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Sor Eulalia Illanar Tejedor (Agustina Recoleta)

Autor: Sor Eulalia Illanar Tejedor
Categoría: Testimonios

Texto

Con profundo dolor y consoladora esperanza, he recibido la noticia de la muerte de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, a quien conocí en Madrid, hace cuarenta años. Soy religiosa Agustina Recoleta, y actualmente vivo en el Convento que tiene nuestra Orden en Requena, Valencia.

Cuando yo entré en el Convento de Santa Isabel, Madrid, en 1935, él era ya Rector del Patronato de Santa Isabel. Antes había sido capellán del Convento. Este Patronato atendía en sus gestiones y necesidades económicas al Convento de Agustinas Recoletas y al Colegio de las Asuncionistas.

Mis recuerdos son muy pobres, porque en esos años era novicia, y no tenía muchas ocasiones de relacionarme con el Rector, ya que eran las Madres las que hablaban con él para las distintas gestiones que tenían que hacer, y también las que asistían a la Santa Misa cuando la celebraba en nuestra Iglesia.

No tuve ocasión de hablar personalmente con Monseñor Escrivá por ser sólo novicia, pero por lo que oía comentar a nuestra Madre Priora y a las demás Madres, Don Josemaría llevaba a cabo la misión que le correspondía como Rector, con mucha dedicación e interés. Destacaba en las gestiones que tenía que supervisar sobre las necesidades del Convento, su gran sentido de la justicia que le hacía ponderar serenamente la necesidad de proponer o no al Patronato esas mejoras que se le sugerían; no pasaba por alto ni las cuestiones más marginales enterándose hasta el fondo de la importancia y trascendencia de todo.

Como Rector no tenía obligación de celebrarnos la Santa Misa, sin embargo solía hacerlo; celebraba con gran recogimiento y, porque sabíamos que era un deseo suyo, procurábamos que no se hiciesen ruidos que pudieran distraer su fervor. Nunca tardaba más de media hora, aunque tampoco menos. La Santa Misa no era para él una actividad más del día, era un acto esencial. Para los días de más fiesta, recuerdo que la Madre sacristana preparaba unos ornamentos más dignos que teníamos, como se prepara alguien para acudir a un acontecimiento de singular importancia. Dentro de la sencillez y cordialidad de su modo de actuar, cuando celebraba la Santa Misa resultaba siempre un acto de gran solemnidad.

Otro detalle que recuerdo que solía hacer él personalmente, era llevar la Sagrada Comunión a las enfermas. Aunque no era un deber suyo -correspondía más bien al capellán- gustaba de hacerlo por devoción a la Eucaristía.

Estábamos persuadidas de que Dios nos había colocado junto a un santo. Teníamos en el Convento una imagen del Niño Jesús a quien Monseñor Escrivá tenía mucha devoción y recuerdo que en distintas ocasiones nos lo pedía cuando iba a hacer su oración. Era de todas conocido -así me lo dijeron las Madres- que Monseñor Escrivá había recibido del Señor por medio de ese Niño Jesús, gracias especiales.

Meses antes de estallar la guerra civil española, en distintos momentos tuvimos que desalojar el Convento, y en esas ocasiones la Madre Priora, para evitar una profanación del Santísimo Sacramento, y dado que no había tiempo para que lo hiciese un sacerdote, llevaba consigo las sagradas Formas que quedaban en el Sagrario. Una de esas veces -no recuerdo la fecha con exactitud, hacia Mayo de 1936- estábamos refugiadas en un piso de la calle Princesa, nº 3, y me comentaron las Madres que había estado Don Josemaría a llevarse el Santísimo, y que ante la situación tan crítica en que nos encontrábamos, les había comentado que estuviésemos serenas, que nos podía pasar mucho o nada, pero que viviésemos siempre en presencia de Dios.

Después de la guerra, no sé exactamente a partir de qué fecha, Monseñor Escrivá ya no se ocupo más del Patronato; sin embargo había quedado en nuestros corazones un profundo agradecimiento Al llegar las Navidades de 1939, fui acompañando a la Madre Priora a llevarle un obsequio; vivía entonces Monseñor Escrivá en una casa en Lagasca esquina con Diego de León. Entramos por Lagasca y nos atendió una señora de unos 35 a 40 años. Enseguida llegó Don Josemaría, y recuerdo que en aquel momento entraban unos jóvenes en la casa y él se dirigió a ellos diciéndoles con mucho cariño: "Dios os bendiga". Ese saludo y el tono en que fue dicho no se me ha olvidado, porque me impresionó entonces el cariño con que los trató.

En aquellos años era todavía una persona joven, sin embargo, el recuerdo que guardo de él es el de un sacerdote con una gran personalidad, porte distinguido -usaba entonces manteo y teja- que teniendo mucha gravedad favorecía la confianza. Sabíamos -porque nos lo había dicho- de la fundación del Opus Dei en 1928, y de la Sección femenina de la Obra en 1930. Recuerdo también, los comentarios de las Madres sobre su gran piedad y amor de Dios, su celo por el bien espiritual de las almas, su respeto y veneración al Sacramento de la Eucaristía, su generosidad.

Aunque estos recuerdos son muy poca cosa -son muchos los años que han pasado-, y no todo lo precisos que me hubiera gustado, pensando en el bien de las almas que pueda seguirse de su Proceso de Beatificación y Canonización, me he sentido en el gustoso deber de ponerlos por escrito para que se utilicen, si es que pueden servir, en dicho Proceso.

Sor Eulalia Illanar Tejedor
Requena, 10 de octubre de 1975


Última modificación: sábado, 13 de septiembre de 2008 12:42

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