1. ¿Qué es la oración?
1.1.
Oración
mental es ese diálogo con Dios, de corazón a corazón, en el que interviene toda
el alma: la inteligencia y la imaginación, la memoria y la voluntad. Una
meditación que contribuye a dar valor sobrenatural a nuestra pobre vida humana,
nuestra vida diaria corriente. (Es Cristo que pasa, n.
119)
1.2.
Me has
escrito: ‘orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?’ ―¿De qué? De Él, de ti:
alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones
diarias…, ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y
desagravio.
En dos palabras: conocerle y conocerte: ‘¡tratarse!’ (Camino 91)
1.3.
“La
oración” es la humildad del hombre que reconoce su profunda miseria y la
grandeza de Dios, a quien se dirige y adora, de manera que todo lo espera de Él
y nada de sí mismo. (Surco 259)
1.4.
La
oración es una charla afectuosa, una confidencia amorosamente atendida; es un
diálogo lleno de amor ―nunca monólogo― en el que Dios corresponde siempre…
(«Camino, Edición Crítico-Histórica», pág. 316)
1.5.
La
oración del cristiano nunca es monólogo. (Camino 114)
1.6.
Oración:
es la hora de las intimidades santas y de las resoluciones firmes. (Surco 457)
1.7.
Siempre
he entendido la oración del cristiano como una conversación amorosa con Jesús,
que no debe interrumpirse ni aun en los momentos en los que físicamente estamos
alejados del Sagrario, porque toda nuestra vida esta hecha de coplas de amor
humano a lo divino… y amar podemos siempre. (Forja 435)
1.8.
La
oración no es problema de hablar o de sentir, sino de amar. Y se ama,
esforzándose en intentar decir algo al Señor, aunque no se diga nada. (Surco
469)
1.9.
Buscas la
compañía de amigos que con su conversación y su afecto, con su trato, te hacen
más llevadero el destierro de este mundo…, aunque los amigos a veces traicionan.
―No me parece mal.
Pero… ¿cómo no frecuentas cada día con mayor intensidad la compañía, la
conversación con el Gran Amigo, que nunca traiciona? (Camino 88)
1.10.
«Et in meditatione mea exardescit ignis» ―Y, en mi meditación, se enciende el
fuego. ―A eso vas a la oración: a hacerte una hoguera, lumbre viva, que dé calor
y luz.
(Camino
92)
1.11.
La
oración es indudablemente el ‘quitapesares’ de los que amamos a Jesús. (Forja
756)
1.12.
Orar es el camino para atajar todos los males que padecemos. (Forja 76)
1.13.
La
oración ―recuérdalo―
no consiste en hacer discursos bonitos, frases grandilocuentes o que consuelen…
Oración es a veces una mirada a una imagen del Señor o de su Madre; otras, una
petición, con palabras; otras, el ofrecimiento de las buenas obras, de los
resultados de la fidelidad…
Como el soldado que está de guardia, así hemos de estar nosotros a la puerta de
Dios Nuestro Señor: y eso es oración. O como se echa el perrillo, a los pies de
su amo.
No te importe decírselo: Señor, aquí me tienes como un perro fiel; o mejor, como
un borriquillo, que no dará coces a quien le quiere. (Forja 73)
1.14.
Dios, que es amoroso espectador de nuestro día entero, preside nuestra íntima
plegaria: y tú y yo (…) hemos de confiarnos en Él como se confía en un hermano,
en un amigo, en un padre. (Amigos de Dios, n. 246)
1.15.
Le
decías: “No te fíes de mí… Yo sí que me fío de ti, Jesús… Me abandono en tus
brazos: allí dejo lo que tengo, ¡mis miserias!” ―Y me parece buena oración.
(Camino 113)
1.16.
Hoy he vuelto a rezar lleno de confianza, con esta petición: Señor, que no nos
inquieten nuestras pasadas miserias ya perdonadas, ni tampoco la posibilidad de
miserias futuras: que nos abandonemos en tus manos misericordiosas; que te
hagamos presentes nuestros deseos de santidad y apostolado, que laten como
rescoldos bajo las cenizas de una aparente frialdad…
―Señor, sé que nos
escuchas. Díselo tú también. (Forja 426)
2.
Necesidad de la oración
2.1.
La
oración es el arma más poderosa del cristiano. La oración nos hace eficaces. La
oración nos hace felices. La oración nos da toda la fuerza necesaria, para
cumplir los mandatos de Dios.
―¡Sí!, toda tu vida puede y debe ser oración. (Forja 439)
2.2.
Hay un
solo modo de crecer en la familiaridad y en la confianza con Dios: tratarle en
la oración, hablar con Él, manifestarle ―de corazón a corazón― nuestro afecto.
(Amigos de Dios, n. 294)
2.3.
El
sendero, que conduce a la santidad, es sendero de oración; y la oración debe
prender poco a poco en el alma, como la pequeña semilla que se convertirá más
tarde en árbol frondoso. (Amigos de Dios, n. 295)
2.4.
Asegura
Santa Teresa que ‘quien no hace oración no necesita demonio que le tiente, en
tanto que, quien tiene tan sólo un cuarto de hora al día, necesariamente se
salva’…, porque el diálogo con el Señor ―amable, aun en los tiempos de aspereza
o de sequedad del alma― nos descubre el auténtico relieve y la justa dimensión
de la vida. (Forja 1003)
2.5.
Para
acercarte a Dios, para volar hasta Dios, necesitas las alas recias y generosas
de la Oración y de la Expiación. (Forja 431)
2.6.
La
oración ―¡aun la mía!― es omnipotente. (Forja 188)
2.7.
Tú ―como
todos los hijos de Dios― necesitas también de la oración personal: de esa
intimidad, de ese trato directo con Nuestro Señor ―diálogo de dos, cara a cara―,
sin esconderte en el anonimato. (Forja 534)
2.8.
Desprecias la meditación… ¿No será que tienes miedo, que buscas el anonimato,
que no te atreves a hablar con Cristo cara a cara?
Ya ves que hay muchos
modos de ‘despreciar’ este medio, aunque se afirme que se practica. (Surco 456)
2.9.
Te pide
Jesús oración… Lo ves claro.
Sin embargo, ¡qué falta de correspondencia! Te cuesta mucho todo: eres como el
niño que tiene pereza de aprender a andar. Pero en tu caso, no es sólo pereza.
Es también miedo, falta de generosidad. (Forja 291)
2.10.
Si
de veras deseas ser alma penitente y alegre, debes defender, por encima de todo,
tus tiempos diarios de oración íntima, generosa, prolongada, y has de procurar
que esos tiempos diarios no sean a salto de mata, sino a hora fija, siempre que
te resulte posible. No cedas en estos detalles.
Sé esclavo de ese culto cotidiano a Dios, y te aseguro que te sentirás
constantemente alegre. (Surco 994)
2.11.
Me
has escrito, y te entiendo: ‘Hago todos los días mi “ratito” de oración. ¡Si no
fuera por eso! (Camino 106)
2.12.
¿No?… ¿Porque no has tenido tiempo?… ―Tienes tiempo. Además, ¿qué obras serán
las tuyas, si no las has meditado en la presencia del Señor, para ordenarlas?
Sin esa conversación con Dios, ¿cómo acabarás con perfección la labor de la
jornada?… ―Mira, es como si alegaras que te falta tiempo para estudiar, porque
estás muy ocupado en explicar unas lecciones… Sin estudio, no se puede dar una
buena clase.
La oración va antes que todo. Si lo entiendes así y no lo pones en práctica, no
me digas que te falta tiempo: ¡sencillamente, no quieres hacerla. (Surco 448)
2.13.
El
espíritu de oración que anima la vida entera de Jesucristo entre los hombres,
nos enseña que todas las obras ―grandes y pequeñas―
han de ir precedidas, acompañadas y seguidas de oración. (Forja 441)
2.14.
Oración, ¡más oración! ―Parece una incongruencia ahora, en tiempo de exámenes,
de mayor trabajo… La necesitas: y no sólo la habitual, como práctica de piedad;
oración, también durante los ratos perdidos; oración, entre ocupación y
ocupación, en vez de soltar la mente en tonterías.
No importa si ―a pesar de tu empeño― no consigues concentrarte y recogerte.
Puede valer mucho más esta meditación que aquélla que hiciste, con toda
comodidad, en el oratorio. (Surco 449)
2.15.
Siempre que sentimos en nuestro corazón deseos de mejorar, de responder más
generosamente al Señor, y buscamos una guía, un norte claro para nuestra
existencia cristiana, el Espíritu Santo trae a nuestra memoria las palabras del
Evangelio: conviene orar perseverantemente y no desfallecer (Lc 18, 1).
La oración es el fundamento de toda la labor sobrenatural; con la oración somos
omnipotentes y, si prescindiésemos de este recurso, no lograríamos nada. (Amigos
de Dios, n. 238)
2.16.
Fue así como vivieron aquellos primeros, y como debemos vivir nosotros: la
meditación en la doctrina de la fe hasta hacerla propia, el encuentro con Cristo
en la Eucaristía, el diálogo personal ―la oración sin anonimato― cara a cara con
Dios, han de constituir como la substancia última de nuestra conducta. (Es
Cristo que pasa, n. 134)
2.17.
La
oración era entonces, como hoy, la única arma, el medio más poderoso para vencer
en las batallas de la lucha interior: ¿hay entre vosotros alguno que está
triste? Que se recoja en oración (Sant 5, 13). Y San Pablo resume: orad
sin interrupción (1 Tes 5, 17), no os canséis nunca de implorar. (Amigos de
Dios, n. 242)
2.18.
Si
se abandona la oración, primero se vive de las reservas espirituales…, y
después, de la trampa. (Surco 445)
2.19.
No
olvidéis que la oración es el medio que ha de preceder, acompañar y seguir a
todas nuestras actuaciones humanas: si no hacemos eso, hemos errado en el
camino. (Memoria del Beato Josemaría Escrivá, pág. 191)
2.20.
¿Santo,
sin oración?… ―No creo en esa santidad. (Camino 107)
2.21.
¿Católico, sin oración?… Es como un soldado sin armas. (Surco 453)
2.22.
Te diré,
plagiando la frase de un autor extranjero, que tu vida de apóstol vale lo que
vale tu oración. (Camino 108)
2.23.
Sin la
oración, sin la presencia continua de Dios; sin la expiación, llevada a las
pequeñas contradicciones de la vida cotidiana; sin todo eso, no hay, no puede
haber acción personal de verdadero apostolado. (Camino, «Edición
Crítico-Histórica», pág. 290)
2.24.
Vamos a
ser piadosos, a enseñar a los demás con nuestras vidas a rezar, a convencer a la
gente que hay que rezar. Nosotros debemos llevar todas las cosas a Dios en una
continua oración. (Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, pág. 135)
3. ¿Cómo hacer oración?
3.1.
¿Que no
sabes orar? ―Ponte en la presencia de Dios, y en cuanto comiences a decir:
‘Señor, ¡que no sé hacer oración!…’, está seguro de que has empezado a hacerla.
(Camino 90)
3.2.
Al
principio costará; hay que esforzarse en dirigirse al Señor, en agradecer su
piedad paterna y concreta con nosotros. Poco a poco el amor de Dios se palpa
―aunque no es cosa de sentimientos―, como un zarpazo en el alma. Es Cristo, que
nos persigue amorosamente: he aquí que estoy a tu puerta, y llamo. ¿Cómo va tu
vida de oración? ¿No sientes a veces, durante el día, deseos de charlar más
despacio con El? ¿No le dices: luego te lo contaré, luego conversaré de esto
contigo? (Es Cristo que pasa, n. 8)
3.3. ¡Recogerse
en oración, en meditación, es tan fácil…! Jesús no nos hace esperar, no impone
antesalas: es Él quien aguarda.
Basta con que digas:
¡Señor, quiero hacer oración, quiero tratarte!, y ya estás en la presencia de
Dios, hablando con Él.
Por si fuera
poco, no te cercena el tiempo: lo deja a tu gusto. Y esto, no durante diez
minutos o un cuarto de hora. ¡No!, ¡horas, el día entero! Y Él es quien es: el
Omnipotente, el Sapientísimo. (Forja 539)
3.4. Hacia
1930, cuando se acercaban a mí, sacerdote joven, personas de todas las
condiciones ―universitarios, obreros, sanos y enfermos, ricos y pobres,
sacerdotes y seglares―, que intentaban acompañar más de cerca al Señor, les
aconsejaba siempre: rezad. Y si alguno me contestaba: no sé ni siquiera cómo
empezar, le recomendaba que se pusiera en la presencia del Señor y le
manifestase su inquietud, su ahogo, con esa misma queja: Señor, ¡que no sé! Y,
tantas veces, en aquellas humildes confidencias se concretaba la intimidad con
Cristo, un trato asiduo con Él.
Han transcurrido
muchos años, y no conozco otra receta. Si no te consideras preparado, acude a
Jesús como acudían sus discípulos: ¡enséñanos a hacer oración! (Lc XI,
1). Comprobarás como el Espíritu Santo ayuda a nuestra flaqueza, pues no
sabiendo siquiera qué hemos de pedir en nuestras oraciones, ni cómo conviene
expresarse, el mismo Espíritu facilita nuestros ruegos con gemidos que son
inexplicables (Rom VIII, 26), que no pueden contarse, porque no existen
modos apropiados para describir su hondura. (Amigos de Dios, n. 244)
3.5.
De todos
modos, si al iniciar vuestra meditación no lográis concretar vuestra atención
para conversar con Dios, os encontráis secos y la cabeza parece que no es capaz
de expresar ni una idea, o vuestros afectos permanecen insensibles, os aconsejo
lo que yo he procurado practicar siempre en esas circunstancias: poneos en
presencia de vuestro Padre, y manifestadle al menos: ¡Señor, que no sé rezar,
que no se me ocurre nada para contarte!… Y estad seguros de que en ese mismo
instante habéis comenzado a hacer oración. (Amigos de Dios, n. 145)
3.6.
Cuando
hagas oración haz circular las ideas inoportunas, como si fueras un guardia del
tráfico; para eso tienes la voluntad enérgica que te corresponde por tu vida de
niño. ―Detén, a veces, aquel pensamiento para encomendar a los protagonistas del
recuerdo inoportuno.
¡Hala!, adelante… Así,
hasta que dé la hora. ―Cuando tu oración por este estilo te parezca inútil,
alégrate y cree que has sabido agradar a Jesús. (Camino 891)
3.7.
Cuando se
quiere de verdad desahogar el corazón, si somos francos y sencillos, buscaremos
el consejo de las personas que nos aman, que nos entienden: se charla con el
padre, con la madre, con la mujer, con el marido, con el hermano, con el amigo.
Esto es ya diálogo, aunque con frecuencia no se desee tanto oír como explayarse,
contar lo que nos ocurre. Empecemos a conducirnos así con Dios, seguros de que
Él nos escucha y nos responde; y le atenderemos y abriremos nuestra conciencia a
una conversación humilde, para referirle confiadamente todo lo que palpita en
nuestra cabeza y en nuestro corazón: alegrías, tristezas, esperanzas,
sinsabores, éxitos, fracasos, y hasta los detalles más pequeños de nuestra
jornada. Porque habremos comprobado que todo lo nuestro interesa a nuestro Padre
Celestial. (Amigos de Dios, n. 245)
3.8. No
sabes qué decir al Señor en la oración. No te acuerdas de nada, y, sin embargo,
querrías consultarle muchas cosas. ―Mira: toma algunas notas durante el día de
las cuestiones que desees considerar en la presencia de Dios. Y ve con esa nota
luego a orar. (Camino 97)
3.9.
Para dar
cauce a la oración, acostumbro ―quizá pueda ayudar también a alguno de vosotros―
a materializar hasta lo más espiritual. Nuestro Señor utilizaba ese
procedimiento. Le gustaba enseñar con parábolas, sacadas del ambiente que le
rodeaba: del pastor y de las ovejas, de la vid y de los sarmientos, de barcas y
de redes, de la semilla que el sembrador arroja a voleo… (Amigos de Dios, n.
254)
3.10.
Recordad
lo que, de Jesús, nos narran los Evangelios. A veces, pasaba la noche entera
ocupado en coloquio íntimo con su Padre. ¡Cómo enamoró a los primeros discípulos
la figura de Cristo orante!
Después de contemplar
esa constante actitud del Maestro, le preguntaron: Domine, doce nos orare,
Señor, enséñanos a orar así. (Es Cristo que pasa, n. 119)
3.11.
Suelo decir con frecuencia que, en estos ratos de conversación con Jesús, que
nos ve y nos escucha desde el Sagrario, no podemos caer en una oración
impersonal; y comento que, para meditar de modo que se instaure enseguida un
diálogo con el Señor ―no se precisa el ruido de palabras―, hemos de salir del
anonimato, ponernos en su presencia tal y como somos, sin emboscarnos en la
muchedumbre que llena la iglesia, ni diluirnos en una retahíla de palabrería
hueca, que no brota del corazón, sino todo lo más de una costumbre despojada de
contenido. (Amigos de Dios, n. 64)
3.12.
Oración: aunque yo no te la doy (…), me la haces sentir a deshora y, a veces,
leyendo el periódico, he debido decirte: ¡déjame leer! ―¡Qué bueno es mi Jesús!
Y, en cambio, yo… (Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, pág. 134 y 135)
3.13.
Deja que se vierta tu corazón en efusiones de Amor y de agradecimiento al
considerar cómo la gracia de Dios te saca libre cada día de los lazos que te
tiende el enemigo. (Camino 434)
3.14.
Procura que tu hacimiento de gracias, diario, salga impetuoso de tu corazón.
(Forja 866)
3.15.
Acostúmbrate a elevar tu corazón a Dios en acción de gracias, muchas veces al
día. ―Porque te da esto y lo otro. ―Porque te han despreciado. ―Porque no tienes
lo que necesitas o porque lo tienes.
Porque hizo tan hermosa a su Madre, que es también Madre tuya. ―Porque creó el
Sol y la Luna y aquel animal y aquella otra planta. ―Porque hizo a aquel hombre
elocuente y a ti te hizo premioso…
Dale gracias por todo, porque todo es bueno. (Camino 268)
3.16.
Agradece al Señor el enorme bien que te ha otorgado, al hacerte comprender que
“sólo una cosa es necesaria”. ―Y, junto a la gratitud, que no falte a diario tu
súplica, por los que aún no le conocen o no le han entendido. (Surco 454)
3.17.
Todo lo espero de Ti, Jesús mío: ¡conviérteme! (Forja 170)
3.18.
En
la oración se enciende el fuego de mi alma: que cada uno vierta sus afectos en
Dios, pensando en la gran misión que nos ha confiado. Que cada uno piense cómo
es su respuesta. («Camino, Edición Crítico-Histórica», pág. 302)
3.19.
No
podemos escondernos en el anonimato; la vida interior, si no es un encuentro
personal con Dios, no existirá. La superficialidad no es cristiana. Admitir la
rutina en nuestra conducta ascética, equivale a firmar la partida de defunción
del alma contemplativa. Dios nos busca uno a uno; y hemos de responderle uno a
uno: aquí estoy, Señor, porque me has llamado (1 Reg III, 5). (Es Cristo que
pasa, n. 174)
3.20.
Despacio.
―Mira qué dices, quién lo dice y a quién. ―Porque ese hablar deprisa, sin lugar
para la consideración, es ruido, golpeteo de latas.
Y
te diré con Santa Teresa, que no lo llamo oración, aunque mucho menees los
labios. (Camino 85)
3.21.
Para evitar la rutina en las oraciones vocales, procura recitarlas con el mismo
amor con que habla por primera vez el enamorado…, y como si fuera la última
ocasión en que pudieras dirigirte al Señor. (Forja 432)
3.22.
Meditación. Tiempo fijo y a hora fija. Si no, se adaptará a la comodidad
nuestra: esto es falta de mortificación. Y la oración sin mortificación es poco
eficaz. (Surco 446)
4. Perseverancia en la oración
4.1.
Dime como
va esa oración: persevera, aunque cueste y te parezca que no haces nada: verás
cuánta fuerza sacas para lo sucesivo. Piensa que nuestra vida entera es una
pelea, y no tenemos más arma que ésa de tratar a Dios en la Palabra y en el Pan.
(«Camino, Edición Crítico-Histórica», pág. 297)
4.2.
La
oración se desarrollará unas veces de modo discursivo; otras, tal vez pocas,
llena de fervor; y, quizá muchas, seca, seca, seca… Pero lo que importa es que
tú, con la ayuda de Dios, no te desalientes.
Piensa en
el centinela que está de guardia: desconoce si el Rey o el Jefe del Estado se
encuentra en el palacio; no le consta lo que hace y, en la mayoría de los casos,
el personaje no sabe quién le custodia.
Nada de esto ocurre con nuestro Dios: El vive donde tú vivas; se ocupa de ti; te
conoce y conoce tus pensamientos más íntimos…:
¡no abandones la guardia de la oración! (Surco 463)
4.3.
Persevera, voluntariamente y con amor ―aunque estés seco―, en tu vida de piedad.
Y no te importe si te sorprendes contando los minutos o los días que faltan para
acabar esa norma de piedad o ese trabajo, con el turbio regocijo que pone, en
semejante operación, el chico mal estudiante, que sueña con que termine el
curso; o el quincenario, que espera volver a sus andadas, al abrirle las puertas
de la cárcel.
Persevera ―insisto― con eficaz y actual voluntad, sin dejar ni un instante de
querer hacer y aprovechar esos medios de piedad. (Forja 447)
4.4.
“Un
minuto de rezo intenso; con eso basta”. ―Lo decía uno que nunca rezaba.
―¿Comprendería un enamorado que bastase contemplar intensamente durante un
minuto a la persona amada? (Surco 465)
4.5. Jesús
percibe la primera invocación de nuestra alma, pero espera. Quiere que nos
convenzamos de que le necesitamos; quiere que le roguemos, que seamos tozudos,
como aquel ciego que estaba junto al camino que salía de Jericó. (Amigos de
Dios, n. 195)
4.6.
Perseverar. ―Un niño que llama a una puerta, llama una y dos veces, y muchas
veces…, y fuerte y largamente, ¡con desvergüenza! Y quien sale a abrir ofendido,
se desarma ante la sencillez de la criaturita inoportuna… ―Así tú con Dios.
(Camino 893)
4.7.
La
primera condición de la oración es la perseverancia; la segunda, la humildad.
Sé santamente tozudo, con confianza. Piensa que el Señor, cuando le pedimos algo
importante, quizá quiere la súplica de muchos años. ¡Insiste!…, pero insiste
siempre con más confianza. (Forja 535)
4.8.
No
desmayes: por indigna que sea la persona, por imperfecta que resulte la oración,
si ésta se alza humilde y perseverante, Dios la escucha siempre. (Surco 468)
4.9.
No me
importa contaros que el Señor, en ocasiones, me ha concedido muchas gracias;
pero de ordinario yo voy a contrapelo. Sigo mi plan no porque me guste, sino
porque debo hacerlo, por Amor. Pero, Padre, ¿se puede interpretar una comedia
con Dios?, ¿no es acaso una hipocresía? Quédate tranquilo: para ti ha llegado el
instante de participar en una comedia humana con un espectador divino.
Persevera, que el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo, contemplan esa comedia
tuya; realiza todo por amor a Dios, por agradarle, aunque a ti te cueste.
¡Qué bonito es ser juglar de Dios! ¡Qué hermoso recitar esa comedia por Amor con
sacrificio, sin ninguna satisfacción personal, por agradar a nuestro Padre Dios,
que juega con nosotros! Encárate con el Señor, y confíale: no tengo ningunas
ganas de ocuparme de esto, pero lo ofreceré por Ti. Y ocúpate de verdad de esa
labor, aunque pienses que es una comedia. ¡Bendita comedia! Te lo aseguro: no se
trata de hipocresía, porque los hipócritas necesitan público para sus
pantomimas. En cambio, los espectadores de esa comedia nuestra ―déjame que te lo
repita― son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; la Virgen Santísima, San José
y todos los Ángeles y Santos del Cielo. (Amigos de Dios, n. 152)
4.10.
Persevera
en la oración. ―Persevera, aunque tu labor parezca estéril. ―La oración es
siempre fecunda. (Camino 101)
4.11.
¡Bendita perseverancia la del borrico de noria! ―Siempre al mismo paso. Siempre
las mismas vueltas. ―Un día y otro: todos iguales.
Sin eso, no habría madurez en los frutos, ni lozanía en el huerto, ni tendría
aromas el jardín.
Lleva este pensamiento a tu vida interior. (Camino 998)
4.12.
Oración constante, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. Cuando
todo sale con facilidad: ¡gracias, Dios mío! Cuando llega un momento difícil:
¡Señor, no me abandones! Y ese Dios, manso y humilde de corazón (Mt 11,
29), no olvidará nuestros ruegos, ni permanecerá indiferente, porque Él ha
afirmado: pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá
(Lc 11, 9). (Amigos de Dios, n. 247)
4.13.
Vive la fe, alegre, pegado a Jesucristo. ―Ámale de verdad ―¡de verdad, de
verdad!― y serás protagonista de la gran Aventura del Amor, porque estarás cada
vez más enamorado. (Forja 448)
4.14.
Dile despacio al Maestro: ¡Señor, sólo quiero servirte! ¡Sólo quiero cumplir mis
deberes, y amarte con alma enamorada! Hazme sentir tu paso firme a mi lado. Sé
Tú mi único apoyo.
―Díselo despacio…, ¡y díselo de veras! (Forja 449)
4.15.
¿Qué cuál es el secreto de la perseverancia? El amor. ―Enamórate, y no “le”
dejarás. (Camino 999)
5. Oración de hijos
5.1.
¿Cómo hacer
oración? Me atrevo a asegurar, sin temor a equivocarme, que hay muchas,
infinitas maneras de orar, podría decir. Pero yo quisiera para todos nosotros la
auténtica oración de los hijos de Dios, no la palabrería de los hipócritas, que
han de escuchar de Jesús: no todo el que repite: ¡Señor!, ¡Señor!, entrará en el
reino de los cielos. Los que se mueven por la hipocresía, pueden quizá lograr el
ruido de la oración ―escribía San Agustín―, pero no su voz, porque allí falta la
vida, y está ausente el afán de cumplir la Voluntad del Padre. Que nuestro
clamar ¡Señor! vaya unido al deseo eficaz de convertir en realidad esas mociones
interiores, que el Espíritu Santo despierta en nuestra alma. (Amigos de Dios, n.
243)
5.2.
Hay mil maneras de
orar (…). Los hijos de Dios no necesitan un método, cuadriculado y artificial,
para dirigirse a su Padre. El amor es inventivo, industrioso; si amamos,
sabremos descubrir caminos personales, íntimos, que nos lleven a este diálogo
continuo con el Señor. (Amigos de Dios, n. 255)
5.3.
La oración no es
prerrogativa de frailes: es cometido de cristianos, de hombres y mujeres del
mundo, que se saben hijos de Dios. (Surco 451)
5.4.
Descansa en la
filiación divina. Dios es un Padre ―¡tu Padre!― lleno de ternura, de infinito
amor.
Llámale Padre muchas
veces, y dile ―a solas― que le quieres, ¡que le quieres muchísimo!: que sientes
el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo. (Forja 331)
5.5.
Dale muchas gracias
a Jesús, porque por Él, con Él y en Él, tú te puedes llamar hijo de Dios. (Forja
266)
5.6.
La mayor muestra de
agradecimiento a Dios es amar apasionadamente nuestra condición de hijos suyos.
(Forja 333)
5.7.
La filiación divina
es una verdad gozosa, un misterio consolador. La filiación divina llena toda
nuestra vida espiritual, porque nos enseña a tratar, a conocer, a amar a nuestro
Padre del Cielo, y así colma de esperanza nuestra lucha interior, y nos da la
sencillez confiada de los hijos pequeños. Más aún: precisamente porque somos
hijos de Dios, esa realidad nos lleva también a contemplar con amor y con
admiración todas las cosas que han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y
de este modo somos contemplativos en medio del mundo, amando al mundo. (Es
Cristo que pasa, n. 65)
5.8.
Nuestro trato con
Dios no es el de un ciego que ansía la luz pero que gime entre las angustias de
la obscuridad, sino el de un hijo que se sabe amado por su Padre. (Es Cristo que
pasa, n. 142)
5.9.
Ha de ser tu
oración la del Hijo de Dios; no la de los hipócritas, que han de escuchar de
Jesús aquellas palabras: ‘no todo el que dice ¡Señor!, ¡Señor!, entrará en el
Reino de los Cielos’.
Tu oración, tu clamar
‘¡Señor!, ¡Señor!’ ha de ir unido, de mil formas diversas en la jornada, al
deseo y al esfuerzo eficaz de cumplir la Voluntad de Dios.
A lo largo de los
años, he procurado apoyarme sin desmayos en esta gozosa realidad. Mi oración,
ante cualquier circunstancia, ha sido la misma, con tonos diferentes. Le he
dicho: Señor, Tú me has puesto aquí; Tú me has confiado eso o aquello, y yo
confío en Ti. Sé que eres mi Padre, y he visto siempre que los pequeños están
absolutamente seguros de sus padres. Mi experiencia sacerdotal me ha confirmado
que este abandono en las manos de Dios empuja a las almas a adquirir una fuerte,
honda y serena piedad, que impulsa a trabajar constantemente con rectitud de
intención. (Amigos de Dios, n. 143)
5.10.Así
discurría tu oración: ‘me pesan mis miserias, pero no me agobian porque soy hijo
de Dios. Expiar. Amar… Y ―añadías― deseo servirme de mi debilidad, como San
Pablo, persuadido de que el Señor no abandona a los que en Él confían.
Sigue así, te
confirmé, porque ―con la gracia de Dios― podrás, y superarás tus miserias y tus
pequeñeces. (Forja 294)
5.11.
Ese desaliento,
¿por qué? ¿Por tus miserias? ¿Por tus derrotas, a veces continuas? ¿Por un bache
grande, grande, que no esperabas?
Sé sencillo. Abre el
corazón. Mira que todavía nada se ha perdido. Aún puedes seguir adelante, y con
más amor, con más cariño, con más fortaleza.
Refúgiate en la
filiación divina: Dios es tu Padre amantísimo. Esta es tu seguridad, el
fondeadero donde echar el ancla, pase lo que pase en la superficie de este mar
de la vida. Y encontrarás alegría, reciedumbre, optimismo, ¡victoria! (Via
Crucis, 7ª Estación, n. 2)
5.12.
Dios nos espera,
como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo merezcamos. No
importa nuestra deuda. Como en el caso del hijo pródigo, hace falta sólo que
abramos el corazón, que tengamos añoranza del hogar de nuestro Padre, que nos
maravillemos y nos alegremos ante el don que Dios nos hace de podernos llamar y
de ser, a pesar de tanta falta de correspondencia por nuestra parte,
verdaderamente hijos suyos. (Es Cristo que pasa, n. 64)
5.13.
Padre mío ―¡trátale
así, con confianza!―, que estás en los Cielos, mírame con compasivo Amor, y haz
que corresponda.
Derrite y enciende mi
corazón de bronce, quema y purifica mi carne inmortificada, llena mi
entendimiento de luces sobrenaturales, haz que mi lengua sea pregonera del Amor
y de la gloria de Cristo. (Forja 3)
5.14.
El que no se sabe
hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima, y carece en su actuación del
dominio y del señorío propios de los que aman al Señor por encima de todas las
cosas. (Amigos de Dios, n. 26)
5.15.
No hay más que una
raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios. Todos hemos de hablar la misma
lengua, la que nos enseña nuestro Padre que está en los cielos: la lengua del
diálogo de Jesús con su Padre, la lengua que se habla con el corazón y con la
cabeza, la que empleáis ahora vosotros en vuestra oración. La lengua de las
almas contemplativas, la de los hombres que son espirituales, porque se han dado
cuenta de su filiación divina. Una lengua que se manifiesta en mil mociones de
la voluntad, en luces claras del entendimiento, en afectos del corazón, en
decisiones de vida recta, de bien, de contento, de paz. (Es Cristo que pasa, n.
13)
Orar como los
niños
5.1.
Niño bueno: dile a
Jesús muchas veces al día: te amo, te amo, te amo… (Camino 878)
5.2.
Reconozco mi
torpeza, Amor mío, que es tanta…, tanta, que hasta cuando quiero acariciar hago
daño. ―Suaviza las maneras de mi alma: dame, quiero que me des, dentro de la
recia virilidad de la vida de infancia, esa delicadeza y mimo que los niños
tienen para tratar, con íntima efusión de Amor, a sus padres. (Camino 883)
5.3.
Al considerar ahora
mismo mis miserias, Jesús, te he dicho: déjate engañar por tu hijo, como esos
padres buenos, padrazos, que ponen en las manos de su niño el don que de ellos
quieren recibir…, porque muy bien saben que los niños nada tienen. (Forja 195)
5.4.
Que vuestra oración
sea viril. ―Ser niño no es ser afeminado. (Camino 888)
5.5.
Para el que ama a
Jesús, la oración, aun la oración con sequedad, es la dulzura que pone siempre
fin a las penas: se va a la oración con el ansia con que el niño va al azúcar,
después de tomar la pócima amarga. (Camino 889)
5.6.
Te distraes en la
oración. ―Procura evitar las distracciones, pero no te preocupes, si, a pesar de
todo, sigues distraído…
¿No ves cómo, en la
vida natural, hasta los niños más discretos se entretienen y divierten con lo
que les rodea, sin atender muchas veces los razonamientos de su padre? ―Esto no
implica falta de amor, ni de respeto: es la miseria y pequeñez propias del hijo…
Pues, mira: tú eres un
niño delante de Dios. (Camino 890)
5.7.
¡Qué buena cosa es
ser niño! ―Cuando un hombre solicita un favor, es menester que a la solicitud
acompañe la hoja de sus méritos…
Cuando el que pide es
un chiquitín ―como los niños no tienen méritos―, basta con que diga: soy hijo de
Fulano…
¡Ah, Señor! ―díselo
¡con toda tu alma!―, yo soy… ¡hijo de Dios! (Camino 892)
5.8.
¿Has presenciado el
agradecimiento de los niños? ―Imítalos diciendo, como ellos, a Jesús, ante lo
favorable y ante lo adverso: "¡Qué bueno eres! ¡Qué bueno! …"
Esa frase, bien
sentida, es camino de infancia, que te llevará a la paz, con peso y medida de
risas y llantos, y sin peso y medida de Amor. (Camino 894)
5.9.
El trabajo rinde tu
cuerpo, y no puedes hacer oración. Estás siempre en la presencia de tu Padre.
―Si no le hablas, mírale de cuando en cuando como un niño chiquitín… y El te
sonreirá. (Camino 895)
5.10.¿Que
en el hacimiento de gracias después de la Comunión lo primero que acude a tus
labios, sin poderlo remediar, es la petición…: Jesús, dame esto: Jesús, esa
alma: Jesús, aquella empresa?
No te preocupes ni te
violentes: ¿no ves cómo, siendo el padre bueno y el hijo niño sencillo y audaz,
el pequeñín mete las manos en el bolsillo de su padre, en busca de golosinas,
antes de darle el beso de bienvenida? ―Entonces… (Camino 896)
5.11.
Si tienes "vida de
infancia", por ser niño, has de ser espiritualmente goloso. ―Acuérdate, como los
de tu edad, de las cosas buenas que guarda tu Madre…
Y esto muchas veces al
día. ―Es cuestión de segundos… María… Jesús… el Sagrario… la Comunión… el Amor…
el sufrimiento… las ánimas benditas del purgatorio… los que pelean: el Papa, los
sacerdotes… los fieles… tu alma… las almas de los tuyos… los Ángeles Custodios…
los pecadores… (Camino 898)
5.12.
No soy menos feliz
porque me falta que si me sobrara: ya no debo pedir nada a Jesús: me limitaré a
darle gusto en todo y a contarle las cosas, como si El no las supiera, lo mismo
que un niño pequeño a su padre. (Forja 351)
5.13.
Niño, dile a Jesús:
no me conformo con menos que Contigo. (Forja 352)
5.14.
En tu oración de
infancia espiritual, ¡qué cosas más pueriles le dices a tu Señor! Con la
confianza de un niño que habla al Amigo grande, de cuyo amor está seguro, le
confías: ¡que yo viva sólo para tu Gloria!
Recuerdas y reconoces
lealmente que todo lo haces mal: eso, Jesús mío ―añades―, no puede llamarte la
atención: es imposible que yo haga nada a derechas. Ayúdame Tú, hazlo Tú por mí
y verás qué bien sale.
Luego, audazmente y
sin apartarte de la verdad, continúas: empápame, emborráchame de tu Espíritu, y
así haré tu Voluntad. Quiero hacerla. Si no la hago…, es que no me ayudas. ¡Pero
sí me ayudas! (Forja 353)
5.15.
Déjame que te dé un
consejo de alma experimentada: tu oración ―tu vida ha de ser orar siempre― debe
tener la confianza de "la oración de un niño". (Forja 230)
5.16.
Mi Señor Jesús
tiene un Corazón más sensible que todos los corazones de todos los hombres
buenos juntos. Si un hombre bueno (medianamente bueno) sabe que una determinada
persona le quiere, sin esperar satisfacción o premio alguno (ama por amar); y
conoce también que esta persona sólo desea que él no se oponga a ser amado,
aunque sea de lejos…, no tardará en corresponder a un amor tan desinteresado.
―Si el Amado es tan
poderoso que lo puede todo, estoy seguro de que, además de terminar por rendirse
ante el amor fiel de la criatura (a pesar de las miserias de esa pobre alma),
dará al amante la hermosura, la ciencia, y el poder sobrehumanos que sean
precisos, para que los ojos de Jesús no se manchen, al fijarse en el pobre
corazón que le adora.
―Niño, ama: ama y
espera. (Forja 298)
5.17.
Siempre que entro
en el oratorio, le digo al Señor –he vuelto a ser niño― que le quiero más que
nadie. (Forja 302)
5.18.
Si eres buen hijo
de Dios, del mismo modo que el pequeño necesita de la presencia de sus padres al
levantarse y al acostarse, tu primer y tu último pensamiento de cada día serán
para Él. (Forja 80)
5.19.
Niño bueno: los
amadores de la tierra ¡cómo besan las flores, la carta, el recuerdo del que
aman!…
―Y tú, ¿podrás
olvidarte alguna vez de que le tienes siempre a tu lado… ¡a Él!? ―¿Te olvidarás…
de que le puedes comer? (Forja 305)
5.20.
Niño amigo, dile:
Jesús, sabiendo que te quiero y que me quieres, lo demás nada me importa: todo
va bien. (Forja 335)
5.21.
Cuando un alma de
niño hace presentes al Señor sus deseos de indulto, debe estar segura de que
pronto verá cumplidos esos deseos: Jesús arrancará del alma la cola inmunda, que
arrastra por sus miserias pasadas; quitará el peso muerto, resto de todas las
impurezas, que le hace pegarse al suelo; echará lejos del niño todo el lastre
terreno de su corazón para que suba hasta la majestad de Dios, a fundirse en la
llamarada viva de Amor, que es Él. (Camino 886)
6. Tratar a
Jesús en la Eucaristía
6.1.
Jesús se
quedó en la Eucaristía por amor…, por ti.
Se quedó, sabiendo cómo le recibirían los hombres… y como lo recibes tú.
—Se
quedó, para que le comas, para que le visites y le cuentes tus cosas y,
tratándolo en la oración junto al Sagrario y en la recepción del Sacramento, te
enamores más cada día, y hagas que otras almas —¡muchas!— sigan igual camino.
(Forja 887)
6.2.
El más
grande loco que ha habido y habrá es Él. ¿Cabe mayor locura que entregarse como
Él se entrega, y a quienes se entrega?
Porque locura hubiera sido quedarse hecho un Niño indefenso; pero, entonces, aun
muchos malvados se enternecerían, sin atreverse a maltratarle. Le pareció poco:
quiso anonadarse más y darse más. Y se hizo comida, se hizo Pan.
—¡Divino Loco! ¿Cómo te tratan los hombres?… ¿Yo mismo? (Forja 824)
6.3.
Cuando te
acercas al Sagrario piensa que ¡Él!… te espera desde hace veinte siglos. (Camino
537)
6.4.
¡Sé alma de Eucaristía!
Si el centro de tus
pensamientos y esperanzas está en el Sagrario, hijo, ¡qué abundantes los frutos
de santidad y de apostolado! (Forja 835)
6.5.
Copio
unas palabras de un sacerdote, dirigidas a quienes le seguían en su empresa
apostólica: “cuando contempléis la Sagrada Hostia expuesta en la custodia sobre
el altar, mirad qué amor, qué ternura la de Cristo. Yo me explico, por el amor
que os tengo; si pudiera estar lejos trabajando, y a la vez junto a cada uno de
vosotros, ¡con qué gusto lo haría!
Cristo, en cambio, ¡sí puede! Y Él, que nos ama con un amor infinitamente
superior al que puedan albergar todos los corazones de la tierra, se ha quedado
para que podamos unirnos siempre a su Humanidad Santísima, y para ayudarnos,
para consolarnos, para fortalecernos, para que seamos fieles”. (Forja 838)
6.6.
Os diré
que para mí el Sagrario ha sido siempre Betania, el lugar tranquilo y apacible
donde está Cristo, donde podemos contarle nuestras preocupaciones, nuestros
sufrimientos, nuestras ilusiones y nuestras alegrías, con la misma sencillez y
naturalidad con que le hablaban aquellos amigos suyos, Marta, María y Lázaro.
Por eso, al recorrer las calles de alguna ciudad o de algún pueblo, me da
alegría descubrir, aunque sea de lejos, la silueta de una iglesia: es un nuevo
Sagrario, una ocasión más de dejar que el alma se escape para estar con el deseo
junto al Señor Sacramentado. (Es Cristo que pasa, n. 154)
6.7.
Te
aconsejo que vayas al oratorio siempre que puedas: y pongo empeño en no llamarlo
capilla, para que resalte de modo más claro que no es un sitio para estar, con
empaque de oficial ceremonia, sino para levantar la mente en recogimiento e
intimidad al cielo, con el convencimiento de que Jesucristo nos ve, nos oye, nos
espera y nos preside desde el Tabernáculo, donde está realmente presente
escondido en las especies sacramentales. (Amigos de Dios, n. 249)
6.8.
Agiganta
tu fe en la Sagrada Eucaristía. —¡Pásmate ante esa realidad inefable!: tenemos a
Dios con nosotros, podemos recibirle cada día y, si queremos, hablamos
íntimamente con Él, como se habla con el amigo, como se habla con el hermano,
como se habla con el padre, como se habla con el Amor. (Forja 268)
6.9.
Me gusta
llamar ¡cárcel de amor! al Sagrario.
—Desde hace veinte siglos, está Él ahí… ¡voluntariamente encerrado!, por mí, y
por todos. (Forja 827)
6.10.
Ahí lo tienes: es Rey de Reyes y Señor de Señores. —Está escondido en el Pan. Se
humilló hasta esos extremos por amor a ti. (Camino 538)
6.11.
“Luego tú eres rey”… —Sí, Cristo es el Rey, que no sólo te concede audiencia
cuando lo deseas, sino que, en delirio de Amor, hasta abandona —¡ya me
entiendes!— el magnífico palacio del Cielo, al que tú aún no puedes llegar, y te
espera en el Sagrario.
—¿No te parece absurdo no acudir presuroso y con más constancia a hablar con Él?
(Forja 1004)
6.12.
Sé
que te doy una alegría copiándote esta oración a los Santos Ángeles Custodios de
nuestros Sagrarios:
Oh Espíritus Angélicos que
custodiáis nuestros Tabernáculos, donde reposa la prenda adorable de la Sagrada
Eucaristía, defendedla de las profanaciones y conservadla a nuestro amor.
(Camino 569)
6.13.
Jesús, tu locura de Amor me roba el corazón. Estás inerme y pequeño, para
engrandecer a los que te comen. (Forja 825)
6.14.
¿Cabe más entrega, más anonadamiento? Más que en Belén y que en el Calvario.
¿Por qué? Porque Jesucristo tiene el corazón oprimido por sus ansias redentoras,
porque no quiere que nadie pueda decir que no le ha llamado, porque se hace el
encontradizo con los que no le buscan.
¡Es Amor! No
hay otra explicación. ¡Qué cortas se quedan las palabras, para hablar del Amor
de Cristo! Él se abaja a todo, admite todo, se expone a todo —a sacrilegios, a
blasfemias, a la frialdad de la indiferencia de tantos—, con tal de ofrecer,
aunque sea a un hombre sólo, la posibilidad de descubrir los latidos de un
Corazón que salta en su pecho llagado. (Amar a la Iglesia, n. 39)
6.15.
“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de
Dios”, dijo el Señor. —¡Pan y palabra!: Hostia y oración.
Si no, no vivirás vida sobrenatural. (Camino 87)
6.16.
¡Qué sería de las almas, si Nuestro Señor no hubiese entregado por nosotros
hasta la última gota de su Sangre preciosa! ¿Cómo es posible que se desprecie
ese milagro perpetuo de la presencia real de Cristo en el Sagrario? Se ha
quedado para que lo tratemos, para que lo adoremos, para que, prenda de la
gloria futura, nos decidamos a seguir sus huellas. (Amar a la Iglesia, n. 12)
6.17.
Jesús se esconde en el
Santísimo Sacramento del altar, para que nos atrevamos a tratarle, para
ser el sustento nuestro, con el fin de que nos hagamos una sola cosa con El. Al
decir sin mí no podéis nada, no condenó al cristiano a la ineficacia, ni
le obligó a una búsqueda ardua y difícil de su Persona. Se ha quedado entre
nosotros con una disponibilidad total.
Cuando nos
reunimos ante el altar mientras se celebra el Santo Sacrificio de la Misa,
cuando contemplamos la Sagrada Hostia expuesta en la custodia o la adoramos
escondida en el Sagrario, debemos reavivar nuestra fe, pensar en esa existencia
nueva, que viene a nosotros, y conmovernos ante el cariño y la ternura de Dios.
(Es Cristo que pasa, n. 153)
6.18.
Si, para liberarte, hubieran encarcelado a un íntimo amigo tuyo, ¿no procurarías
ir a visitarle, a charlar un rato con él, a llevarle obsequios, calor de
amistad, consuelo?… Y, ¿si esa charla con el encarcelado fuese para salvarte a
ti de un mal y procurarte un bien…, la abandonarías? Y, ¿si, en vez de un amigo,
se tratase de tu mismo padre o de tu hermano?
—¡Entonces! (Surco 685)
6.19.
Si
aquellos hombres, por un trozo de pan —aun cuando el milagro de la
multiplicación sea muy grande—, se entusiasman y te aclaman, ¿qué deberemos
hacer nosotros por los muchos dones que nos has concedido, y especialmente
porque te nos entregas sin reserva en la Eucaristía? (Forja 304)
6.20.
—¿Qué hemos de hacer tú y yo? Estar muy pegados, por medio del Pan y de la
Palabra, a Jesucristo, que es nuestra vid..., diciéndole palabras de cariño a lo
largo de todo el día. Los enamorados hacen así. (Forja 467)
6.21.
Acude perseverantemente ante el Sagrario, de modo físico o con el corazón, para
sentirte seguro, para sentirte sereno: pero también para sentirte amado… ¡y para
amar! (Forja 837)
6.22.
Cuenta el
Evangelista que Jesús, después de haber obrado el milagro, cuando quieren
coronarle rey, se esconde.
—Señor, que nos haces
participar del milagro de la Eucaristía: te pedimos que no te escondas, que
vivas con nosotros, que te veamos, que te toquemos, que te sintamos, que
queramos estar siempre junto a Ti, que seas el Rey de nuestras vidas y de
nuestros trabajos. (Forja 542)
6.23.
¡Qué bien se explica ahora el clamor incesante de los cristianos, en todos los
tiempos, ante la Hostia santa! Canta, lengua, el misterio del Cuerpo glorioso
y de la Sangre preciosa, que el Rey de todas las gentes, nacido de una Madre
fecunda, derramó para rescatar el mundo. Es preciso adorar devotamente a
este Dios escondido: es el mismo Jesucristo que nació de María Virgen; el mismo
que padeció, que fue inmolado en la Cruz; el mismo de cuyo costado traspasado
manó agua y sangre. (Es Cristo que pasa, n. 84)
6.24.
Se abren nuestro ojos como los de Cleofás y su compañero, cuando Cristo parte el
pan; y aunque Él vuelva a desaparecer de nuestra vista, seremos también capaces
de emprender de nuevo la marcha —anochece— para hablar a los demás de Él, porque
tanta alegría no cabe en un pecho solo.
Camino de
Emaús. Nuestro Dios ha llenado de dulzura este nombre. Y Emaús es el mundo
entero, porque el Señor ha abierto los caminos divinos de la tierra. (Amigos de
Dios, n. 314)
6.25.
Iremos a
Jesús, al Tabernáculo, a conocerle, a digerir su doctrina, para entregar ese
alimento a las almas. (Forja 938)
6.26.
Que no
falte a diario un “Jesús, te amo” y una comunión espiritual —al menos—, como
desagravio por todas las profanaciones y sacrilegios, que sufre Él por estar con
nosotros. (Surco 689)
6.27.
Procura
dar gracias a Jesús en la Eucaristía, cantando loores a Nuestra Señora, a la
Virgen pura, la sin mancilla, la que trajo al mundo al Señor.
—Y, con audacia de niño,
atrévete a decir a Jesús: mi lindo Amor, ¡bendita sea la Madre que te trajo al
mundo!
De seguro que le agradas, y
pondrá en tu alma más amor aún. (Forja 70)
7. Tratar a
Jesús como un personaje más del Evangelio
7.1.
Yo te aconsejo que,
en tu oración, intervengas en los pasajes del Evangelio, como un personaje más.
Primero te imaginas la escena o el misterio, que te servirá para recogerte y
meditar. Después aplicas el entendimiento, para considerar aquel rasgo de la
vida del Maestro: su Corazón enternecido, su humildad, su pureza, su
cumplimiento de la Voluntad del Padre. Luego cuéntale lo que a ti en estas cosas
te suele suceder, lo que te pasa, lo que te está ocurriendo. Permanece atento,
porque quizá Él querrá indicarte algo: y surgirán esas mociones interiores, ese
caer en la cuenta, esas reconvenciones. (Amigos de Dios, n. 253)
7.2.
Trata a la
Humanidad Santísima de Jesús… Y Él pondrá en tu alma un hambre insaciable, un
deseo “disparatado” de contemplar su Faz. En esa ansia ―que no es posible
aplacar en la tierra―, hallarás muchas veces tu consuelo. (Via Crucis, 6ª
Estación, n. 2)
7.3.
Jesús es tu amigo.
―El Amigo. ―Con corazón de carne, como el tuyo. ―Con ojos, de mirar amabilísimo,
que lloraron por Lázaro…
Y tanto como a Lázaro,
te quiere a ti. (Camino 422)
7.4.
Es Maestro de una
ciencia que sólo Él posee: la del amor sin límites a Dios y, en Dios, a todos
los hombres. En la escuela de Cristo se aprende que nuestra existencia no nos
pertenece. (Es Cristo que pasa, n. 93)
7.5.
Nace una sed de
Dios, una ansia de comprender sus lágrimas; de ver su sonrisa, su rostro…
Considero que el mejor modo de expresarlo es volver a repetir, con la Escritura:
como el ciervo desea las fuentes de las aguas, así te anhela mi alma, ¡oh Dios
mío!. Y el alma avanza metida en Dios, endiosada: se ha hecho el cristiano
viajero sediento, que abre su boca a las aguas de la fuente (Amigos de Dios, n.
311)
7.6.
Nos narran los
Evangelios que Jesús no tenía dónde reclinar su cabeza, pero nos cuentan también
que tenía amigos queridos y de confianza, deseosos de acogerlo en su casa. Y nos
hablan de su compasión por los enfermos, de su dolor por los que ignoran y
yerran, de su enfado ante la hipocresía. Jesús llora por la muerte de Lázaro, se
aíra con los mercaderes que profanan el templo, deja que se enternezca su
corazón ante el dolor de la viuda de Naim.
Cada uno de esos
gestos humanos es gesto de Dios. En Cristo habita toda la plenitud de la
divinidad corporalmente (Col 2, 9). Cristo es Dios hecho hombre, hombre
perfecto, hombre entero. Y, en lo humano, nos da a conocer la divinidad. (Es
Cristo que pasa, nn. 108-109)
7.7.
Es muy importante
―perdonad mi insistencia― observar los pasos del Mesías, porque Él ha venido a
mostrarnos la senda que lleva al Padre. Descubriremos, con Él, cómo se puede dar
relieve sobrenatural a las actividades aparentemente más pequeñas; aprendere-mos
a vivir cada instante con vibración de eternidad, y comprenderemos con mayor
hondura que la criatura necesita esos tiempos de conversación íntima con Dios:
para tratarle, para invocarle, para alabarle, para romper en acciones de
gracias, para escucharle o, sencillamente, para estar con Él. (Amigos de Dios,
n. 239)
7.8.
Dios me ama… Y el
Apóstol Juan escribe: ‘amemos, pues, a Dios, ya que Dios nos amó primero’. ―Por
si fuera poco, Jesús se dirige a cada uno de nosotros, a pesar de nuestras
innegables miserias, para preguntarnos como a Pedro: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me
amas más que éstos?’…
Es la hora de
responder: ‘¡Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo!’, añadiendo con
humildad: ¡ayúdame a amarte más, auméntame el amor! (Forja 497)
7.9.
Di al Señor, con
todas las veras de tu alma: a pesar de todas mis miserias, estoy ¡loco de Amor!,
estoy ¡borracho de Amor! (Camino 205)
7.10.Jesús,
no quiero el consuelo, te quiero a Ti. («Camino, Edición Crítico-Histórica»,
pág. 576)
7.11.
No digas a Jesús
que quieres consuelo en la oración. ―Si te lo da, agradéceselo. ―Dile siempre
que quieres perseverancia. (Camino 100)
7.12.
Y cuando nos acecha
―violenta― la tentación del desánimo, de los contrastes, de la lucha, de la
tribulación, de una nueva noche en el alma, nos pone el salmista en los labios y
en la inteligencia aquellas palabras: con Él estoy en el tiempo de la
adversidad. ¿Qué vale, Jesús, ante tu Cruz, la mía; ante tus heridas mis
rasguños? ¿Qué vale, ante tu Amor inmenso, puro e infinito, esta pobrecita
pesadumbre que has cargado Tú sobre mis espaldas? Y los corazones vuestros, y el
mío, se llenan de una santa avidez, confesándole ―con obras― que moriremos de
Amor. (Amigos de Dios, n. 310)
7.13.
El Maestro pasa,
una y otra vez, muy cerca de nosotros. Nos mira¼ Y si le miras, si le escuchas,
si no le rechazas, Él te enseñará cómo dar sentido sobrenatural a todas tus
acciones¼ Y entonces tú también sembrarás, donde te encuentres, consuelo y paz y
alegría. (Via Crucis, 8ª Estación, n. 4)
7.14.
¡Oh Jesús…,
fortalece nuestras almas, allana el camino y, sobre todo, embriáganos de Amor!;
haznos así hogueras vivas, que enciendan la tierra con el divino fuego que Tú
trajiste. (Camino 31)
7.15.
¡Gracias, Jesús
mío!, porque has querido hacerte perfecto Hombre, con un Corazón amante y
amabilísimo, que ama hasta la muerte y sufre; que se llena de gozo y de dolor;
que se entusiasma con los caminos de los hombres, y nos muestra el que lleva al
Cielo; que se sujeta heroicamente al deber, y se conduce por la misericordia;
que vela por los pobres y por los ricos; que cuida de los pecadores y de los
justos…
¡Gracias, Jesús mío, y
danos un corazón a la medida del Tuyo! (Surco 813)
Jesús Niño
7.16.
Se ha promulgado un
edicto de César Augusto, y manda empadronar a todo el mundo. Cada cual ha de ir,
para esto, al pueblo de donde arranca su estirpe. ―Como es José de la casa y
familia de David, va con la Virgen María desde Nazaret a la ciudad llamada
Belén, en Judea. (Luc., II, 1-5.)
Y en Belén nace
nuestro Dios: ¡Jesucristo! ―No hay lugar en la posada: en un establo. ―Y su
Madre le envuelve en pañales y le recuesta en el pesebre. (Luc., II, 7.)
Y le beso ―bésale tú―,
y le bailo, y le canto, y le llamo Rey, Amor, mi Dios, mi Único, mi Todo!… (Santo
Rosario, Nacimiento de Jesús)
7.17.
Llégate a Belén,
acércate al Niño, báilale, dile tantas cosas encendidas, apriétale contra el
corazón…
No hablo de niñadas:
¡hablo de amor! Y el amor se manifiesta con hechos: en la intimidad de tu alma,
¡bien le puedes abrazar! (Forja 345)
7.18.
Es preciso mirar al
Niño, Amor nuestro, en la cuna. Hemos de mirarlo sabiendo que estamos delante de
un misterio. Necesitamos aceptar el misterio por la fe y, también por la fe,
ahondar en su contenido. Para esto, nos hacen falta las disposiciones humildes
del alma cristiana: no querer reducir la grandeza de Dios a nuestros pobres
conceptos, a nuestras explicaciones humanas, sino comprender que ese misterio,
en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los hombres. (Es Cristo que
pasa, n.13)
7.19.
Jesús-niño,
Jesús-adolescente: me gusta verte así, Señor, porque… me atrevo a más. Me gusta
verte chiquitín, como desamparado, para hacerme la ilusión de que me necesitas.
(Forja 301)
Años de vida
oculta
7.20.
¡Treinta y tres años de Jesús…
treinta fueron de silencio y oscuridad; de sumisión y trabajo… (Surco 485)
7.21.
Jesús, creciendo y
viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana, el quehacer
corriente y ordinario, tiene un sentido divino. Por mucho que hayamos
considerado estas verdades, debemos llenarnos siempre de admiración al pensar en
los treinta años de oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de Jesús
entre sus hermanos los hombres. Años de sombra, pero para nosotros claros como
la luz del sol. Mejor, resplandor que ilumina nuestros días y les da una
auténtica proyección, porque somos cristianos corrientes, que llevamos una vida
ordinaria, igual a la de tantos millones de personas en los más diversos lugares
del mundo.
Así vivió Jesús
durante seis lustros: era fabri filius, el hijo del carpintero. Después
vendrán los tres años de vida pública, con el clamor de las muchedumbres. La
gente se sorprende: ¿quién es éste?, ¿dónde ha aprendido tantas cosas? Porque
había sido la suya, la vida común del pueblo de su tierra. Era el faber,
filius Mariæ, el carpintero, hijo de María. Y era Dios, y estaba realizando
la redención del género humano, y estaba atrayendo a sí todas las cosas.
(Es Cristo que pasa, n.14)
7.22.
Esos años ocultos del Señor no
son algo sin significado, ni tampoco una simple preparación de los años que
vendrían después: los de su vida pública. Desde 1928 comprendí con claridad que
Dios desea que los cristianos tomen ejemplo de toda la vida del Señor. Entendí
especialmente su vida escondida, su vida de trabajo corriente en medio de los
hombres: el Señor quiere que muchas almas encuentren su camino en los años de
vida callada y sin brillo. (Es Cristo que pasa, n. 20)
7.23.
Me escribía aquel muchachote:
“mi ideal es tan grande que no cabe más que en el mar”. ―Le contesté: ¿y el
Sagrario, tan “pequeño”?; ¿y el taller “vulgar” de Nazaret?
―¡En la grandeza de lo
ordinario nos espera Él! (Surco 486)
7.24.
Pido a Dios que te sirvan
también de modelo la adolescencia y la juventud de Jesús, lo mismo cuando
argumentaba con los doctores del Templo, que cuando trabajaba en el taller de
José. (Surco 484)
Vida pública
del Señor
7.25.
Tanto me enamora la imagen de
Cristo rodeado a derecha e izquierda por sus ovejas, que la mandé poner en el
oratorio donde habitualmente celebro la Santa Misa; y en otros lugares he hecho
grabar, como despertador de la presencia de Dios, las palabras de Jesús:
cognosco oves meas et cognoscunt me meæ para que consideremos en todo
momento que Él nos reprocha, o nos instruye y nos enseña como el pastor a su
grey. (Amigos de Dios, n. 1)
7.26.
Cuando se está a oscuras,
cegada e inquieta el alma, hemos de acudir, como Bartimeo, a la Luz. Repite,
grita, insiste con más fuerza, ‘Domine, ut videam!’ ¡Señor, que vea!… Y se hará
el día para tus ojos, y podrás gozar con la luminaria que Él te concederá.
(Surco 862)
7.27.
Ahora, (…) junto al Sagrario,
pídele, como aquel ciego del Evangelio: Domine, ut videam!, ¡Señor, que vea!,
que se llene mi inteligencia de luz y penetre la palabra de Cristo en mi mente;
que arraigue en mi alma su Vida, para que me transforme cara a la Gloria eterna.
(Amigos de Dios, n. 127)
7.28.
Es médico y cura nuestro
egoísmo, si dejamos que su gracia penetre hasta el fondo del alma. Jesús nos ha
advertido que la peor enfermedad es la hipocresía, el orgullo que lleva a
disimular los propios pecados. Con el Médico es imprescindible una sinceridad
absoluta, explicar enteramente la verdad y decir: Domine, si vis, potes me
mundare, Señor, si quieres ―y Tú quieres siempre―, puedes curarme. Tú
conoces mi flaqueza; siento estos síntomas, padezco estas otras debilidades. Y
le mostramos sencillamente las llagas; y el pus, si hay pus. Señor, Tú, que has
curado a tantas almas, haz que, al tenerte en mi pecho o al contemplarte en el
Sagrario, te reconozca como Médico divino. (Es Cristo que pasa, n. 93)
7.29.
‘Domine!’
―¡Señor!―
‘Si vis, potes me mundare’ ―si quieres, puedes curarme.
¡Qué hermosa oración
para que la digas muchas veces con la fe del leprosito cuando te acontezca lo
que Dios y tú y yo sabemos! ―No tardarás en sentir la respuesta del maestro:
‘volo, mundare!’ ―quiero, ¡sé limpio! (Camino 142)
7.30.
El Señor convirtió a Pedro,
que le había negado tres veces, sin dirigirle ni siquiera un reproche: con una
mirada de Amor.
Con esos mismos ojos
nos mira Jesús, después de nuestras caídas. Ojalá podamos decirle, como Pedro:
‘¡Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo!’, y cambiemos de vida. (Surco
964)
7.31.
‘Quédate con
nosotros, porque ha oscurecido…’ Fue eficaz la oración de Cleofás y su
compañero.
¡Qué pena, si tú y yo
no supiéramos ‘detener’ a Jesús que pasa!, ¡qué dolor, si no le pedimos que se
quede! (Surco 671)
La Pasión del
Señor
7.32.
Señor mío y Dios mío, bajo la
mirada amorosa de nuestra Madre, nos disponemos a acompañarte por el camino de
dolor, que fue precio de nuestro rescate. Queremos sufrir todo lo que Tú
sufriste, ofrecerte nuestro pobre corazón, contrito, porque eres inocente y vas
a morir por nosotros, que somos los únicos culpables. Madre mía, Virgen
dolorosa, ayúdame a revivir aquellas horas amargas que tu Hijo quiso pasar en la
tierra, para que nosotros, hechos de un puñado de lodo, viviésemos al fin in
libertatem gloriæ filiorum Dei, en la libertad y gloria de los hijos de
Dios. (Via Crucis, Oración introductoria)
7.33.
¿Quieres acompañar de cerca,
muy de cerca, a Jesús?¼ Abre el Santo evangelio y lee la Pasión del Señor. Pero
leer sólo, no: vivir. La diferencia es grande. Leer es recordar una cosa que
pasó; vivir es hallarse presente en un acontecimiento que está sucediendo ahora
mismo, ser uno más en aquellas escenas.
Entonces, deja que tu
corazón se expansione, que se ponga junto al Señor. Y cuando notes que se escapa
―que eres cobarde, como los otros―, pide perdón por tus cobardías y las mías. (Via
Crucis, 9ª Estación, n. 3)
7.34.
Contempla y vive la Pasión de Cristo, con Él: pon ―con frecuencia cotidiana― tus
espaldas, cuando le azotan; ofrece tu cabeza a la corona de espinas.
―En mi tierra dicen:
“amor con amor se paga”. (Forja 442)
7.35.
Manantial inagotable de vida
es la Pasión de Jesús.
Unas veces renovamos
el gozoso impulso que llevó al Señor a Jerusalén. Otras, el dolor de la agonía
que concluyó en el Calvario… O la gloria de su triunfo sobre la muerte y el
pecado. Pero, ¡siempre!, el amor ―gozoso, doloroso, glorioso―, del Corazón de
Jesucristo. (Via Crucis, 14ª Estación, n. 3)
7.36.
La comitiva se prepara… Jesús,
escarnecido, es blanco de las burlas de cuantos le rodean, ¡Él!, que pasó por el
mundo haciendo el bien y sanando a todos de sus dolencias (cfr. Act, 38).
A Él, al Maestro
bueno, a Jesús, que vino al encuentro de los que estábamos lejos, lo van a
llevar al patíbulo. (Via Crucis, 2ª Estación, n. 1)
7.37.
¿Qué hombre no lloraría si
viera a la Madre de Cristo en tan atroz suplicio?
Su Hijo herido¼ Y
nosotros lejos, cobardes, resistiéndonos a la Voluntad divina.
Madre y Señora mía,
enséñame a pronunciar un sí que, como el tuyo, se identifique con el
clamor de Jesús ante su Padre: non mea voluntas¼ (Lc XXII, 42): no se
haga mi voluntad, sino la de Dios. (Via Crucis, 4ª Estación, n. 1)
7.38.
Junto a los martillazos que
enclavan a Jesús, resuenan las palabras proféticas de la Escritura Santa: han
taladrado mis manos y mis pies. Puedo contar todos mis huesos, y ellos me miran
y contemplan (Ps XXI, 17-18).
―¡Pueblo mío! ¿Qué te
hice o en qué te he contristado?
¡Respóndeme! (Mich VI, 3).
Y nosotros, rota el alma de
dolor, decimos sinceramente a Jesús: soy tuyo, y me entrego a Ti, y me clavo en
la Cruz gustosamente, siendo en las encrucijadas del mundo un alma entregada a
Ti, a tu gloria, a la Redención, a la corredención de la humanidad entera. (Via
Crucis, 11ª Estación)
7.39.
No era necesario tanto
tormento. Él pudo haber evitado aquellas amarguras, aquellas humillaciones,
aquellos malos tratos, aquel juicio inicuo, y la vergüenza del patíbulo, y los
clavos, y la lanzada¼ Pero quiso sufrir todo eso por ti y por mí. Y nosotros,
¿no vamos a saber corresponder?
Es muy posible que en
alguna ocasión, a solas con un crucifijo, se te vengan las lágrimas a los ojos.
No te domines¼ Pero procura que ese llanto acabe en un propósito. (Via Crucis,
11ª Estación, n. 1)
7.40.
Al considerar la hermosura, la
grandeza y la eficacia de la tarea apostólica, aseguras que llega a dolerte la
cabeza, pensando en el camino que queda por recorrer ―¡cuántas almas esperan!―;
y te sientes felicísimo, ofreciéndote a Jesús por esclavo suyo. Tienes ansias de
Cruz y de dolor y de Amor y de almas. Sin querer, en movimiento instintivo ―que
es Amor―, extiendes los brazos y abres las palmas, para que Él te cosa a su Cruz
bendita: para ser esclavo ―serviam!’―, que es reinar. (Forja 1027)
7.41.
Amo tanto a Cristo
en la Cruz, que cada crucifijo es como un reproche cariñoso de mi Dios: ¼Yo
sufriendo, y tú¼ cobarde. Yo amándote, y tú olvidándome. Yo pidiéndote, y tú¼
negándome. Yo, aquí, con gesto de Sacerdote Eterno, padeciendo todo lo que cabe
por amor tuyo¼ y tú te quejas ante la menor incomprensión, ante la humillación
más pequeña¼ (Via Crucis, 11ª Estación, n. 2)
7.42.
He repetido muchas veces aquel
verso del himno eucarístico: peto quod petivit latro pœnitens, y siempre
me conmuevo: ¡pedir como el ladrón arrepentido!
Reconoció que él sí
merecía aquel castigo atroz¼ Y con una palabra robó el corazón a Cristo y se
abrió las puertas del Cielo. (Via Crucis, 12ª Estación, n. 4)
7.43.
Nicodemo y José de Arimatea
―discípulos ocultos de Cristo― interceden por Él desde los altos cargos que
ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total y del desprecio…, entonces
dan la cara audacter (Mc XV, 43)¼: ¡valentía heroica!
Yo subiré con ellos al
pie de la Cruz, me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de
mi amor¼, lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones¼, lo envolveré con
el lienzo nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de
donde nadie me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad!
Cuando todo el mundo
os abandone y desprecie¼, serviam!, os serviré, Señor. (Via Crucis, 14ª
Estación, n. 1)
Las llagas de
Cristo
7.44.
Métete en las llagas de Cristo
Crucificado. Allí aprenderás a guardar tus sentidos, tendrás vida interior, y
ofrecerás al Padre de continuo los dolores del Señor y los de María, para pagar
por tus deudas y por todas las deudas de los hombres. (Camino 288)
7.45.
Al admirar y al amar de veras
la Humanidad Santísima de Jesús, descubriremos una a una sus Llagas. Y en esos
tiempos de purgación pasiva, penosos, fuertes, de lágrimas dulces y amargas que
procuramos esconder, necesitaremos meternos dentro de cada una de aquellas
Santísimas Heridas: para purificarnos, para gozarnos con esa Sangre redentora,
para fortalecernos. Acudiremos como las palomas que, al decir de la Escritura,
se cobijan en los agujeros de las rocas a la hora de la tempestad. Nos ocultamos
en ese refugio, para hallar la intimidad de Cristo: y veremos que su modo de
conversar es apacible y su rostro hermoso, porque los que conocen que su voz es
suave y grata, son los que recibieron la gracia del Evangelio, que les hace
decir: Tú tienes palabras de vida eterna. (Amigos de Dios, n. 302)
7.46.
No estorbes la obra del
Paráclito: únete a Cristo, para purificarte, y siente, con Él, los insultos, y
los salivazos, y los bofetones…, y las espinas, y el peso de la cruz…, y los
hierros rompiendo tu carne, y las ansias de una muerte en desamparo…
Y métete en el costado
abierto de Nuestro Señor Jesús hasta hallar cobijo seguro en su llagado Corazón.
(Camino 58)
7.47.
Ecce homo!
(Ioh XIX, 5). El corazón se estremece al contemplar la Santísima Humanidad del
Señor hecha una llaga. Y entonces le preguntarán: ¿qué heridas son esas que
llevas en tus manos? Y Él responderá: son las que recibí en la casa de los
que me aman (Zach XIII, 6). Mira a Jesús. Cada desgarrón es un reproche;
cada azote, un motivo de dolor por tus ofensas y las mías. (Via Crucis, 1ª
Estación, n. 5)
7.48.
Una Cruz. Un cuerpo cosido con
clavos al madero. El costado abierto¼ Con Jesús quedan sólo su Madre, unas
mujeres y un adolescente. Los apóstoles, ¿dónde están? ¿Y los que fueron curados
de sus enfermedades: los cojos, los ciegos, los leprosos?¼ ¿Y los que le
aclamaron?¼ ¡Nadie responde! Cristo, rodeado de silencio.
También tú puedes
sentir algún día la soledad del Señor en la Cruz. Busca entonces el apoyo del
que ha muerto y resucitado. Procúrate cobijo en las llagas de sus manos, de sus
pies, de su costado. Y se renovará tu voluntad de recomenzar, y reemprenderás el
camino con mayor decisión y eficacia. (Via Crucis, 12ª Estación, n. 2)
7.49.
Estás lleno de miserias. ―Cada
día las ves más claras.― Pero no te asusten. ―Él sabe bien que no puedes dar más
fruto.
Tus caídas
involuntarias ―caídas de niño― hacen que tu Padre-Dios tenga más cuidado y que
tu Madre María no te suelte de su mano amorosa: aprovéchate, y, al cogerte el
Señor a diario del suelo, abrázale con todas tus fuerzas y pon tu cabeza
miserable sobre su pecho abierto, para que acaben de enloquecerte los latidos de
su Corazón amabilísimo. (Camino 884)
7.50.
Si queréis aprender de la
experiencia de un pobre sacerdote que no pretende hablar más que de Dios, os
aconsejaré que cuando la carne intente recobrar sus fueros perdidos o la
soberbia ―que es peor― se rebele y se encabrite, os precipitéis a cobijaros en
esas divinas hendiduras que, en el Cuerpo de Cristo, abrieron los clavos que le
sujetaron a la Cruz, y la lanza que atravesó su pecho. Id como más os conmueva:
descargad en las Llagas del Señor todo ese amor humano… y ese amor divino. Que
esto es apetecer la unión, sentirse hermano de Cristo, consanguíneo suyo, hijo
de la misma Madre, porque es Ella la que nos ha llevado hacia Jesús. (Amigos de
Dios, n. 303)
7.51.
Estamos, Señor,
gustosamente en tu mano llagada. ¡Apriétanos fuerte!, ¡estrújanos!, ¡que
perdamos toda la miseria terrena!, ¡que nos purifiquemos, que nos encendamos,
que nos sintamos empapados en tu Sangre!
Y luego, ¡lánzanos
lejos!, lejos, con hambres de mies, a una siembra cada día más fecunda, por Amor
a Ti. (Forja 5)
7.52.
¡Señor!, dame ser tan tuyo que
no entren en mi corazón ni los afectos más santos, sino a través de tu Corazón
llagado. (Forja 98)
8. El Espíritu
Santo
8.1.
Frecuenta el trato
del Espíritu Santo ―el Gran desconocido―
que es quien te ha de santificar.
No olvides que eres
templo de Dios. ―El Paráclito está en el centro de tu alma: óyele y atiende
dócilmente sus inspiraciones. (Camino 57)
8.2.
No te limites a
hablar al Paráclito, ¡óyele!
En tu oración,
considera que la vida de infancia, al hacerte descubrir con hondura que eres
hijo de Dios, te llenó de amor filial al Padre; piensa que, antes, has ido por
María a Jesús, a quien adoras como amigo, como hermano, como amante suyo que
eres…
Después, al recibir
este consejo, has comprendido que, hasta ahora, sabías que el Espíritu Santo
habitaba en tu alma, para santificarla… pero no habías “comprendido” esa verdad
de su presencia. Ha sido precisa esa sugerencia: ahora sientes el Amor dentro de
ti; y quieres tratarle, ser su amigo, su confidente…, facilitarle el trabajo de
pulir, de arrancar, de encender…
¡No sabré hacerlo!,
pensabas. ―Óyele, te insisto. Él te dará fuerzas, Él lo hará todo, si tú
quieres…, ¡que sí quieres!
―Rézale: Divino
Huésped, Maestro, Luz, Guía, Amor: que sepa agasajarte, y escuchar tus
lecciones, y encenderme, y seguirte y amarte. (Forja 430)
8.3.
Siempre llevaba,
como registro en los libros que le servían de lectura, una tira de papel con
este lema, escrito en amplios y enérgicos caracteres: «Ure igne Sancti Spiritus»―
se diría que, en lugar de escribir, grababa: ¡quema con el fuego del Espíritu
Santo!
Esculpido en tu alma y
encendido en tu boca y prendido en tus obras, querría dejar yo ese fuego divino.
(Forja 943)
8.4.
La efusión del
Espíritu Santo, al cristificarnos, nos lleva a que nos reconozcamos hijos de
Dios. El Paráclito, que es caridad, nos enseña a fundir con esa virtud toda
nuestra vida; y consummati in unum (Jn 17, 23), hechos una sola cosa con
Cristo, podemos ser entre los hombres lo que San Agustín afirma de la
Eucaristía: signo de unidad, vínculo del Amor (Trat. Evang. S. Juan, 26,
13). (Es Cristo que pasa, n. 87)
8.5.
Podemos (¼) tomar
como dirigida a nosotros la pregunta que formula el Apóstol: ¿no sabéis que
sois templo de Dios y que el Espíritu Santo mora en vosotros?, y recibirla
como una invitación a un trato más personal y directo con Dios. Por desgracia el
Paráclito es, para algunos cristianos, el Gran Desconocido: un nombre que se
pronuncia, pero que no es Alguno ―una de las tres Personas del único Dios―, con
quien se habla y de quien se vive.
Hace falta ―en cambio―
que lo tratemos con asidua sencillez y con confianza, como nos enseña a hacerlo
la Iglesia a través de la liturgia. Entonces conoceremos más a Nuestro Señor y,
al mismo tiempo, nos daremos cuenta más plena del inmenso don que supone
llamarse cristianos: advertiremos toda la grandeza y toda la verdad de ese
endiosamiento, de esa participación en la vida divina, a la que ya antes me
refería. (Es Cristo que pasa, n. 134)
8.6.
El Espíritu Santo
realiza en el mundo las obras de Dios: es ―como dice el himno litúrgico― dador
de las gracias, luz de los corazones, huésped del alma, descanso en el trabajo,
consuelo en el llanto. Sin su ayuda nada hay en el hombre que sea inocente y
valioso, pues es Él quien lava lo manchado, quien cura lo enfermo, quien
enciende lo que está frío, quien endereza lo extraviado, quien conduce a los
hombres hacia el puerto de la salvación y el gozo eterno (De la secuencia
Veni Sancte Spiritus). (Es Cristo que pasa, n. 130)
8.7.
La santidad se
alcanza con el auxilio del Espíritu Santo ―que viene a inhabitar en nuestras
almas―, mediante la gracia que se nos concede en los sacramentos, y con una
lucha ascética constante. (Forja 429)
8.8.
Procura ser un niño
con santa desvergüenza, que “sabe” que su Padre Dios le manda siempre lo mejor.
Por eso, cuando le
falta hasta lo que parece más necesario, no se apura; y, lleno de paz, dice: me
queda y tengo al Espíritu Santo. (Forja 924)
8.9.
¡Solo! ―No estás
solo. Te hacemos mucha compañía desde lejos. ―Además…, asentado en tu alma en
gracia, el Espíritu Santo ―Dios contigo― va dando tono sobrenatural a todos tus
pensamientos, deseos y obras. (Camino 273)
8.10.‘Ure
igne Sancti Spiritus!’ ―¡quémame con el fuego de tu Espíritu!, clamas. Y añades:
¡es necesario que cuanto antes empiece de nuevo mi pobre alma el vuelo…, y que
no deje de volar hasta descansar en Él!
Me parecen muy bien
tus deseos. Mucho voy a encomendarte al Paráclito: de continuo le invocaré, para
que se asiente en el centro de tu ser y presida y dé tono sobrenatural a todas
tus acciones, palabras, pensamien-tos y afanes. (Forja 516)
8.11.
Propósito:
“frecuentar”, a ser posible sin interrupción, la amistad y trato amoroso y dócil
con el Espíritu Santo. ―“Veni, Sancte Spiritus…!” ―¡Ven, Espíritu Santo, a morar
en mi alma! (Forja 514)
9. Propósitos
9.1.
Como fruto, saldrán siempre
propósitos claros, prácticos, de mejorar tu conducta, de tratar finamente con
caridad a todos los hombres, de emplearte a fondo ―con el afán de los buenos
deportistas― en esta lucha cotidiana de amor y de paz. (Amigos de Dios, n. 8)
9.2.
Jesús mío ―y éste será nuestro
coloquio final―, no quiero dejar mi oración sin formular un propósito. («Camino,
Edición Crítico-Histórica», pág. 291)
9.3.
Tu oración no puede quedarse
en meras palabras: ha de tener realidades y consecuencias prácticas. (Forja 75)
9.4.
‘Obras son amores y no buenas
razones’. ¡Obras, obras! ―Propósito: seguiré diciéndote muchas veces que te amo
―¡cuántas te lo he repetido hoy!―; pero, con tu gracia, será sobre todo mi
conducta, serán las pequeñeces de cada día ―con elocuencia muda― las que clamen
delante de Ti, mostrándote mi Amor. (Forja 498)
9.5.
Esas palabras, que te han
herido en la oración, grábalas en tu memoria y recítalas pausadamente muchas
veces durante el día. (Camino 103)
9.6.
Así concluía su oración aquel
amigo nuestro: ‘amo la Voluntad de mi Dios: por eso, en completo abandono, que
Él me lleve como y por donde quiera’. (Foja 40)
9.7.
Hoy, en tu oración, te
confirmaste en el propósito de hacerte santo. Te entiendo cuando añades,
concretando: sé que lo lograré: no porque esté seguro de mí, Jesús, sino porque…
estoy seguro de Ti. (Forja 320)
9.8.
«In te, Domine, speravi»: en
ti, Señor, esperaré. ―Y puse, con los medios humanos, mi oración y mi cruz. ―Y
mi esperanza no fue vana, ni jamás lo será: «non confundar in æternum»! (Camino
95)
10. La Virgen
10.1.
María, Maestra de
oración. ―Mira cómo pide a su Hijo, en Caná. Y cómo insiste, sin desanimarse,
con perseverancia. ―Y cómo logra.
Aprende. (Camino 502)
10.2.Busca
a Dios en el fondo de tu corazón limpio, puro; en el fondo de tu alma cuando le
eres fiel, ¡y no pierdas nunca esa intimidad!
Y, si alguna vez no
sabes cómo hablarle, ni qué decir, o no te atreves a buscar a Jesús dentro de
ti, acude a María, «tota pulchra» ―toda pura, maravillosa―, para confiarle:
Señora, Madre nuestra, el Señor ha querido que fueras tú, con tus manos, quien
cuidara a Dios: ¡enséñame ―enséñanos a todos― a tratar a tu hijo! (Forja 84)
10.3.
A Jesús siempre se va y se
“vuelve” por María. (Camino 495)
10.4.
Cómo enamora la escena de la Anunciación.
―María
―¡cuántas
veces lo hemos meditado!―
está recogida en oración…, pone sus cinco sentidos y todas sus potencias al
hablar con Dios. En la oración conoce la Voluntad divina; y con la oración la
hace vida de su vida: ¡no olvides el ejemplo de la Virgen! (Surco 481)
10.5.
A tu Madre María, a San José, a tu Ángel Custodio… ruégales que hablen al Señor,
diciéndole lo que, por tu torpeza, tú no sabes expresar. (Forja 272)
10.6.
En mí se encuentra toda gracia de doctrina y de verdad, toda esperanza de vida y
de virtud (Eclo 24,
25). ¡Con cuánta sabiduría la Iglesia ha puesto esas palabras en boca de nuestra
Madre, para que los cristianos no las olvidemos ¡Ella es la seguridad, el Amor
que nunca abandona, el refugio constantemente abierto, la mano que acaricia y
consuela siempre (Amigos de Dios, n. 279)
10.7.
Las madres no contabilizan los detalles de cariño que sus hijos les demuestran;
no pesan ni miden con criterios mezquinos. Una pequeña muestra de amor la
saborean como miel, y se vuelcan concediendo mucho más de lo que reciben. Si así
reaccionan las madres buenas de la tierra, imaginaos lo que podremos esperar de
nuestra Madre Santa María. (Amigos de Dios, n. 280)
10.8.
Si yo fuera leproso, mi madre me abrazaría. Sin miedo ni reparo alguno, me
besaría las llagas.
Pues, ¿y la Virgen
Santísima? Al sentir que tenemos lepra, que estamos llagados, hemos de gritar:
¡Madre! Y la protección de nuestra Madre es como un beso en las heridas, que nos
alcanza la curación. (Forja 190)
10.9.
Nuestra Señora, coronada Reina
de cielos y tierra, es la omnipotencia suplicante delante de Dios. Jesús no
puede negar nada a María, ni tampoco a nosotros, hijos de su misma Madre (Amigos
de Dios, n. 288)
10.10.
Si buscáis a María,
encontraréis a Jesús. Y aprenderéis a entender un poco lo que hay en ese corazón
de Dios que se anonada. (Es Cristo que pasa, n. 144)
10.11.
Nuestra Señora nos
enseña a tratar a Jesús, a reconocerle y a encontrarle en las diversas
circunstancias del día, y de modo especial, en ese instante supremo ―el tiempo
se une con la eternidad― del Santo Sacrificio de la Misa. (Es Cristo que pasa,
n. 94)
10.12.
Con su poder delante de Dios, nos alcanzará lo que le pedimos; como Madre quiere
concedérnoslo. Y también como Madre entiende y comprende nuestras flaquezas,
alienta, excusa, facilita el camino, tiene siempre preparado el remedio, aun
cuando parezca que ya nada es posible. (Amigos de Dios, n. 292)
10.13.
¡Qué humildad, la de mi
Madre Santa María! ―No la veréis entre las palmas de Jerusalén, ni ―fuera de las
primicias de Caná― a la hora de los grandes milagros.
―Pero no huye del
desprecio del Gólgota: allí está, “juxta crucem Jesu” ―junto a la cruz de Jesús,
su Madre. (Camino 507)
10.14.
Admira la reciedumbre de Santa María: al pie de la Cruz, con el mayor dolor
humano ―no hay dolor como su dolor―, llena de fortaleza.
―Y pídele de esa
reciedumbre, para que sepas también estar junto a la Cruz. (Camino 508)
10.15.
Di: Madre mía ―tuya, porque eres suyo por muchos títulos―, que tu amor me ate a
la Cruz de tu Hijo: que no me falte la Fe, ni la valentía, ni la audacia, para
cumplir la voluntad de nuestro Jesús. (Camino 497)
10.16.
¡Cuanta villanía en mi conducta, y cuánta infidelidad a la gracia!
―Madre mía, Refugio de pecadores, ruega por mí; que nunca más entorpezca la obra
de Dios en mi alma. (Forja 178)
10.17.
No me dejes ¡Madre!: haz que busque a tu Hijo; haz que encuentre a tu Hijo; haz
que ame a tu Hijo… ¡con todo mi ser! ―Acuérdate, Señora, acuérdate. (Forja 157)
10.18.
Dulce Madre…, llévanos hasta la locura que haga, a otros, locos de nuestro
Cristo.
Dulce Señora María:
que el Amor no sea, en nosotros, falso incendio de fuegos fatuos, producto a
veces de cadáveres descompuestos…: que sea verdadero incendio voraz, que prenda
y queme cuanto toque. (Forja 57)
10.19.
Madre mía del Cielo: haz que yo vuelva al fervor, al entregamiento, a la
abnegación: en una palabra, al Amor. (Forja 162)
10.20.
Dirígete a la Virgen, y pídele
que te haga el regalo ―prueba de su cariño por ti― de la contrición, de la
compunción por tus pecados, y por los pecados de todos los hombres y mujeres de
todos los tiempos, con dolor de Amor.
Y, con esa
disposición, atrévete a añadir: Madre, Vida, Esperanza mía, condúceme con tu
mano…, y si algo hay ahora en mí que desagrada a mi Padre-Dios, concédeme que lo
vea y que, entre los dos, lo arranquemos.
Continúa sin miedo:
¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen Santa María!, ruega por mí, para
que, cumpliendo la amabilísima Voluntad de tu Hijo, sea digno de alcanzar y
gozar las promesas de Nuestro Señor Jesús. (Forja 161)
10.21.¡Cómo
gusta a los hombres que les recuerden su parentesco con personajes de la
literatura, de la política, de la milicia, de la Iglesia!…
Canta ante la Virgen
Inmaculada, recordándole:
Dios te salve,
María, hija de Dios Padre: Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo: Dios te
salve, María Esposa de Dios Espíritu Santo… ¡Más que tú, sólo Dios! (Camino 496)
10.22.
Hemos hablado hoy de vida de
oración y de afán apostólico. ¿Qué mejor maestro que San José? Si queréis un
consejo que repito incansablemente desde hace muchos años, Ite ad Ioseph,
acudid a San José: él os enseñará caminos concretos y modos humanos y divinos de
acercarnos a Jesús. Y pronto os atreveréis, como él hizo, a llevar en brazos, a
besar, a vestir, a cuidar a este Niño Dios que nos ha nacido. Con el homenaje de
su veneración, los Magos ofrecieron a Jesús oro, incienso y mirra; José dio, por
entero, su corazón joven y enamorado. (Es Cristo que pasa, n. 101)
10.23.
San José, Padre y Señor
nuestro, castísimo, limpísimo, que has merecido llevar a Jesús Niño en tus
brazos, y lavarle y abrazarle: enséñanos a tratar a nuestro Dios, a ser limpios,
dignos de ser otros Cristos.
Y ayúdanos a hacer y a
enseñar, como Cristo, los caminos divinos ―ocultos y luminosos―, diciendo a los
hombres que pueden, en la tierra, tener de continuo una eficacia espiritual
extraordinaria. (Forja 553)
10.24.
Quiere mucho a San José,
quiérele con toda tu alma, porque es la persona que, con Jesús, más ha amado a
Santa María y el que más ha tratado a Dios: el que más le ha amado, después de
nuestra Madre.
―Se merece tu
cariño, y te conviene tratarle, porque es Maestro de vida interior, y puede
mucho ante el Señor y ante la Madre de Dios. (Forja 554)
10.25.
Nuestro Padre y Señor San José
es Maestro de la vida interior. ―Ponte bajo su patrocinio y sentirás la eficacia
de su poder. (Camino 560)
10.26.
De San José dice Santa Teresa,
en el libro de su vida: “Quien no hallare Maestro que le enseñe oración, tome
este glorioso Santo por maestro, y no errará en el camino”. ―El consejo viene de
un alma experimentada. Síguelo. (Camino 561)
|