Evangelio según San Mateo

    Como ocurre con la mayor parte de los libros sagrados, el autor del primer evangelio no ha dejado su nombre en el escrito. La Tradición, ya desde muy antiguo, atribuye este evangelio a San Mateo, uno de los Doce Apóstoles. Según el testimonio de Papías, un escritor del siglo II, Mateo escribió su evangelio en la «lengua de los hebreos» (Eusebio de Cesarea, Hist. Eccl. 3,39,15). Sin embargo, no nos ha llegado ningún testimonio escrito de aquella versión. El evangelio canónico es el que tenemos en griego. Muchas características del primer evangelio llevan a pensar que está dirigido a una comunidad en la que coinciden cristianos venidos del judaísmo y del paganismo, por lo que se suele considerar Siria como su lugar de origen.
    El evangelista comienza su relato con los episodios de la infancia de Jesús y después sigue la misma estructura que encontramos en los otros dos sinópticos. Sin embargo, es característica propia del primer evangelio la inserción de grandes discursos del Señor. Cinco de estos extensos discursos –el discurso de la montaña (5,1-7,27), el de la misión dirigido a los Doce Apóstoles (10,1-42), el de las parábolas (13,1-52), el llamado discurso eclesiástico (18,1-35) y el discurso escatológico (24,1-25,46)– se cierran con una expresión semejante a ésta: «y sucedió que cuando Jesús acabó de dar estas instrucciones...» (cfr 7,28; 11,1; 13,53; 19,1; 26,1). Algunos autores han visto en esta forma de presentar el evangelio una evocación de los cinco libros del Pentateuco, la Ley de los judíos. En todo caso, señalan el interés del evangelista para argumentar que Jesús es el Mesías que ha venido a llevar la Ley a su plenitud.
    Todos los evangelios podrían hacer suyo el programa del cuarto evangelista cuando dice a sus lectores que escribió su obra «para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» Jn 20,31). Dentro de este programa general, cada evangelista ha subrayado de manera especial algún aspecto. San Mateo presenta a Jesús como el Mesías prometido y rechazado. Muestra, en primer lugar, que Jesús es el Mesías prometido, y por eso presenta sus acciones y palabras a la luz de diversos textos del Antiguo Testamento. Son muchas las ocasiones en las que el evangelista hace notar expresamente que con un acontecimiento determinado «se cumplió lo que había dicho Dios por medio del profeta» (cfr 1,22-23; 2,5-6.15.17-18.23; 3,3-4; 4,14-16; 8,17; 12,17-21; 13,35; 21,4-5; 27,9-10). Por éste y por otros motivos (cfr 5,17), se ha llamado al libro de Mateo el evangelio del cumplimiento. Pero Jesús es rechazado como Mesías por Israel. En muchos pasajes del primer evangelio se ve a los representantes del judaísmo oficial enfrentados a Jesús, y es muy claro también el dolor de Cristo por Israel que no ha sabido responder al plan de Dios. Por eso anuncia que Dios se formará un nuevo pueblo «que rinda sus frutos» (21,43). Ese nuevo pueblo es la Iglesia. De ahí que el Evangelio de San Mateo se haya llamado también el evangelio eclesiástico, porque es el que más se detiene en explicar la constitución de este nuevo Israel: su fundación queda expresada en las palabras de Jesús que siguen a la confesión de San Pedro (16,16-18), el régimen de su vida se transparenta en las normas del discurso eclesiástico (18,1-35) y, sobre todo, sin ser nombrada explícitamente, su realidad está detrás de otros muchos pasajes: las parábolas del Reino de los Cielos, la misión apostólica, etc. A los miembros de la Iglesia se les pide que den frutos en obras, para que no les ocurra como al antiguo pueblo de Dios (25,1-46); para eso los cristianos deben guardar unas normas, las que Jesús ha enseñado (28,20) y las que reveló Dios a su pueblo, pues Cristo no vino para abolir la Ley y los Profetas, sino para «darles su plenitud» (5,17). Jesús es, pues, Maestro; pero sobre todo es el Emmanuel, Dios con nosotros (1,23) que está en medio de su Iglesia (18,20), en la que permanecerá hasta el fin del mundo (28,20).

 

I. NACIMIENTO E INFANCIA DE JESÚS
Genealogía de Jesucristo

(Lc 3,23-38)
1
1 Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán.
2 Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos 3 Judá engendró a Farés y a Zara de Tamar, Farés engendró a Esrón, Esrón engendró a Aram, 4 Aram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, 5 Salmón engendró a Booz de Rahab, Booz engendró a Obed de Rut, Obed engendró a Jesé, 6 Jesé engendró al rey David.
          David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías, 7 Salomón engendró a Roboán, Roboán engendró a Abías, Abías engendró a Asá, 8 Asá engendró a Josafat, Josafat engendró a Jorán, Jorán engendró a Ozías, 9 Ozías engendró a Joatán, Joatán engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, 10 Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías, 11 Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos cuando la deportación a Babilonia.
          12 Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, 13 Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliacim, Eliacim engendró a Azor, 14 Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud, 15 Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Matán, Matán engendró a Jacob, 16 Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo.
          17 Por lo tanto, son catorce todas las generaciones desde Abrahán hasta David, y catorce generaciones desde David hasta la deportación a Babilonia, y también catorce las generaciones desde la deportación a Babilonia hasta Cristo.

Concepción virginal y nacimiento de Jesús
(Lc 1,26-38; 2,1-7)
          18 La generación de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba desposada con José, y antes de que conviviesen se encontró con que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo.
          19 José, su esposo, como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto. 20 Consideraba él estas cosas, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
          —José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. 21 Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
          22 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del Profeta:
          23 Mirad, la virgen concebirá y dará a luz un hijo,
                            a quien pondrán por nombre Emmanuel,
                   que significa Dios-con-nosotros.
          24 Al despertarse, José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado, y recibió a su esposa. 25 Y, sin que la hubiera conocido, dio ella a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús.

Adoración de los Magos

2
1 Después de nacer Jesús en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes, unos Magos llegaron de Oriente a Jerusalén 2 preguntando:
—¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.
          3 Al oír esto, el rey Herodes se inquietó, y con él toda Jerusalén. 4 Y, reuniendo a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les interrogaba dónde había de nacer el Mesías.
          5 —En Belén de Judá –le dijeron–, pues así está escrito por medio del Profeta:
                   6 Y tú, Belén, tierra de Judá,
                            ciertamente no eres la menor
                                   entre las principales ciudades de Judá;
                   pues de ti saldrá un jefe
                            que apacentará a mi pueblo, Israel.
          7 Entonces, Herodes, llamando en secreto a los Magos, se informó cuidadosamente por ellos del tiempo en que había aparecido la estrella; 8 y les envió a Belén, diciéndoles:
          —Id e informaos bien acerca del niño; y cuando lo encontréis, avisadme para que también yo vaya a adorarle.
          9 Ellos, después de oír al rey, se pusieron en marcha. Y entonces, la estrella que habían visto en el Oriente se colocó delante de ellos, hasta pararse sobre el sitio donde estaba el niño. 10 Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. 11 Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron; luego, abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. 12 Y, después de recibir en sueños aviso de no volver a Herodes, regresaron a su país por otro camino.

Huida a Egipto. Muerte de los Inocentes

          13 Cuando se marcharon, un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo:
          —Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.
          14 Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre y huyó a Egipto. 15 Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del Profeta:
                   De Egipto llamé a mi hijo.
          16 Entonces, Herodes, al ver que los Magos le habían engañado, se irritó mucho y mandó matar a todos los niños que había en Belén y toda su comarca, de dos años para abajo, con arreglo al tiempo que cuidadosamente había averiguado de los Magos. 17 Se cumplió entonces lo dicho por medio del profeta Jeremías:
                         18 Una voz se oyó en Ramá,
                            llanto y lamento grande:
                   es Raquel que llora por sus hijos,
                            y no admite consuelo, porque ya no existen.

Retorno a Nazaret

(Lc 2,51-52)
          19 Muerto Herodes, un ángel del Señor se le apareció en sueños a José en Egipto 20 y le dijo:
          —Levántate, toma al niño y a su madre y vete a la tierra de Israel; porque han muerto ya los que atentaban contra la vida del niño.
          21 Se levantó, tomó al niño y a su madre y vino a la tierra de Israel. 22 Pero al oír que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá; y avisado en sueños marchó a la región de Galilea. 23 Y se fue a vivir a una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por medio de los Profetas: «Será llamado nazareno».

II. PREPARACIÓN DEL MINISTERIO DE JESÚS
Predicación de San Juan Bautista

(Mc 1,1-8; Lc 3,1-18; Jn 1,19-34)
3
1 En aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea 2 y diciendo:
          —Convertíos, porque está al llegar el Reino de los Cielos.
             3 Éste es aquel de quien habló el profeta Isaías diciendo:
                   Voz del que clama en el desierto:
                            «Preparad el camino del Señor,
                            haced rectas sus sendas».
          4 Llevaba Juan una vestidura de pelo de camello con un ceñidor de cuero a la cintura, y su comida eran langostas y miel silvestre.
          5 Entonces acudía a él Jerusalén, toda Judea y toda la comarca del Jordán, 6 y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. 7 Al ver que venían a su bautismo muchos fariseos y saduceos, les dijo:
          —Raza de víboras, ¿quién os enseñó a huir de la ira que va a venir? 8 Dad, por tanto, un fruto digno de penitencia, 9 y no os justifiquéis interiormente pensando: «Tenemos por padre a Abrahán». Porque os aseguro que Dios puede hacer surgir de estas piedras hijos de Abrahán. 10 Ya está el hacha puesta junto a la raíz de los árboles. Por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se arroja al fuego.
          11 » Yo os bautizo con agua para la conversión, pero el que viene después de mí es más poderoso que yo, a quien no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego. 12 Él tiene en su mano el bieldo y limpiará su era, y recogerá su trigo en el granero; en cambio, quemará la paja con un fuego que no se apaga.

Bautismo de Jesús

(Mc 1,9-11; Lc 3,21-22)
          13 Entonces vino Jesús al Jordán desde Galilea, para ser bautizado por Juan. 14 Pero éste se resistía diciendo:
          —Soy yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿y vienes tú a mí?
          15 Jesús le respondió:
          —Déjame ahora, así es como debemos cumplir nosotros toda justicia.
          Entonces Juan se lo permitió. 16 Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua; y entonces se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. 17 Y una voz desde los cielos dijo:
          —Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido.

Ayuno y tentaciones de Jesús

(Mc 1,12-13; Lc 4,1-13)
4
1 Entonces fue conducido Jesús al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. 2 Después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre. 3 Y acercándose el tentador le dijo:
          —Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.
          4 Él respondió:
          —Escrito está:
                   No sólo de pan vivirá el hombre,
                        sino de toda palabra que procede
                                   de la boca de Dios.
          5 Luego, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. 6 Y le dijo:
          —Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está:
                   Dará órdenes a sus ángeles sobre ti,
                            para que te lleven en sus manos,
                   no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra.
          7 Y le respondió Jesús:
          —Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.
          8 De nuevo lo llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, 9 y le dijo:
          —Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras.
          10 Entonces le respondió Jesús:
          —Apártate, Satanás, pues escrito está:
          Al Señor tu Dios adorarás
          y solamente a Él darás culto.
          11 Entonces le dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían.
 
PRIMERA PARTE
MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA
Predicación de Jesús

(Mc 1,14-15; Lc 4,14-15)
 
             12 Cuando oyó que Juan había sido encarcelado, se retiró a Galilea. 13 Y dejando Nazaret se fue a vivir a Cafarnaún, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y Neftalí, 14 para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
                   15 Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí
                            en el camino del mar,
                                      al otro lado del Jordán,
                            la Galilea de los gentiles,
                   16 el pueblo que yacía en tinieblas
                            ha visto una gran luz;
                   para los que yacían en región
                                      y sombra de muerte
                            una luz ha amanecido.
          17 Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir:
          —Convertíos, porque está al llegar el Reino de los Cielos.
 
Vocación de los primeros discípulos

(Mc 1,16-20; Lc 5,1-11; Jn 1,35-51)
 
          18 Mientras caminaba junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón el llamado Pedro y Andrés su hermano, que echaban la red al mar, pues eran pescadores. 19 Y les dijo:
          —Seguidme y os haré pescadores de hombres.
          20 Ellos, al momento, dejaron las redes y le siguieron. 21 Pasando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y Juan su hermano, que estaban en la barca con su padre Zebedeo remendando sus redes; y los llamó. 22 Ellos, al momento, dejaron la barca y a su padre, y le siguieron.
          23 Recorría Jesús toda la Galilea enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia del pueblo.
          24 Su fama se extendió por toda Siria; y le traían a todos los que se sentían mal, aquejados de diversas enfermedades y dolores, a los endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curaba. 25 Y le seguían grandes multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y del otro lado del Jordán.

III. EL DISCURSO DE LA MONTAÑA
Las Bienaventuranzas

(Lc 6,20-26)
5
1 Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó y se le acercaron sus discípulos; 2 y abriendo su boca les enseñaba diciendo:
          3 —Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.
          4 »Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados.
          5 »Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra.
          6 »Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados.
          7 »Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.
          8 »Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios.
          9 »Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios.
          10 »Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque suyo es el Reino de los Cielos.
          11 »Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. 12 Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas de antes de vosotros.

Sal de la tierra. Luz del mundo

(Mc 4,21; Lc 11,33; 14,34-35)
         13 »Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué se salará? No vale más que para tirarla fuera y que la pisotee la gente.
          14 »Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; 15 ni se enciende una luz para ponerla debajo de un º celemín, sino sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa. 16 Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos.

Jesús y su doctrina, plenitud de la Ley

(Lc 6,27-36; 12,58-59; 16,17-18)
          17 »No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud. 18 En verdad os digo que mientras no pasen el cielo y la tierra, de la Ley no pasará ni la más pequeña letra o trazo hasta que todo se cumpla. 19 Así, el que quebrante uno solo de estos mandamientos, incluso de los más pequeños, y enseñe a los hombres a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Por el contrario, el que los cumpla y enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos. 20 Os digo, pues, que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.
          21 »Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será reo de juicio. 22 Pero yo os digo: todo el que se llene de ira contra su hermano será reo de juicio; y el que insulte a su hermano será reo ante el Sanedrín; y el que le maldiga será reo del fuego del infierno. 23 Por lo tanto, si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, 24 deja allí tu ofrenda delante del altar, vete primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve después para presentar tu ofrenda. 25 Ponte de acuerdo cuanto antes con tu adversario mientras vas de camino con él; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al alguacil y te metan en la cárcel. 26 Te aseguro que no saldrás de allí hasta que restituyas la última moneda.
          27 »Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. 28 Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón. 29 Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo y tíralo; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. 30 Y si tu mano derecha te escandaliza, córtala y arrójala lejos de ti; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo acabe en el infierno.
          31 »Se dijo también: Cualquiera que repudie a su mujer, que le dé el libelo de repudio. 32 Pero yo os digo que todo el que repudia a su mujer –excepto en el caso de fornicación– la expone a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.
          33 »También habéis oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en vano, sino que cumplirás los juramentos que le hayas hecho al Señor. 34 Pero yo os digo: no juréis de ningún modo; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; 35 ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del Gran Rey. 36 Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes volver blanco o negro ni un solo cabello. 37 Que vuestro modo de hablar sea: «Sí, sí»; «no, no». Lo que exceda de esto, viene del Maligno.
          38 »Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. 39 Pero yo os digo: no repliquéis al malvado; por el contrario, si alguien te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra. 40 Al que quiera entrar en pleito contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto. 41 A quien te fuerce a andar una º milla, vete con él dos. 42 A quien te pida, dale; y no rehuyas al que quiera de ti algo prestado.
          43 »Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. 44 Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan, 45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores. 46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tenéis? ¿No hacen eso también los publicanos? 47 Y Si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen eso también los paganos? 48 Por eso, sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

Rectitud de intención: limosna, oración y ayuno

(Lc 11,1-4)
6
1 »Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres con el fin de que os vean; de otro modo no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.
          2 »Por lo tanto, cuando des limosna no lo vayas pregonando, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, con el fin de que los alaben los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. 3 Tú, por el contrario, cuando des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha, 4 para que tu limosna quede en lo oculto; de este modo, tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará.
          5 »Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que son amigos de orar puestos de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para exhibirse delante de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa. 6 Tú, por el contrario, cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, con la puerta cerrada, ora a tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará. 7 Y al orar no empleéis muchas palabras como los gentiles, que piensan que por su locuacidad van a ser escuchados. 8 Así pues, no seáis como ellos, porque bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis. 9 Vosotros, en cambio, orad así:
                   Padre nuestro, que estás en los cielos,
                   santificado sea tu Nombre;
                   10 venga tu Reino;
                   hágase tu voluntad,
                        como en el cielo, también en la tierra;
                   11 danos hoy nuestro pan cotidiano;
                   12 y perdónanos nuestras deudas,
                        como también nosotros perdonamos
                            a nuestros deudores;
                   13 y no nos pongas en tentación,
                   sino líbranos del mal.
          14 »Porque si les perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial. 15 Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados.
          16 »Cuando ayunéis no os finjáis tristes como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres noten que ayunan. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. 17 Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lávate la cara, 18 para que no adviertan los hombres que ayunas, sino tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará.

Confianza en la Providencia paternal de Dios

(Lc 12,22-34)
          19 »No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroen y donde los ladrones socavan y los roban. 20 Amontonad en cambio tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan ni roban. 21 Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón.
          22 »La lámpara del cuerpo es el ojo. Por eso, si tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo estará iluminado. 23 Pero si tu ojo es malicioso, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Y si la luz que hay en ti es tinieblas, ¡qué grande será la oscuridad!
          24 »Nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión a uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo: no podéis servir a Dios y a las riquezas.
          25 »Por eso os digo: no estéis preocupados por vuestra vida: qué vais a comer; o por vuestro cuerpo: con qué os vais a vestir. ¿Es que no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? 26 Mirad las aves del cielo: no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿Es que no valéis vosotros mucho más que ellas? 27 ¿Quién de vosotros, por mucho que cavile, puede añadir un solo codo a su estatura? 28 Y sobre el vestir, ¿por qué os preocupáis? Fijaos en los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, 29 y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos. 30 Y si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios la viste así, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? 31 Así pues, no andéis preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer, qué vamos a beber, con qué nos vamos a vestir? 32 Por todas esas cosas se afanan los paganos. Bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso estáis necesitados.
          33 »Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os añadirán. 34 Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad.

Preceptos diversos: no juzgar al prójimo

(Mc 4,24; Lc 6,37-42)
7
1 No juzguéis para no ser juzgados. 2 Porque con el juicio con que juzguéis se os juzgará, y con la medida con que midáis se os medirá.
          3 »¿Por qué te fijas en la mota del ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en el tuyo? 4 O ¿cómo vas a decir a tu hermano: «Deja que saque la mota de tu ojo», cuando tú tienes una viga en el tuyo? 5 Hipócrita: saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad cómo sacar la mota del ojo de tu hermano.

Respeto de las cosas santas

          6 »No deis las cosas santas a los perros, ni echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen con sus patas y al revolverse os despedacen.

Eficacia de la oración

(Lc 11,5-13)
          7 »Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. 8 Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.
          9 »¿Quién de entre vosotros, si un hijo suyo le pide un pan, le da una piedra? 10 ¿O si le pide un pez le da una serpiente? 11 Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se lo pidan?

La «regla de oro»

(Lc 6,31)
          12 »Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos: ésta es la Ley y los Profetas.

La puerta angosta

(Lc 13,22-30) 
          13 »Entrad por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. 14 ¡Qué angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!

Los falsos profetas

(Lc 6,43-44)
          15 »Guardaos bien de los falsos profetas, que se os acercan disfrazados de oveja, pero por dentro son lobos voraces. 16 Por sus frutos los conoceréis: ¿es que se recogen uvas de los espinos o higos de las zarzas? 17 Así, todo árbol bueno da frutos buenos, y todo árbol malo da frutos malos. 18 Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. 19 Todo árbol que no da buen fruto se corta y se arroja al fuego. 20 Por tanto, por sus frutos los conoceréis.

Cumplir la voluntad de Dios

(Lc 13,25-30)
          21 »No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. 22 Muchos me dirán aquel día: «Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y hemos expulsado los demonios en tu nombre, y hemos hecho prodigios en tu nombre?» 23 Entonces yo declararé ante ellos: «Jamás os he conocido: apartaos de mí, los que obráis la iniquidad».

Edificar sobre roca

(Lc 6,46-49)
          24 »Por lo tanto, todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca; 25 y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca.
          26 »Pero todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena; 27 y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: se precipitaron contra aquella casa, y se derrumbó y fue tremenda su ruina.

Autoridad de la enseñanza de Jesús

         28 Cuando terminó Jesús estos discursos las multitudes quedaron admiradas de su enseñanza, 29 porque les enseñaba como quien tiene potestad y no como los escribas.

IV. LOS MILAGROS DEL MESÍAS
Curación de un leproso

(Mc 1,40-45; Lc 5,12-16)
8
1 Al bajar del monte le seguía una gran multitud. 2 En esto, se le acercó un leproso, se postró ante él y dijo:
          —Señor, si quieres, puedes limpiarme.
          3 Y extendiendo Jesús la mano, le tocó diciendo:
          —Quiero, queda limpio.
          Y al instante quedó limpio de la lepra.
          4 Entonces le dijo Jesús:
          —Mira, no lo digas a nadie; pero anda, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio.

La fe del centurión
(Lc 7,1-10; Jn 4,46-54)
          5 AI entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión que le rogó:
          6 —Señor, mi criado yace paralítico en casa con dolores muy fuertes.
          7 Jesús le dijo:
          —Yo iré y le curaré.
          8 Pero el centurión le respondió:
          —Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Pero basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. 9 Pues también yo soy un hombre que se encuentra bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes. Le digo a uno: «Vete», y va; y a otro: «Ven», y viene; y a mi siervo: «Haz esto», y lo hace.
          10 Al oírlo Jesús se admiró y les dijo a los que le seguían:
          —En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande. 11 Y os digo que muchos de oriente y occidente vendrán y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos, 12 mientras que los hijos del Reino serán arrojados a las tinieblas de afuera: allí habrá llanto y rechinar de dientes.
          13 Y le dijo Jesús al centurión:
          —Vete y que se haga conforme has creído.
          Y en aquel momento quedó sano el criado.

Curación de la suegra de Pedro
(Mc 1,29-31; Lc 4,38-39)
          14 Al llegar Jesús a casa de Pedro vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. 15 La tomó de la mano y le desapareció la fiebre; entonces ella se levantó y se puso a servirle.

Otras curaciones

(Mc 1,32-34; Lc 4,40-41)
          16 Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; expulsó a los espíritus con su palabra y curó a todos los enfermos, 17 para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
                   Él tomó nuestras dolencias
                   y cargó con nuestras enfermedades.

Exigencias para el que sigue a Jesús

(Lc 9,57-62)
          18 Al ver Jesús a la multitud que estaba a su alrededor, ordenó marchar a la otra orilla. 19 Y se le acercó un escriba:
          —Maestro, te seguiré adonde vayas –le dijo.
          20 Jesús le contestó:
          —Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.
          21 Otro de sus discípulos le dijo:
          —Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre.
          22 —Sígueme y deja a los muertos enterrar a sus muertos –le respondió Jesús.

La tempestad calmada

(Mc 4,35-41; Lc 8,22-25)
          23 Se subió después a una barca, y le siguieron sus discípulos. 24 De repente se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. 25 Se le acercaron para despertarle diciendo:
          —¡Señor, sálvanos, que perecemos!
          26 Jesús les respondió:
          —¿Por qué os asustáis, hombres de poca fe?
          Entonces, puesto en pie, increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma. 27 Los hombres se asombraron y dijeron:
          —¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?

Los endemoniados de Gadara

(Mc 5,1-20; Lc 8,26-39)
          28 Al llegar a la orilla opuesta, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados, que salían de los sepulcros, tan furiosos que nadie podía transitar por aquel camino. 29 Y en esto, se pusieron a gritar diciendo:
          —¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí antes de tiempo para atormentarnos?
          30 Había no lejos de ellos una gran piara de cerdos paciendo. 31 Los demonios le suplicaban:
          —Si nos expulsas, envíanos a la piara de cerdos.
          32 Les respondió:
          —Id.
          Y ellos salieron y entraron en los cerdos. Entonces toda la piara se lanzó corriendo por la pendiente hacia el mar y pereció en el agua. 33 Los porqueros huyeron y, al llegar a la ciudad, contaron todas estas cosas, y lo sucedido a los endemoniados. 34 Así que toda la ciudad vino al encuentro de Jesús y, cuando le vieron, le rogaron que se alejara de su región.

Curación de un paralítico

(Mc 2,1-12; Lc 5,17-26)
9
1 Subió a una barca, cruzó de nuevo el mar y llegó a su ciudad. 2 Entonces, le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico:
          —Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados.
          3 Entonces algunos escribas dijeron para sus adentros: «Éste blasfema». 4 Conociendo Jesús sus pensamientos, dijo:
          —¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? 5 ¿Qué es más fácil decir: «Tus pecados te son perdonados», o decir: «Levántate, y anda»? 6 Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados –se dirigió entonces al paralítico–, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
     7 Él se levantó y se fue a su casa. 8 Al ver esto, la gente se atemorizó y glorificó a Dios por haber dado tal potestad a los hombres.

Vocación de Mateo

(Mc 2,13-17; Lc 5,27-32)
          9 Al marchar Jesús de allí, vio a un hombre sentado al telonio, que se llamaba Mateo, y le dijo:
          —Sígueme.
          Él se levantó y le siguió.
          10 Ya en la casa, estando a la mesa, vinieron muchos publicanos y pecadores y se sentaron también con Jesús y sus discípulos. 11 Los fariseos, al ver esto, empezaron a decir a sus discípulos:
          —¿Por qué vuestro maestro come con publicanos y pecadores?
          12 Pero él lo oyó y dijo:
          —No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. 13 Id y aprended qué sentido tiene: Misericordia quiero y no sacrificio; porque no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores.

Cuestión sobre el ayuno

(Mc 2,18-22; Lc 5,33-39)
          14 Entonces se le acercaron los discípulos de Juan para decirle:
          —¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia y, en cambio, tus discípulos no ayunan?
          15 Jesús les respondió:
          —¿Acaso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Ya vendrá el día en que les será arrebatado el esposo; entonces, ya ayunarán.
          16 »Nadie pone un remiendo de paño nuevo a un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido y se produce un desgarrón peor. 17 Ni se echa vino nuevo en odres viejos; porque entonces los odres revientan, y el vino se derrama, y los odres se pierden. El vino nuevo lo echan en odres nuevos y así los dos se conservan.

Resurrección de la hija de Jairo y curación de la hemorroísa

(Mc 5,21-43; Lc 8,40-56)
          18 Mientras les decía estas cosas, un hombre importante se acercó, se postró ante él y le dijo:
          —Mi hija se acaba de morir, pero ven, pon la mano sobre ella y vivirá.
          19 Jesús se levantó y le siguió con sus discípulos.
          20 En esto, una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años, acercándose por detrás, tocó el borde de su manto, 21 porque se decía a sí misma: «Con sólo tocar su manto me curaré». 22 Jesús se volvió y mirándola le dijo:
          —Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado.
          Y desde ese mismo momento quedó curada la mujer.
          23 Cuando llegó Jesús a la casa de aquel hombre y vio a los músicos fúnebres y a la gente alterada, comenzó a decir:
          24 —Retiraos; la niña no ha muerto, sino que duerme.
          Pero se reían de él. 25 Y, cuando echaron de allí a la gente, entró, la tomó de la mano y la niña se levantó.
          26 Y esta noticia corrió por toda aquella comarca.

Curación de dos ciegos
El demonio mudo

(Lc 11,14-15)
          27 Al marcharse Jesús de allí, le siguieron dos ciegos diciendo a gritos:
          —¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!
          28 Cuando llegó a la casa se le acercaron los ciegos y Jesús les dijo:
          —¿Creéis que puedo hacer eso?
          —Sí, Señor –le respondieron.
          29 Entonces les tocó los ojos diciendo:
          —Que se haga en vosotros conforme a vuestra fe.
          30 Y se les abrieron los ojos. Pero Jesús les ordenó severamente:
          —Mirad que nadie lo sepa.
          31 Ellos, en cambio, en cuanto salieron divulgaron la noticia por toda aquella comarca.
          32 Nada más irse, le trajeron un endemoniado mudo. 33 Después de expulsar al demonio habló el mudo. Y la multitud se quedó admirada diciendo:
          —Jamás se ha visto cosa igual en Israel.
          34 Pero los fariseos decían:
          —Expulsa los demonios por el príncipe de los demonios.

Necesidad de buenos pastores

(Mc 6,34; Lc 10,2)
          35 Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.
          36 Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor.
          37 Entonces les dijo a sus discípulos:
          —La mies es mucha, pero los obreros pocos. 38 Rogad, por tanto, al señor de la mies que envíe obreros a su mies.

V. DEL ANTIGUO AL NUEVO PUEBLO DE DIOS
Elección de los Doce Apóstoles

(Mc 3,13-19; Lc 6,12-16)
10
1 Habiendo llamado a sus doce discípulos, les dio potestad para expulsar a los espíritus impuros y para curar todas las enfermedades y dolencias. 2 Los nombres de los doce apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; 3 Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; 4 Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el que le entregó.
Primera misión de los Apóstoles (10,5-15)
(Mc 6,6-13; Lc 9,1-6)
 
          5 A estos doce los envió Jesús, después de darles estas instrucciones:
          —No vayáis a tierra de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; 6 sino id primero a las ovejas perdidas de la casa de Israel. 7 Id y predicad: «El Reino de los Cielos está cerca». 8 Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, expulsad los demonios. Gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente. 9 No llevéis oro, ni plata, ni dinero en vuestras bolsas, 10 ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, porque el que trabaja merece su sustento.
          11 »En cualquier ciudad o aldea en que entréis, informaos sobre quién hay en ella que sea digno; y quedaos allí hasta que os vayáis. 12 Al entrar en una casa dadle vuestro saludo. 13 Si la casa fuera digna, venga vuestra paz sobre ella; pero si no fuera digna, que vuestra paz vuelva a vosotros. 14 Si alguien no os acoge ni escucha vuestras palabras, al salir de aquella casa o ciudad, sacudíos el polvo de los pies. 15 En verdad os digo que en el día del Juicio la tierra de Sodoma y Gomorra será tratada con menos rigor que esa ciudad.
Instrucciones de Jesús para la misión apostólica (10,16-42)
(Mc 13,9-13; Lc 12,1-12.49-53; 21,12-17)
 
          16 »Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Por eso, sed sagaces como las serpientes y sencillos como las palomas. 17 Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en sus sinagogas, 18 y seréis llevados ante los gobernadores y reyes por causa mía, para que deis testimonio ante ellos y los gentiles. 19 Pero cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué debéis decir; porque en aquel momento se os comunicará lo que vais a decir. 20 Pues no sois vosotros los que vais a hablar, sino que será el Espíritu de vuestro Padre quien hable en vosotros. 21 Entonces el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres para hacerles morir. 22 Y todos os odiarán a causa de mi nombre; pero quien persevere hasta el fin, ése se salvará. 23 Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; en verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del Hombre.
          24 »No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su señor. 25 Al discípulo le basta llegar a ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al amo de la casa le han llamado Beelzebul, cuánto más a los de su misma casa. 26 No les tengáis miedo, porque nada hay oculto que no vaya a ser descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. 27 Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a plena luz; y lo que escuchasteis al oído, pregonadlo desde los terrados. 28 No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno. 29 ¿No se vende un par de pajarillos por un as? Pues bien, ni uno solo de ellos caerá en tierra sin que lo permita vuestro Padre. 30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. 31 Por tanto, no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos pajarillos.
          32 »A todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. 33 Pero al que me niegue delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en los cielos.
          34 »No penséis que he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer la paz sino la espada. 35 Porque he venido a enfrentar
                   al hombre contra su padre,
                            a la hija contra su madre
                   y a la nuera contra su suegra.
                   36 Y los enemigos del hombre
                            serán los de su misma casa.
          37 »Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. 38 Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. 39 Quien encuentre su vida, la perderá; pero quien pierda por mí su vida, la encontrará.
          40 »Quien a vosotros os recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. 41 Quien recibe a un profeta por ser profeta obtendrá recompensa de profeta, y quien recibe a un justo por ser justo obtendrá recompensa de justo. 42 Y cualquiera que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por el hecho de ser discípulo, en verdad os digo que no quedará sin recompensa.
Embajada de San Juan Bautista (11,1-15)
(Lc 7,18-30)
 

11

1 Cuando terminó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.
2 Entretanto Juan, que en la cárcel había tenido noticia de las obras de Cristo, envió a preguntarle por mediación de sus discípulos:
          3 —¿Eres tú el que va a venir, o esperamos a otro?
          4 Y Jesús les respondió:
          —Id y anunciadle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: 5 los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. 6 Y bienaventurado el que no se escandalice de mí.
          7 Cuando ellos se fueron, Jesús se puso a hablar de Juan a la multitud:
          —¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? 8 Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre vestido con finos ropajes? Daos cuenta de que los que llevan finos ropajes se encuentran en los palacios reales. 9 Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os lo aseguro, y más que un profeta. 10 Este es de quien está escrito:
                   Mira que yo envío a mi mensajero delante de ti,
                            para que vaya preparándote el camino.
          11 »En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él.
          12 »Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos padece violencia, y los esforzados lo conquistan. 13 Porque todos los Profetas y la Ley profetizaron hasta Juan. 14 Y si queréis comprenderlo, él es Elías, el que va a venir. 15 El que tenga oídos, que oiga.
Reproches contra la incredulidad (11,16-19)
(Lc 7,31-35)
 
          16 »¿Con quién voy a comparar esta generación? Se parece a unos niños que se sientan en las plazas y les reprochan a sus compañeros:
                   17 «Hemos tocado para vosotros la flauta
                            y no habéis bailado;
                   hemos cantado lamentaciones
                            y no habéis hecho duelo».
          18 »Porque ha venido Juan, que no come ni bebe, y dicen: «Tiene un demonio». 19 Ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: «Mirad un hombre comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores».
          »Pero la sabiduría queda acreditada por sus propias obras.
Jesús increpa a las ciudades incrédulas (11,20-24)
(Lc 10,13-16)
 
          20 Entonces se puso a reprochar a las ciudades donde se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido:
          21 —¡Ay de ti, Corazín, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que se han obrado en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia en saco y ceniza. 22 Sin embargo, os digo que en el día del Juicio Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que vosotras.
          23 »Y tú, Cafarnaún, ¿acaso serás exaltada hasta el cielo? ¡Hasta los infiernos vas a descender! Porque si en Sodoma hubieran sido realizados los milagros que se han obrado en ti, perduraría hasta hoy. 24 En verdad os digo que en el día del Juicio la tierra de Sodoma será tratada con menos rigor que tú.
Acción de gracias de Jesús (11,25-30)
(Lc 10,21-24)
 
          25 En aquella ocasión Jesús declaró:
          —Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. 26 Sí Padre, porque así te ha parecido bien. 27 Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.
          28 »Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. 29 Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: 30 porque mi yugo es suave y mi carga es ligera.
Cuestión sobre el sábado (12,1-14)
(Mc 2,23-28; Lc 6,1-5)
 

12

1 En aquel tiempo pasaba Jesús un sábado por entre unos sembrados; sus discípulos tuvieron hambre y comenzaron a arrancar unas espigas y a comer. 2 Los fariseos, al verlo, le dijeron:
          —Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer el sábado.
          3 Pero él les respondió:
          —¿No habéis leído lo que hizo David y los que le acompañaban cuando tuvieron hambre? 4 ¿Cómo entró en la Casa de Dios y comió los panes de la proposición, que no les era lícito comer ni a él ni a los que le acompañaban, sino sólo a los sacerdotes? 5 ¿Y no habéis leído en la Ley que, los sábados, los sacerdotes en el Templo quebrantan el descanso y no pecan? 6 Os digo que aquí está el que es mayor que el Templo. 7 Si hubierais entendido qué sentido tiene: Misericordia quiero y no sacrificio, no habríais condenado a los inocentes. 8 Porque el Hijo del Hombre es señor del sábado.
Curación del hombre de la mano seca
(Mc 3,1-6; Lc 6,6-11)
 
          9 Cuando salió de allí, entró en su sinagoga 10 donde había un hombre que tenía una mano seca. Y le interrogaban para acusarle:
          —¿Es lícito curar en sábado?
          11 Él les respondió:
          —¿Quién de vosotros, si tiene una oveja, y el sábado se le cae dentro de un hoyo, no la agarra y la saca? 12 Pues cuánto más vale un hombre que una oveja. Por tanto, es lícito hacer el bien en sábado.
          13 Entonces le dijo al hombre:
          —Extiende tu mano.
          Y la extendió y quedó sana como la otra.
          14 Al salir, los fariseos se pusieron de acuerdo contra él, para ver cómo perderle.
Jesús, Siervo de Dios (12,15-21)
 
          15 Jesús, sabiéndolo, se alejó de allí, y le siguieron muchos y los curó a todos, 16 y les ordenó que no le descubriesen, 17 para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
                   18 Aquí está mi Siervo, a quien elegí,
                            mi amado, en quien se complace mi alma.
                   Pondré mi Espíritu sobre él
                            y anunciará la justicia a las naciones.
                   19 No disputará ni gritará,
                            nadie oirá su voz en las plazas.
                   20 No quebrará la caña cascada,
                            ni apagará la mecha humeante,
                   hasta que haga triunfar la justicia.
                            21 Y en su nombre pondrán su esperanza
                                      las naciones.
Calumnia de los fariseos
Pecado contra el Espíritu Santo
(12,22-37)
(Mc 3,22-30; Lc 6,43-45; 11,14-26)
 
          22 Entonces le trajeron un endemoniado ciego y mudo. Y lo curó, de manera que el mudo hablaba y veía. 23 Y toda la multitud se asombraba y decía:
          —¿No será éste el Hijo de David?
          24 Pero los fariseos, al oírlo, dijeron:
          —Éste no expulsa los demonios sino por Beelzebul, el príncipe de los demonios.
          25 Jesús, que conocía sus pensamientos, les replicó:
          —Todo reino dividido contra sí mismo queda desolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no se sostendrá. 26 Si Satanás expulsa a Satanás, está dividido contra sí mismo. ¿Cómo entonces se sostendrá su reino? 27 Y si yo expulso los demonios por Beelzebul, vuestros hijos ¿por quién los expulsan? Por eso, ellos serán vuestros jueces. 28 Pero si yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros. 29 ¿Cómo puede alguien entrar en la casa de uno que es fuerte y arrebatarle sus bienes, si antes no ata al que es fuerte? Sólo entonces podrá arrebatarle su casa. 30 El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.
          31 »Por lo tanto, os digo que todo pecado y blasfemia se les perdonará a los hombres; pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada. 32 A cualquiera que diga una palabra contra el Hijo del Hombre se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo no se le perdonará ni en este mundo ni en el venidero.
          33 »O hacéis bueno el árbol y bueno su fruto, o hacéis malo el árbol y malo su fruto; porque por el fruto se conoce el árbol. 34 Raza de víboras, ¿cómo podéis decir cosas buenas, siendo malos? Pues de la abundancia del corazón habla la boca. 35 El hombre bueno saca del buen tesoro cosas buenas, pero el hombre malo saca del tesoro malo cosas malas. 36 Os digo que de toda palabra vana que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio. 37 Por tus palabras, pues, serás justificado, y por tus palabras serás condenado.
La señal de Jonás (12,38-45)
(Lc 11,24-26.29-32)
 
          38 Entonces algunos escribas y fariseos se dirigieron a él:
          —Maestro, queremos ver de ti una señal.
          39 Él les respondió:
          —Esta generación perversa y adúltera pide una señal, pero no se le dará otra señal que la del profeta Jonás. 40 Igual que estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en las entrañas de la tierra tres días y tres noches. 41 Los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación en el Juicio y la condenarán: porque se convirtieron ante la predicación de Jonás, y daos cuenta de que aquí hay algo más que Jonás. 42 La reina del Sur se levantará contra esta generación en el Juicio y la condenará: porque vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y daos cuenta de que aquí hay algo más que Salomón.
          43 »Cuando el espíritu impuro ha salido de un hombre, vaga por lugares áridos en busca de descanso, pero no lo encuentra. 44 Entonces dice: «Volveré a mi casa, de donde salí». Y al llegar la encuentra desocupada, bien barrida y en orden. 45 Entonces va, toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrando se instalan allí, con lo que la situación final de aquel hombre resulta peor que la primera. Lo mismo le ocurrirá a esta generación perversa.
El verdadero parentesco con Jesús (12,46-50)
(Mc 3,31-35; Lc 8,19-21)
 
          46 Aún estaba él hablando a las multitudes, cuando su madre y sus hermanos se hallaban fuera intentando hablar con él. 47 Alguien le dijo entonces:
          —Mira, tu madre y tus hermanos están ahí fuera intentando hablar contigo.
          48 Pero él respondió al que se lo decía:
          —¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?
          49 Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo:
          —Éstos son mi madre y mis hermanos. 50 Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.
VI. LAS PARÁBOLAS DEL REINO
(13,1-52)
Parábola del sembrador. Sentido de las parábolas (13,1-23)
(Mc 4,1-20; Lc 8,4-15)
 

13

1Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. 2 Se reunió en torno a él una multitud tan grande, que tuvo que subir a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la playa. 3 Y se puso a hablarles muchas cosas con parábolas:
          —Salió el sembrador a sembrar. 4 Y al echar la semilla, parte cayó junto al camino y vinieron los pájaros y se la comieron. 5 Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; 6 pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. 7 Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la ahogaron. 8 Otra, en cambio, cayó en buena tierra y comenzó a dar fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. 9 El que tenga oídos, que oiga.
          10 Los discípulos se acercaron a decirle:
          —¿Por qué les hablas con parábolas?
          11 Él les respondió:
          —A vosotros se os ha concedido el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no se les ha concedido. 12 Porque al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. 13 Por eso les hablo con parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. 14 Y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice:
                   Con el oído oiréis, pero no entenderéis;
                            con la vista miraréis, pero no veréis.
                   15 Porque se ha embotado el corazón
                                      de este pueblo,
                            han hecho duros sus oídos,
                            y han cerrado sus ojos;
                   no sea que vean con los ojos,
                            y oigan con los oídos,
                            y entiendan con el corazón y se conviertan,
                   y yo los sane.
          16 »Bienaventurados, en cambio, vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. 17 Porque en verdad os digo que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que estáis viendo y no lo vieron, y oír lo que estáis oyendo y no lo oyeron.
          18 »Escuchad, pues, vosotros la parábola del sembrador. 19 A todo el que oye la palabra del Reino y no entiende, viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: esto es lo sembrado junto al camino. 20 Lo sembrado sobre terreno pedregoso es el que oye la palabra, y al momento la recibe con alegría; 21 pero no tiene en sí raíz, sino que es inconstante y, al venir una tribulación o persecución por causa de la palabra, enseguida tropieza y cae. 22 Lo sembrado entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y queda estéril. 23 Y lo sembrado en buena tierra es el que oye la palabra y la entiende, y fructifica y produce el ciento, o el sesenta, o el treinta.
Parábola de la cizaña (13,24-52)
 
          24 Les propuso otra parábola:
          —El Reino de los Cielos es como un hombre que sembró buena semilla en su campo. 25 Pero, mientras dormían los hombres, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. 26 Cuando brotó la hierba y echó espiga, entonces apareció también la cizaña. 27 Los siervos del amo de la casa fueron a decirle: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?» 28 Él les dijo: «Algún enemigo lo habrá hecho». Le respondieron los siervos: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?» 29 Pero él les respondió: «No, no vaya a ser que, al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. 30 Dejad que crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega les diré a los segadores: “Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla; el trigo, en cambio, almacenadlo en mi granero”».
Parábolas del grano de mostaza y de la levadura
(Mc 4,30-34; Lc 13,18-21)
 
          31 Les propuso otra parábola:
          —El Reino de los Cielos es como un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo; 32 es, sin duda, la más pequeña de todas las semillas, pero cuando ha crecido es la mayor de las hortalizas, y llega a hacerse como un árbol, hasta el punto de que los pájaros del cielo acuden a anidar en sus ramas.
          33 Les dijo otra parábola:
          —El Reino de los Cielos es como la levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres  medidas de harina, hasta que fermentó todo.
          34 Todas estas cosas habló Jesús a las multitudes con parábolas y no les solía hablar nada sin parábolas, 35 para que se cumpliese lo dicho por medio del Profeta:
                   Abriré mi boca con parábolas,
                            proclamaré las cosas que estaban ocultas
                                      desde la creación del mundo.
Explicación de la parábola de la cizaña
 
          36 Entonces, después de despedir a las multitudes, entró en la casa. Y se acercaron sus discípulos y le dijeron:
          —Explícanos la parábola de la cizaña del campo.
          Él les respondió:
          37 —El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; 38 el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno. 39 El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del mundo; los segadores son los ángeles. 40 Del mismo modo que se reúne la cizaña y se quema en el fuego, así será al fin del mundo. 41 El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles y apartarán de su Reino a todos los que causan escándalo y obran la maldad, 42 y los arrojarán en el horno del fuego. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. 43 Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. Quien tenga oídos, que oiga.
Parábolas del tesoro escondido,
de la perla y de la red

 
          44 »El Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre, lo oculta y, en su alegría, va y vende todo cuanto tiene y compra aquel campo.
          45 »Asimismo el Reino de los Cielos es como un comerciante que busca perlas finas 46 y, cuando encuentra una perla de gran valor, va y vende todo cuanto tiene y la compra.
          47 »Asimismo el Reino de los Cielos es como una red barredera que se echa en el mar y recoge toda clase de cosas. 48 Y cuando está llena la arrastran a la orilla, y se sientan para echar lo bueno en cestos, y lo malo tirarlo fuera. 49 Así será al fin del mundo: saldrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos 50 y los arrojarán al horno del fuego. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
          51 »¿Habéis entendido todo esto?
          —Sí –le respondieron.
          52 Él les dijo:
          —Por eso, todo escriba instruido en el Reino de los Cielos es como un hombre, amo de su casa, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas.
VII. JESÚS SE RETIRA A LAS REGIONES CERCANAS
(13,53-16,20)
Nadie es profeta en su tierra (13,53-58)
(Mc 6,1-6; Lc 4, 16-30)
 
          53 Cuando terminó Jesús estas parábolas se marchó de allí. 54 Y al llegar a su ciudad se puso a enseñarles en su sinagoga, de manera que se quedaban admirados y decían:
          —¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos poderes? 55 ¿No es éste el hijo del artesano? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? 56 Y sus hermanas ¿no viven todas entre nosotros? ¿Pues de dónde le viene todo esto?
          57 Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo:
          —No hay profeta que no sea menospreciado en su tierra y en su casa.
          58 Y no hizo allí muchos milagros por su incredulidad.
Martirio de San Juan Bautista (14,1-12)
(Mc 6,14-29; Lc 3,19-20)
 

14

1 En aquel entonces oyó el tetrarca Herodes la fama de Jesús 2 y les dijo a sus cortesanos:
          —Éste es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él esos poderes.
          3 Herodes, en efecto, había apresado a Juan, lo había encadenado y lo había metido en la cárcel a causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, 4 porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla». 5 Y aunque quería matarlo, tenía miedo del pueblo porque lo consideraban un profeta.
          6 El día del cumpleaños de Herodes salió a bailar la hija de Herodías y le gustó tanto a Herodes, 7 que juró darle cualquier cosa que pidiese. 8 Ella, instigada por su madre, dijo:
          —Dame aquí, en esta bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.
          9 El rey se entristeció, pero por el juramento y por los comensales ordenó dársela. 10 Y mandó decapitar a Juan en la cárcel. 11 Trajeron su cabeza en la bandeja y se la dieron a la muchacha, que la entregó a su madre. 12 Acudieron luego sus discípulos, tomaron el cuerpo muerto, lo enterraron y fueron a dar la noticia a Jesús.
Primera multiplicación de los panes (14,13-21)
(Mc 6,30-44; Lc 9,10-17; Jn 6,1-15)
 
          13 Al oírlo Jesús se alejó de allí en una barca hacia un lugar apartado él solo. Cuando la gente se enteró le siguió a pie desde las ciudades. 14 Al desembarcar vio una gran muchedumbre y se llenó de compasión por ella y curó a los enfermos. 15 Al atardecer se acercaron sus discípulos y le dijeron:
          —Éste es un lugar apartado y ya ha pasado la hora; despide a la gente para que vayan a las aldeas a comprarse alimentos.
          16 Pero Jesús les dijo:
          —No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer.
          17 Ellos le respondieron:
          —Aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.
          18 Él les dijo:
          —Traédmelos aquí.
          19 Entonces mandó a la gente que se acomodara en la hierba. Tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. 20 Comieron todos hasta que quedaron satisfechos, y de los trozos que sobraron recogieron doce cestos llenos. 21 Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Jesús camina sobre las aguas (14,22-33)
(Mc 6,45-52; Jn 6,16-21)
 
          22 Y enseguida Jesús mandó a los discípulos que subieran a la barca y que se adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. 23 Y, después de despedirla, subió al monte a orar a solas. Cuando se hizo de noche seguía él solo allí. 24 Mientras tanto, la barca ya se había alejado de tierra muchos estadios, sacudida por las olas, porque el viento le era contrario. 25 En la cuarta vigilia de la noche vino hacia ellos caminando sobre el mar. 26 Cuando le vieron los discípulos andando sobre el mar, se asustaron y dijeron:
          —¡Es un fantasma! –y llenos de miedo empezaron a gritar.
          27 Pero al instante Jesús les habló:
          —Tened confianza, soy yo, no tengáis miedo.
          28 Entonces Pedro le respondió:
          —Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas.
          29 —Ven –le dijo él.
          Y Pedro se bajó de la barca y comenzó a andar sobre las aguas en dirección a Jesús. 30 Pero al ver que el viento era muy fuerte se atemorizó y, al empezar a hundirse, se puso a gritar:
          —¡Señor, sálvame!
          31 Al instante Jesús alargó la mano, lo sujetó y le dijo:
          —Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?
          32 Y cuando subieron a la barca se calmó el viento. 33 Los que estaban en la barca le adoraron diciendo:
          —Verdaderamente eres Hijo de Dios.
Curaciones en Genesaret (14,34-36)
(Mc 6,53-56)
 
          34 Acabaron la travesía y llegaron a tierra a la altura de Genesaret. 35 Al reconocerlo los hombres de aquel lugar mandaron aviso a toda la comarca y le trajeron a todos los que se sentían mal, 36 y le suplicaban poder tocar aunque sólo fuera el borde su manto. Y todos los que lo tocaron quedaron sanos.
Las tradiciones de los antiguos
La verdadera pureza (15,1-20)
(Mc 7,1-23)
 

15

1 Por entonces unos fariseos y escribas de Jerusalén se acercaron a Jesús y le dijeron:
2 —¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de nuestros mayores? Pues, cuando comen pan, no se lavan las manos.
          3 Él les respondió:
          —¿Y por qué vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? 4 Porque Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre. Y el que maldiga a su padre o a su madre, que sea castigado con la muerte. 5 Vosotros, en cambio, decís que si alguien le dice a su padre o a su madre: «Que sea declarada ofrenda cualquier cosa que pudieras recibir de mí», 6 ése ya no tiene obligación de honrar a su padre. Así habéis anulado la palabra de Dios por vuestra tradición. 7 Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo:
                   8 Este pueblo me honra con los labios,
                            pero su corazón está muy lejos de mí.
                   9 Inútilmente me dan culto,
                            mientras enseñan doctrinas
                                      que son preceptos humanos.
          10 Y después de llamar a la multitud les dijo:
          —Escuchad y entendedlo bien. 11 Lo que entra por la boca no hace impuro al hombre, sino lo que sale de la boca: eso sí hace impuro al hombre.
          12 Entonces se acercaron los discípulos a decirle:
          —¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oír tus palabras?
          13 Pero él les respondió:
          —Toda planta que no plantó mi Padre celestial será arrancada. 14 Dejadlos, son ciegos, guías de ciegos; y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo.
          15 Pedro entonces tomó la palabra y le dijo:
          —Explícanos esa parábola.
          16 Él respondió:
          —¿También vosotros sois todavía incapaces de entender? 17 ¿No sabéis que todo lo que entra por la boca pasa al vientre y luego se echa en la cloaca? 18 Por el contrario, lo que sale de la boca procede del corazón, y eso es lo que hace impuro al hombre. 19 Porque del corazón proceden los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios y las blasfemias. 20 Estas cosas son las que hacen al hombre impuro; pero el comer sin lavarse las manos no hace impuro al hombre.
La mujer cananea (15,21-28)
(Mc 7,24-30)
 
          21 Después que Jesús salió de allí, se retiró a la región de Tiro y Sidón. 22 En esto una mujer cananea, venida de aquellos contornos, se puso a gritar:
          —¡Señor, Hijo de David, apiádate de mí! Mi hija está poseída cruelmente por el demonio.
          23 Pero él no le respondió palabra. Entonces, se le acercaron sus discípulos para rogarle:
          —Atiéndela y que se vaya, porque viene gritando detrás de nosotros.
          24 Él respondió:
          —No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
          25 Ella, no obstante, se acercó y se postró ante él diciendo:
          —¡Señor, ayúdame!
          26 Él le respondió:
          —No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos.
          27 Pero ella dijo:
          —Es verdad, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.
          28 Entonces Jesús le respondió:
          —¡Mujer, qué grande es tu fe! Que sea como tú quieres.
          Y su hija quedó sana en aquel instante.
Curación de muchos enfermos (15,29-31)
 
          29 Y cuando Jesús se marchó de aquel lugar, vino junto al mar de Galilea, subió al monte y se sentó allí. 30 Acudió a él mucha gente que traía consigo cojos, ciegos, lisiados, mudos y otros muchos enfermos, y los pusieron a sus pies, y él los curó; 31 de tal modo que se maravillaba la multitud viendo hablar a los mudos y restablecerse a los lisiados, andar a los cojos y ver a los ciegos. Y glorificaban al Dios de Israel.
Segunda multiplicación de los panes (15,32-39)
(Mc 8,1-10)
 
          32 Jesús llamó a sus discípulos y dijo:
          —Me da mucha pena la muchedumbre, porque ya llevan tres días conmigo y no tienen qué comer, y no quiero despedirlos en ayunas, no vaya a ser que desfallezcan en el camino.
          33 Pero le decían los discípulos:
          —¿De dónde vamos a sacar en un desierto panes suficientes para alimentar a tan gran muchedumbre?
          34 Jesús les dijo:
          —¿Cuántos panes tenéis?
          —Siete y unos pocos pececillos –respondieron ellos.
          35 Entonces ordenó a la multitud que se acomodase en el suelo. 36 Tomó los siete panes y los peces y, después de dar gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la multitud.
          37 Y comieron todos y quedaron satisfechos. Con los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas. 38 Los que comieron eran cuatro mil hombres sin contar mujeres y niños. 39 Después de despedir a la muchedumbre, subió a la barca y se fue a los confines de Magadán.
Insidias de fariseos y saduceos (16,1-12)
(Mc 8,11-21; Lc 12,54-56)
 

16

1 Se acercaron los fariseos y saduceos y, para tentarle, le rogaron que les hiciera ver una señal del cielo. 2 Él les respondió:
          —Al atardecer decís que va a hacer buen tiempo, porque está el cielo arrebolado; 3 y por la mañana, que hoy habrá tormenta, porque el cielo está rojizo y sombrío. ¿Así que sabéis descubrir el aspecto del cielo y no podéis descubrir los signos de los tiempos? 4 Esta generación perversa y adúltera pide una señal, pero no se le dará otra señal que la de Jonás.
          Y los dejó y se marchó.
          5 Al pasar los discípulos a la otra orilla se olvidaron de llevar panes. 6 Jesús les dijo:
          —Estad alerta y guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos.
          7 Pero ellos comentaban entre sí: «No hemos traído panes». 8 Al darse cuenta Jesús, dijo:
          —Hombres de poca fe. ¿Por qué vais comentando entre vosotros que no tenéis panes? 9 ¿Todavía no entendéis? ¿No os acordáis de los cinco panes para los cinco mil hombres y de cuántos cestos recogisteis? 10 ¿Ni de los siete panes para los cuatro mil hombres y de cuántas espuertas recogisteis? 11 ¿Cómo no entendéis que no me refería a los panes? Guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos.
          12 Entonces comprendieron que no se había referido a guardarse de la levadura del pan, sino de la enseñanza de los fariseos y saduceos.
Confesión y primado de San Pedro (16,13-20)
(Mc 8,27-30; Lc 9,18-21)
 
          13 Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, comenzó a preguntar a sus discípulos:
          —¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?
          14 Ellos respondieron:
          —Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o alguno de los profetas.
          15 Él les dijo:
          —Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
          16 Respondió Simón Pedro:
          —Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
          17 Jesús le respondió:
          —Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. 18 Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. 19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que ates sobre la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates sobre la tierra quedará desatado en los cielos.
          20 Entonces ordenó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Cristo.
SEGUNDA PARTE
MINISTERIO CAMINO DE JERUSALÉN

(§ 16,21-20-34)
VIII. HACIA JUDEA Y JERUSALÉN
(16,21-17,27)
Jesús predice su Pasión y su Gloria
La ley de la renuncia cristiana
(16,21-28)
(Mc 8,31-9,1; Lc 9,22-27)
 
          21 Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho por causa de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser llevado a la muerte y resucitar al tercer día.
          22 Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle diciendo:
          —¡Dios te libre, Señor! De ningún modo te ocurrirá eso.
          23 Pero él se volvió hacia Pedro y le dijo:
          —¡Apártate de mí, Satanás! Eres escándalo para mí, porque no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres.
          24 Entonces les dijo Jesús a sus discípulos:
          —Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. 25 Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará.
          26 »Porque, ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?, o ¿qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? 27 Porque el Hijo del Hombre va a venir en la gloria de su Padre acompañado de sus ángeles, y entonces retribuirá a cada uno según su conducta. 28 En verdad os digo que hay algunos de los aquí presentes que no sufrirán la muerte hasta que vean al Hijo del Hombre venir en su Reino.
La Transfiguración (17,1-13)
(Mc 9,2-13; Lc 9,28-36)
 

17

1 Seis días después, Jesús se llevó con él a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y los condujo a un monte alto, a ellos solos. 2 Y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol, y sus vestidos blancos como la luz. 3 En esto, se les aparecieron Moisés y Elías hablando con él. 4 Pedro, tomando la palabra, le dijo a Jesús:
          —Señor, qué bien estamos aquí; si quieres haré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
          5 Todavía estaba hablando, cuando una nube de luz los cubrió y una voz desde la nube dijo:
          —Éste es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escuchadle.
          6 Los discípulos al oírlo cayeron de bruces llenos de temor. 7 Entonces se acercó Jesús y los tocó y les dijo:
          —Levantaos y no tengáis miedo.
          8 Al alzar sus ojos no vieron a nadie: sólo a Jesús. 9 Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó:
          —No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos.
          10 Sus discípulos le preguntaron:
          —¿Por qué entonces dicen los escribas que Elías debe venir primero?
          11 Él les respondió:
          —Elías ciertamente vendrá y restablecerá todas las cosas. 12 Pero yo os digo que Elías ya ha venido y no lo han reconocido, sino que han hecho con él lo que han querido. Así también el Hijo del Hombre va a padecer a manos de ellos.
          13 Entonces comprendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista.
Curación del muchacho lunático (17,14-20)
(Mc 9,14-29; Lc 9,37-43)
 
          14 Al llegar donde la multitud, se acercó a él un hombre, se puso de rodillas 15 y le suplicó:
          —Señor, ten compasión de mi hijo, porque está lunático y sufre mucho; muchas veces se cae al fuego y otras al agua. 16 Lo he traído a tus discípulos y no lo han podido curar.
          17 Jesús contestó:
          —¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo aquí.
          18 Le increpó Jesús y salió de él el demonio, y quedó curado el muchacho desde aquel momento.
          19 Luego los discípulos se acercaron a solas a Jesús y le dijeron:
          —¿Por qué nosotros no hemos podido expulsarlo?
          20 —Por vuestra poca fe –les dijo–. Porque os aseguro que si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este monte: «Trasládate de aquí allá», y se trasladaría, y nada os sería imposible. (21)
Segundo anuncio de la Pasión. Tributo al Templo (17,22-27)
(Mc 9,30-32; Lc 9,43-45)
 
          22 Cuando estaban en Galilea les dijo Jesús:
          —El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, 23 y lo matarán, pero al tercer día resucitará.
          Y se pusieron muy tristes.
          24 Al llegar a Cafarnaún, se acercaron a Pedro los recaudadores del tributo y le dijeron:
          —¿No va a pagar vuestro Maestro el tributo?
          25 —Sí –respondió.
          Al entrar en la casa se anticipó Jesús y le dijo:
          —¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes reciben tributo o censo los reyes de la tierra: de sus hijos o de los extraños?
          26 Al responderle que de los extraños, le dijo Jesús:
          —Luego los hijos están exentos; 27 pero para no escandalizarlos, vete al mar, echa el anzuelo y el primer pez que pique sujétalo, ábrele la boca y encontrarás un estáter; lo tomas y lo das por mí y por ti.
IX. DISCURSO SOBRE LA VIDA EN LA IGLESIA
(18,1-20-34)
Los «pequeños» y el Reino
El escándalo. La oveja perdida
(18,1-14)
(Mc 9,33-50; Lc 9,46-50; 17,1-3; 15,4-7)
 

18

1 En aquella ocasión se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
—¿Quién piensas que es el mayor en el Reino de los Cielos?
          2 Entonces llamó a un niño, lo puso en medio de ellos 3 y dijo:
          —En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. 4 Pues todo el que se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos; 5 y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. 6 Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino, de las que mueve un asno, y lo hundieran en el fondo del mar. 7 ¡Ay del mundo por los escándalos! Es inevitable que vengan los escándalos. Sin embargo, ¡ay del hombre por cuya culpa se produce el escándalo! 8 Si tu mano o tu pie te escandaliza, córtatelo y arrójalo lejos de ti. Más te vale entrar en la Vida manco o cojo, que con las dos manos o los dos pies ser arrojado al fuego eterno. 9 Y si tu ojo te escandaliza, arráncatelo y tíralo lejos de ti. Más te vale entrar tuerto en la Vida, que con los dos ojos ser arrojado al fuego del infierno.
          10 »Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en los cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos. (11).
          12 »¿Qué os parece? Si a un hombre que tiene cien ovejas se le pierde una de ellas, ¿no dejará las noventa y nueve en el monte y saldrá a buscar la que se le había perdido? 13 Y si llega a encontrarla, os aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se habían perdido. 14 Del mismo modo, no es voluntad de vuestro Padre que está en los cielos que se pierda ni uno solo de estos pequeños.
Corrección fraterna
Poderes de los Apóstoles
(18,15-20)
(Lc 17,3-4)
 
          15 »Si tu hermano peca contra ti, vete y corrígele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. 16 Si no escucha, toma entonces contigo a uno o dos, para que cualquier asunto quede firme por la palabra de dos o tres testigos. 17 Pero si no quiere escucharlos, díselo a la Iglesia. Si tampoco quiere escuchar a la Iglesia, tenlo por pagano y publicano.
          18 »Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
          19 »Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra sobre cualquier cosa que quieran pedir, mi Padre que está en los cielos se lo concederá. 20 Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
Perdón de las ofensas
Parábola del siervo despiadado (
18,21-35)
(Lc 17,3-4)
 
          21 Entonces, se acercó Pedro a preguntarle:
          —Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano cuando peque contra mí? ¿Hasta siete?
          22 Jesús le respondió:
          —No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. 23 Por eso el Reino de los Cielos viene a ser como un rey que quiso arreglar cuentas con sus siervos. 24 Puesto a hacer cuentas, le presentaron uno que le debía diez mil talentos. 25 Como no podía pagar, el señor mandó que fuese vendido él con su mujer y sus hijos y todo lo que tenía, y que así pagase. 26 Entonces el siervo, se echó a sus pies y le suplicaba: «Ten paciencia conmigo y te pagaré todo». 27 El señor, compadecido de aquel siervo, lo mandó soltar y le perdonó la deuda. 28 Al salir aquel siervo, encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándole, lo ahogaba y le decía: «Págame lo que me debes». 29 Su compañero, se echó a sus pies y se puso a rogarle: «Ten paciencia conmigo y te pagaré». 30 Pero él no quiso, sino que fue y lo hizo meter en la cárcel, hasta que pagase la deuda. 31 Al ver sus compañeros lo ocurrido, se disgustaron mucho y fueron a contar a su señor lo que había pasado. 32 Entonces su señor lo mandó llamar y le dijo: «Siervo malvado, yo te he perdonado toda la deuda porque me lo has suplicado. 33 ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo la he tenido de ti?» 34 Y su señor, irritado, lo entregó a los verdugos, hasta que pagase toda la deuda. 35 Del mismo modo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada uno no perdona de corazón a su hermano.
Matrimonio y virginidad (19,1-12)
(Mc 10,1-12)
 

19

1 Cuando terminó Jesús estos discursos, partió de Galilea y fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán. 2 Y le siguieron grandes multitudes, y allí les curó. 3 Se acercaron entonces a él unos fariseos y le preguntaron para tentarle:
          —¿Le es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?
          4 Él respondió:
          —¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo hombre y mujer, 5 y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne? 6 De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
          7 Ellos le replicaron:
          —¿Por qué entonces Moisés mandó dar el libelo de repudio y despedirla?
          8 Él les respondió:
          —Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres a causa de la dureza de vuestro corazón; pero al principio no fue así. 9 Sin embargo, yo os digo: cualquiera que repudie a su mujer –a no ser por fornicación– y se case con otra, comete adulterio.
          10 Le dicen los discípulos:
          —Si esa es la condición del hombre con respecto a su mujer, no trae cuenta casarse.
          11 —No todos son capaces de entender esta doctrina –les respondió él–, sino aquellos a quienes se les ha concedido. 12 En efecto, hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre; también hay eunucos que han quedado así por obra de los hombres; y los hay que se han hecho eunucos a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien sea capaz de entender, que entienda.
Jesús bendice a los niños (19,13-15)
(Mc 10,13-16; Lc 18,15-17)
 
          13 Entonces le presentaron unos niños para que les impusiera las manos y orase; pero los discípulos les reñían. 14 Ante esto, Jesús dijo:
          —Dejad a los niños y no les impidáis que vengan conmigo, porque de los que son como ellos es el Reino de los Cielos.
          15 Y después de imponerles las manos, se marchó de allí.
El joven rico. Pobreza y entrega cristianas (19,16-30)
(Mc 10,17-31; Lc 18,18-30)
 
          16 Y se le acercó uno, y le dijo:
          —Maestro, ¿qué obra buena debo hacer para alcanzar la vida eterna?
          17 Él le respondió:
          —¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno sólo es el bueno. Pero si quieres entrar en la Vida, guarda los mandamientos.
          18 —¿Cuáles? –le preguntó.
          Jesús le respondió:
          —No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, 19 honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.
          20 —Todo esto lo he guardado –le dijo el joven–. ¿Qué me falta aún?
          21 Jesús le respondió:
          —Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes y dáselos a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme.
          22 Al oír el joven estas palabras se marchó triste, porque tenía muchas posesiones.
          23 Jesús les dijo entonces, a sus discípulos:
          —En verdad os digo: difícilmente entrará un rico en el Reino de los Cielos. 24 Es más, os digo que es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios.
          25 Cuando oyeron esto sus discípulos, se quedaron muy asombrados y decían:
          —Entonces, ¿quién puede salvarse?
          26 Jesús, con la mirada fija en ellos, les dijo:
          —Para el hombre esto es imposible; para Dios, sin embargo, todo es posible.
          27 Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo:
          —Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué recompensa tendremos?
          28 Jesús les respondió:
          —En verdad os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en su trono de gloria, vosotros, los que me habéis seguido, también os sentaréis sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. 29 Y todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, o hijos, o campos, por causa de mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna. 30 Porque muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros.
Parábola de los obreros de la viña (20,1-16)
 

20

1 El Reino de los Cielos es como un hombre, dueño de una propiedad, que salió al amanecer a contratar obreros para su viña. 2 Después de haber convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. 3 Salió también hacia la hora tercia y vio a otros que estaban en la plaza parados, 4 y les dijo: «Id también vosotros a mi viña y os daré lo que sea justo». 5 Ellos marcharon. De nuevo salió hacia la hora sexta y de nona e hizo lo mismo. 6 Hacia la hora undécima volvió a salir y todavía encontró a otros parados, y les dijo: «¿Cómo es que estáis aquí todo el día ociosos?» 7 Le contestaron: «Porque nadie nos ha contratado». Les dijo: «Id también vosotros a mi viña». 8 A la caída de la tarde le dijo el amo de la viña a su administrador: «Llama a los obreros y dales el jornal, empezando por los últimos hasta llegar a los primeros». 9 Vinieron los de la hora undécima y percibieron un denario cada uno. 10 Y cuando llegaron los primeros pensaron que cobrarían más, pero también ellos recibieron un denario cada uno. 11 Al recibirlo, se pusieron a murmurar contra el dueño: 12 «A estos últimos que han trabajado sólo una hora los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor». 13 Él le respondió a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia; ¿acaso no conviniste conmigo en un denario? 14 Toma lo tuyo y vete; quiero dar a este último lo mismo que a ti. 15 ¿No puedo yo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O es que vas a ver con malos ojos que yo sea bueno?» 16 Así los últimos serán primeros y los primeros últimos.
Tercer anuncio de la Pasión (20,17-19)
(Mc 10,32-34; Lc 18,31-34)
 
          17 Cuando subía Jesús camino de Jerusalén tomó aparte a sus doce discípulos y les dijo:
          18 —Mirad, subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, le condenarán a muerte, 19 y le entregarán a los gentiles para burlarse de él y azotarlo y crucificarlo, pero al tercer día resucitará.
Petición de la madre de los hijos de Zebedeo (20,20-28)
(Mc 10,35-45)
 
          20 Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró ante él para hacerle una petición. 21 Él le preguntó:
          —¿Qué quieres?
          Ella le dijo:
          —Di que estos dos hijos míos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
          22 Jesús respondió:
          —No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?
          —Podemos –le dijeron.
          23 Él añadió:
          —Beberéis mi cáliz; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde concederlo, sino que es para quienes está dispuesto por mi Padre.
          24 Al oír esto, los diez se indignaron contra los dos hermanos. 25 Pero Jesús les llamó y les dijo:
          —Sabéis que los que gobiernan las naciones las oprimen y los poderosos las avasallan. 26 No tiene que ser así entre vosotros; al contrario: quien entre vosotros quiera llegar a ser grande, que sea vuestro servidor; 27 y quien entre vosotros quiera ser el primero, que sea vuestro esclavo. 28 De la misma manera que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos.
Curación de los ciegos de Jericó (20,29-34)
(Mc 10,46-52; Lc 18,35-43)
 
          29 Al salir de Jericó le seguía una gran multitud. 30 En esto, dos ciegos sentados al lado del camino, en cuanto oyeron que pasaba Jesús, se pusieron a gritar:
          —¡Señor, Hijo de David, ten piedad de nosotros!
          31 La multitud les reprendía para que se callaran, pero ellos gritaban más fuerte diciendo:
          —¡Señor, Hijo de David, ten piedad de nosotros!
          32 Jesús se paró, los llamó y, les dijo:
          —¿Qué queréis que os haga?
          33 —Señor, que se abran nuestros ojos –le respondieron.
          34 Jesús, compadecido, les tocó los ojos y al instante recobraron la vista y le siguieron.

TERCERA PARTE
MINISTERIO DE JESÚS EN JERUSALÉN
X. PURIFICACIÓN DEL TEMPLO Y CONTROVERSIAS
Entrada del Mesías en la Ciudad Santa

(Mc 11,1-11; Lc 19,28-40; Jn 12,12-19)
21
1 Al acercarse a Jerusalén y llegar a Betfagé, junto al Monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos, 2 diciéndoles:
          —Id a la aldea que tenéis enfrente y encontraréis enseguida un asna atada, con un borrico al lado; desatadlos y traédmelos. 3 Si alguien os dice algo, le responderéis que el Señor los necesita y que enseguida los devolverá.
          4 Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por medio del Profeta:
                   5 Decid a la hija de Sión:
                   «Mira, tu Rey viene hacia ti
                            con mansedumbre, sentado sobre un asna,
                   sobre un borrico, hijo de animal de carga».
          6 Los discípulos marcharon e hicieron como Jesús les había ordenado. 7 Trajeron el asna y el borrico, pusieron sobre ellos los mantos y él se montó encima. 8 Una gran multitud extendió sus propios mantos por el camino; otros cortaban ramas de árboles y las echaban por el camino. 9 Las multitudes que iban delante de él y las que seguían detrás gritaban diciendo:
          —¡Hosanna al Hijo de David!
                            ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
                   ¡Hosanna en las alturas!
          10 Al entrar en Jerusalén, se conmovió toda la ciudad y se preguntaban:
          —¿Quién es éste?
          11 —Éste es el profeta Jesús, el de Nazaret de Galilea –decía la multitud.

Jesús en el Templo

(Mc 11,15-19; Lc 19,45-48; Jn 2,13-25)
           12 Entró Jesús en el Templo y expulsó a todos los que vendían y compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas, 13 mientras les decía:
          —Escrito está: Mi casa será llamada casa de oración, pero vosotros la estáis convirtiendo en una cueva de ladrones.
          14 Mientras estaba en el Templo, se acercaron a él ciegos y cojos y los curó.
          15 Los príncipes de los sacerdotes y los escribas, al ver los milagros que hacía y a los niños que aclamaban en el Templo y decían: «Hosanna al Hijo de David», se indignaron 16 y le dijeron:
          —¿Oyes lo que dicen éstos?
          —Sí –les respondió Jesús–. ¿No habéis leído nunca: De la boca de los pequeños y de los niños de pecho te preparaste la alabanza?
          17 Y los dejó, salió fuera de la ciudad, a Betania, y allí pasó la noche.

Maldición de la higuera

(Mc 11,12-14.20-25)
           18 Muy de mañana, cuando volvía a la ciudad, sintió hambre. 19 Viendo una higuera junto al camino, se acercó, pero no encontró en ella nada más que hojas. Y le dijo:
          —Que nunca jamás brote de ti fruto alguno.
          Y al instante se secó la higuera. 20 Al ver esto los discípulos se maravillaron y dijeron:
          —¿Cómo tan de repente se ha secado la higuera?
          21 Jesús les dijo:
          —En verdad os digo que si tenéis fe y no dudáis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que incluso si le decís a este monte: «Arráncate y échate al mar», se hará. 22 Y todo cuanto pidáis con fe en la oración lo recibiréis.

Potestad de Jesús
(Mc 11,27-33; Lc 20,1-8)
          23 Llegó al Templo, y mientras estaba enseñando se le acercaron los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo, y le preguntaron:
          —¿Con qué potestad haces estas cosas? ¿Y quién te ha dado tal potestad?
          24 Jesús les respondió:
          —También yo os voy a hacer una pregunta; si me la contestáis, entonces yo os diré con qué potestad hago estas cosas. 25 El bautismo de Juan ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?
          Ellos deliberaban entre sí: «Si decimos que del cielo, nos replicará: “¿Por qué, pues, no le creísteis?” 26 Si decimos que de los hombres, tememos a la gente; pues todos tienen a Juan por profeta». 27 Y respondieron a Jesús:
          —No lo sabemos.
          Entonces él les dijo:
          —Pues tampoco yo os digo con qué potestad hago estas cosas.

Parábola de los dos hijos 
          28 ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos; dirigiéndose al primero, le mandó: «Hijo, vete hoy a trabajar en la viña». 29 Pero él le contestó: «No quiero». Sin embargo se arrepintió después y fue. 30 Se dirigió entonces al segundo y le dijo lo mismo. Éste le respondió: «Voy, señor»; pero no fue. 31 ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?
          —El primero –dijeron ellos.
          Jesús prosiguió:
          —En verdad os digo que los publicanos y las meretrices van a estar por delante de vosotros en el Reino de Dios. 32 Porque vino Juan a vosotros con un camino de justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las meretrices le creyeron. Pero vosotros, ni siquiera viendo esto os arrepentisteis después para poder creerle.

Parábola de los viñadores homicidas

(Mc 12,1-12; Lc 20,9-19)
           33 Escuchad otra parábola:
          —Había un hombre, dueño de una propiedad, que plantó una viña, la rodeó de una cerca y cavó en ella un lagar, edificó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos de allí. 34 Cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió a sus siervos a los labradores para recibir sus frutos. 35 Pero los labradores agarraron a los siervos y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y a otro lo lapidaron. 36 De nuevo envió a otros siervos, más numerosos que los primeros, pero les hicieron lo mismo. 37 Por último les envió a su hijo, pensando: «A mi hijo lo respetarán». 38 Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: «Este es el heredero. Vamos, lo mataremos y nos quedaremos con su heredad». 39 Y lo agarraron, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. 40 Cuando venga el amo de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?
          41 Le contestaron:
          —A esos malvados les dará una mala muerte, y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo.
          42 Jesús les dijo:
          —¿Acaso no habéis leído en las Escrituras:
                   La piedra que rechazaron los constructores,
                            ésta ha llegado a ser la piedra angular.
                   Es el Señor quien ha hecho esto
                            y es admirable a nuestros ojos?
          43 »Por esto os digo que se os quitará el Reino de Dios y se entregará a un pueblo que rinda sus frutos. 44 y quien caiga sobre esta piedra se despedazará, y al que le caiga encima lo aplastará.
          45 Al oír los príncipes de los sacerdotes y los fariseos sus parábolas, comprendieron que se refería a ellos.
          46 Y aunque querían prenderlo, tuvieron miedo a la multitud, porque lo tenían como profeta.

Parábola de los invitados a las bodas

(Lc 14,15-24)
22
1 Jesús les habló de nuevo con parábolas y dijo:
2 —El Reino de los Cielos es como un rey que celebró las bodas de su hijo 3 y envió a sus siervos a llamar a los invitados a las bodas; pero éstos no querían acudir. 4 Nuevamente envió a otros siervos diciéndoles: «Decid a los invitados: mirad que tengo preparado ya mi banquete, se ha hecho la matanza de mis terneros y mis reses cebadas, y todo está a punto; venid a las bodas». 5 Pero ellos, sin hacer caso, se marcharon: quien a su campo, quien a su negocio. 6 Los demás echaron mano a los siervos, los maltrataron y los mataron. 7 El rey se encolerizó, y envió a sus tropas a acabar con aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad. 8 Luego les dijo a sus siervos: «Las bodas están preparadas pero los invitados no eran dignos. 9 Así que marchad a los cruces de los caminos y llamad a las bodas a cuantos encontréis». 10 Los siervos salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y se llenó de comensales la sala de bodas. 11 Entró el rey para ver a los comensales, y se fijó en un hombre que no vestía traje de boda; 12 y le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin llevar traje de boda?» Pero él se calló. 13 Entonces el rey les dijo a los servidores: «Atadlo de pies y manos y echadlo a las tinieblas de afuera; allí habrá llanto y rechinar de dientes». 14 Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos.

El tributo al César
(Mc 12,13-17; Lc 20,20-26)
          15 Entonces los fariseos se retiraron y se pusieron de acuerdo para ver cómo podían cazarle en alguna palabra. 16 Y le enviaron a sus discípulos, con los herodianos, a que le preguntaran:
          —Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas de verdad el camino de Dios, y que no te dejas llevar por nadie, pues no haces acepción de personas. 17 Dinos, por tanto, qué te parece: ¿es lícito dar tributo al César, o no?
          18 Conociendo Jesús su malicia, respondió:
          —¿Por qué me tentáis, hipócritas? 19 Enseñadme la moneda del tributo.
          Y ellos le mostraron un º denario.
          20 Él les dijo:
          —¿De quién es esta imagen y esta inscripción?
          21 —Del César –contestaron.
          Entonces les dijo:
          —Dad, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
          22 Al oírlo se quedaron admirados, lo dejaron y se fueron.

La resurrección de los muertos

(Mc 12,18-27; Lc 20,27-40)
           23 Aquel mismo día se le acercaron unos saduceos –que niegan la resurrección– y le preguntaron:
          24 Maestro, Moisés dijo: Si alguien muere sin tener hijos, su hermano se casará con la mujer y dará descendencia a su hermano. 25 Pues bien, había entre nosotros siete hermanos. El primero se casó y falleció, y, al no tener descendencia, dejó su mujer a su hermano. 26 Lo mismo sucedió con el segundo y el tercero, hasta el séptimo. 27 Después de todos ellos, murió la mujer. 28 Entonces, en la resurrección, ¿de cuál de los siete será esposa?, porque la tuvieron todos.
          29 Jesús les respondió:
          —Estáis equivocados por no entender las Escrituras ni el poder de Dios: 30 porque en la resurrección no se casarán ni ellas ni ellos, sino que serán en el cielo como los ángeles. 31 Y sobre la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os dejó dicho Dios: 32 Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es Dios de muertos sino de vivos.
          33 Y la muchedumbre, al oírlo, quedaba admirada de su enseñanza.

El primer mandamiento
(Mc 12,28-34; Lc 10,25-28)
          34 Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se pusieron de acuerdo, 35 y uno de ellos, doctor de la ley, le preguntó para tentarle:
          36 —Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?
          37 Él le respondió:
          —Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. 38 Éste es el mayor y el primer mandamiento. 39 El segundo es como éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.

Divinidad del Mesías
(Mc 12,35-37; Lc 20,41-44) 
          41 Estaban reunidos unos fariseos y Jesús les preguntó:
          42 —¿Qué pensáis del Mesías? ¿De quién es hijo?
          —De David –le respondieron.
          43 Él les dice:
          —¿Entonces, cómo David, movido por el Espíritu, le llama Señor al decir:
                   44 Dijo el Señor a mi Señor:
                            «Siéntate a mi derecha,
                   hasta que ponga a tus enemigos
                            bajo tus pies»?
          45 »Por lo tanto, si David le llama «Señor», ¿cómo va a ser hijo suyo?
          46Y nadie podía responderle una palabra; y desde aquel día ninguno se atrevió a hacerle ya más preguntas.

Censuras a escribas y fariseos

(Mc 12,38-40; Lc 11,37-54; 20,45-47)
23
1 Entonces Jesús habló a las multitudes y a sus discípulos 2 diciendo:
—En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. 3Haced y cumplid todo cuanto os digan; pero no obréis como ellos, pues dicen pero no hacen. 4 Atan cargas pesadas e insoportables y las echan sobre los hombros de los demás, pero ellos ni con uno de sus dedos quieren moverlas. 5 Hacen todas sus obras para que les vean los hombres. Ensanchan sus filacterias y alargan sus franjas. 6 Anhelan los primeros puestos en los banquetes, los primeros asientos en las sinagogas 7 y que les saluden en las plazas, y que la gente les llame rabbí. 8 Vosotros, al contrario, no os hagáis llamar rabbí, porque sólo uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. 9 No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque sólo uno es vuestro Padre, el celestial. 10 Tampoco os dejéis llamar doctores, porque vuestro doctor es uno sólo: Cristo. 11 Que el mayor entre vosotros sea vuestro servidor. 12 El que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado.
          13 »¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis el Reino de los Cielos a los hombres! Porque ni vosotros entráis, ni dejáis entrar a los que quieren entrar. (14).
          15 »¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que vais dando vueltas por mar y tierra para hacer un solo prosélito y, en cuanto lo conseguís, le hacéis hijo del infierno dos veces más que vosotros!
          16 »¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: «Jurar por el Templo no es nada; pero si uno jura por el oro del Templo, queda obligado!» 17 ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más: el oro o el Templo que santifica al oro? 18 Y: «Jurar por el altar no es nada; pero si uno jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado». 19 ¡Ciegos! ¿Qué es más: la ofrenda o el altar que santifica la ofrenda? 20 Por tanto, quien ha jurado por el altar, jura por él y por todo lo que hay sobre él. 21 Y quien ha jurado por el Templo, jura por él y por Aquel que en él habita. 22 Y quien ha jurado por el cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que en él está sentado.
          23 »¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, pero habéis abandonado lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que hacer esto sin abandonar lo otro. 24 ¡Guías ciegos, que coláis un mosquito y os tragáis un camello!
          25 »¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro quedan llenos de rapiña y de inmundicia! 26 Fariseo ciego, limpia primero lo de dentro de la copa, para que llegue a estar limpio también lo de fuera.
          27 »¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados, que por fuera aparecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda podredumbre! 28 Así también vosotros por fuera os mostráis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad.
          29 »¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis las tumbas de los profetas y adornáis los sepulcros de los justos, 30 y decís: «Si hubiéramos vivido en tiempos de nuestros padres, no habríamos sido sus cómplices en la sangre de los profetas!». 31 Así pues, atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas. 32 Y vosotros, colmad la medida de vuestros padres.
          33 »¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo podréis escapar de la condenación del infierno? 34 Por eso, mirad: os voy a enviar profetas, sabios y escribas; a unos los mataréis y crucificaréis, y a otros los flagelaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad, 35 para que caiga sobre vosotros toda la sangre inocente que ha sido derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, al que matasteis entre el Templo y el altar. 36 En verdad os digo: todo esto caerá sobre esta generación.

Queja contra Jerusalén
(Lc 13,34-35) 
             37 »¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste. 38 Mirad, vuestra casa se os va a quedar desierta. 39 Así pues, os aseguro que ya no me veréis hasta que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor.

XI. DISCURSO ESCATOLÓGICO Y PARÁBOLAS
Anuncio de la destrucción del Templo

(Mc 13,1-2; Lc 21,5-6)
24
1 Salió Jesús del Templo y, cuando se alejaba, sus discípulos se le acercaron para que se fijara en las construcciones del Templo. 2 Pero él les dijo:
          —¿Veis todo esto? En verdad os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida.

Comienzo de las tribulaciones
Persecuciones por causa del Evangelio

(Mc 13,3-13; Lc 21,7-19)
           3 Estando él sentado en el Monte de los Olivos, se le acercaron sus discípulos a solas y le preguntaron:
          —Dinos cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de tu venida y del final del mundo.
          4 Jesús les respondió:
          —Mirad que no os engañe nadie; 5 porque vendrán en mi nombre muchos diciendo: «Yo soy el Cristo», y a muchos los seducirán. 6 Vais a oír hablar de guerras y de rumores de guerras. Mirad, no os inquietéis, porque es necesario que ocurra, pero todavía no es el fin. 7 Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, y habrá hambres y terremotos en diversos lugares. 8 Todo esto será el comienzo de los dolores.
          9 »Entonces os entregarán al tormento, os matarán y todas las gentes os odiarán a causa de mi nombre. 10 Y se escandalizarán muchos, se traicionarán mutuamente y se odiarán unos a otros. 11 Surgirán muchos falsos profetas y seducirán a muchos. 12 Y, al desbordarse la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos. 13 Pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. 14 Y se predicará este Evangelio del Reino en todo el mundo en testimonio para todas las gentes, y entonces vendrá el fin.

La gran tribulación

(Mc 13,14-23; Lc 21,20-24)
           15 »Por eso, cuando veáis la abominación de la desolación, que predijo el profeta Daniel, erigida en el lugar santo –quien lea, entienda–,16 entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; 17 quien esté en el terrado, que no baje a tomar nada de su casa; 18 y quien esté en el campo, que no vuelva atrás para tomar su manto. 19 ¡Ay de las que estén encintas y de las que estén criando esos días! 20 Rogad para que vuestra huida no ocurra ni en invierno ni en sábado.
          21 »Habrá entonces una gran tribulación, como no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. 22 Y de no acortarse esos días, no se salvaría nadie; pero en atención a los elegidos esos días se acortarán.
          23 »Entonces, si alguien os dijese: «Mirad, el Cristo está aquí o allí», no os lo creáis. 24 Porque surgirán falsos mesías y falsos profetas, y se presentarán con grandes señales y prodigios para engañar, si fuera posible, incluso a los elegidos. 25 Mirad que os lo he predicho. 26 Y si os dijeran que está en el desierto, no vayáis; o que está en un lugar oculto, no os lo creáis. 27 De la misma manera que el relámpago sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del Hombre. 28 Dondequiera que esté el cadáver allí se reunirán los buitres.

La venida del Hijo del Hombre

(Mc 13,24-27; Lc 21,25-28)
           29 »Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo y las potestades de los cielos se conmoverán. 30 Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre, y en ese momento todas las tribus de la tierra romperán en llantos. Y verán al Hijo del Hombre que viene sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. 31 Y enviará a sus ángeles que, con trompeta clamorosa, reunirán a sus elegidos desde los cuatro vientos, de un extremo a otro de los cielos.

Certeza del fin: la lección de la higuera

(Mc 13,28-31; Lc 21,29-33) 
          32 »Aprended de la higuera esta parábola: cuando sus ramas están ya tiernas y brotan las hojas, sabéis que está cerca el verano. 33 Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, sabed que es inminente, que está a las puertas. 34 En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. 35 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Tiempos de la segunda venida de Cristo

(Mc 13,32-37; Lc 17,22-37)
          36 »Pero nadie sabe de ese día y de esa hora: ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre. 37 Lo mismo que en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. 38 Pues, como en los días que precedieron al diluvio comían y bebían, tomaban mujer o marido hasta el día mismo en que entró Noé en el arca, 39 y no se dieron cuenta sino cuando llegó el diluvio y los arrebató a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre. 40 Entonces estarán dos en el campo: uno será tomado y el otro dejado. 41 Dos mujeres estarán moliendo en el molino: una será tomada y la otra dejada.

Necesidad de la vigilancia
Parábola del siervo fiel

(Lc 12,35-48; 21,34-36) 
          42 »Por eso: velad, porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor. 43 Sabed esto: si el dueño de la casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, estaría ciertamente velando y no dejaría que se horadase su casa. 44 Por tanto, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre.
          45 »¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, a quien el amo puso al frente de la servidumbre, para darles el alimento a la hora debida? 46 Dichoso aquel siervo a quien su amo cuando vuelva encuentre obrando así. 47 En verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. 48 Pero si ese siervo fuese malo y dijera en sus adentros: «Mi amo tarda», 49 y comenzase a golpear a sus compañeros y a comer y beber con los borrachos, 50 llegará el amo de aquel siervo el día menos pensado, a una hora imprevista, 51 lo castigará duramente y le dará el pago de los hipócritas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.

Parábola de las vírgenes necias y prudentes

25
1 Entonces el Reino de los Cielos será como diez vírgenes, que tomaron sus lámparas y salieron a recibir al esposo. 2 Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes; 3 pero las necias, al tomar sus lámparas, no llevaron consigo aceite; 4 las prudentes, en cambio, junto con las lámparas llevaron aceite en sus alcuzas. 5 Como tardaba en venir el esposo, les entró sueño a todas y se durmieron. 6 A medianoche se oyó una voz: «¡Ya está aquí el esposo! ¡Salid a su encuentro!» 7 Entonces se levantaron todas aquellas vírgenes y aderezaron sus lámparas. 8 Y las necias les dijeron a las prudentes: «Dadnos aceite del vuestro porque nuestras lámparas se apagan». 9 Pero las prudentes les respondieron: «Mejor es que vayáis a quienes lo venden y compréis, no sea que no alcance para vosotras y nosotras». 10 Mientras fueron a comprarlo vino el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas y se cerró la puerta. 11Luego llegaron las otras vírgenes diciendo: «¡Señor, señor, ábrenos!» 12Pero él les respondió: «En verdad os digo que no os conozco». 13 Por eso: velad, porque no sabéis el día ni la hora.

Parábola de los talentos

(Lc 19,11-27)
             14 »Porque es como un hombre que al marcharse de su tierra llamó a sus servidores y les entregó sus bienes. 15 A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno sólo: a cada uno según su capacidad; y se marchó. 16 El que había recibido cinco talentos fue inmediatamente y se puso a negociar con ellos y llegó a ganar otros cinco. 17 Del mismo modo, el que había recibido dos ganó otros dos. 18 Pero el que había recibido uno fue, hizo un agujero en la tierra y escondió el dinero de su señor. 19 Después de mucho tiempo, regresó el amo de dichos servidores e hizo cuentas con ellos. 20 Cuando se presentó el que había recibido los cinco talentos, entregó otros cinco diciendo: «Señor, cinco talentos me entregaste; mira, he ganado otros cinco talentos». 21 Le respondió su amo: «Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor». 22 Se presentó también el que había recibido los dos talentos y dijo: «Señor, dos talentos me entregaste; mira, he ganado otros dos talentos». 23 Le respondió su amo: «Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor». 24 Cuando llegó por fin el que había recibido un talento, dijo: «Señor, sé que eres hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; 25 por eso tuve miedo, fui y escondí tu talento en tierra: aquí tienes lo tuyo». 26 Su amo le respondió: «Siervo malo y perezoso, sabías que cosecho donde no he sembrado y que recojo donde no he esparcido; 27 por eso mismo debías haber dado tu dinero a los banqueros, y así, al venir yo, hubiera recibido lo mío con los intereses. 28 Por lo tanto, quitadle el talento y dádselo al que tiene los diez.
          29 »Porque a todo el que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. 30 En cuanto al siervo inútil, arrojadlo a las tinieblas de afuera: allí habrá llanto y rechinar de dientes».

El Juicio Final 

          31 »Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria y acompañado de todos los ángeles, se sentará entonces en el trono de su gloria, 32 y serán reunidas ante él todas las gentes; y separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, 33 y pondrá las ovejas a su derecha, los cabritos en cambio a su izquierda. 34 Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo: 35 porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; 36 estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme». 37 Entonces le responderán los justos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber?; 38 ¿cuándo te vimos peregrino y te acogimos, o desnudo y te vestimos?, 39 o ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a verte?» 40 Y el Rey, en respuesta, les dirá: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis». 41 Entonces dirá a los que estén a la izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles: 42 porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; 43 era peregrino y no me acogisteis; estaba desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis». 44 Entonces le replicarán también ellos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, peregrino o desnudo, enfermo o en la cárcel y no te asistimos?» 45 Entonces les responderá: «En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también dejasteis de hacerlo conmigo. 46 Y éstos irán al suplicio eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna».

XII. PASIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN DE JESÚS
Último anuncio de la Pasión y conspiración contra Jesús

(Mc 14,1-2; Lc 22,1-2; Jn 11,45-57)
26
1 Cuando terminó Jesús todos estos discursos, les dijo a sus discípulos:
2 —Sabéis que dentro de dos días será la Pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para que lo crucifiquen.
          3 Entonces se reunieron los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo en el palacio del sumo sacerdote, que se llamaba Caifás, 4 y acordaron apoderarse de Jesús con engaño y darle muerte. 5 Pero decían:
          —Que no sea durante la fiesta, para que no se produzca alboroto entre el pueblo.

Unción en Betania y traición de Judas Iscariote

(Mc 14,3-11; Lc 22,3-6; Jn 12,1-11)
          6 Se encontraba Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, 7 cuando se acercó a él una mujer que llevaba un frasco de alabastro con perfume de gran valor y, mientras estaba recostado a la mesa, se lo derramó por la cabeza. 8 Al ver esto, los discípulos se indignaron y dijeron:
          —¿A qué viene este despilfarro? 9 Se podía haber vendido por mucho dinero y darlo a los pobres.
          10 Pero Jesús, que se dio cuenta, les dijo:
          —¿Por qué molestáis a esta mujer? Ha hecho una obra buena conmigo, 11 porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis. 12 Al derramar ella sobre mi cuerpo este perfume, lo ha hecho para preparar mi sepultura. 13 En verdad os digo: dondequiera que se predique este Evangelio, en todo el mundo, también lo que ella ha hecho se contará en memoria suya.
          14 Entonces, uno de los doce, el que se llamaba Judas Iscariote, fue donde los príncipes de los sacerdotes 15 a decirles:
          —¿Qué me queréis dar a cambio de que os lo entregue?
          Ellos le ofrecieron treinta monedas de plata. 16 Desde entonces buscaba la ocasión propicia para entregárselo.

Preparación de la última Cena y anuncio de la traición de Judas

(Mc 14,12-21; Lc, 22,7-13; Jn 13,21-32)
          17 El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron:
          —¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?
          18 Jesús respondió:
          —Id a la ciudad, a casa de tal persona, y comunicadle: «El Maestro dice: “Mi tiempo está cerca; voy a celebrar en tu casa la Pascua con mis discípulos”».
          19 Los discípulos lo hicieron tal y como les había mandado Jesús, y prepararon la Pascua.
          20 Al anochecer se sentó a la mesa con los doce. 21 Y cuando estaban cenando, dijo:
          —En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar.
          22 Y muy entristecidos, comenzaron a decirle cada uno:
          —¿Acaso soy yo, Señor?
          23 Pero él respondió:
          —El que moja la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar. 24 Ciertamente el Hijo del Hombre se va, según está escrito sobre él; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado el Hijo del Hombre! Más le valdría a ese hombre no haber nacido.
          25 Tomando la palabra Judas, el que iba a entregarlo, dijo:
          —¿Acaso soy yo, Rabbí?
          —Tú lo has dicho –le respondió.

Institución de la Sagrada Eucaristía

(Mc 14,22-25; Lc 22,14-20; 1 Co 11,23-26)
           26 Mientras cenaban, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, se lo dio a sus discípulos y dijo:
          —Tomad y comed, esto es mi cuerpo.
          27 Y tomando el cáliz y habiendo dado gracias, se lo dio diciendo:
          —Bebed todos de él; 28porque ésta es mi sangre de la nueva alianza, que es derramada por muchos para remisión de los pecados. 29 Os aseguro que desde ahora no beberé de ese fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba con vosotros de nuevo, en el Reino de mi Padre.

Predicción del abandono de sus discípulos

(Mc 14,26-31; Lc 22,31-34; Jn 13,36-38)
           30 Después de recitar el himno, salieron hacia el Monte de los Olivos. 31 Entonces les dijo Jesús:
          —Todos vosotros os escandalizaréis esta noche por mi causa, pues escrito está:
                   Heriré al pastor
                            y se dispersarán las ovejas del rebaño.
          32 »Pero, después de que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea.
          33 Pedro le respondió:
          —Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo nunca me escandalizaré.
          34 Jesús le replicó:
          —En verdad te digo que esta misma noche, antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces.
          35 Pedro contestó:
          —Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré.
          Todos los discípulos dijeron lo mismo.

Oración y agonía de Jesús en el huerto

(Mc 14,32-42; Lc 22,39-46)
           36 Entonces llega Jesús con ellos a un lugar llamado Getsemaní, y les dice a los discípulos:
          —Sentaos aquí mientras me voy allí a orar.
          37 Y se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a entristecerse y a sentir angustia. 38 Entonces les dice:
          —Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad conmigo.
          39 Y adelantándose un poco, se postró rostro en tierra mientras oraba diciendo:
          —Padre mío, si es posible, aleja de mí este cáliz; pero que no sea tal como yo quiero, sino como quieres tú.
          40 Vuelve junto a sus discípulos y los encuentra dormidos; entonces le dice a Pedro:
          —¿Ni siquiera habéis sido capaces de velar una hora conmigo? 41 Velad y orad para no caer en tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil.
          42 De nuevo se apartó, por segunda vez, y oró diciendo:
          —Padre mío, si no es posible que esto pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.
          43 Al volver los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados de sueño. 44 Y, dejándolos, se apartó una vez más, y oró por tercera vez repitiendo las mismas palabras. 45 Finalmente, va junto a sus discípulos y les dice:
          —Ya podéis dormir y descansar... Mirad, ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 46 Levantaos, vamos; ya llega el que me va a entregar.

Prendimiento de Jesús

(Mc 14,43-52; Lc 22,47-53; Jn 18,1-12)
           47 Todavía estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los doce, acompañado de un gran tropel de gente con espadas y palos, enviados por los príncipes de los sacerdotes y por los ancianos del pueblo. 48 El que le entregó les había dado esta señal: «Al que yo bese, ése es: prendedlo». 49 Y enseguida se acercó a Jesús y le dijo:
          —Salve, Rabbí –y le besó.
          50 Pero Jesús le dijo:
          —Amigo, ¡haz lo que has venido a hacer!
          Entonces, se acercaron, echaron mano a Jesús y lo apresaron.
          51 De pronto, uno de los que estaban con Jesús se llevó la mano a la espada, la desenvainó, e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja. 52 Entonces le dijo Jesús:
          —Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que recurren a la espada, a espada perecerán. 53 ¿O piensas que no puedo acudir a mi Padre y al instante pondría a mi disposición más de doce legiones de ángeles? 54 Entonces, ¿cómo se van a cumplir las Escrituras, según las cuales tiene que suceder así?
          55 En aquel momento le dijo Jesús a la gente:
          —¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos a prenderme? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y no me prendisteis.
          56 Todo esto sucedió para que se cumplieran las Escrituras de los Profetas.
          Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

Interrogatorio ante los príncipes de los sacerdotes

(Mc 14,53-65; Lc 22,66-71; Jn 18,13-24)
           57 Los que habían prendido a Jesús le condujeron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. 58 Pedro, por su parte, le seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote; y, una vez dentro, se sentó con los sirvientes para ver el desenlace. 59 Los príncipes de los sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para darle muerte; 60 pero no lo encontraron a pesar de los muchos falsos testigos presentados. Por último, se presentaron dos 61 que declararon:
          —Éste ha dicho: «Yo puedo destruir el Templo de Dios y edificarlo de nuevo en tres días».
          62 Y el sumo sacerdote se puso de pie para decirle:
          —¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos testifican contra ti?
          63 Pero Jesús permanecía en silencio. Entonces el sumo sacerdote le dijo:
          —Te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.
          64 —Tú lo has dicho –le respondió Jesús–. Además os digo que en adelante veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo.
          65 Entonces el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras diciendo:
          —¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ya lo veis, acabáis de oír la blasfemia. 66¿Qué os parece?
          —Es reo de muerte –respondieron ellos.
          67 Entonces comenzaron a escupirle en la cara y a darle bofetadas. Los que le abofeteaban 68decían:
          —Profetízanos, Cristo, ¿quién es el que te ha pegado?

Las negaciones de San Pedro

(Mc 14,66-72; Lc 22,54-62; Jn 18,15-18.25-27)
           69 Pedro estaba sentado fuera, en el atrio; se le acercó una sirvienta y le dijo:
          —Tú también estabas con Jesús el Galileo.
          70 Pero él lo negó delante de todos:
          —No sé de qué hablas.
          71 Al salir al portal le vio otra, y les dijo a los que había allí:
          —Éste estaba con Jesús el Nazareno.
          72 De nuevo lo negó con juramento:
          —No conozco a ese hombre.
          73 Un poco después se acercaron los que estaban allí y le dijeron a Pedro:
          —Desde luego tú también eres de ellos, porque tu acento lo manifiesta.
          74 Entonces comenzó a imprecar y a jurar:
          —¡No conozco a ese hombre!
          Y al momento cantó un gallo. 75 Y Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho: «Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces». Y salió afuera y lloró amargamente.

Conducen a Jesús ante Pilato

(Mc 15,1)
27
1 Al llegar el amanecer, todos los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo se pusieron de acuerdo contra Jesús para darle muerte. 2 Y atándolo, lo llevaron y lo entregaron al procurador Pilato.

Desesperación y muerte de Judas

          3 Entonces Judas, el que le entregó, al ver que había sido condenado, movido por el remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los príncipes de los sacerdotes y ancianos:
          4 —He pecado entregando sangre inocente –dijo.
          —¿A nosotros qué nos importa? Tú veras –dijeron ellos.
          5 Y, después de arrojar las monedas de plata en el Templo, fue y se ahorcó. 6 Los príncipes de los sacerdotes recogieron las monedas de plata y dijeron:
          —No es lícito echarlas al tesoro del Templo, porque son precio de sangre.
          7 Y, después de ponerse de acuerdo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para sepultura de peregrinos; 8 por lo cual ese campo se ha llamado, hasta el día de hoy, «Campo de sangre». 9 Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: Y tomaron las treinta monedas de plata, precio en que fue valorado aquel a quien tasaron los hijos de Israel; 10 y las dieron para el campo del alfarero, tal como me lo ordenó el Señor.

Juicio de Jesús ante Pilato

(Mc 15,1-15; Lc 23,1-25; Jn 18,28-19,16)
           11 Hicieron comparecer a Jesús ante el procurador. El procurador le interrogó:
          —¿Eres tú el Rey de los Judíos?
          —Tú lo dices –contestó Jesús.
          12 Y aunque le acusaban los príncipes de los sacerdotes y los ancianos, no respondió nada. 13Entonces le dijo Pilato:
          —¿No oyes cuántas cosas alegan contra ti?
          14 Y no le respondió a pregunta alguna, de tal manera que el procurador quedó muy admirado.
          15 En el día de la fiesta, el procurador tenía costumbre de conceder a la gente la libertad de uno de los presos, el que quisieran. 16 Había por aquel entonces un preso famoso que se llamaba Barrabás. 17 Así que cuando ellos se reunieron, les dijo Pilato:
          —¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, el llamado Cristo? 18 –pues sabía que le habían entregado por envidia.
          19 Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer mandó decirle:
          —No te mezcles en el asunto de ese justo; porque hoy en sueños he sufrido mucho por su causa.
          20 Pero los príncipes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud para que pidiese a Barrabás e hiciese morir a Jesús. 21 El procurador les preguntó:
          —¿A quién de los dos queréis que os suelte?
          —A Barrabás –respondieron ellos.
          22 Pilato les dijo:
          —¿Y entonces qué voy a hacer con Jesús, el llamado Cristo?
          Todos contestaron:
          —¡Que lo crucifiquen!
          23 Les preguntó:
          —¿Y qué mal ha hecho?
          Pero ellos gritaban más fuerte:
          —¡Que lo crucifiquen!
          24 Al ver Pilato que no adelantaba nada, sino que el tumulto iba a más, tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo diciendo:
          —Soy inocente de esta sangre; vosotros veréis.
          25 Y todo el pueblo gritó:
          —¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
          26 Así que les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle hecho azotar, se lo entregó para que fuera crucificado.

Coronación de espinas

(Mc 15,16-20; Jn 19,1-3)
           27 Entonces los soldados del procurador condujeron a Jesús al pretorio y reunieron en torno a él a toda la cohorte. 28 Le desnudaron, le cubrieron con una túnica roja, 29 y le pusieron en la cabeza una corona de espinas que habían trenzado y en la mano derecha una caña. Se arrodillaban ante él y se burlaban diciendo:
          —Salve, Rey de los Judíos.
          30 Le escupían, y le quitaban la caña y le golpeaban en la cabeza. 31 Después de reírse de él, le despojaron de la túnica, le colocaron sus vestidos y le llevaron a crucificar.

Crucifixión y muerte de Jesús

(Mc 15,21-41; Lc 23,26-49; Jn 19,17-30)
           32 Cuando salían encontraron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón, y le forzaron a que le llevara la cruz. 33 Llegaron al lugar llamado Gólgota, es decir, «lugar de la Calavera». 34 Y le dieron a beber vino mezclado con hiel; y lo probó pero no quiso beber. 35 Después de crucificarlo, se repartieron sus ropas echando suertes. 36 Y allí, sentados, le custodiaban. 37 Sobre su cabeza pusieron por escrito la causa de su condena: «Éste es Jesús, el Rey de los Judíos». 38 Luego fueron crucificados con él dos ladrones: uno a la derecha y otro a la izquierda.
          39 Los que pasaban le injuriaban moviendo la cabeza 40 y diciendo:
          —Tú que destruyes el Templo y en tres días lo edificas de nuevo, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.
          41 Del mismo modo, los príncipes de los sacerdotes se burlaban a una con los escribas y ancianos, y decían:
          42 —Salvó a otros, y a sí mismo no puede salvarse. Es el Rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él. 43 Confió en Dios, que le salve ahora si le quiere de verdad, porque dijo: «Soy Hijo de Dios».
          44 Incluso los ladrones que habían sido crucificados con él le insultaban de la misma manera.
          45 Toda la tierra se cubrió de tinieblas desde la hora sexta hasta la hora nona. 46 Hacia la hora nona Jesús clamó con fuerte voz:
          —Elí, Elí, ¿lemá sabacthaní? –es decir, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
          47 Algunos de los allí presentes, al oírlo, decían:
          —Éste llama a Elías.
          48 E inmediatamente uno de ellos corrió, tomó una esponja, la empapó en vinagre, la sujetó en una caña y se lo dio a beber. 49 Los demás decían:
          —¡Déjalo! Vamos a ver si viene Elías a salvarle.
          50 Pero Jesús, dando de nuevo una fuerte voz, entregó el espíritu.
          51 Y en esto el velo del Templo se rasgó en dos de arriba abajo y la tierra tembló y las piedras se partieron; 52 se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de los santos, que habían muerto, resucitaron. 53 Y saliendo de los sepulcros, después de que él resucitara, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.
          54 El centurión y los que estaban con él custodiando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de gran temor y dijeron:
          —En verdad éste era Hijo de Dios.
          55 Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, las que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. 56 Entre ellas estaban María Magdalena, María –la madre de Santiago y de José– y la madre de los hijos de Zebedeo.

Jesús es sepultado

(Mc 15,42-47; Lc 23,50-56; Jn 19,31-42)
           57 Al atardecer vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús. 58 Éste se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato, entonces, ordenó que se lo entregaran. 59 Y José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia 60 y lo puso en su sepulcro, que era nuevo y que había mandado excavar en la roca. Hizo rodar una gran piedra a la puerta del sepulcro y se marchó. 61 Estaban allí María Magdalena y la otra María sentadas frente al sepulcro.
          62 Al día siguiente de la Parasceve se reunieron los príncipes de los sacerdotes y los fariseos ante Pilato 63 y le dijeron:
          —Señor, nos hemos acordado de que ese impostor dijo en vida: «Al tercer día resucitaré». 64 Manda, por eso, custodiar el sepulcro hasta el tercer día, no vaya a ser que vengan sus discípulos, lo roben y digan al pueblo: «Ha resucitado de entre los muertos», y sea la última impostura peor que la primera.
          65 Pilato les respondió:
          —Ahí tenéis la guardia; id a custodiarlo como os parezca bien.
          66 Ellos se fueron a asegurar el sepulcro sellando la piedra y poniendo la guardia.

El Señor resucita y se aparece a las mujeres

(Mc 16,1-8; Lc 24,1-12; Jn 20,1-10)
28
1 Pasado el sábado, al alborear el día siguiente, marcharon María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. 2 Y de pronto se produjo un gran terremoto, porque un ángel del Señor descendió del cielo, se acercó, removió la piedra y se sentó sobre ella. 3 Su aspecto era como de un relámpago, y su vestidura blanca como la nieve. 4 Los guardias temblaron de miedo ante él y se quedaron como muertos. 5 El ángel tomó la palabra y les dijo a las mujeres:
          —Vosotras no tengáis miedo; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. 6 No está aquí, porque ha resucitado como había dicho. Venid a ver el sitio donde estaba puesto. 7 Marchad enseguida y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos; irá delante de vosotros a Galilea: allí le veréis. Mirad que os lo he dicho.
          8 Ellas partieron al instante del sepulcro con temor y una gran alegría, y corrieron a dar la noticia a los discípulos. 9 De pronto Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se acercaron, abrazaron sus pies y le adoraron. 10 Entonces Jesús les dijo:
          —No tengáis miedo; id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán.

Soborno a los soldados

           11 Mientras ellas se iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los príncipes de los sacerdotes todo lo sucedido. 12 Se reunieron con los ancianos, se pusieron de acuerdo y dieron una buena suma de dinero a los soldados 13 diciéndoles:
          —Tenéis que decir: «Sus discípulos han venido de noche y lo robaron mientras nosotros estábamos dormidos». 14 Y en el caso de que esto llegue a oídos del procurador, nosotros le calmaremos y nos encargaremos de vuestra seguridad.
          15 Ellos aceptaron el dinero y actuaron según las instrucciones recibidas. Así se divulgó este rumor entre los judíos hasta el día de hoy.

Aparición en Galilea y mandato apostólico universal

(Mc 16,14-18; Lc 24,36-49; Jn 20,19-31)
          16 Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. 17 Y en cuanto le vieron le adoraron; pero otros dudaron. 18 Y Jesús se acercó y les dijo:
          —Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. 19 Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; 20 y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

 


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