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OPUS DEI: documentos, artículos y
testimonios
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El fundador del
Opus Dei y la Madre Teresa. Artículo recomendado ![]() ![]() Por Brian Kolodiejchuck, M.C., Postulador de la causa de canonización de la Madre Teresa de Calcuta |
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Autor: Sor Engracia Echeverría
Categoría: Testimonios
Nací el 16 de abril de 1876 e ingresé en la Comunidad de Hijas de la Caridad el día 24 de diciembre de 1894. Un periodo de mi vida transcurrió como Superiora de la Comunidad que atendí, desde enero del año 1925 hasta el día de Santa Marta de 1936 en el Hospital del Rey de Madrid. Este Hospital estaba dedicado a todos los enfermos infecto-contagiosos en la etapa heroica en que se desconocía aún el uso de los antibióticos. Predominaban los tuberculosos. Conservo con toda lucidez los recuerdos de aquella etapa, no sólo en cuanto a fechas, sino en lo que atañe al matiz y categoría de las personas y acontecimientos que cruzaron por ella. Es por esto por lo que deseo testimoniar acerca de la persona y actividades apostólicas que en este Centro Sanitario de enfermos infecciosos desarrolló Monseñor Escrivá de Balaguer y Albás, Fundador del Opus Dei.
Unos años antes de dar comienzo, en 1936, la Guerra civil española, ya había mucho malestar en el ambiente. El presupuesto que existía en todos los establecimientos que requerían la presencia del Clero, fue abolido. El Director de nuestro Hospital, Dr. D. Manuel Tapia, era un hombre de gran talla moral, muy honrado y muy respetuoso y muy sano. Pero poco informado en los deberes de cristiano. Jamás se opuso, sin embargo, a cuanto determinara como Superiora de la Comunidad. A pesar de ello, yo no tenía con él la misma libertad que con aquellos que sabía abiertamente católicos. Pero siempre se portó muy bien. Y así al desaparecer el presupuesto para el Clero, nos llamó para que, de nuestro estipendio que había sido aumentado recientemente como trabajadoras en los Hospitales, restásemos una cantidad para costear los gastos de un sacerdote que siguiera atendiendo espiritualmente a los enfermos del Hospital. Y yo así lo hice, porque sabía que los pacientes tenían derecho a recibir los Sacramentos y la ayuda espiritual necesaria.
Por esa época nos quedamos sin capellán y en esas circunstancias, se presentó ante mí D. Josemaría Escrivá de Balaguer, por entonces era un joven sacerdote que apenas contaría con treinta años de edad, y me dijo que no me apurase por no tener ya Capellán oficial. Que de noche y de día, y a cualquier hora que fuese, y bajo mi responsabilidad, debía llamarle según fuera la gravedad del enfermo que pedía los Santos Sacramentos.
Creo que dejó algún teléfono que fue repartido entre las Hermanas de cada planta del Centro Hospitalario para que cumplieran este encargo.
D. Josemaría Escrivá era Director Espiritual de D. José María Somoano, un joven sacerdote asturiano, que poco más tarde vino también a ejercer la función sacerdotal como capellán extraordinario del Hospital. Vivían en una casa de la carretera de Francia, bastante cerca del Hospital y, desde allí, acudía a cualquier llamada de día o de noche, D. José María Somoano quería mucho y de verdad a D. Josemaría Escrivá. A partir de aquel momento, tuvimos a nuestra disposición para atender a los enfermos a estos dos sacerdotes a los que se sumó uno más, D. Lino Vea-Murguía que, en los años de la persecución, fue asesinado por los comunistas.
La atención espiritual de los pacientes continuó adelante, ya que, casi todos los que estaban graves, pedían la asistencia de un sacerdote.
Yo, con D. Josemaría Escrivá, hablaba lo preciso en estos casos, y de necesidad. Sé que por entonces estaba trabajando con algún alto Dignatario de la Iglesia. No sé si con el Señor Obispo de Madrid. Realmente no paraba ni tenía un cargo fijo. Era un persona que valía mucho y estaba a disposición y discreción del que lo necesitara. Así me pareció siempre a mí.
Por una causa inesperada, al poco tiempo, D. José María Somoano se nos murió casi repentinamente y en plena juventud. Todos lo sentimos profundamente porque era un gran sacerdote entregado a los enfermos. D. Josemaría Escrivá, que era su Director Espiritual, organizó y ofició los Funerales. El nos encargo que se preparase todo en la Capilla de Hermanas, ya que en estos asuntos no podíamos contar directamente con el Director del Centro.
D. Josemaría Escrivá era el alma del grupo de sacerdotes de aquella época. Y se le vio siempre, que era enormemente apostólico. A mi parecer, un verdadero santo.
Cuando yo le conocía, era joven, pero era ya muy sensato, muy serio y valiente. Muy valiente, en aquellos momentos en que hacía falta coraje y prudencia para imponerse a tanta oposición. No tenía aquel pesimismo que tenía yo y que tenían muchas de las Hermanas pensando que todo iba a sucumbir. Era un hombre valiente y muy celoso. Tenía mucho, mucho celo por la Gloria de Dios.
Y en todo lo demás, buen trato. Muy amable humanamente. No era demasiado austero ni demasiado amplio. Ni demasiado estrecho ni demasiado ancho. Era un hombre corriente pero en su mejor sentido. Como sacerdote me pareció siempre magnánimo. De lo más grande. No tenía más que mucho celo por las almas e iba a buscarlas allí donde le necesitaran. Al Hospital del Rey no tenía ninguna obligación de asistir. Iba porque se lo pedía su conciencia. Ese era D. Josemaría Escrivá.
Era muy, muy trabajador. Nuestro Hospital estaba entonces distante de la ciudad. Había oposición al clero por parte de la mayoría de las personas que trabajaban allí. Y D. Josemaría tuvo siempre una actitud serena pero enérgica. Se veía, desde entonces, que valía para gobernar. Era un hombre con gran serenidad para todo.
Cuando me he enterado de su muerte lo he sentido mucho, muchísimo... a pesar de que ya no le había vuelto a ver desde aquellos años. Pero su recuerdo ha quedado perfectamente claro en mí desde entonces.
Todos los que le tratamos le quisimos y a mí no me extraña, que se vaya a abrir el Proceso de Beatificación y Canonización de este sacerdote. No sólo no me extraña sino que yo siempre le tuve en concepto de santidad. Cuando estuvo trabajando en el Hospital era activo y delgado por el excesivo trabajo. Tenía siempre mucho trabajo. Era enormemente activo. Creo que este hombre, celoso de Dios y de las almas, merece ser contado entre los santos. Yo, desde luego, siempre le tuve por tal, y puedo decir que siempre le conceptué como un santo sacerdote. Porque vi, además, que en él todo su espíritu era atender el alma del enfermo. Que el alma del enfermo no quedase nunca sin ser asistida hasta el final.
Y, en aquella época, no se podía llegar a tanto si no se tenía muy hondo ese celo apostólico. Y gracias a este ejemplo hubo otras personas que colaboraron, incluso entre los seglares, entre el personal sanitario y las enfermeras, aún después de que fuéramos expulsados todos los sacerdotes y las Religiosas de los Hospitales.
Que en paz descanse Monseñor Escrivá de Balaguer. Creo firmemente que ha está en cielo gozando de Dios. Y pido que remedie nuestra necesidad y nos ayude en todo, como lo hizo siempre.
Y no solamente a mí me pareció su actuación la de un hombre santo, sino que también a otras Hermanas de la Comunidad que tuvieron más contacto con él a través de los enfermos y del culto en nuestra Capilla de Hermanas de la Caridad. Creo que Sor Isabel Martín y Sor María Casado podrían testimoniar lo mismo o más y mejor aún que yo.
No puedo desplazarme para hablar con ellas, pero pueden decirles de mi parte, y con la misma responsabilidad que se lo hubiera dicho en otro tiempo, que yo pediría su Canonización enseguida. Me gusta y me gustó siempre muchísimo su actuación ante Dios y ante los hombres.
He querido testimoniar mi recuerdo claro y mi opinión de Religiosa y Superiora, en aquel tiempo, de la Comunidad de Hermanas de la Caridad, para que, a mayor Gloria de Dios sirva para que la vida y la obra de un hombre de Dios, sacerdote de los enfermos y fundador del Opus Dei, pueda ser contada entre el ejemplo de los santos.
Sor Engracia Echeverría Nagore
Pozuelo de Alarcón (Madrid), 14-VIII-1975
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