1.
¿A QUÉ TE LLAMA DIOS?
Me dirijo sobre todo a
vosotros, queridísimos chicos y chicas, jóvenes y menos jóvenes, que os halláis
en el momento decisivo de vuestra elección. Quisiera encontrarme con cada uno de
vosotros personalmente, llamaros por vuestro nombre, hablaros de corazón a
corazón de cosas extremadamente importantes, no sólo para vosotros
individualmente, sino para la humanidad entera.
Quisiera preguntaros a
cada uno de vosotros: ¿Qué vas a hacer de tu vida? ¿Cuáles son tus proyectos?
¿Has pensado alguna vez en entregar tu existencia totalmente a Cristo? ¿Crees
que pueda haber algo más grande que llevar a Jesús a los hombres y los hombres a
Jesús?
Os halláis en la
encrucijada de vuestras vidas y debéis decidir cómo podéis vivir un futuro
feliz, aceptando las responsabilidades del mundo que os rodea. Me habéis pedido
que os dé ánimos y orientaciones, y con mucho gusto os ofrezco algunas palabras
en el nombre de Jesucristo.
En primer lugar os
digo: no penséis que estáis solos en esa decisión vuestra y en segundo lugar que
cuando decidáis vuestro futuro, no debéis decidirlo sólo pensando en vosotros.
La convicción que
debemos compartir y extender es que la llamada a la santidad está dirigida a
todos los cristianos. No se trata del privilegio de una élite espiritual. No se
trata de que algunos se sientan con una audacia heroica. No se trata de un
tranquilo refugio adaptado a cierta forma de piedad o a ciertos temperamentos
naturales. Se trata de una gracia propuesta a todos los bautizados, según
modalidades y grados diversos.
La santidad cristiana
no consiste en ser impecables, sino en la lucha por no ceder y volver a
levantarse siempre, después de cada caída. Y no deriva tanto de la fuerza de
voluntad del hombre, sino más bien del esfuerzo por no obstaculizar nunca la
acción de la gracia en la propia alma, y ser, más bien, sus humildes
«colaboradores».
Cada laico cristiano es
una obra extraordinaria de la gracia de Dios y está llamado a las más altas
cimas de santidad. A veces éstos no parecen apreciar totalmente la divinidad de
su vocación. Su específica vocación y misión consiste en -como levadura- meter
el Evangelio en la realidad del mundo en que viven.
¡Seguid a Cristo:
vosotros, los solteros todavía, o los que os estáis preparando para el
matrimonio! ¡Seguid a Cristo! Vosotros jóvenes o viejos. ¡Seguid a Cristo!
Vosotros enfermos o ancianos, los que sentís la necesidad de un amigo: ¡Seguid a
Cristo!
2.
¿CUÁNDO Y CÓMO LLAMA DIOS?
¡Cuántos jóvenes no
poseen la verdad, y arrastran su existencia sin un «para qué»!;
¡Cuántos, quizá después de vanas y extenuantes búsquedas, desilusionados y
amargados se han abandonado, y se abandonan todavía en la desesperación!
¡Y cuántos han logrado
encontrar la verdad después de angustiosos años llenos de interrogantes y
experiencias tristes!
Pensad, por ejemplo, en
el dramático itinerario de San Agustín, para llegar a la luz de la verdad y a la
paz de la inocencia reconquistada.
¡Y qué suspiro lanzó
cuando, finalmente, alcanzó la luz! Y exclama con nostalgia: «¡Qué tarde te amé!
»
i Pensad en la fatiga
que tuvo que pasar el célebre Cardenal Newman para llegar, con la fuerza de la
lógica, al catolicismo! ¡Qué larga y dolorosa agonía espiritual!
Es verdaderamente
impresionante saber que poseemos la verdad.
Él os ha elegido, de
modo misterioso, pero leal, para haceros con Él como Él, salvadores;
Quiere transformaros en
Él.
Cristo os llama de
verdad. Su llamada es exigente porque os invita a dejaros «pescar» por Él
completamente, de modo que vuestra existencia se contemple bajo una luz diversa
Tratad de vivir sólo para Él.
Hay un modo maravilloso
de realizar el amor en la vida: se trata de la vocación de seguir a Cristo en el
celibato libremente elegido o en la virginidad por amor del reino de los cielos.
Pido a cada uno de vosotros que se interrogue seriamente sobre si Dios no
lo llama hacia uno de estos caminos. Y a todos los que sospechan tener esta
posible vocación personal, les digo: rezad tenazmente para tener la claridad
necesaria, pero luego decid un alegre sí.
En efecto, Dios ha
pensado en nosotros desde la eternidad y nos ha amado como personas únicas e
irrepetibles, llamándonos a cada uno por nuestro nombre, como el Buen Pastor que
«a sus ovejas las llama a cada una por su nombre».
3.
VOCACIÓN A UNA ENTREGA TOTAL A CRISTO
Dios llama desde muy jóvenes
Durante los años de la
juventud se va configurando en cada uno la propia personalidad. El futuro
comienza ya a hacerse presente y el porvenir se ve como algo que está ya al
alcance de las manos. Es el período en que se ve la vida como un proyecto
prometedor a realizar del cual cada uno es y quiere ser protagonista.
Es también el tiempo
adecuado para discernir y tomar conciencia con más radicalidad de que la vida no
puede desarrollarse al margen de Dios y de los demás. Es la hora de afrontar las
grandes cuestiones, de la opción entre el egoísmo o la generosidad.
Cada uno de vosotros
está enfrentado ante el reto de dar pleno sentido a su vida, a la vida que se os
ha concedido vivir.
Sois jóvenes y queréis
vivir. Pero debéis vivir plenamente y con una meta. Debéis vivir para Dios; para
los demás. Y nadie puede vivir esta vida para sí mismo. El futuro es vuestro,
pero el futuro es sobre todo una llamada y un reto a «encontrar» vuestra vida
entregándola, «perdiéndola», compartiéndola mediante la amorosa entrega a los
demás. Dice Cristo: «El que ama su vida la pierde; pero el que aborrece su vida
en este mundo, la encontrará para la vida eterna»'.
Y la medida del éxito
de vuestra vida dependerá de vuestra generosidad.
Cristo dispone de toda
la terapia para curar los males del mundo. Él, que ha querido considerarse
médico a Sí mismo', nos ha enseñado que, si se quiere cambiar el mundo, hay que
cambiar antes de nada el corazón del hombre.
Es Dios quien llama y lo hizo desde la eternidad.
Todos hemos sido
llamados -cada uno de un modo concreto- para ir y dar fruto.
Los discípulos fueron
elegidos por el Maestro, no se presentaron voluntarios, al menos en su
inicio, porque la amistad que ofrece Jesús es completamente gratuita. Y el que
se siente querido de Jesús también se siente a su vez obligado a ser un
discípulo fiel y activo. Y esto es dar fruto.
En la raíz de toda
vocación no se da una iniciativa humana o personal con sus inevitables
limitaciones, sino una misteriosa iniciativa de Dios.
Desde la eternidad,
desde que comenzamos a existir en los designios del Creador y Él nos quiso
criaturas, también nos quiso llamados, preparándonos con dones y
condiciones para la respuesta personal, consciente y oportuna a la llamada de
Cristo o de la Iglesia. Dios que nos ama, que es Amor, es « Él quien llama».
La vocación es un
misterio que el hombre -acoge y vive en lo más íntimo de su ser. Depende de su
soberana libertad y escapa a nuestra comprensión. No tenemos que exigirle
explicaciones, decirle: «¿por qué me haces esto?»2, puesto que Quien llama es el
Dador de todos los bienes.
Por eso ante su
llamada, adoramos el misterio, respondemos con amor a su iniciativa amorosa y
decimos sí a la vocación.
Experimentar la
vocación es un acontecimiento único, indecible, que sólo se percibe como suave
soplo a través del toque esclarecedor de la gracia; un soplo del Espíritu Santo
que, al mismo tiempo que perfila de verdad nuestra frágil realidad humana,
enciende en nuestros corazones una luz nueva.
Infunde una fuerza
extraordinaria que incorpora nuestra existencia al quehacer divino.
El
proceso de la vocación
Una vocación en la
Iglesia, desde el punto de vista humano, comienza con descubrimiento: encontrar
la perla de gran valor. Vosotros habéis descubierto a Jesús: su persona, su
mensaje, su llamada.
Después del inicial
descubrimiento, sobreviene un diálogo en la oración, un diálogo entre Jesús y el
que ha sido llamado, un diálogo que va más allá de las palabras y se expresa en
el amor.
Ciertas experiencias de
entusiasmo religioso que a veces concede el Señor son únicamente gracias
iniciales y pasajeras que tienen por objeto empujar hacia una decidida voluntad
de conversión caminando con generosidad en fe, esperanza y amor.
La llamada del hombre
está primero en Dios: en su mente y en la elección que Dios mismo realiza
y que el hombre tiene que leer en su propio corazón. Al percibir con claridad
esta vocación que viene de Dios, el hombre experimenta la sensación de su propia
insuficiencia. Trata incluso de defenderse ante la responsabilidad de la
llamada. Y así, como sin querer, la llamada se convierte en el fruto de un
diálogo interior con Dios y es, incluso, hasta a veces como el resultado de una
batalla con Él.
Ante las reservas y
dificultades que con la razón el hombre opone, Dios aporta el poder de su
gracia. Y con el poder de esta gracia consigue el hombre la realización de su
llamada.
La
respuesta a la vocación es siempre un Sí lleno de fe
La fe y el amor no se
reducen a palabras o a sentimientos vagos. Creer en Dios y amar a Dios significa
vivir toda la vida con coherencia a la luz del Evangelio, y esto no es fácil.
¡Sí! Muchas veces se necesita mucho coraje para ir contra la corriente de la
moda o la mentalidad de este mundo. Pero, lo repito, éste es el único camino
para edificar una vida bien acabada y plena.
Y si a pesar de vuestro
esfuerzo personal por seguir a Cristo, alguna vez sois débiles no cumpliendo...
sus mandamientos, ¡no os desaniméis! ¡Cristo os sigue esperando! Él, Jesús, es
el Buen pastor que carga con la oveja perdida sobre sus hombros y la cuida con
cariño para que sane'. Cristo es amigo que nunca defrauda.
El joven del Evangelio
añade: «¿Qué me falta?». Aquél corazón joven movido por la gracia de Dios,
siente un deseo de más generosidad, de más entrega, de más amor. Un deseo
que es propio de la juventud; porque un corazón enamorado no calcula, no
regatea, quiere darse sin medida.
«Jesús fijando en él la
mirada, lo amó y le dijo) ven y sígueme».
A los que han entrado
por la senda de la vida en el cumplimiento de los mandamientos el Señor les
propone nuevos horizontes; el Señor les propone metas más elevadas y los llama a
entregarse a ese amor sin reservas.
Descubrir esta llamada,
esta vocación, es caer en la cuenta de que Cristo tiene fijos los ojos en ti y
que te invita con la mirada a la entrega total en el amor. Ante esa mirada, ante
ese amor suyo, el corazón abre las puertas de par en par y es capaz de decirle
que sí.
Si algunos de
vosotros siente una llamada a seguirle más de cerca, a dedicarle el corazón por
entero como los apóstoles Juan y Pablo, que sea generoso, que no tenga miedo,
porque no hay nada que temer
cuando el premio que espera es Dios mismo, a quien, a veces sin saberlo, todo
joven busca.
Jóvenes que me
escucháis, jóvenes que sobre todo, queréis saber lo que habéis de hacer para
alcanzar la vida eterna decid siempre que sí a Dios y Él os llenará de su
alegría.
«Una sola cosa te
falta: ven y sígueme»
¿Quizá hoy Jesús os
está repitiendo a cada uno de vosotros: «Una sola cosa te falta»? ¿Quizá os está
pidiendo más amor aún, más generosidad, más sacrificio? Sí, el amor de Cristo
exige generosidad y sacrificio. Seguir a y servir al mundo en su nombre requiere
coraje y fuerza. Ahí no hay lugar para el egoísmo ni para el miedo. No tengáis
miedo, por tanto, cuando el amor sea exigente. No temáis cuando el amor requiera
sacrificio.
Por esto os digo a cada
uno de vosotros: escuchad la llamada de Cristo, cuando sintáis que os dice:
«Sígueme.» Camina sobre mis pasos. ¡Ven a mi lado, permanece en mi amor! Te pide
que optes por Cristo. ¡La opción por Cristo y su modelo de vida; Por su
mandamiento de amor!
El amor verdadero es
exigente. No cumpliría mi misión si no os lo hubiera dicho con toda claridad. El
amor exige esfuerzo y compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios.
Dificultades para la vocación
Desdichadamente vivimos
en una época en la que el pecado se ha convertido hasta en una industria, que
produce dinero, mueve planos económicos, da bienestar. Esta situación es
realmente impresionante y terrible. ¡Es necesario no dejarse asustar ni
presionar! ¡Cualquier época exige del cristiano «coherencia»!
Sed valientes. El mundo
necesita testigos, convencidos e intrépidos. No basta discutir, hay que actuar,
vivir en gracia, practicar toda la ley moral, alimentad vuestra alma con el
cuerpo de Cristo, recibiendo seria y periódicamente el Sacramento de la
Penitencia. Servid. Estad disponibles a amar, a socorrer: a ayudar en casa, en
el trabajo, en las diversiones, con los cercanos y los alejados.
Meditad también con
seriedad y generosidad, si el Señor llama a alguno de vosotros.
¿Cómo es posible esto?
Buena pregunta. Nuestra bendita Madre, María de Nazaret hizo la misma pregunta
por primera vez ante el extraordinario plan al que Dios la había destinado. Y la
respuesta que recibió María de Dios Todopoderoso es la misma que os da a
vosotros: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti porque para Dios nada es
imposible».
Conociendo bien la
doctrina de Jesús es fácil actuar ante los retos de la vida sin miedo a
equivocarnos o a estar solos, pues lo haremos, en todo momento y circunstancia,
bajo la influyente guía de su propio Espíritu Santo, sea grande o pequeña.
Os dirán que el sentido
de la vida está en el mayor número de placeres posibles; intentarán
convenceros de que este mundo es el único que existe y que vosotros debéis
atrapar todo lo que podáis para vosotros mismos, ahora. Oiréis a la gente que os
dirá: vuestra felicidad está en acumular dinero y en consumir
tantas cosas como podáis, y cuando os sintáis infelices acudid a la evasión del
alcohol o de la droga.
Nada de esto es
verdadero. Y nada de esto proporciona auténtica felicidad a vuestras vidas.
Quizá venís de familias
católicas asistís a Misa el domingo o incluso entre semana, rezáis en familia
todos los días y espero que lo continuéis haciendo así toda la vida, pero puede
acosaros la tentación de alejaros de Cristo.
Oiréis decir a muchos
que vuestras prácticas religiosas están irremediablemente desfasadas, fuera del
estilo vuestro, fuera del estilo del futuro y que podéis organizar vuestras
propias vidas y que ya Dios no cuenta.
Incluso muchas personas
religiosas seguirán esas actitudes arrastrados por la atmósfera circundante.
Una sociedad así,
perdidos sus más altos valores morales y religiosos es presa fácil para la
manipulación y dominación de fuerzas que, so pretexto de liberar, esclavizan más
aún.
¡Jesús tiene la
respuesta a vuestras preguntas y la clave de la historia! En Cristo descubriréis
la verdadera grandeza de vuestra propia humanidad.
¡Él sigue llamándoos,
Él sigue invitándoos! Sí. Cristo os llama, pero Él os llama de verdad. Su
llamada es exigente, porque os invita a dejaros «pescar» completamente por Él,
de modo que veréis toda vuestra vida bajo una luz nueva. Es el amigo que dice a
sus discípulos: «Ya no os llamo siervos..., sino que os llamo amigos» demuestra
su amistad entregando su vida por nosotros.
La auténtica vida no se
encuentra en uno mismo o en las cosas materiales. Se encuentra en otro, en Aquel
que ha creado todo lo que de bueno, verdadero y hermoso hay en el mundo. La
auténtica vida se encuentra en Dios, y vosotros descubriréis a Dios en la
persona de Jesucristo.
Para ver claro el camino: oración, sacramentos y dirección espiritual
Tratad de conocer a
Jesús de modo auténtico, profundizad en su conocimiento para entrar en su
amistad. El conocimiento de Jesús,
rompe la soledad, supera la tristeza y la duda, da sentido a la vida, frena las
pasiones, eleva los ideales, capacita para ayudar a acertar en las decisiones.
Dejad que Cristo sea para vosotros el camino, la verdad y la vida.
Buscadlo a través de la
oración, en el diálogo sincero y asiduo con Él. Hacedle partícipe de los
interrogantes que os van planteando los problemas y proyectos propios. Buscadle
en su Palabra, en los santos Evangelios, y en la vida litúrgica de la Iglesia.
Acudid a los sacramentos. Abrid con confianza vuestras aspiraciones más íntimas
al amor de Cristo, que os espera en la Eucaristía. Hallaréis respuesta a todas
vuestras inquietudes y veréis con gozo que la coherencia de la vida que Él os
pide es la puerta para lograr la realización de los más nobles deseos de vuestra
alma joven.
Madurad en el
recogimiento y la oración la elección que vais a hacer: si la voz del Señor
resuena en lo más íntimo de vuestro corazón, quered escuchadle. «Si escucháis
hoy mi voz: no endurezcáis vuestro corazón».
¿Quién se atreverá a
decir que no al Señor que te llama? Nadie puede permitirse equivocar el camino
de su vida.
Por tanto, meditadlo
bien, rezad para tener la luz necesaria en vuestra elección y hecha la elección
rezad todavía más para tener la fortaleza de permanecer, caminando siempre «de
manera digna del Señor, procurando serle grato en todo».
«Señor, que vea»; que
vea, Señor, cual es tu voluntad para mí en cada momento, y sobre todo que vea en
qué consiste ese designio de amor para toda mi vida, que es mi vocación. Y dame
generosidad para decirte que sí y serte fiel, en el camino que quieras indicarme
para que sea sal y luz en mi trabajo, en mi familia, en todo el mundo.
El sacramento de la
penitencia, es un medio singularmente eficaz para el crecimiento espiritual.
Indispensable para el fiel que habiendo caído en pecado grave quiere retornar a
la vida de Dios.
La dirección
espiritual, que puede llevarse fuera del contexto del sacramento de la
penitencia e incluso ser llevada por quien no tiene el orden sagrado, ayuda a
superar el peligro de la arbitrariedad a la hora de conocer y decidir la propia
vocación a la luz de Dios.
Prontitud para decir Sí ante la grandeza de la llamada
¡Ánimo, jóvenes!
¡Cristo os llama y el mundo os espera! Recordad que el Reino de Dios necesita
vuestra generosa y total entrega. No seáis como el joven rico, que invitado por
Cristo, no supo decidirse y permaneció con sus bienes y con su tristeza, él, que
había sido preguntado con una mirada de amor.`Sed como aquellos pescadores
que llamados por Jesús, dejaron todo inmediatamente y llegaron a ser pescadores
de hombres'.
Sentid la grandeza de
esta misión, dejaos arrastrar del todo por el torbellino en cuyo centro actúa
Dios mismo, tened plena conciencia de realizar una misión insustituible. No
permitáis que la insidia de la duda, del cansancio o de la desilusión empañen el
frescor de la entrega.
La
alegría de ser generosos
Queridísimos:
comprendéis que os hablo de cosas muy importantes. Se trata de dedicar la vida
entera al servicio de Dios y de la Iglesia, de hacerlo con fe segura, con
convicción madura y decisión libre, con generosidad a toda prueba y sin
arrepentimiento.
Abrid vuestro corazón
al encuentro gozoso con Cristo. Pedid consejo. La Iglesia de Jesús debe
continuar su misión en el mundo. Al hablaros de la vocación y al insistiros en
seguir este camino, soy yo el humilde y apasionado servidor de aquel amor, que
movía a Cristo cuando llamaba a los discípulos a seguirle.
Estad seguros de que si
le escuchaseis y le siguieseis os sentiríais llenos de gozo y alegría. Sed
generosos, tened valor y recordad su promesa: «mi yugo es suave y mi carga
ligera».
Jóvenes: Cristo
necesita de vosotros y os llama para ayudar a millones de hermanos vuestros a
salvarse. Abrid vuestro corazón a Cristo, a su ley de amor; sin condicionar
vuestra disponibilidad, sin miedos a respuestas definitivas, porque el
amor y la amistad no tienen ocaso.
Perseverancia y fidelidad
Es fácil ser coherente
por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida.
Es fácil ser coherente a la hora de la exaltación, difícil serio a la hora de la
tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad a una coherencia que dure toda la
vida.
Su llamada es una
declaración de amor. Vuestra respuesta es entrega, amistad, amor manifestado en
la donación de la propia vida, como seguimiento definitivo.
Ser fieles a Cristo es
amarlo con toda el alma y con todo el corazón de forma que ese amor sea la norma
y el motor de todas nuestras acciones.
La fidelidad de Cristo
alcanza en la Cruz su máxima y culminante expresión. De ahí que sea
imprescindible la renuncia y la mortificación. Sin una ascética exigente y sin
una disponibilidad para servirle profundamente enraizada en vuestro corazón, sin
el hábito del olvido de sí, sería imposible amar de veras y ocuparse sólo de los
intereses de Cristo.
Permitidme que os abra
mi corazón para deciros que la principal preocupación ha de ser la fidelidad, la
lealtad a la propia vocación, como discípulo que quiere seguir al Señor con una
entrega total y con una disponibilidad apostólica sin condicionamientos ni
fronteras. Sólo a la luz de esta entrega se pueden afrontar los demás problemas.
La
vocación es siempre apostólica
Dios llama a quien
quiere, por libre iniciativa de su amor. Pero quiere llamar a través de otras
personas. Así quiere hacerlo el Señor Jesús. Fue Andrés quien condujo a Jesús a
su hermano Pedro. Jesús llamó a Felipe, pero Felipe a Natanael…
No debe existir ningún
temor en proponer directamente a una persona joven o menos joven la llamada del
Señor. Es un acto de estima y de confianza. Puede ser un momento de luz y de
gracia.
Ningún cristiano está
exento de su responsabilidad apostólica, ninguno puede ser sustituido en las
exigencias de su apostolado personal. ¡Ninguna actividad humana puede
quedar ajena a vuestra pasión apostólica!.
Son muchos vuestros
coetáneos que no conocen a Cristo, o no lo conocen lo suficiente. Por
consiguiente, no podéis permanecer callados e indiferentes.
Ciertamente, la mies es
mucha, y se necesitan obreros en abundancia. Cristo confía en vosotros y cuenta
con vuestra colaboración. Os invito, pues, a renovar vuestro compromiso
apostólico. ¡Cristo tiene necesidad de vosotros! Responded a su llamamiento con
el valor y el entusiasmo característicos de vuestra edad.
3a)
LA ENTREGA TOTAL EN MEDIO DEL MUNDO
No hay vocación más
religiosa que el trabajo. Un laico católico, hombre o mujer, es alguien que toma
el trabajo en serio. Sólo el cristianismo ha dado un sentido religioso al
trabajo y reconoce el valor espiritual del progreso tecnológico.
Tenéis como finalidad
la santificación de la vida permaneciendo en el mundo, en el propio puesto de
trabajo y de profesión: vivir el Evangelio en el mundo, viviendo verdaderamente
inmersos en el mundo, pero para transformarlo y redimirlo con el propio amor de
Cristo. Realmente es una gran ideal el vuestro.
Tal es vuestro mensaje
y vuestra espiritualidad: vivir unidos a Dios en medio del mundo, en cualquier
situación, cada uno luchando por ser mejor con la ayuda de la gracia, y dando a
conocer a Jesucristo con el testimonio de la propia vida.
¿Hay algo más bello y
más apasionante que este ideal? Vosotros, insertos y mezclados en esta humanidad
alegre y dolorosa, queréis amarla, iluminarla, salvarla: ¡benditos seáis y
siempre animosos en este vuestro intento!
Vale la pena dedicarse
al hombre por Cristo, para llevarle a Él, para elevarlo, para ayudarle en el
camino hacia la eternidad; vale la pena por el Reino del Señor vivir ese
precioso valor del cristianismo: el celibato apostólico.
Sed testigos de Cristo
frente a vuestros coetáneos. De este modo fortaleceréis vuestra vida de
creyentes seguros de comprometeros en una causa grande y podréis seguir la voz
del Espíritu Santo. Y si esta voz os llama a un amor más elevado y generoso no
tengáis miedo.
Con el corazón
encendido, dialogando con el Señor, tal vez alguno de vosotros se dé cuenta de
que Jesús le pide más, de que le llama a que, por su amor, se lo entregue todo.
Queridos jóvenes, quisiera deciros a cada uno: Si tal llamada llega a tu
corazón, no la acalles. Deja que se desarrolle hasta la madurez de una auténtica
vocación. Colabora con esa llamada a través de la oración y la fidelidad a los
mandamientos. Hay -lo sabéis bien- una gran necesidad de vocaciones de laicos
comprometidos que sigan más de cerca a Jesús. «La mies es mucha, pero los
obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies».
Con este programa la Iglesia se dirige a vosotros, jóvenes. Rogad también
vosotros. Y, si el fruto de esta oración de la Iglesia llega a nacer en lo
íntimo de vuestro corazón, escuchad al Maestro que os dice: «Sígueme». No
tengáis miedo y dadle, si os lo pide, vuestro corazón y vuestra vida entera.
3b)
VOCACIÓN MATRIMONIAL
Toda la historia de la
humanidad es la historia de la necesidad de amar y de ser amado.
El corazón -símbolo de
la amistad y del amor- tiene también sus normas, su ética y... nada tiene que
ver con la sensiblería y menos aún con el sentimentalismo.
Jóvenes, ¡alzad con
frecuencia los ojos a Jesucristo! ¡No tengáis miedo! Jesús no vino a condenar el
amor, sino a liberar el amor de sus equívocos y falsificaciones.
El ser humano es un ser
corporal no es un objeto cualquiera. Es, ante todo, alguien; en el
sentido de que es una manifestación de la persona, un medio de presencia entre
los demás, de comunicación. El cuerpo es una palabra, un lenguaje. ¡Qué
maravilla y qué riesgo al mismo tiempo! ¡Tened un gran respeto de vuestro cuerpo
y del de los demás! ¡Que vuestros gestos, vuestras miradas, sean siempre el
reflejo de vuestra alma!
Jóvenes, la unión de
los cuerpos ha sido siempre el lenguaje más fuerte con el que dos seres pueden
comunicarse entre sí. Y por eso mismo, un lenguaje semejante, que afecta al
misterio sagrado del hombre y de la mujer, exige que no se realicen jamás los
gestos del amor sin que se aseguren las condiciones de una posesión total y
definitiva de la pareja, y que la decisión sea tomada públicamente
mediante el matrimonio.
Y a aquellos a los que
Cristo llama a la vocación matrimonial les digo: estad seguros del amor de la
Iglesia hacia vosotros. La vida familiar cristiana y la fidelidad de toda la
vida en el matrimonio son también hoy necesarios para el mundo.
Escucha, en el fondo
del corazón a tu conciencia que te llama a ser puro: al serio compromiso del
matrimonio que es cimiento de un sólido edificio. No se puede alimentar un hogar
con el fuego del placer que se consume rápidamente, como un puñado de hierba
seca. Los encuentros ocasionales son simples caricaturas del amor, hierven los
corazones y descarnan el plan divino.
¿Qué quiere Jesús de
mí? ¿A qué me llama? ¿Cuál es el sentido de su llamada para mí?
Para la gran mayoría de
vosotros, el amor humano se presenta corno una forma de autorrealización en la
formación de una familia. Por eso, en el nombre de Cristo deseo preguntaros:
¿Estáis dispuestos a seguir la llamada de Cristo a través del sacramento del
matrimonio, para ser procreadores de nuevas vidas, formadores de nuevos
peregrinos hacia la ciudad celeste?
La familia es un
misterio de amor, al colaborar directamente en la obra creadora de Dios.
Amadísimos jóvenes, un gran sector de la sociedad no acepta las enseñanzas de
Cristo, y, en consecuencia toma otros derroteros: el hedonismo, el divorcio, el
aborto, control de la natalidad, los medios contraceptivos. Estas formas de
entender la vida están en claro contraste con la Ley de Dios y las enseñanzas de
la Iglesia. Seguir fielmente a Cristo quiere decir poner en práctica el mensaje
evangélico, que implica también la castidad, la defensa de la vida, así como la
indisolubilidad del vínculo matrimonial, que no es un mero contrato que se pueda
romper arbitrariamente.
Viendo el
«permisivismo» del mundo moderno, que niega o minimiza la autenticidad de los
principios cristianos, es fácil y atrayente respirar esta mentalidad contaminada
y sucumbir al deseo pasajero. Pero tened en cuenta que los que actúan de este
modo no siguen ni aman a Cristo. En esta decisión cristiana, el amor es más
fuerte que la muerte. Por eso os pregunto nuevamente: ¿Estáis dispuestos y
dispuestas a salvaguardar la vida humana con el máximo cuidado en todos los
instantes, aún en los más difíciles? ¿Estáis dispuestos corno jóvenes cristianos
a vivir y a defender el amor a través del matrimonio indisoluble, a proteger la
estabilidad de la familia, la educación equilibrada de los hijos, al amparo del
amor paterno y materno que se complementan mutuamente? Este es el testimonio
cristiano que se espera de la mayoría de vosotros y de vosotras.
3c)
VOCACIÓN SACERDOTAL
Muchas veces me
preguntan, sobre todo la gente joven, por qué me hice sacerdote. Quizá alguno de
vosotros queráis hacerme la misma pregunta. Os contestaré brevemente.
Pero tengo que empezar
por decir que es imposible explicarla por completo. Porque no deja de ser un
misterio hasta para mí mismo. ¿Cómo se pueden explicar los caminos del Señor?
Con todo, sé que en cierto momento de mi vida me convencí de que Cristo me decía
lo que había dicho a miles de jóvenes antes que a mí: «¡Ven y sígueme!» Sentí
muy claramente que la voz que oía en mi corazón no era humana ni una ocurrencia
mía. Cristo me llamaba para servirle como sacerdote.
Y como ya lo habréis
adivinado, estoy profundamente agradecido a Dios por mi vocación al sacerdocio.
Nada tiene para mí mayor sentido ni me da mayor alegría que celebrar la Misa
todos los días y servir al Pueblo de Dios en la Iglesia. Ha sido así desde el
mismo día de mi ordenación sacerdotal. Nada lo ha cambiado, ni siquiera el
llegar a ser Papa.
Recuerdo con profunda
emoción el encuentro que tuvo lugar en Nagasaki entre un misionero que acababa
de llegar y un grupo de personas que, una vez convencidas de que era un
sacerdote católico, le dijeron: «Hemos estado esperándote durante siglos».
Habían estado sin sacerdote, sin iglesias y sin culto durante más de doscientos
años. Y sin embargo, a pesar de circunstancias adversas, la fe cristiana no
había desaparecido; se había transmitido dentro de la familia de generación en
generación.
La vocación sacerdotal
es esencialmente una llamada a la santidad según la forma que nace del
sacramento del Orden. Santidad es intimidad con Dios, es imitación de Cristo
pobre, casto y humilde, es amor sin reservas a las almas y entrega a un bien
verdadero, es amor a la Iglesia que es santa y nos quiere santos porque tal es
la misión que Cristo le ha confiado. Cada uno debe ser santo para ayudar a los
demás a seguir su vocación a la santidad.
Deseáis descubrir si
verdaderamente sois llamados al sacerdocio. La cuestión es seria, porque
requiere prepararse bien, con rectitud de intención y exige una seria formación.
Su llamada es una
declaración de amor. Vuestra respuesta es entrega, amistad, amor manifestado en
la donación de la propia vida, como seguimiento definitivo y como participación
permanente en su misión y en su consagración. Decidirse es amarlo con toda el
alma y con todo el corazón, de forma que ese amor sea la norma y el motor de
vuestras acciones. Vivid desde ahora plenamente la Eucaristía; Sed personas para
quienes el centro y el culmen de toda la vida es la Santa Misa, la comunión y la
adoración eucarística. Ofreced a Cristo vuestro corazón en la meditación y en la
oración personal que es el fundamento de la vida espiritual.
¡El mundo mira al
sacerdote porque mira a Jesús!
¡Nadie puede ver a
Cristo, pero todos ven al sacerdote y por medio de él quieren ver al Señor!
¡Qué inmensa la
grandeza y dignidad del sacerdote!
«Orad, pues, al dueño
de la mies para que mande obreros a su mies... »
Considerando que la
Eucaristía es el don más grande que da el Señor a la Iglesia, es preciso pedir
sacerdotes, puesto que el sacerdocio es un don para la Iglesia. Se debe rezar
con insistencia para conseguir ese regalo. Debe pedirse de rodillas.
Llamados,
consagrados, enviados. Esta triple
dimensión explica y determina vuestra conducta y vuestro estilo de vida. Estáis
«puestos aparte»; «segregados», pero «no separados». Más bien os separaría
olvidar o descuidar el sentido de la consagración que distingue vuestro
sacerdocio. Ser uno más en la profesión, en el estilo de vida, en el modo de
vivir, en el compromiso político, no os ayudaría a realizar plenamente vuestra
misión; defraudaríais a vuestros propios fieles, que os quieren sacerdotes de
cuerpo entero.
3d)
VOCACIÓN RELIGIOSA
Y si alguno o alguna de
vosotros advierte la llamada de Cristo al don total de sí en la vida religiosa,
no rechace una propuesta tan elevada, aunque sea exigente. Que encuentre la
valentía de un sí generoso y fuerte, que pueda dar una inigualable plenitud de
sentido a toda la vida.
La vocación religiosa
es un don libremente ofrecido y libremente aceptado. Es una profunda expresión
del amor de Dios hacia vosotros y, por vuestra parte, requiere a cambio un amor
total a Cristo. Por tanto toda la vida de un religioso está encaminada a
estrechar el lazo de amor que fue primero forjado en el sacramento del bautismo.
Estáis llamados a
realizar esto en la consagración religiosa mediante la profesión de los consejos
evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.
Me es grato reafirmar
con fuerza el papel eminentemente apostólico de las monjas de clausura. Dejar el
mundo para dedicarse -en la soledad- a una oración más profunda y constante no
es más que una forma particular... de ser apóstol.
Sería un error
considerar a las monjas de clausura como criaturas separadas de sus
contemporáneos, aisladas y como apartadas del mundo y de la Iglesia; están, por
el contrario, presentes de la manera más profunda posible, con la misma ternura
de Cristo. Es por ello, lógico que los Obispos de las nuevas Iglesias soliciten
como una gracia especial, la posibilidad de acoger un monasterio de religiosas
contemplativas, aún cuando el número de las activas sea todavía insuficiente.
La juventud
contemporánea no está cerrada al llamamiento evangélico, como se afirma con
excesiva facilidad. Claro está que puede encaminarse espontáneamente a caminos
nuevos; de todos modos se siente igualmente atraída por las congregaciones
antiguas que les presentan un rostro vivo y siguen fieles a exigencias radicales
y presentadas con sensatez.
Basta consultar la
historia de la Iglesia para ver una prueba de ello. Pero las adaptaciones que
nacen de la relajación o llevan a ella no pueden de ninguna manera atraer a los
jóvenes, porque éstos en el fondo de sí mismos tienen capacidad de una entrega
total aunque algunas aparezcan vacilantes o bloqueadas.
Quiero recordar aquí de
modo particular a las 400 jóvenes religiosas de vida contemplativa de España que
me han manifestado sus deseos de estar con nosotros. Sé ciertamente que están
muy unidas a todos nosotros a través de la oración en el silencio del claustro.
Hace siete años, muchas de ellas asistieron al encuentro que tuve con los
jóvenes en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid. Después respondiendo
generosamente a la llamada de Cristo, le han seguido de por vida. Ahora se
dedican a rezar por la Iglesia, pero sobre todo por vosotros y vosotras,
jóvenes, para que sepáis responder también con generosidad a la llamada de
Jesús.
4.
EL EJEMPLO DE MARÍA
Para los jóvenes sobre
todo, mi mensaje se hace invitación y exhortación. Quisiera que la juventud
del mundo entero se acercase más a María. Ella es portadora de un signo
indeleble de juventud y belleza que no pasan jamás. Que los jóvenes tengan cada
vez más su confianza en Ella y que confíen a Ella la vida que se abre ante
ellos.
¿Qué nos dirá María,
nuestra Madre y Maestra? En el Evangelio encontramos una frase en la que María
se manifiesta realmente como Maestra. Es la frase que pronunció en las bodas de
Caná. Después de haber dicho a su Hijo: «No tienen vino», dice a los sirvientes:
«Haced lo que Él os diga».
Y estas palabras
encierran un mensaje muy importante, válido para todos los hombres de todos los
tiempos. Ese «Haced lo que Él os diga» significa: escuchad a Jesús, mi Hijo;
actuad según su palabra y confiad en Él. Aprended a decir que «Sí» al Señor en
cada circunstancia de vuestra vida. Es un mensaje muy reconfortante, del cual
todos tenemos necesidad.
«Haced lo que Él os
diga.» En estas palabras María expresa, sobre todo, el secreto más profundo de
su vida. En estas palabras está toda Ella. Su vida, de hecho, ha sido un «Sí»
profundo al Señor. Un «Sí» lleno de gozo y de confianza.
Es preciso, pues, que
acojáis a María en vuestras jóvenes vidas, igual que el Apóstol Juan la acogió
«en su casa». Que le permitáis ser vuestra Madre. Que abráis ante Ella vuestros
corazones y vuestras conciencias. Que Ella os ayude a encontrar siempre a
Cristo, para «seguirlo», por cada uno de los caminos de vuestra vida.
«He aquí la esclava del
Señor; hágase en mí según tu palabra».
Este fue el momento de
la vocación de María. Y de ese momento dependió la posibilidad misma de la
Navidad. Sin el «sí» de María, Jesús no hubiera nacido.
|