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Sobre la existencia de Dios

 

 

(EN CONSTRUCCIÓN)

 

Artículos de Antonio Orozco:

- Dios "es".

- Demostrar la existencia de Dios. Prueba desde la estructura metafísica del ente finito y el acto puro.

- Si Dios no existiera.

Hace unos años un alto político de cierto país manifestaba a la prensa su entusiasmo por una pintada en un muro que rezaba así: "Si Dios existe, ése es su problema"; y rizando el rizo, apostilló: "existirá o no, pero a mí que no me maree..."
Al margen de juicios éticos que ahora no son pertinentes, afrontemos directamente la cuestión desde el punto de vista puramente intelectual.
¿Es lógico pensar que el problema de la existencia de Dios le incumba sólo a El, si acaso existe?
¿Es lógico actuar -y principalmente gobernar- como si Dios no existiese? (SIGUE)

 

Audiencia General de Juan Pablo II el 10 de julio de 1985 acerca de la existencia de Dios.

 

 

 


Pruebas de la existencia de Dios
Audiencia de Juan Pablo II el 10 de julio de 1985


 

1. Cuando nos preguntamos: «¿Por qué creemos en Dios?», la primera respuesta es la de nuestra fe: Dios se ha revelado a la humanidad, ha entrado en contacto con los hombres. La suprema revelación de Dios se nos ha dado en Jesucristo, Dios encarnado. Creemos en Dios porque Dios se ha hecho descubrir por nosotros como el Ser supremo, el gran «Existente».

Sin embargo esta fe en un Dios que se revela, encuentra también un apoyo en los razonamientos de nuestra inteligencia. Cuando reflexionamos, constatamos que no faltan las pruebas de la existencia de Dios. Estas han sido elaboradas por los pensadores bajo forma de demostraciones filosóficas, de acuerdo con la concatenación de una lógica rigurosa. Pero pueden revestir también una forma más sencilla y, como tales, son accesibles a todo hombre que trata de comprender lo que significa el mundo que lo rodea.

2. Cuando se habla de pruebas de la existencia de Dios, debemos subrayar que no se trata de pruebas de orden científico-experimental. Las pruebas científicas, en el sentido moderno de la palabra, valen sólo para las cosas perceptibles por los sentidos, puesto que sólo sobre éstas pueden ejercitarse los instrumentos de investigación y de verificación de que se sirve la ciencia. Querer una prueba científica de Dios, significaría rebajar a Dios al rango de los seres de nuestro mundo, y por tanto equivocarse ya metodológicamente sobre aquello que Dios es. La ciencia debe reconocer sus límites y su impotencia para alcanzar la existencia de Dios: ella no puede ni afirmar ni negar esta existencia. De ello, sin embargo, no debe sacarse la conclusión que los científicos son incapaces de encontrar, en sus estudios científicos, razones válidas para admitir la existencia de Dios. Si la ciencia como tal no puede alcanzar a Dios, el científico, que posee una inteligencia cuyo objeto no está limitado a las cosas sensibles, puede descubrir en el mundo las razones para afirmar la existencia de un Ser que lo supera. Muchos científicos han hecho y hacen este descubrimiento.

Aquel que, con un espíritu abierto, reflexiona en lo que está implicado en la existencia del universo, no puede por menos de plantearse el problema del origen. Instintivamente cuando somos testigos de ciertos acontecimientos, nos preguntamos cuáles son las causas. ¿Cómo no hacer la misma pregunta para el conjunto de los seres y de los fenómenos que descubrimos en el mundo?

3. Una hipótesis científica como la de la expansión del universo hace aparecer más claramente el problema: si el universo se halla en continua expansión, ¿no se debería remontar en el tiempo hasta lo que se podría llamar el «momento inicial», aquel en el que comenzó la expansión? Pero, sea cual fuere la teoría adoptada sobre el origen del universo, la cuestión más fundamental no puede eludirse. Este universo en constante movimiento postula la existencia de una Causa que, dándole el ser, le ha comunicado ese movimiento y sigue alimentándolo. Sin tal Causa suprema, el mundo y todo movimiento existente en él permanecerían «inexplicados» e «inexplicables», y nuestra inteligencia no podría estar satisfecha. El espíritu humano puede recibir una respuesta a sus interrogantes sólo admitiendo un Ser que ha creado el mundo con todo su dinamismo, y que sigue conservándolo en la existencia.

4. La necesidad de remontarse a una Causa suprema se impone todavía más cuando se considera la organización perfecta que la ciencia no deja de descubrir en la estructura de la materia. Cuando la inteligencia humana se aplica con tanta fatiga a determinar la constitución y las modalidades de acción de las partículas materiales, ¿no es inducida, tal vez, a buscar el origen en una Inteligencia superior, que ha concebido todo? Frente a las maravillas de lo que se puede llamar el mundo inmensamente pequeño del átomo, y el mundo inmensamente grande del cosmos, el espíritu del hombre se siente totalmente superado en sus posibilidades de creación e incluso de imaginación, y comprende que una obra de tal calidad y de tales proporciones requiere un Creador, cuya sabiduría trascienda toda medida, cuya potencia sea infinita.

5. Todas las observaciones concernientes al desarrollo de la vida llevan a una conclusión análoga. La evolución de los seres vivientes, de los cuales la ciencia trata de determinar las etapas, y discernir el mecanismo, presente una finalidad interna que suscita la admiración. Esta finalidad que orienta a los seres en una dirección, de la que no son dueños ni responsables, obliga a suponer un Espíritu que es su inventor, el creador. La historia de la humanidad y la vida de toda persona humana manifiestan una finalidad todavía más impresionante. Ciertamente el hombre no puede explicarse a sí mismo el sentido de todo lo que le sucede, y por tanto debe reconocer que no es dueño de su propio destino. No sólo no se ha hecho él a sí mismo, sino que no tiene ni siquiera el poder de dominar el curso de los acontecimientos ni el desarrollo de su existencia. Sin embargo, está convencido de tener un destino y trata de descubrir cómo lo ha recibido, cómo está inscrito en su ser. En ciertos momentos puede discernir más fácilmente una finalidad secreta, que transparenta de un concurso de circunstancias o de acontecimientos. Así, está llevado a afirmar la soberanía de Aquel que le ha creado y que dirige su vida presente.

6. Finalmente, entre las cualidades de este mundo que impulsan a mirar hacia lo alto está la belleza. Ella se manifiesta en las multiformes maravillas de la naturaleza; se traduce en las innumerables obras de arte, literatura, música, pintura, artes plásticas. Se hace apreciar también en la conducta moral: hay tantos buenos sentimientos, tantos gestos estupendos. El hombre es consciente de «recibir» toda esta belleza, aunque con su acción concurre a su manifestación. El la descubre y la admira plenamente sólo cuando reconoce su fuente, la belleza trascendente de Dios.

7. A todas estas «indicaciones» sobre la existencia de Dios creador, algunos oponen la fuerza del caso o de mecanismos propios de la materia. Hablar de caso para un universo que presenta una organización tan compleja en los elementos y una finalidad en la vida tan maravillosa, significa renunciar a la búsqueda de una explicación del mundo como nos aparece. En realidad, ello equivale a querer admitir efectos sin causa. Se trata de una abdicación de la inteligencia humana que renunciaría así a pensar, a buscar una solución a sus problemas. En conclusión, una infinidad de indicios empuja al hombre, que se esfuerza por comprender el universo en que vive, a orientar su mirada hacia el Creador. Las pruebas de la existencia de Dios son múltiples y convergentes. Ellas contribuyen a mostrar que la fe no mortifica la inteligencia humana, sino que la estimula a reflexionar y le permite comprender mejor todos los «porqués» que plantea la observación de lo real.

 

 

 


Si Dios no existiera
Fuente: Antonio Orozco; www.arvo.net


 

Hace unos años un alto político de cierto país manifestaba a la prensa su entusiasmo por una pintada en un muro que rezaba así: "Si Dios existe, ése es su problema"; y rizando el rizo, apostilló: "existirá o no, pero a mí que no me maree..."

Al margen de juicios éticos que ahora no son pertinentes, afrontemos directamente la cuestión desde el punto de vista puramente intelectual.

¿Es lógico pensar que el problema de la existencia de Dios le incumba sólo a El, si acaso existe?
¿Es lógico actuar -y principalmente gobernar- como si Dios no existiese?


«SI DIOS NO EXISTE, TODO ESTÁ PERMITIDO» (Dostoiewski)

Cabe, desde luego, estudiar si de veras es o no indiferente la existencia de Dios para la vida de las personas singulares y de la sociedad entera. ¿Tiene consecuencias prácticas, relevantes y notorias la respuesta o el silencio a la cuestión de la existencia de Dios?

El existencialista ateo Jean Paul Sartre afirmó que "aun en el caso de que Dios existiera, seguiría todo igual"; pero confesaba sin reparos que su conclusión procedía de premisas ya ateas, que es tanto como decir condicionadas por una determinada actitud acrítica previa.

Dostoiewski, por su parte, hizo exclamar a uno de sus famosos personajes: "Si Dios no existe, todo está permitido". En ese "todo" se incluiría -¿por qué no?- el terrorismo, el infanticidio (aborto procurado), el geronticidio eutanásico (matar ancianos, aunque por el sistema más dulce posible), etcétera. También es cierto que hay ateos y agnósticos actuales que se esfuerzan por encontrar y presentar algún fundamento a una supuesta ética atea, o "civil", que pudiera ser aceptada por un amplio consenso, porque es obvio que no se puede vivir ni convivir sin unas normas que inspiren y conformen la conducta con un mínimo de racionalidad. Es de sospechar sin embargo que tal fundamento siga sin aparecer y la ética «a-tea» (o «a-religiosa» o «civil», como quiera llamarse) siga sin resultar convincente y, por tanto, eficaz.

"En efecto ´- reconoció Sartre -, todo está permitido si Dios no existe, y por consiguiente el hombre se encuentra abandonado porque no encuentra en él ni fuera de él, dónde aferrarse". ¿No se columbra una enorme sima entre el supuesto mundo encapsulado en sí mismo - sin trascendencia, sin autor, a su aire, rodando con suerte incierta -, y el mundo creado y cuidado sabia y amorosamente por la Providencia divina?

Es claro que si Dios no existiese y, por hipótesis que considero absurda, existiéramos nosotros, no habría nada absoluto: ni cosas absolutas, ni principios absolutos, ni valores absolutos, ni derechos absolutos; todo sería relativo, y el bien y el mal no serían más que palabras huecas. ¿No plantea esto ningún problema al ser humano inteligente? ¿"Da igual" que haya o no haya bien ni mal moral?

«EL HOMBRE ES UNA PASIÓN INÚTIL. EL INFIERNO SON LOS OTROS» (J. P. Sartre)

"Puesto que yo he eliminado a Dios Padre -explica Sartre-, alguien ha de haber que fije los valores. Pero al ser nosotros quienes fijamos los valores, esto quiere decir llanamente que la vida no tiene sentido a priori". En rigor, añade el existencialista ateo, para el ateísmo "no tiene sentido que hayamos nacido, ni tiene sentido que hayamos de morir. Que uno se embriague o que llegue a acaudillar pueblos, viene a ser lo mismo; el hombre es una pasión inútil"; y el niño "un ser vomitado al mundo", "la libertad es una condena" y "el infierno son los otros". Estas son conclusiones del ateísmo de Sartre.

«EL HOMBRE ES PURA QUÍMICA» (Severo Ochoa)

En otro contexto -más triste, quizá, por más entrañable-, el anciano Severo Ochoa (premio Nobel de Medicina) seguía llorando casi lo mismo: "el amor y el odio son pura química". (¿Es posible que el conocido amor del propio profesor Ochoa a su difunta esposa, tierno aún después de tanto tiempo, fuera pura química? ¿y su dedicación a la ciencia, a la enseñanza, su respetuoso trato con las personas...; todo eso, y mucho más de bueno que de él podía decirse, era también pura química? ¡Qué química más misteriosa, la que conoció el señor Ochoa! Algún supremo enigma ha de encerrar la «pura química» para que, en forma de premio Nobel, pueda decir de sí misma: ¡soy pura química! ¿Y no es de maravillar que a la química en forma de simio le hayamos salido unos chicos tan cavilosos y espabilados? Pero la cuestión que ahora nos ocupa es esta: ¿«da igual», «da lo mismo» que exista o que no exista Dios? Si somos pura química, el fin del hombre es, como la del universo, la «muerte térmica», energía procedente de la energía cósmica, que no se pierde, según el famoso y bien probado principio antrópico, pero se degrada sin remedio, hasta que el universo sea, por «muerte térmica» un panteón de estrellas muertas, a menos 270 grados de temperatura. La pura química equivale a pura nada.

LA ETICA SE REDUCE A LA LEY DEL MÁS FUERTE

Otro Nobel, Albert Camus, agnóstico como Ochoa, no ateo como Sartre, mediado el siglo XX, escribía en un artículo titulado «La crisis del hombre», que causó gran impacto: «Si no se cree en nada, si nada tiene sentido y si en ninguna parte se puede descubrir valor alguno, entonces todo está permitido y nada tiene importancia. Entonces no hay nada bueno ni malo, y Hitler no tenía razón ni sinrazón. Lo mismo da arrastrar al horno crematorio a millones de inocentes que consagrarse al cuidado de enfermos. A los muertos se les puede hacer honores o se les puede tratar como basura. Todo tiene entonces el mismo valor... Si nada es verdadero o falso, nada bueno o malo, si el único valor es la habilidad, sólo puede adoptarse una norma: la de llegar a ser el más hábil, es decir, el más fuerte. En este caso, ya no se divide el mundo en justos e injustos, sino en señores y esclavos. El que domina tiene razón». Es la ley de la selva. El héroe que brota de esas premisas es Sísifo, el hombre que se mofa de los dioses, menosprecia su propio destino y mira estúpidamente cómo una y otra vez se le cae el peñasco que había empujado hasta una cima, para tornar a subirlo, sin saber por qué, sin lograr nunca un atisbo de finalidad, de sentido a su vivir.

Albert Camus reconocía honradamente que una filosofía semejante era impracticable, ni siquiera se podía imaginar. Se daba cuenta de que sin duda unas conductas valen más que otras. "Busco el razonamiento que me permitirá justificarlas", declaraba en 1946, a un periodista de Le Litteraire. Pero murió sin hallarlo.

RIESGO DE VENIRSE ABAJO (LA PERSONA Y LA SOCIEDAD)

Es muy de agradecer que los agnósticos sean respetuosos con los demás, que sea buenos ciudadanos, tolerantes, dialogantes, educados, cívicos. No obstante, han de reconocer que carecen de fundamento racional de su conducta. Pero como la persona humana, en tanto que lo es, no deja de ser racional, su futuro se encuentra amenazado sin remedio por la incertidumbre y la angustia, es más, cabe decir que constituyen un peligro para sí mismos y para los demás. El peligro de perder pie - no hay suelo en el que apoyarse - ; el riesgo de venirse abajo, de regresar a los modos del salvaje - ilustrado, eso sí -, será siempre una amenaza y una tentación.

CUANDO SE RECONOCE QUE DIOS EXISTE

En cambio, quien reconoce la existencia de Dios Padre Todopoderoso, por mal que se le den las cosas, siempre tendrá la posibilidad de "¡venirse arriba!", de enriquecer su corazón incluso con el amor a los que se consideran sus enemigos - porque entiende que también ellos son hijos de Dios -, y podrá vivir una alegría íntima que nada ni nadie, pase lo que pase, podrán arrebatar.

¿Habría terrorismo si los terroristas creyeran en Dios y practicasen la religión? Seguramente seguiría habiendo robos y crímenes, pero ¿habría los mismos? ¿Habría tanta corrupción -de toda especie - en la vida pública, en la familiar y en la personal, si todos creyéramos en Dios, si fuésemos formados desde pequeños, por ejemplo, en las verdades del Catecismo de la Doctrina Cristiana?

Es cierto que no siempre los creyentes damos ejemplos sublimes de virtud. Pero también hay médicos "matasanos", y no por eso descalificamos a los médicos en general, ni declaramos que la Medicina es una ciencia inútil o perversa, ni se nos ocurre ser neutrales en la cuestión de si es necesario o no que en las universidades se estudie Medicina lo mejor posible.

¿ES POSIBLE SER NEUTRAL?

Se podría ser neutral, por ejemplo, en la cuestión sobre la necesidad de la educación religiosa, si estuviese probado que «da igual»; que no es una necesidad para el bien de la persona y para el bien común de la sociedad. Pero es obvio que ni la persona ni la sociedad son lo mismo cuando se sabe que Dios existe que cuando se ignora. Por tanto, no da igual, no da lo mismo. La neutralidad es sencillamente imposible: sencillamente, porque no "da igual"; no da lo mismo Dios que cero, no da lo mismo ser «hijos de Dios» que ser «hijos del mono». Uno puede preferir el terrorismo al respeto, pero lo que no puede ser es "neutral" en esa cuestión. Cosa semejante, no igual, pero parecida, sucede con el aborto, con la eutanasia, con el divorcio y con el reconocimiento de la existencia de Dios. Uno puede creer en unos términos o en otros, pero es evidente que no puede ser neutral, porque de ninguna manera "da igual", ni para el individuo ni para la sociedad.

La experiencia enseña que los niños que crecen sin saber que hay un Dios Padre Todopoderoso, son generalmente niños problema, más proclives al egoísmo, más concentrados en sí mismos, taciturnos o frívolos. ¿Cómo no recordar el enorme consuelo que significó para Hellen Keller, la famosa alumna de Ana Sullivan, ciega, sorda y muda, la noticia de la existencia de Dios Padre? Antes vivía como un animalito. Cuando pudo comprender que su situación era también fruto de un amor infinito, misterioso pero real, su conducta cambió radicalmente y enriqueció el bien común de la Humanidad con un ejemplo magnífico y estimulante.

LA MAYOR REBELION DEL HOMBRE

"La religión es la mayor rebelión del hombre que no quiere vivir como una bestia, que no se conforma, que no se aquieta si no trata y conoce al Creador: el estudio de la religión es una necesidad fundamental. Un hombre que carezca de formación religiosa no está completamente formado (...)" (J. Escrivá de Balaguer). No es exageración, pues sin Dios el hombre no es más que un pez o - si se prefiere - un simio evolucionado, que viene de la nada y a la nada vuelve.

Por fortuna, la realidad no es así. El hombre ha sido creado «a imagen y semejanza de Dios», que es Amor, y quiere infinitamente que participemos de su felicidad infinita.

Si "aconfesionalidad" del Estado quiere decir "neutralidad", que "le da igual" que los ciudadanos sean una cosa u otra, con tal de nutrirse de ellos, entonces el Estado es lo más parecido a un monstruo, el famoso Leviatán: una amenaza para creyentes y para no creyentes.

Los creyentes debemos, obviamente, defender el derecho a la educación religiosa y cumplir el deber de impartirla a nuestros hijos; así como procurar que nos gobierne gente que no sea esquizofrénica: que no piense una cosa mientras dice o hace la contraria; que tenga siempre en cuenta la realidad -muy comprensible, muy demostrable y muy demostrada- de la existencia de Dios, de quien procede todo poder en el cielo y en la tierra. Y los no creyentes deben reconocer que no serían neutrales si de alguna forma se opusieran a este derecho-deber que el creyente tiene.

Hemos dicho que sin el reconocimiento de Dios no ha sido ni es posible fundar sólidamente valor alguno, aunque en la actualidad se siga intentando, porque la naturaleza humana no puede vivir sin ley moral, porque ella misma es ley. Por eso, no sólo en la práctica, los ateos (las personas que niegan la existencia de Dios) pueden vivir sometidos a normas éticas incluso férreas. Muchos cultivan algunos valores humanos espléndidos. Pero a menudo bastantes se deslizan por la pendiente del fanatismo, se sienten inclinados a enarbolar la bandera de una enésima "nueva moral" y tratan de imponerla a los demás, a toda cosa. Es el caso, ahora de la llamada moral laica, o ética civil, supuestamente no religiosa.

No hace mucho, Christian Chabanis (Gran Premio Católico de Literatura 1985), se refería a la vieja cuestión de la moral sin Dios, así como al reto que presenta un mundo donde el sentido moral parece haberse esfumado. Chabanis, como es lógico, insiste en que sin referencia a Dios es imposible mantener el verdadero sentido moral. Pero opina que no es exacto decir que "hoy no hay moral". No le falta razón, porque es cierto que el ateísmo es capaz de generar una cierta moral, en la misma medida en que genera una "religión", o, si se prefiere, una "pseudo-religión", pues, en fin de cuentas es una manera de "ligarse" o "atarse" a ciertas coordenadas o pautas de conducta, con sus dogmas, con sus preceptos férreos y hasta con sus inquisidores implacables.

LA PRÁXIS TERRIBLE DE LA «ETICA ATEA-TOLERANTE-PERMISIVA-NEUTRAL»

"Hoy -dice Chabanis- existe una moral terrible, una moral violenta, una moral que condena por ejemplo la virginidad y a la mujer que en una situación difícil conserva a su hijo negándose a abortar". Una moral que ridiculiza a las madres de familia numerosa. Una moral de inquisidores/as refinadísimos/as, que acaso podríamos denominar "posmodernos/as", organizadores/as de un auténtico terrorismo psicológico, capaces de descalificar -por qué no- al mismo Papa de Roma, si se atreve a predicar la moral evangélica.

Los obispos suelen pedir disculpas, de algún modo, cuando proclaman alguna verdad un poco fuerte. El inquisidor posmoderno, no; es permisivo e implacable a la vez. Es tolerante en un sentido que considera absoluto, pero no tolera que se le lleve la contraria. Todo lo tolera en sí mismo, pero no tolera nada que pueda incomodarle un poco. Se declara de talante liberal y demócrata, pero ay de aquél que se permita opinar de modo contrario a su entender. La respuesta será no una razón o argumento, sino una descalificación y quizá incluso un insulto. Lo he visto en gentes «muy bien educadas».

Un día de una época afortunadamente pretérita soporté un telediario entero. Todos los personajes que aparecían en la pequeña pantalla decían cosas terribles de los demás, pero ninguno, ni uno sólo esgrimía una razón. Llamaba ignorante al oponente, pero no daba razón alguna de su epíteto. Alguien decía: "este señor ignora la Constitución", pero no señalaba ni de lejos cuál era el punto vulnerado ni cuál sería la postura acertada. Y así con todo.

Independencia y Libertad

El ateo-tolerante-permisivo-neutral es persona de mucho temer. Su error y amenaza para la sociedad estriba no tanto en su estimación de la independencia como en su desprecio de la íntima libertad personal ajena. En el fondo, confunde dos conceptos tan distintos como "independencia" y "libertad". Afortunadamente, la libertad no equivale a independencia. Baste considerar que la libertad existe, y la independencia no. La gente normal lo suele distinguir. La prueba es que cuando sale un periódico que se llama "El independiente", enseguida se pregunta: "¿de quién depende «El Independiente»?". Y acierta al menos en que todo independiente depende de alguien que, desde luego, no es neutral. Quizá sólo le importa el dinero, pero esto ya es una postura muy determinada y condicionante.

El hombre es criatura, y no podría dejar de serlo sino volviendo a la nada (cosa que tampoco sería posible sin Dios). La dependencia respecto a Dios es cosa que jamás podrá suprimirse. Sólo Dios es Dios. Por eso, la vida humana tiene una dimensión sin la cual no podría existir: la dimensión moral, que resulta de la relación de mi conducta actual con el «fin final» -eterno- al que estoy llamado. El hombre no tiene derecho a gobernarse ni a gobernar como si Dios no existiese. Sobre todo si sabe que Dios existe. ¿Qué diría el gobernante discípulo de Grocio, si su hijo se pusiera a gobernar su casa, la del gobernante, como si él (el gobernante) no existiese? ¿Le parecería bien, de buena educación; la juzgaría una conducta laudable, merecedora de aplauso, respetuosa con la familia y con la sociedad, progresiva? El rey Segismundo Augusto de Polonia se negaba a admitir el principio cuius regio, eius religio (si tal era la religión del rey, tal había de ser la religión de los súbditos): "¿soy acaso rey de las conciencias de mis súbditos?", se preguntaba, con razón. El rey, o quienquiera que sea el que gobierne, no tiene derecho a imponer su religión, pero tampoco su "no-religión", ni su teísmo ni su ateísmo. Se encuentra en una situación realmente difícil; no es nada fácil ser gobernante, porque tampoco el gobernante puede ser neutral. No es que "no se deba" serlo, sucede que es imposible que lo sea.

En cuestiones morales se puede ser ignorante, pero no se puede ser neutral, a no ser que fuera posible renunciar al pensamiento, es decir, que se pudiera presentar la dimisión del ámbito racional y del discurso lógico.

Yo puedo decir: de esto no sé, por tanto no opino, reconozco mi ignorancia. Lo que no puedo hacer es decir: veo lo que es bueno y vital para la sociedad, pero me lo callo para no molestar a los que opinan lo contrario. También cabe decir: veo, pero no lo bastante bien para juzgar si esto es un círculo o un cuadrado. Bien, pero entonces no se meta usted en negocio de círculos y cuadrados. O si usted no sabe si un niño en el seno de su madre es o no persona, por favor, retírese del gobierno de las personas, porque muy bien puede usted acabar siendo, sin darse cuenta, un criminal más peligroso que Al Capone. Lo cual no es de maravillar que pase con mucha frecuencia cuando no es que uno no sepa, sino que "se empeña" en actuar como si Dios no existiese.

 

 

 

 


Demostrar la existencia de Dios
Prueba desde la estructura metafísica del ente finito y el acto puro

Fuente: Antonio Orozco; www.arvo.net


 

I. Predisposiciones necesarias para la demostración

II. Presupuestos de la demostración

    1. Existe algo cognoscible con certeza.

    2. Alcance metafísico de nuestra mente.

III. Metafísica del ente finito

     Compuesto de acto y potencia.

     Lo compuesto implica un acto previo para actuar.

 

I. PRE-DISPOSICIONES PARA LA DEMOSTRACIÓN

Que Dios existe se ha demostrado de muchas maneras y se puede demostrar de muchas más. En rigor, cualquier cosa que existe, con existencia real, es un punto de partida suficiente para demostrar que Dios existe. Como hemos visto en otra ocasión, el sentido común sería suficiente para saberlo. Pero también es natural e intelectualmente necesario que nos exijamos pruebas racionales en el más riguroso sentido de la palabra.

Si queremos que se nos demuestre rigurosamente la existencia de Dios, debemos estar «pre-dispuestos» a razonar rigurosamente y aplicar la lógica racional a los argumentos.

Se nos podrá decir: tú ya comienzas presuponiendo que Dios existe, crees en su existencia, estás inclinado a aceptar cualquier apariencia de demostración; pero en rigor, esas pruebas que tú propones no concluyen, no convencen más que a los que ya creen.

Pero, a su vez, podemos replicar justamente: lo cierto es que tú pre-juzgas la inexistencia de Dios o la imposibilidad de demostrarla y no estás dispuesto a reconocerla aunque Dios se te presentara en «carne mortal». De hecho, Dios se ha presentado en «carne mortal» y, según los Evangelios, resucitó a Lázaro después de cuatro días de iniciar su corrupción en el sepulcro. Pero muchos que lo vieron no creyeron en Él.

Queremos decir que es cierto que para que una demostración de la existencia de Dios se entienda concluyente, es preciso tener alguna predisposición a aceptar el resultado, sea el que fuere, porque si no, sucederá como a algunos filósofos que niegan incluso la existencia del mundo y sólo reconocen acaso la suya propia. Con tales presupuestos es punto menos que imposible demostrar nada. Sólo cabría, si no fuera una falta de educación, tirarles una mesa a la cabeza, para que se dieran cuenta de que existe algo más que su mente. Pero aún así, cuando uno no está dispuesto a aceptar más que la realidad que desea, se sale por la tangente. Menos aún aceptará que Dios existe y que es creador. Lo cual no quiere decir que no pueda demostrarse sino que -lo adelantamos- hace falta un mínimo de rigor intelectual, una disposición de querer razonar según la lógica racional, es decir, según las leyes que la misma razón descubre en sí misma y que el orden de la realidad implican para poder discurrir con certeza hacia cualquier verdad. Si nosotros no cumplimos este requisito, reconoceremos a quien nos lo muestre, que nuestro intento se ha frustrado.

II. PRESUPUESTOS DE LA DEMOSTRACIÓN

Ninguna demostración puede partir de cero. Requiere unas premisas a partir de las cuales se llega a una conclusión. Para concluir que A=C, es preciso partir de evidencias anteriores: A=B y B=C.

Pues bien, veamos algunas premisas necesarias para una demostración rigurosa de la existencia de Dios, asequibles a todos, con tal de aplicar la atención de la mente al discurso:


1. Existe algo cognoscible con certeza.
—Tú, yo, el mundo...
-- Conocemos la propia existencia del yo, la del tú y la del mundo. Sabemos que somos algo, tenemos una idea –todo lo confusa que se quiera— de la existencia y naturaleza del yo, del tú y del mundo, pero pedimos más.

2. Alcance «meta-físico» de nuestra mente
La realidad en la que nos encontramos implantados o inmersos, presenta múltiples facetas y niveles de comprensión, que explican la existencia de diversas ciencias naturales y permite comprender la posibilidad de una comprensión sobrenatural con la ayuda del don de la fe en la divina revelación.

Un vaso de agua limpia se presenta a la vista como un líquido perfectamente transparente, sin que muestre quizá ninguna señal de otro elemento que no se pueda formular con la famosa H2O.

Si aplicamos un microscopio a una gota de agua, veremos multitud de «bichos» de muy diversas formas, algunas incluso repugnantes para los que no están habituados a semejantes experiencias.

Si aplicamos un microscopio electrónico suficientemente potente, quizá podamos llegar a ver lo que ahora llamamos átomo, con su núcleo y los electrones, los neutrones, etcétera.

La misma realidad se nos presenta de diversas maneras según el método, o lo que es equivalente, el instrumento que utilicemos. Y, por lo demás, no se nos ocurre pensar que lo que vemos con el microscopio electrónico sea «cosa» distinta de la observamos en el microscopio sencillo, o con el ojo sin más instrumental. Vemos lo mismo (agua) y, en lo mismo, distintos elementos, algunos esenciales, otros accidentales.

La ciencia experimental o empírica, cuenta con instrumentos que permiten ver la realidad en distintos niveles. El conjunto de observaciones nos ofrece un conocimiento más completo y perfecto del contenido de un vaso de agua.

Ahora bien, si razonamos a partir de lo que nos manifiestan los sentidos y aplicamos el magnífico instrumento con que contamos todas las criaturas racionales que llamamos mente (o intelecto, o entendimiento, o razón) podemos concluir que en aquel vaso se contiene una sustancia (el agua), que «es»; y que «es» en este momento; no sólo fue o será, sino que «es» ahora, es decir, es o existe «en acto»; dicho de otra manera: es una «sustancia» que tiene una «esencia» (la del agua y no la del petróleo) no sólo «en potencia», como posibilidad futura, sino actualmente: «en acto»; es decir, no sólo tiene «esencia», sino que la tiene en «acto de ser». Esa cosa, pues, que es el contenido del vaso, está compuesta de «esencia» y «acto de ser». No es una esencia meramente imaginada o pensada, a la que mi mente prestaría el ser, sino que está ahí, ejerciendo un acto de ser propio, independientemente de que yo la piense o imagine.

Estas realidades (esencia y acto de ser o existencia), que componen una (sola) cosa ya no son visibles con ningún instrumento óptico, sino cognoscibles sólo mediante la aplicación de la mente a lo percibido por los sentidos. Hemos alcanzado un nivel más hondo de la realidad del agua que el físico, llamado «meta-físico», tan real como el físico; que no contradice, sino al contrario, lo que hemos visto con los instrumentos físicos (ojos, microscopios, etc.). Por eso la metafísica es un saber tan científico como el físico y se refiere a las mismas cosas, pero vistas desde una perspectiva o nivel distinto.

La metafísica se llama también filosofía del ser, ya que su objeto más específico es el «ser» de todo cuanto existe, o si se prefiere, su objeto son todas las cosas en tanto que «son» o «tienen ser».


III. METAFÍSICA DEL ENTE FINITO

Hay verdades ciertas de la metafísica del ser que han sido negados muchas veces, pero quien las niega, se condena a no ser capaz de razonar con sentido inteligible, porque admite que una cosa pueda ser y no ser a la vez, bajo el mismo respecto. Y así no se puede demostrar la existencia de Dios ni la del rábano, porque admite la contradicción en la misma realidad de las cosas, como si lo blanco pudiera ser a la vez negro, o un círculo pudiera ser a la vez cuadrado. Con tales premisas no se puede avanzar, el pensamiento se bloquea.

Hay que reconocer que conocemos no sólo «fenómenos» -apariencias, de cosas: colores, sabores, cantidades, magnitudes... Es preciso reconocer que el color que vemos no es algo sostenido por nada, sino por alguna sustancia como el melocotón o la atmósfera, etcétera. Las ciencias naturales alcanzan los fenómenos de las cosas. Ahora bien, los fenómenos no pueden ser mera ilusión, se nos resisten, no podemos hacer con ellos lo que queramos, tienen realidad extramental, están sustentados por algo real, que existe y que Aristóteles llamó substancia, que es en sí y no en otro, como los accidentes.

El ser de la manzana es lo que hace que la manzana exista y exista; y que exista con tal dimensión, color, sabor, etc. Los fenómenos —lo que aparece de las cosas a los sentidos— son objeto de las ciencias naturales. Pero la mente humana no sólo conoce lo sensible de las cosas, tiene la capacidad de "leer dentro" de ellas: intus legere. Penetra más a fondo en las cosas que los sentidos.

El intellectus capta lo inteligible que hay en lo sensible y entiende que las cosas no sólo "aparecen", sino que "son", "tienen ser"; no un ser meramente pensado por mí, sino ejercido fuera de mí. Esto es evidente y sólo mediante un proceso de complicación injustificado puede ponerse en duda.


La composición de acto y potencia

Hay "ser". Y lo que es, es, y lo que no es, no es. Esta obviedad planteó problemas a los filósofos anteriores a Aristóteles. Si las cosas son o no son, si no hay alternativa entre el ser absoluto y el no ser absoluto, sólo existe el ser absoluto. Del no ser, nada puede proceder. Por lo tanto sólo existe el ser y éste ha de ser eterno e inmutable. La mutabilidad del ser, llega a pensar Parménides, es mera apariencia.

Pero Aristóteles dice: no, es evidente e innegable que el ser de las cosas (los entes) es mudable. Existe el movimiento, el cambio, no ya en las apariencias de las cosas (en sus fenómenos o accidentes), sino en el ser mismo. No sólo hay el Ser, sino seres (entes) que son en acto, pero compuestos, limitados por algo real. Vio también Aristóteles que lo limitante no puede ser el acto, que de suyo es perfección, sino la potencia (pasiva).

El ente móvil o cambiante, pasa de ser de una manera a ser de otra. No sólo cambia de lugar, cambia de cualidad, de propiedades, algunas de las cuales son muy relevantes. El piñón se transforma en pino. El piñón es piñón en acto, no es pino en acto, pero puede llegar a serlo. En cambio, un grano de trigo no llegará a ser nunca un pino. El piñón tiene algo que le permite, en ciertas condiciones llegar a ser pino. ¿Qué es ese algo? Es algo que no es en acto, sino de cierta manera que llamamos en potencia (pasiva). El piñón es una mezcla —mejor dicho, una composición— de acto de piñón y potencia de pino. Cuando el piñón se entierra y germina y se desarrolla, actualiza su potencia pasiva, se convierte en pino. Ha habido un cambio, una alteración, que podemos llamar también «movimiento», no necesariamente local, sino cualitativo.

Descubrir esta composición en el ser de todo cuanto existe en el ámbito de nuestra experiencia, es un acontecimiento no físico, sino meta-físico. Hemos analizado la entidad de las cosas no ya con instrumentos que permiten analizar los fenómenos que en ellas o entre ellas suceden, sino que con el intelecto, hemos leído dentro de ellas, hemos conocido que todas están compuestas de dos «elementos» (co-principios) en distinta proporción: el acto y la potencia pasiva. Llamamos a ésta «pasiva» para distinguirla de la potencia como poder de hacer algo, que es más bien acto.

Llegar a ser algo que no se era (por ejemplo, pino) supone que había algo en acto (el piñón) con mucha potencia pasiva. Si en el piñón sólo hubiera potencia pasiva, nunca llegaría a ser pino. El piñón tiene que tener algo capaz de actualizarlo en pino; tiene que haber un acto o varios entes en acto que actúen sobre el piñón para que el piñón llegue a ser pino. El piñón solo se pudre. Para llegar a ser pino se requiere la actualidad del piñón, la potencia pasiva del piñón y muchos entes en acto (los de la tierra y los de las sustancias nutricias). Ningún ser en potencia pasiva puede llegar a ser acto sin otros actos previos.

Lo compuesto implica un acto previo

Tenemos pues que todo cambio o movimiento metafísico indica

a) un ente compuesto de acto y de potencia; y
b) la acción de algún acto anterior al del ente en cuestión que le mueva a actualizar su potencia.


a) Fijémonos en algo muy fácil de descubrir, razonando sobre una experiencia universal. Es obvio que en la realidad en la que existo, todas las cosas son cambiantes: se mueven en el espacio o adquieren y pierden cualidades. Pasan de cierta potencia a cierto acto. Yo ahora estoy escribiendo y tú leyendo. Hace un rato estábamos tomando un café. Entonces no escribíamos ni leíamos, pero podíamos hacerlo. Esto en la filosofía clásica, se llama «estar en potencia de», o «ser en potencia». Hace un rato yo estaba en potencia de escribir. Mi escribir era sólo, pero no menos que una posibilidad. Mi posibilidad de escribir y tu posibilidad de leer era «algo» no actual, sino «en potencia». Ahora que tú lees lo que yo he escrito, lees no en potencia, sino «en acto». Estás en acto de leer. Dejarás de leer y pasarás a otra cosa, quizá a cantar: estarás «en acto de cantar».

Las nociones de «potencia» y «acto» responden a la realidad de todo nuestro mundo conocido, en donde hay continuos pasos de potencia a acto; de no ser algo, a serlo; y de serlo a no serlo. Es evidente que existen multitud de cosas («entes») que están compuestos de acto y potencia. Antes de ser concebidos éramos «en potencia» (pura potencia pasiva); al llegar a la existencia comenzamos a ser en acto (“pequeños” actos, con mucha potencia pasiva). Como el piñón que es algo, pero no es pino; pero puede llegar a serlo: está compuesto del acto de piñón y de la potencia de pino.

b) Ahora bien, si el pino no era en acto y ahora es en acto, es porque algo ha hecho que el piñón en acto se haya cambiado en pino en acto. Algo que no puede haber sido pura potencia pasiva, sino en cierta medida, acto. (La potencia pasiva sólo puede recibir, no dar).

Advirtamos que el piñón en acto no puede pasar a ser pino en acto si no es bajo la acción de otro/s acto/s previos.

Todo lo que se mueve o cambia, pasa de la potencia de cambiar al acto de cambiar por otro acto previo.

La de la piedra, de suyo, está en reposo sobre la tierra. Para que se mueva es necesario que algo la empuje, por ejemplo un palo; pero ha de ser un palo que esté en acto de moverse, porque si no se mueve tampoco puede hacer que la piedra pase de la potencia de moverse al acto de moverse. Volvemos a constatar que para que una potencia pase a acto necesita un acto previo.

Podríamos objetar que en el ser vivo hay movimientos que no tienen su origen en algún acto exterior, que el viviente se mueve por sí mismo, en virtud de su propio acto: yo muevo el brazo que mueve el palo que mueve la piedra, por mi propia voluntad. Ahora bien, la voluntad, para mover el brazo ha necesitado ponerse en acto de querer. Ha pasado de la potencia de querer al acto de querer. ¿Cómo? Cabría responder: por su propia virtud, por su propia fuerza, por su propio acto. Es evidente que la voluntad “se mueve” en virtud de su propio acto y sin ese acto no habría movimiento de la voluntad. Ahora bien, si estaba “en reposo” y ahora se mueve, es que antes estaba en potencia de moverse y no en acto. Es evidente que ayer no tenía ese acto de mover. Pero nadie da lo que no tiene. Por tanto no se basta a sí misma para darse ese acto. Se requiere un acto ajeno (exterior, distinto) a la voluntad.

La voluntad es el caso límite en el que parece que no se cumple la necesidad de que al acto preceda otro acto. El acto libre es una radical novedad en el cosmos creado. Pero tampoco la voluntad puede sustraerse al principio de no contradicción: nadie da lo que no tiene. Por tanto la actualidad del acto de moverse - de elegir, en este caso-, requiere necesariamente un acto previo, además de los distintos actos previos que serán los motivos, los deseos, las inclinaciones, etc. Pero ninguno de estos actos son determinantes del acto de la voluntad. La voluntad se mueve porque quiere, no porque le mueven a esto o aquello. Sin embargo, la voluntad no puede se excepción en la dependencia de un acto previo.

El actuar libre ha de estar fundado en un acto precedente al acto del ser que es libre. ¿Qué es lo que puede fundar el acto de libertad sin anularla eo ipso? Sólo el acto que hace ser libre a la persona. Sólo un acto que sea puro acto de libertad, libertad pura en acto. Es decir sólo Dios, que es acto puro de libertad, es capaz de crear libertad ex nihilo y conservar en la libertad. Conviene advertir aquí que el acto fundante de la libertad creada no ha de entenderse estrictamente como «causa», puesto que, como dice Leonardo Polo «la libertad es irreductible a la noción de causa, ya que una libertad dependiente de la causalidad es una contradicción». Con lo dicho queda establecido que el acto libre requiere un acto previo que actualice su capacidad de actuar libre. Pero en este caso, el acto previo es el mismo acto creador, sin el cual la persona se vería determinada por impulsos y motivaciones con los que no se identifica. Sólo el acto creador que es pura libertad y pone el acto creado “ex nihilo”, puede fundar y sostener un acto de la criatura verdaderamente libre.

Por lo tanto, podemos y debemos admitir que:

El acto precede siempre a la potencia (en cualquier género de movimiento o cambio). En el principio de todo cambio ha de haber siempre un acto; y ese acto ha de ser anterior y distinto del acto de lo que cambia. Esto es lo que no han entendido muchos filósofos modernos, que ponen, como principio absoluto, la nada (Hegel) o una sutil materia, que es mera potencia que se actualiza a sí misma.

Ahora bien, con pura pasividad nunca podrá devenir ningún acto. Sería una contradicción. Para que haya acto ha de haber un acto primero. Y el primer acto, en sentido absoluto, ha de carecer de cualquier género de potencia. Para pasar de la nada al ser, obviamente se requiere una potencia activa infinita, es decir un acto puro de ser. Si no, no sería primero y nada podría llegar a ser.

Si lo primero fuera compuesto, no sería absolutamente primero. La composición indica limitación del acto por alguna potencia. Y la composición implica acto anterior, porque un acto compuesto con la potencia pasiva no puede actuar por sí solo.

Una consecuencia de lo dicho hasta aquí es que el Acto puro actúa en todo devenir.


IV. EL ACTO PURO

El acto puro no puede tener limitación alguna, en cuanto acto, porque cualquier límite significaría (como una frontera) una posibilidad de traspasarlo, de actualizarse más; pero esto sería contradictorio, porque implicaría alguna potencia pasiva en el puro acto.

El Acto puro (ya podemos escribirlo con mayúscula) es perfección imperfectible, es decir, perfección pura. Más aún, posee toda perfección, precisamente porque es perfección imperfectible.

Pues bien, la Bondad en acto perfecto, la Sabiduría en acto perfecto, la potencia activa en acto perfecto (o sea, la omnipotencia), el Amor en acto perfecto, ¿a qué corresponden sino a quien llamamos Dios? Precisamente, tal perfección corresponde al Dios que se ha revelado así en el pueblo hebreo y, al fin, en Jesucristo resucitado.

 

 

 

 


Dios "es"
Antonio Orozco


 

¡Hoy la tierra y los cielos me sonríen
hoy llega hasta el fondo de mi alma el sol
hoy la he visto... la he visto y me ha mirado
Hoy creo en Dios!

 

Estos famosísimos versos expresan una experiencia cotidiana: el influjo de los sentimientos sobre el pensar. A la vez constituyen un toque de atención, una llamada a desconfiar del sentimiento como fuente de conocimiento cierto.

Es claro que la existencia de Dios, la fe, la esperanza, la verdad en una palabra, no dependen de la mirada de unos bellos ojos ni tampoco de una coz de algún eventual salvaje iracundo. La verdad se manifiesta a un entendimiento despierto, libre de pasiones y amueblado por la lógica racional, es decir, educado para el ejercicio de la razón, de acuerdo con las reglas que le son propias.

TESTIMONIO DE LA SAGRADA ESCRITURA

Sab 13, 1: "Vanos son por naturaleza todos los hombres que carecen del conocimiento de Dios, y por los bienes que disfrutan no alcanzan a conocer al que es fuente de ellos y por la consideración de las obras no conocieron al Artífice"

El libro de la Sabiduría, con gran fuerza poética habla de la posibilidad y del deber que tiene toda persona humana de conocer a Dios por medio de las criaturas: "vanos son por naturaleza todos los hombres que ignoran a Dios y no alcanzan a conocer por los bienes visibles a Aquel-que-es, ni atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice; sino que al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o las lumbreras del cielo los tomaron por dioses rectores del mundo. Pues si seducidos por su belleza los tienen por dioses, deberían conocer cuánto más es el Señor de todos ellos, pues es el autor mismo de la belleza quien hizo todas estas cosas. Y si se admiraron del poder y la fuerza, deduzcan de ahí cuánto más poderoso es el que los hizo; pues de la grandeza y hermosura de las criaturas, se llega, pensando, a conocer al Hacedor de todas ellas" (Sab 13, 1).

Esto es lo que el Apóstol San Pablo recordaba a los Romanos, al mostrarles la causa de la corrupción en la que se hallaba inmersa la sociedad de su tiempo (tan semejante, en esto, a la nuestra) : "La cólera de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia; pues lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto. Dios se lo manifestó. Porque las perfecciones invisibles de Dios, su poder eterno y su divinidad, se han hecho visibles después de la creación del mundo por el conocimiento que de ellas nos dan las criaturas, de forma que son inexcusables... "(Rom 1, 19 ss)

San Pablo supone que si no se "ve" lo "invisible" de Dios en las cosas "visibles", no es porque se carezca de capacidad para verlas, sino porque se ha "ofuscado" la mente mediante "vanos razonamientos" que encuentran su raíz en un "corazón rebelde".

«Pregunta a las bestias y te instruirán, a las aves del cielo y te informarán, a los reptiles del suelo y te darán lecciones, te lo contarán los peces del mar: con tantos maestros, ¿quién no sabe que la mano de Dios lo ha hecho todo? En su mano está el alma de los vivientes y el espíritu del hombre de carne" (Job 12, 7-8).

Is 1, 3-4: "Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero mi pueblo no tiene conocimiento. ¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de iniquidad, raza malvada, hijos desnaturalizados! Se han apartado del Señor, le han vuelto las espaldas!"

¡Todas las cosas hablan de Dios!

«Los cielos cantan la gloria de Dios, el firmamento anuncia la obra de sus Manos; el día al día comunica su mensaje y la noche a la noche transmite la noticia.... Por toda la tierra se ha difundido su voz y hasta los confines de la tierra sus palabras» (Sal 19, 3-5).

NECEDAD

Es tan clara la presencia de Dios en la creación que el Salmista, inspirado por el Espíritu Santo, afirma que es "es necio" quien dice "en su corazón, no existe Dios" (Sal 13(14), 1)

Con frecuencia, la "necedad" se manifiesta en la pretensión de aquel personaje de Steinbeck en El Valle largo: "necesitaba ver las cosas con tanta claridad que acababa oscureciéndolas por completo, como un negativo expuesto al sol". Es obvio que no se puede "ver" a Dios con los ojos de la cara, mientras andamos por este mundo, pero sí podemos y debemos entender que Dios es; que sólo El puede ser origen causal de las maravillas que vemos.

"¡Qué desatino! Como barro que se considerase igual al alfarero; como una obra que dijera del que la hizo: «no me has hecho»; como cacharro que dijera de su alfarero «este no sabe nada» (Is 29,15).

GÉNESIS DEL ATEISMO

En rigor, no hay dificultades objetivas que impidan a la inteligencia humana el reconocimiento de Dios. El ateísmo no es consecuencia de un grave "problema intelectual". Un famoso ateo - Jean Paul Sartre- en una de sus obras - Les mots -, cuando describe el ambiente familiar de su infancia confiesa: "yo no he llegado a la incredulidad por un conflicto de dogmas, sino por la indiferencia de mi familia".

A veces, en la génesis del ateísmo pueden tener culpa no pequeña algunos creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de la vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión. Sin embargo, no por eso queda justificado el ateísmo, pues negar a Dios por el comportamiento de algunos creyentes es tan gratuito como negar que los médicos curen, o que existan medicinas; o como negar el valor de los derechos humanos por el hecho de que su vigencia no impida todo delito ni que su declaración sea insuficiente para implantar la justicia en todo el mundo.

Lo cierto es que el ateísmo nunca ha sido un fenómeno originario. En general, tanto en las personas singulares, como en la vida de las diversas sociedades y culturas, aparece en épocas de crisis, en tiempos de decadencia, con el afán de justificar conductas en contraste con lo que dicta la recta razón. Así han surgido falsas filosofías e hipótesis seudocientíficas que han echado mucho humo sobre la naturalidad con que brota del espíritu humano el anhelo de Dios. La pretensión de la etnología materialista y evolucionista de poner al principio de la historia un hombre sin religión, o politeísta o fetichista, ha sido desmentida por los hechos.

Lo natural es que el hombre al despertar al uso de razón, se asombre ante la maravilla del universo, la grandeza, armonía, orden y perfección de sus leyes y estructuras y también ante la fuerza impresionante de la naturaleza. Natural es concluir que el COSMOS (la palabra "COSMOS" significa "orden" ) supone una perfectísima inteligencia ordenadora de un Ser extra-cósmico, superior a todo cuanto vemos, Principio y Fin del universo.

LA ENSEÑANZA DE LOS SANTOS PADRES

Los antiguos Padres de la Iglesia tienen también como testimonio de la existencia de Dios y de su gobierno providencial, la perfección y belleza del universo visible, desde el que para todos resulta fácil el conocimiento de Dios. Así por ejemplo, escriben: "(todo hombre) ilustrado por la simple visión de la belleza de las cosas, puede llegar hasta Dios" ; "Nosotros alabamos al único Dios, al que todos naturalmente conocéis"; "en todos los hombres hay un cierto conocimiento de Dios, naturalmente inscrito", etc.

Los antiguos se admiraban sobre todo de la grandeza del universo, así como del impresionante aspecto y poder del rayo y demás fuerzas naturales. Se daban cuenta de que encerraba un misterio que habla de la existencia de un Ser misterioso, pero real, el Sumo Hacedor, autor magnífico de la causa de sus asombros.

FACILIDAD ACTUAL PARA EL CONOCIMIENTO DE DIOS

Corren los siglos y llega un tiempo en que las ciencias naturales y la técnica se disparan en un progreso también admirable. Cosas que a los antiguos les parecían sobrenaturales, sustraídas a las leyes de este mundo, hoy nos parecen "lo más natural"; ya no parece necesario un ser "extracósmico", "trascendente" (más allá del mundo) para explicarlas: nos basta el conocimiento de las leyes o fuerzas "inmanentes" (que se hallan en nuestro mismo mundo). Así por ejemplo, el esplendor y capacidad destructora del rayo se explica por la convergencia de fenómenos naturales muy conocidos. Siempre se encuentra - se espera encontrar - una ley natural que explique lo que teníamos por "misterioso" o "sobrenatural". Ahora bien, ¿es justo esperar que las ciencias de la naturaleza disipen todo misterio?

La respuesta es negativa, al menos por dos razones:

1) Las ciencias no hacen sino desplazar el misterio. Cada vez que disipan un enigma, abren simultáneamente un montón de nuevos interrogantes. Pero acontece algo más:

2) Aún en la hipótesis de que pudiésemos dar explicación natural a cuanto sucede ante nuestra observación, conociendo muy bien todas las Leyes del cosmos, quedaría todavía por esclarecer el Origen de ese tejido espléndido de Leyes y fuerzas naturales. En efecto: toda hipótesis científica sobre el origen del mundo, como (por ejemplo) la de un átomo primitivo de donde se derivara el conjunto del universo físico, deja abierto el problema concerniente al comienzo del universo. ¿Ha surgido de la nada, del azar, o ha existido siempre?

De la nada, nada puede proceder, porque nada es. El azar, o no es nada o indica una causa desconocida: desconocida, pero causa. Por tanto, decir "el azar" no resuelve nada, deja abierto el problema, hay que seguir indagando.

¿Habrá existido siempre el universo? Los científicos se inclinan cada vez más a la hipótesis de un origen temporal. Pero no es absurdo pensar que haya podido existir siempre. Lo absurdo es pensar que se explique a sí mismo.

Además, la existencia del Ser que es por sí mismo es requerido no sólo para la explicación del origen del universo en su primer momento de existencia, sino para la conservación del mismo en cada instante, también el presente. En otro momento afrontaremos esta cuestión.



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