar?
¿ante quién me rindo? ¿quién manda en mí? ¿en quién pienso a lo largo de un día
normal?
– ¿Es frecuente que decida hacer o no algo con algunas de
estar razones: “me apetece”, “si hago esto pensarán que...”, “cómo quedo si
hago tal cosas”, “no tengo ganas, no lo siento...”?
– ¿Cuál es mi principal defecto?
– ¿Reconozco hipocresía en mi vida? ¿De qué voy por la vida?
¿Quién me he creído? ¿Cómo describiría la máscara con la que me disfrazo para
evitar que sepan cómo soy? ¿Qué cosas son las que más quiero disimular porque
más me avergüenzan?
– ¿Cómo te diviertes? ¿Qué te alegra? ¿Qué te entristece?
¿Qué te enfada? ¿Qué envidias? ¿En qué tienes el corazón?
B. Limpiafondos 2
– ¿Qué concluyo del examen anterior? ¿Qué es lo que me pasa?
– ¿Tengo una doble vida? ¿En qué consiste? ¿Soy consciente
de algún complejo, algún fracaso, algún hecho o realidad que me cuesta aceptar
o digerir?
– ¿Quiero a alguien? ¿quiero algo de verdad en la vida?
¿cuál o quién es mi modelo?
– Dios me ama, ¿y yo a Él? ¿sobre todas las cosas? ¿quiero
ser santo aunque el camino sea cuesta arriba? ¿Qué creo que me dará a mí la
felicidad?
– Dios es tu Padre. Habla con Él un poco acerca de qué
quiere decir eso, si te das cuenta... y a ver dónde llegas.
– Es propio del hombre tener miedo a Dios. ¿Tienes miedo a
algo? ¿Qué temes que te pida Dios?
Si la mirada hacia dentro ha sido sincera, te llevará a la
conversión, a ver los motivos de fondo que tienes para hacer o no hacer las cosas.
Ya llegará el momento de concretar, no te preocupes, pero echa mano de tu
agenda y ve apuntando.
tercera fase – mirar a Cristo
Te has visto a ti mismo. Ahora mira a Cristo en el Sagrario
(entre en el oratorio, si no lo has hecho antes y plántate de rodillas o sentado
y mírale). Quizá te des cuenta de lo poco que te duele haber ofendido a Dios y
de lo poco que correspondes a su cariño.
Pídele que quieres cambiar, pídele perdón. Mírale en la
Cruz: está ahí, dolorido y magullado, para poderte perdonar tus pecados. Es
importante que le pidas perdón por todo (por tus pecados y faltas y por las de
todos los hombres) y que, como es un don de Dios, le pidas verdadero dolor por
tus pecados, ese dolor de amor que hará que no le vuelvas a ofender.
Quizá ahora ha llegado el momento de leer alguna cosa que te
ayude a hacer oración y a tratar con el Señor todos los temas que has visto en
el examen y que has ido apuntado o reteniendo en tu memoria. Si te sirve puedes
leer despacio uno de estos textos:
– La Pasión según san Juan. Abre el Evangelio en el capítulo
18 y métete en la Pasión de Cristo. Hazlo soltando la imaginación, yéndote a
Jerusalén, al Palacio de Pilatos, al Calvario... Imagínatelo como en una
película y míralo.
– Via Crucis, de san Josemaría.
Quizá ahora ha llegado el momento de alcanzar el perdón de
Dios en el sacramento de la Penitencia: haz una buena confesión y después
apunta las cosas que te digan.
cuarta fase – sigue tu camino
Has ido recopilando un montón de material sobre tu vida:
“alegrías y tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones
diarias..., ¡flaquezas!” Ahora se trata de pensar la vuelta y de acertar qué
puntos querrá el Señor que saque adelante con su ayuda: para eso hay que
concretar. Haz uso de tu agenda y lee las cosas que has ido apuntando. Trataré
de ayudarte:
– Es bueno que elijas uno o dos aspectos o virtudes en los
que esforzarte a lo largo de este mes: lo que hayas apuntado en tu agenda o lo
que hayas pensado puede ser clave, porque está en la raíz, o porque es lo que
te ha llevado a equivocarte.
– Con respecto a Dios. En qué momentos vas a tratarle, en
concreto: qué vas a rezar, cuánto tiempo y a qué hora. Cuándo vas a hacer la
oración y el resto de normas de tu plan de vida. Quizá vale la pena que te
hagas un horario.
– Horario de estudio.
– Lista de amigos por los que vas a rezar a diario y cómo
les vas a ayudar. Qué vas a hacer por cada uno de ellos en concreto.
– Lista de pequeñas mortificaciones o sacrificios par hacer
todos los días. Que sean pocos (dos o tres) pero concretos: por ejemplo, en la
comida, en el estudio, en casa, en el trato con los demás (el carácter), las
posturas a la hora de sentarse, caprichos (las chuches, por ejemplo), detalles
de servicio (ser siempre el primero en servir a los demás)...
Si no se te ocurre nada, habla con el director que te dé la
charla o el sacerdote y cuéntale qué has visto: te ayudará a sacar un propósito
para este mes. Pero recuerda: es un propósito que debes empezar a vivir hoy y
que tiene un plazo de caducidad de un mes. Por eso no te agobies si pasada una
semana te das cuenta de que ya ni te acuerdas del propósito del retiro: vuelve
de nuevo y cógelo con más ánimos, sabiendo que Dios y la Virgen se sonreirán al
verte luchar.
[Nota: la mayor parte de estas ideas
son de “Convivencias. Guía personal para los ratos de silencio” de José Pedro
Manglano Castellary]
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