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OPUS DEI: documentos, artículos y
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El fundador del
Opus Dei y la Madre Teresa. Artículo recomendado ![]() ![]() Por Brian Kolodiejchuck, M.C., Postulador de la causa de canonización de la Madre Teresa de Calcuta |
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Autor: Sor María Jesús Sanz Zubiría
Categoría: Testimonios
Conocí a don Josemaría Escrivá de Balaguer en el año 1932. Yo acaba de llegar del Noviciado y fui destinada al Hospital del Rey de Madrid. Sor Engracia Echeverría, era la Superiora de la Comunidad durante aquellos años. Quería que pasáramos por todos los oficios del Hospital y esa es la causa de que yo no tuviera un mayor contacto con don Josemaría, ya que pasaba algunos meses en oficios de cocina y almacenes, que me alejaban un poco de las salas de enfermos.
Sin embargo, le recuerdo perfectamente. Nos venía a celebrar la Santa Misa casi todos los domingos y días festivos. Algunas veces, esta Misa se celebraba al aire libre, en el jardín, a pesar de que en la situación política de aquel momento, era mejor no hacer manifestaciones religiosas públicas. Rezábamos casi en oculto.
No recuerdo las palabras exactas de las homilías de sus Misas, pero sí, que me impresionaron profundamente. Invitaba a los enfermos a recibir los Sacramentos, a conservarse siempre en la Gracia de Dios, y se dirigía también a las Religiosas, a los empleados, a todos, para llevarnos al servicio de Dios.
Celebraba con gran fervor la Santa Misa. Era un sacerdote joven, de estatura regular, de buena presencia y ejemplar en todas las cosas. Su trato personal era de un agrado y de una educación excelentes.
No me ha sorprendido que se abra la Causa de Beatificación y Canonización. Cuando supe la noticia de su muerte, lo pensé enseguida. Porque siempre me impresionó como un hombre santo. Lo hubiera dicho ya desde entonces. Se le notaba en su juventud y alegría extraordinarias en el servicio de Dios. Y en el fervor, que impresionaba. Yo le veía actuar en el Hospital y pensaba: Este sacerdote es y lleva dentro algo grande.
Otra de sus características era el valor. Atravesábamos unos tiempos muy difíciles y él no tenía miedo a nadie ni a nada en el cumplimiento de su deber sacerdotal. Hablaba con mucha fe y con absoluta naturalidad. Y no era fácil ya que, a nosotras, nos apedreaban frecuentemente cuando veníamos al Hospital; a don Lino Vea-Murguía, otro sacerdote que venía con don Josemaría Escrivá de Balaguer, le fusilaron en el año 1936 y en el ambiente del Hospital lleno de mítines y reuniones políticas era cada vez más difícil ejercer una función religiosa.
Don Josemaría venía porque era valiente, muy valiente. Le interesaban los enfermos, le importaba la Gloria de Dios y venía en su busca.
Por los años 1935 y 1936, fusilaron al señor párroco de esta zona y a los dos maestros. También a un practicante del Hospital. Pero él siguió viniendo hasta que nos expulsaron.
Venía a celebrar en una Capilla improvisada que habíamos instalado en un salón de la Comunidad, con un altar portátil. En el retablo solamente estaba una imagen de la Virgen Milagrosa. Llevaba la comunión a los enfermos.
Los sábados venía a confesar a los pacientes que estaban en el Hospital. La mayoría de estos eran tuberculosos jóvenes ya que el Hospital estaba destinado a enfermos infecciosos. En aquellos años no existían los antibióticos y la tuberculosis era una enfermedad muy grave. Con un serio peligro de contagio. Los pacientes tenían hemoptisis frecuentes y la contagiosidad era alta. También en eso, conocía la existencia de un peligro importante que nunca tuvo en cuenta.
Cuando venía a confesar y ayudar, con su palabra y su orientación, a nuestros enfermos, les he visto esperarle con alegría y con esperanza. Les he visto aceptar el dolor y la muerte con un fervor y una entrega, que daban devoción a quienes les rodeábamos. Y creo a que esto se debía a la asistencia sacerdotal y a la unción de su palabra. Hizo un bien inmenso en este Hospital.
Las hermanas de la Caridad, comentábamos, que les ayudaba a subir al cielo, a estos enfermos jóvenes, así en palmitas. Con aquel don y aquel atractivo que sabía poner en las cosas de Dios.
Hubiéramos querido tenerle aquí muchos años, pero no pudo ser. Después de la Guerra española, he seguido las noticias de su labor apostólica. La creación de la Universidad de Navarra. Y todo cuanto ha hecho referencia a su muerte. Así, casi al pie del altar, de pronto y sin dar la lata. Como él lo había pedido.
Creo que sacerdotes de esta talla le hacen falta a la Iglesia en todo tiempo, pero especialmente ahora. Y pido al Señor que nos los envíe. Y que ellos sepan corresponde a la Gracia como lo hizo Monseñor Escrivá de Balaguer.
Deseo testimoniar que fue un hombre de Dios ejemplar en todo, alegre, muy alegre, valiente y piadoso que nunca supo ni quiso hacer otra cosa que llevar a todas las almas a Dios.
Y también, que, a través de su recuerdo, he seguido con cariño su apostolado y la extensión del Opus Dei, sabiendo que en ello habría puesto todo su afán de santidad y de Gloria de Dios.
Solamente ver cómo se ha extendido por todo el mundo el Opus Dei y el bien que hace, me mueve a creer que este hombre ha de llegar pronto a los altares y así lo pido para gloria de Dios y bien de la Iglesia.
Sor María Jesús Sanz Zubiría
Madrid, 26 de agosto de 1975
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