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OPUS DEI: documentos, artículos y
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El fundador del
Opus Dei y la Madre Teresa. Artículo recomendado ![]() ![]() Por Brian Kolodiejchuck, M.C., Postulador de la causa de canonización de la Madre Teresa de Calcuta |
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Autor: Sor Isabel Martín Rodríguez
Categoría: Testimonios
Soy Hija de la Caridad desde hace más de cincuenta años. Mi vida ha transcurrido en el servicio de Dios y de todas las almas siguiendo el espíritu de amor por los enfermos y desvalidos que nos enseñó San Vicente de Paúl. Por ello, he tenido ocasión de convivir, muchas veces, el dolor y también la paz de los enfermos y de las personas que les atendían con su ciencia, con su dedicación con su Ministerio Sacerdotal.
Durante unos treinta años, interrumpidos solamente por la guerra civil española durante la que tuvimos que refugiarnos para huir de la persecución religiosa, presté mis servicios en el Hospital del Rey de Madrid. Éste era, y es aún, un gran Hospital dedicado a enfermos de carácter infeccioso. En aquellos primeros años de su apertura, en 1925, imperaban los pacientes afectos de Tuberculosis pulmonar, aunque también había otras muchas enfermedades representadas.
Llegué con una Comunidad de Hijas de la Caridad cuya Superiora era Sor Engracia Echeverría, una mujer muy espiritual, muy culta, muy entrañable y que hoy, a los 99 años de edad, conserva íntegras su energía de conocimiento y todas sus facultades mentales.
Allí, y durante un periodo que abarca los años 1928 a 1936, tuve la oportunidad de conocer a D. Josemaría Escrivá de Balaguer. A este sacerdote, le queríamos mucho, muchísimo. La razón de este cariño general era que él se daba generosamente a todos.
Era, además, muy espiritual y sabía entregarse a los demás con una enorme alegría. Yo le recuerdo siempre alegre. Si tuviera que destacar una cualidad de él, creo que me quedaría con ésta: la jovialidad el gozo que emanaba su persona.
Solía ir, casi siempre en domingo o día festivo, a oficiar la Santa Misa. Cuando hacía buen tiempo poníamos un Altar portátil en el jardín, en la explanada en que está ahora una estatua grande de piedra representando al Corazón de Jesús. Y allí, nos celebraba la Santa Misa.
Nunca supe por qué iba a aquel Hospital, ya que no tenía ningún cargo dentro de él y ninguna obligación de asistirnos. Supongo que su afán de darse a los demás le llevó hasta allí como a tantos otros sitios.
Recuerdo que era un hombre muy ameno, muy humano y muy espiritual. Y su imagen ha permanecido en mí de modo imborrable durante todos estos años ya que no le volví a ver después de 1936. Ahora mismo le recuerdo como si el tiempo volviera hacia atrás, a aquella época en que compartíamos el trabajo de almas del Hospital.
Yo, además de atender la Farmacia del Hospital del Rey, tenía a mi cargo todo el trabajo de la Capilla y de la Sacristía. Por este motivo tuve bastante relación con él. Y creo que tenía en mí mucha confianza. En una ocasión me regaló un libro escrito por él y que luego se ha publicado con el nombre de Camino. No lo conservo en mi poder porque se lo di a un familiar mío, religioso, pero lo leí detenidamente.
Hablaba yo siempre con él, de muchas cosas. Pero no de un modo poco natural, elevado... sino de cosas aparentemente corrientes, de la vida ordinaria de cada día. Era profundamente humano para comprender la importancia de los pequeños acontecimientos de cada jornada, al mismo tiempo, con su espíritu, lo elevaba todo continuamente a Dios. Nos decía: Tenemos que mirar para arriba, porque Dios está arriba, y Dios es nuestro Padre...
Era extraordinariamente simpático y nos alegraba la vida con su modo de ser. Estábamos deseando de que llegara, en aquella etapa de inseguridad y de probable y próxima persecución.
Nos compenetrábamos muy bien en todo cuanto se refiere al Culto de Dios porque tanto él como yo éramos muy exigentes con ello. Me gustaba prepararle muy bien los amitos, los purificadores, los ornamentos Sagrados. Separar lo que se utilizaba en cada fiesta y en los días de diario. Y atender este servicio con todo el amor y cuidado de que era capaz.
A mí me llamaba mucho la atención que un hombre tan joven, y en aquella época tan revuelta ideológicamente, fuera tan espiritual.
Vivíamos en un ambiente muy difícil ya que nos tuvimos que ir del Hospital después del 25 de julio de 1936. No recuerdo la fecha exacta. Fueron unos camiones de la Guardia Civil y nos sacaron del Centro en el que habíamos prestado nuestros servicios. Los años previos a este acontecimiento estuvieron gobernados por la última República española y hacía falta ser muy valiente para ejercer el Ministerio Sacerdotal. Pero D. Josemaría Escrivá no tenía respeto humano de nadie ni de nada. Era hombre con suficiente Fe sobrenatural y suficiente valor humano
No le vi nunca contagiarse de ningún espíritu de derrotismo. D. Josemaría no perdió jamás la serenidad. No hubo acontecimiento alguno que perturbase su alegría.
Cuando murió nuestro joven Capellán, don José María Somoano, D. Josemaría Escrivá empezó a ir con mayor frecuencia por el Hospital. Entonces pudimos conocerle más y darnos cuenta de que era un sacerdote extraordinario y no me canso de repetir que todos cuantos le conocimos le recordamos con gran cariño, Aunque no hayamos vuelto a verle.
Me alegro profundamente de saber que se va a iniciar la Causa de Beatificación y Canonización de Monseñor Josemaría Escrivá. Nuestro conocimiento de él creo que fue suficiente para darnos cuenta de que era muy humano, muy sobrenatural y de que ejercía sus funciones sacerdotales con entrega absoluta y santidad.
Yo no volví a saber ninguna noticia de D. Josemaría hasta después de varios años de haberse terminado la Guerra civil: tal vez hacia el año 1945. Me enteré de que era el Fundador del Opus Dei y no tuve más remedio que pensar: Pues a tal Señor, tal honor. Y siempre he comentado que el Opus Dei tiene que ser una Asociación de gente buena, generosa, alegre y de espíritu grande. Porque así era el alma de su Fundador y porque si no, no llegarían a pertenecer a ello. Porque creo que requiere mucha entrega vivir en el mundo dado por completo a Dios.
Algún miembro de mi familia, joven aún, frecuenta mucho un Centro del Opus Dei y todos estamos convencidos de que llegará a pertenecer a su espíritu. Entre otras cosas porque también es muy alegre, y, en ello, vuelvo a reconocer aquella jovialidad inalterable de su Fundador.
Todavía recuerdo con claridad cuando D. Josemaría Escrivá nos hablaba de Dios. aprovechando cualquier cosa, cualquier momento del trabajo, cualquier oportunidad. Todo lo llevaba a Dios: Hay que sufrir por Dios Hay que amar a Dios en nuestros hermanos. Hay que ver a Dios en el enfermo... Y todo con naturalidad. Sin aparentes misticismos de forma.
Y a los enfermos les decía lo mismo porque toda su vida era así. Yo me atrevo a decir que los convertía. He visto rasgos en él, que facilitaban esta conversión.
Yo no sé lo que hablaba con ellos pero hemos presenciado su transformación. Recuerdo a enfermas jóvenes, tuberculosas, que recuperaban incluso la alegría humana aunque fuesen conscientes de que iban a morir. Pero aceptaban la muerte sin tragedia, con naturalidad, con esperanza. Incluso cuidando su aspecto personal para tener la paz de no entristecer a los de alrededor y presentarse con gozo ante Dios. Y esto, eran matices del espíritu de D. Josemaría Escrivá. Yo he llegado a envidiar, desde mi juventud sana, a estas enfermas, por tanto amor y por tanta entereza. Desde luego D. Josemaría se ocupaba de que recibieran los últimos Sacramentos pero tenía además la virtud de infundirles una generosidad en la entrega, que también me llenaba a mí. Aquéllas no se dejaban achicar por la llegada de la muerte. Entiendo que, más tarde, muchas personas hayan comprendido su espíritu y hayan seguido su doctrina en el Opus Dei. Entonces no se hablaba aún de esta Asociación porque era muy poco conocida.
Yo, desde que supe que él era su Fundador, pensé que tenía que tener mucho espíritu de Dios y ser algo muy grande. Esto es lo que era él ya entonces: un hombre joven, muy joven, culto, inteligente, simpático, que era capaz de agradar a todo el mundo, como si hablase todos los idiomas de la tierra. Y que amaba profundamente a Dios.
No solamente yo sino otras Hermanas que le conocieron también durante estos años, podrán testimoniar lo mismo. Él visitaba todos los Pabellones ya que el sacerdote podía entrar a atender a cualquier enfermo aunque estuviese aislado rigurosamente por la infección. Se tomaban todas las precauciones, pero entraba. Todas testimoniarán alguna de las virtudes que más les llamaran la atención en D. Josemaría Escrivá.
Agradezco muchísimo que me hayan enviado una estampa de devoción privada para rezar por él y pedir favores por su intercesión. En esta época hubiera seguido haciendo bien este hombre de Dios. Habrá que seguir pidiéndoselo para que nos ayude desde el Cielo.
Firmo este testimonio que es una pequeña demostración de lo que la persona de Monseñor Escrivá de Balaguer y Albás significó para nosotros y para los enfermos a través de su entrega sacerdotal, humana, alegre, valiente y profundamente espiritual. Llena del afán de Dios sobre todas las cosas.
Sor Isabel Martín Rodríguez
Madrid, 16 de agosto de 1975
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