(Oscuro. Se oyen disparos y una fuerte explosión. Silencio. Sube la luz
lentamente. Trinos de pájaros.)
LUIS.-
Ha sido fuerte la explosión, ¿verdad?
BENITO.-
Y que lo diga. No había escuchado nada igual en toda la guerra. Y eso que ya
llevamos tiempo en esto.
LUIS.-
Ha debido de ser uno de esos obuses nuevos que han traído del extranjero.
BENITO.-
Quite, quite, que me parece que ha sido mi cañón, que de puro viejo iba que
reventaba.
LUIS.-
Pues he de reconocer que ha sido de lo más inoportuno, por lo menos en lo a
que nosotros dos respecta.
BENITO.-
Y para alguno más que habrá por allí tirado. Pero ya sabe lo que es el
ejército: dices una cosa y ni caso. Y mejor que nos haya reventado -el cañón
digo- que encima luego te echan las culpas.
LUIS.-
Ya me imagino. En nuestro lado ocurre lo mismo. (Silencio. Sigue fumando.)
BENITO.-
Pues, la verdad, no es esto como yo me lo imaginaba.
LUIS.-
¿La guerra?
BENITO.-
No, esto. No parece que ocurra nada especial.
LUIS.-
Cierto. No tiene usted aspecto de cadáver.
BENITO.-
Tampoco son sus pintas las de un muerto. Porque, ya me dirá, no creo que en su
lado luchen con ese traje elegantón. Y además fumando.
LUIS.-
Es mi pipa favorita.
BENITO.-
Pues eso digo: y yo aquí, endomingado, como cuando iba a pasear con mi señora.
LUIS.-
Ya. Sin duda tenemos aún el cerebro caliente; supongo que eso nos dará
sensación de vida durante varias horas.
BENITO.-
¿Y si después hay..?
LUIS.-
No se preocupe por eso. Lo que ocurra después pronto lo veremos.
BENITO.-
¿Tardará mucho?
LUIS.-
Depende. Quizá nos hayan enterrado ya; eso hace que todo vaya más rápido.
BENITO.-
¿Y usted cómo sabe todo eso?
LUIS.-
Algo he leído
BENITO.-
¡Qué suerte tiene! Yo antes de que empezara esto me pasé toda mi vida en la
tienda. No he podido estudiar ni aprender nada. Apenas sé leer.
LUIS.-
De todas formas, no debe inquietarse por eso. Para charlar un rato no hacen
falta muchos conocimientos.
BENITO.-
No crea usted, que hay algunos de los suyos... Pero con usted da gusto. ¡Si
hasta parecemos del mismo bando!
LUIS.-
Mientras no hablemos de la guerra...
BENITO.-
¡Ni maldita la falta que hace! Pues ya podrían los demás hacer como nosotros.
Que al fin y al cabo, ¿para qué necesitamos hablar de esas cosas?
LUIS.-
Ciertamente, he de reconocer que no le falta razón.
(Pausa. Da unas bocanadas a su pipa.)
Por cierto, ¿qué vendía en su tienda?
BENITO.-
Telas. "El Triunfo Parisino" se llamaba. ¿La conoce?
LUIS.-
Sí. Estaba cerca de mi casa. Pero siempre me pareció un nombre muy raro para
una tienda de telas.
BENITO.-
Es que al jefe siempre le gustó París, ¿sabe? Me parece que hizo la luna de
miel por allá, o algo así. Cosas de ricos.
LUIS.-¿Y
lo del "triunfo"?
BENITO.-
No lo sé. Pero la verdad es que de poco le ha servido: le tuvimos que... Y a
su mujer también.
LUIS.-
(Incorporándose; se empieza a enfadar.) ¿Pero es que les hizo algo
malo?
BENITO.-
Bueno, ya sabe usted... Como empezó todo esto...
LUIS.-
Ya veo que ustedes son todos iguales. ¡Así no se puede convivir!
BENITO.-
¡Oiga! Pero, ¿qué va hacer? ¿No ha dicho que sólo
teníamos que esperar un rato para...?
LUIS.-
¡No importa! Es cuestión de principios: voy a por mi pistola.
BENITO.-
¿Conque esas tenemos? Pues espere, que en este lado también las gastamos
buenas.
(Oscuro. Se oyen dos tiros.)

|