Lucanoradas
"Don Martín, don Gaspar, don Illán"

Adaptación de tres apólogos de "El conde Lucanor"

 

Javier Sánchez-Collado ©
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DON MARTÍN

 

Hombre.             ¡Dios mío! ¿Cómo he podido hacerlo? He perdido todo. Un golpe de suerte bastaba... ¿Cómo ha podido Dios consentir esto? ¿Cómo lo ha podido permitir? (Se pone de rodillas.) ¡Dios mío, Dios mío! (Se levanta y empieza a caminar. La luz nos muestra a un señor sumamente elegante, sentado en un banco. Lee con tranquilidad el periódico. A sus pies, el maletín. Ante el extraño comportamiento del hombre, le mira por encima de las gafas.)

Don Martín.      ¿Le pasa algo?

Hombre.             No. Déjeme en paz.

Don Martín.      Si me cuenta qué le pasa, tal vez pueda ayudarle a...

Hombre.             (Cortante.) No lo necesito. Ahora nadie puede ayudarme.

Don Martín.      Yo sí. Pero tampoco necesito que me cuentes lo que te pasa: no debiste apostar al veinte. No... tantas veces.

Hombre.             O sea, que me ha visto usted en el casino. Y encima viene aquí con tono de guasa.

Don Martín.      No me hace falta mirar mucho para saber esto. Veinte años de casados... Número veinte.

Hombre.             ¿Y quién le ha dicho...?

Don Martín.      Pero reconoce que tenía razón.

Hombre.             Sí, he apostado al veinte, porque...

Don Martín.      No es eso. Tenía razón tu mujer: no debías haber venido.

Hombre.             (Tras una breve pausa.) No.

Don Martín.      Ahora ya no puedes volver

Hombre.             ¿A jugar? Por Dios que nunca más...

Don Martín.      (Continuando la frase.) Que nunca más volverás a casa. Ella fue muy clara en eso.

Hombre.             Pero, ¡por Dios! Esto se tiene que arreglar de algún modo. (Se pone de rodillas.) Le juro que esta ha sido la última vez. Me tiene que perdonar. ¡Ay, Dios mío, Dios mío!

Don Martín.      ¡Deja ya de decir esa dichosa palabra!

Hombre.             Por Dios que...

Don Martín.      ¡Que la dejes he dicho! Ponte de pie. (Breve silencio.) Y vamos a hablar de negocios.

Hombre.             ¿De negocios? Ya está bien de tomarme el pelo. ¿Se puede saber de una vez quién es usted para...?

Don Martín.      (Le corta con una carcajada, que no tiene que ser mefistofélica.) ¡Ah! ¿Cómo? ¿Aún no lo sabes? Soy...

Hombre.             Por lo que adivina... ¡el demonio! (Dice esto riéndose, pero se da cuenta de lo que acaba de decir.) Eso no puede ser (Muy asustado.)

Don Martín.      ¡Claro que no, hombre! No tienes nada que temer. Soy el diablo... de los negocios, claro.

Hombre.             ¿Pero qué tengo yo que ofrecer?

Don Martín.      Nada, pero basta con que confíes en mí. Y ahora sí que ganarás dinero.

Hombre.             Pero ¿cómo voy a ganar dinero si ya estoy viejo y no tengo nada que invertir?

Don Martín.      Bien. Es cuestión de cambiar de método. Toma esto (Le da una tarjeta.) No habrá puerta que no puedas pasar.

Hombre.             Pero, ¿me está proponiendo robar? Eso es imposible. Yo no podría...

Don Martín.      ¿...Correr ese riesgo? Ya te he dicho que hay que ser algo diablo en los negocios. Basta con que llames a don Martín en cualquier apuro que tengas. Yo te sacaré de todo trance.

Hombre.             ¡No lo haré! Todavía puedo pensar alguna cosa.

Don Martín.      (Encogiéndose de hombros.) Tienes razón. En invierno las noches no son tan crudas como dicen.

Hombre.             ¡Váyase al infierno! (Se sonríe don Martín.) Iré a ver a mi mujer.

Don Martín.      ¿Sin dinero? Sólo te pido que confíes en mí. Recuerda: si tienes un problema, llama a don Martín. (Se va.)

Hombre.             (Lee entre dientes la tarjeta que le acaba de entregar.) Sociedad Anónima Tan. "Ese, a, tan". ¡Tiene razón ese señor! ¡Algo hay que hacer, con don Martín o sin don Martín! (Desaparece por la derecha, llevando en la mano la tarjeta. Se escucha la voz del hombre que grita.) Abran. Vengo de parte de "ese, a, tan". (Se oye un ruido y sale el hombre con una pequeña bolsa.) Ya se ve que don Martín no engañaba. ¡Esto no ha hecho más que empezar! ¡Y no pararé hasta que tenga millones! ¡Viva don Martín!

                                    (Se va. Oscuro. Sin embargo no hay interrupción en la escena: la unión entre ambas es la voz del hombre que grita "don Martín", cambiando el tono: al acabar la escena anterior es jubiloso, mientras que ahora es un grito de ayuda. Cuando vuelve la luz, dos policías sujetan al hombre, con mucho mejor porte que en la anterior escena.)

Hombre.             ¡Don Martín!

Don Martín.      Tranquilo. Ya ves que no he tardado nada. (Al policía.) Siento mucho este error, agente.

Policía 1.            Disculpe, señor. No sabíamos que la casa era suya.

Don Martín.      Sí, es una vieja propiedad que posee... mi empresa, desde hace ya mucho tiempo. Pero no le dé más vueltas. No tiene mayor importancia.

Policía 2.            Verá usted: como ha habido tanto robo estos últimos días... Alguien le vio y...

Don Martín.      Han hecho muy bien. Pero no se preocupen más: tengan mi tarjeta. Este hombre es un gran amigo mío.

Hombre.             Sí don Martín.

Don Martín.      Han cumplido ustedes con su obligación. Y confiemos en que esos ladrones abandonen ya su triste oficio.

Policía 1.            No, esos no pararán...

Policía 2.            Mientras no tengan todos los millones que quieren. (Se marchan leyendo la tarjeta. Se les oye comentar mientras se alejan algo así como: -."S. A. Tan". ¿De qué será esta empresa? -Algo de tanatorios o de muertos.)

Don Martín.      Veo que has prosperado. Vas muy bien vestido.

Hombre.             Sí, ahora no me falta dinero. Pero pensaba que ya se había acabado todo.

Don Martín.      Sabes que sólo tienes que seguir confiando en mí. (Se va.)

Hombre.             ¡Claro que seguiré! (Mirando la tarjeta.) Mientras Tenga esto en mis manos, claro que seguiré. ¿Por qué no abrir otra puerta?

                                    (Oscuro. Se oye una puerta metálica que se abre y, pesadamente, se cierra. Cuando vuelve la luz, encontramos la escena en la celda de una cárcel. Bastará con muy pocos elementos: un banco, en el que está el hombre sentado, y el ruido de una reja que indica la llegada de dos visitantes del preso.)

Hombre.             (Mira al suelo. Está hablando para sí, sin percartarse de la llegada de don Martín y el carcelero.) ¡Don Martín! No debía haberle hecho caso. No debía...(Ve a los que acaban de llegar.) ¡Don Martín!

Carcelero.          (A don Martín.) ¿Es este?

Don Martín.      Sí, muchas gracias.

Hombre.             ¡Don Martín! (Se abalanza sobre él.) Pensé que ya no llegaba. Hace varios días que intento localizarle...

Carcelero.          Tranquilo amigo (Sujeta al hombre antes de que llegue a don Martín, temiendo que le vaya a hacer algo.)

Don Martín.      (Al carcelero.) No se preocupe. Todo ha sido un malentendido (Le da unos papeles.) Un pequeño error burocrático.

Hombre.             ¡Pero cuánto ha tardado!

Don Martín.      Lo siento. Pero he tenido unos negocios pendientes y me ha sido imposible acudir antes. Pero aquí estoy , ¿no?

Carcelero.          Tienes suerte, amigo. (Le quita la cadena.) Esto tenía muy mala pinta.

Don Martín.      Pero ya está arreglado. Tenga mi tarjeta. (Se la entrega al carcelero, que se marcha leyéndola en voz baja. Los demás carceleros se llevan el banco y los otros elementos de la celda. Mientras tanto aparecen diversos paseantes, barrenderos, etc. que colocan una farola, un árbol y algún otro elemento callejero que sitúa la escena en la calle. Don Martín y el hombre permanecen en el mismo sitio, sin interrumpir su diálogo.)

Don Martín.      Oye, llevabas ya mucho tiempo sin llamarme. Veo que van bien las cosas.

Hombre.             Sí; aunque esto... Pero gracias a Dios ya estoy libre.

Don Martín.      ¿Gracias a...? ¿Aún no te has dado cuenta de quién te ayuda? (Al terminar esta frase, debe haber desaparecido ya.)

Hombre.             ¡El mismo demonio! (Se ríe.) Y con esta ayuda (Coge la tarjeta.), no pienso sentarme aquí y esperar.

                                    (Se sienta en el banco que hay al fondo de la escena. Oscuro en el resto del escenario, iluminando sólo al hombre. Es su banquillo de acusado. Mira al público, que es donde está el juez, cuya voz se oye por los altavoces de la sala. Lo mismo ocurre con las otras voces: los murmullos, el abogado defensor...)

Voz del Juez.    ...De todo lo cual queda declarado culpable, por lo que se le condena a la consiguiente...

Hombre.             ¡Avisen a don Martín! (Murmullos en la sala del juicio. El hombre sigue musitando.) No debía haber confiado en él. No debía...

Voz del Juez.    ¡Silencio!

Hombre.             ¡Avisen a don Martín! ¡A don Martín!

Voz del Juez.    (Golpeando con el martillo.) ¡Silencio o le expulsaré de la sala! (Cesa el murmullo y sigue.) Por lo que se le condena a la consiguiente...

Don Martín.      (Entrando bruscamente. Queda también iluminado.) ¡Disculpe su Señoría! Pero no he podido acudir antes a los requerimientos de la defensa.

Hombre.             ¡Don Martín!

Don Martín.      (Sin hacer caso al hombre, se dirige al juez.) Sencillamente podrá comprobar en estas fotos y documentos cómo la identidad del acusado no coincide con la que señalan los testigos. (Siguen los murmullos, más fuertes. Tras una breve pausa, prosigue.) Con su venia. (Aumentan los murmullos mientras salen, tal y como indica la luz y las voces de fondo, que se van mitigando.)

Hombre.             ¡Creía ya que iba a morir! ¡Me iban a condenar a muerte! ¿Por qué se ha retrasado tanto? Tenía ya la soga al cuello.

Don Martín.      Los negocios no se solucionan cuando uno quiere... Pero se solucionan. ¿Acaso he defraudado tu confianza? Cada vez eres más rico. Lo demás, ¿qué importa? (Desaparece de escena..)

Hombre.             Eso es fácil decirlo, pero...(Mira la tarjeta. Se ríe.) Sería muy tonto si no me aprovecho de una ocasión como esta. Aún no es tiempo de retirarse, si se tienen buenas cartas.

                                    (Cambia la luz y entran unos personajes que empiezan a montar un patíbulo.)

Juez.                         (Vestido con toga, de modo que se reconozca fácilmente que es el juez.) Hoy mismo se ejecutará la sentencia; en cuanto la horca esté dispuesta.

Hombre.             ¿Por qué no han avisado a don Martín? ¡Necesitaba una defensa justa!

Juez.                         Da igual. Los últimos hechos son innegables, incontestables y, por tanto, inapelables. No pueden admitir otra interpretación. ¡Verdugo! ¿Está ya todo listo para la ejecución?

Verdugo.            Parece increíble, señor juez, pero no encontramos la soga por ninguna parte. Quizá podríamos retrasar la ejecución hasta que...

Juez.                         ¡Cómo? ¡Eso es imposible! Hay que cumplir la justicia.

Verdugo.            Pero señor, sin soga no...

Juez.                         ¡Silencio! Tiene que encontrar una cuerda enseguida: antes de que llegue la televisión. Hay que cumplir la justicia. ¡Que todo el mundo busque una cuerda!

Hombre.             (Musitando) ¿Por qué habré confiado en él? ¿Por qué?

                                    (Gente que cruza la escena mientras el hombre permanece de rodillas en el patíbulo. En medio del trasiego de personas aparece don Martín, vestido igual que antes, aunque embozado en una capa de corte moderno. Se acerca por detrás con un pequeño maletín en la mano.)

Hombre.             ¡Don Martín!

Don Martín.      Silencio.

Hombre.             ¡Don Martín, que me ahorcan! Sálveme. Tengo que salir de aquí. Hable con el juez.

Don Martín.      Eso ya no puedo hacerlo. Pero toma (Le da el maletín.): dale esto al juez y te bastará.

Hombre.             ¿Es dinero?

Don Martín.      No digas eso: el juez no podría aceptarlo.

Hombre.             ¿Pues qué le digo entonces?

Don Martín.      Dile... que es una aportación a la justicia de la ciudad. (Se va.)

Hombre.             Señoría.

Juez.                         ¡Silencio! Ya podías molestar menos y ayudarnos en la búsqueda.

Hombre.             No puedo moverme de aquí, Señoría. Pero si lo que la justicia necesita es una ayuda... aquí dentro puede encontrarla.

Juez.                         El soborno es algo que contraviene la ley.

Hombre.             Es una ayuda que no es justa, pero sobra: la maleta está llena.

Juez.                         En ese caso habrá que reconsiderar...

Hombre.             ...que tiene que sacarme de aquí cuanto antes.

Juez.                         (A todos.) ¡Un momento! No se puede hacer sufrir inútilmente al reo alargándole la agonía. Evidentemente, la falta de cuerda es un fallo administrativo.

Verdugo.            No es mi culpa, señor Juez. Créame: siempre he tenido todo dispuesto para estas ocasiones, pero hoy no sé lo que...

Juez.                         (Cortándole.) Un fallo administrativo, pues, que no debe imputarse al reo, cuya voluntad de morir ajusticiado es bien patente. Él ha hecho todo lo posible para que se cumpla la ley, y la ley debe ser benigna con él: creo que debemos aplazar la ejecución y revisar la sentencia a tenor de los últimos hechos.

Verdugo.            Pero, señor juez, la televisión ya está aquí para retransmitir la ejecución.

Juez.                         Eso no importa: nada debe influir en la justicia.

                                    (Murmullo de la muchedumbre, pues unos y otros comentan que "hay que revisar este caso", si "el Juez lo ha dicho, será por algo", etc. Mientras tanto, el juez se adelanta y lee para sí la tarjeta que tiene el maletín.)

Juez.                         "S.A.TAN". (Con tono algo burlón.) ¡Vaya!, qué gracioso. (Con gesto avaro abre la maleta. Ruido seco al golpear la maleta contra el suelo. El juez contempla indignado su contenido.)

Juez.                         ¡Una cuerda! ¿Qué más necesitamos? ¡Ahorcadle!

                                    (El gentío se abalanza sobre el hombre. Oscuro mientras se sigue escuchando la algarabía del pueblo y los gritos del reo, pidiendo ayuda a don Martín. Silencio. Luz débil y azulada que permite ver tan sólo la silueta del ahorcado y, al pie del patíbulo, inmóvil, la sombra de la muchedumbre cruza la escena la silueta de don Martín.)

Hombre.             ¡Ay, don Martín! Muero. ¿Por qué no me lo dijiste?

Don Martín.      Siempre hago lo mismo con los que confían en mí. ¿Acaso lo ignorabas?

Hombre.             Sí. No sabía quién eras.

Don Martín.      ¿No? (Risa.) Y ahora, ¿lo sabes ya? (Risa y desaparece. La escena sigue inmóvil. Ruido seco de ahorcamiento.)

 

TELÓN

 

 DON ILLÁN

 

                               (La acción se desarrolla a mediados del siglo XIX, en cierta ciudad castellana. La biblioteca de don Illán. No hay ningún mueble en la escena: el decorado son los actores mismos. En este momento varios de ellos forman un cuadro en el que se está coronando a un rey. Además de esto puede haber estatuas y baldas -actores que sujetan libros.)

 

 

  GRACIÁN

 ...Y esta es la biblioteca en la que mi señor trabaja.

 

  JOVEN

 ¡Qué libros! Seguro que tienen más de mil años... por lo menos este.  ¿Qué es lo que dicen las visitas de...?

 

  GRACIÁN

 (Cortante.) A casi nadie permite el señor pasar a esta sala; pero a nadie consiente que toque ni uno solo de sus libros: es lo que más le irrita.

 

  JOVEN

 (Dejando el libro que acaba de tomar.) Por supuesto, y hace muy bien. Aunque no creo que nadie se atreva. ¿No cree? ¡Vaya falta de compostura!

 

  GRACIÁN

 Debe tener en cuenta que si usted está aquí es por la vieja amistad que con su padre tenía don Illán. Así que le ruego que haga el favor de no alterar para nada el orden de esta casa.

 

  JOVEN

 ¡Ah! No se preocupe por mí. Creo que en esta habitación podría pasar horas enteras sin aburrirme, viendo tantas cosas antiguas. ¿No le da miedo a don Illán trabajar aquí, con tantos retratos y estatuas? Este enorme cuadro, por ejemplo, ¿a qué rey representa? ¡Menuda corona más rara lleva puesta!

 

  GRACIÁN

 Ya le he dicho que no debe alterar el orden de la casa... ni el mío. Espere en silencio.

 

  JOVEN

 Tiene razón. La verdad es que estoy un poco nervioso. Con todas esas cosas que se cuentan sobre don Illán... Aunque supongo que usted ya sabrá...

 

  GRACIÁN

 ¡Silencio! (El joven asiente nervioso. Pausa.) El señor ya se acerca.

                               (Entra don Illán, que parece no percatarse de la presencia del Joven: revisa su biblioteca, coge varios libros de un anaquel y se enfrasca en su lectura.)

 

    JOVEN

 Buenas tardes, señor. (Silencio breve.) Creo que uste conoció a... (Don Illán le mira secamente y la frase queda cortada.)

 

  DON ILLÁN

 (Tras un rato de pausa en el que sigue enfrascado en sus libros.) ¿A su padre?

 

  JOVEN

 (Intentando reanudar su charla.) Mi padre me decía que era usted un hombre muy...

 

  DON ILLÁN

 (Cortándole.) ¿Quiere decirme qué es lo que necesita de mí?

 

  JOVEN

 Quería conocerle... quería saber si sería posible que usted me...

 

  DON ILLÁN

 Mi único interés son los libros. ¿No se lo dijo su padre?

 

  JOVEN

 Sí, sí, claro. Pero también se dice que uste puede...

 

  DON ILLÁN

 ¿Y de verdad cree usted todo lo que se dice de mí?

 

  JOVEN

 No, pero... (Rápido, nervioso.) Si usted pudiera enseñarme a conocer el futuro... Yo le daría todo lo que me pidiera.

 

  DON ILLÁN

 ¡Qué poco talento!

 

  JOVEN

 ¿Es eso imposible?

 

  DON ILLÁN

 No, no es imposible. ¡Es una tontería!

 

  JOVEN

 Pero...

 

  DON ILLÁN

 Vamos a ver, joven. ¿Para qué desea usted saber nada del porvenir?

 

  JOVEN

 Vería...

 

  DON ILLÁN

 ¡Problemas!

 

  JOVEN

 Sin duda obtendría...

 

  DON ILLÁN

 ¡Temores!

 

  JOVEN

 ¿Y si lograra...?

 

  DON ILLÁN

 ¡Disgustos!

 

  JOVEN

 Pero me quitaría...

 

  DON ILLÁN

 ¡El sueño! Eso es lo único que se quitaría.

 

  JOVEN

 Pero señor. Usted sabe quién es mi tío: él posee un título nobiliario cargado de poder. Si yo lograra ocupar un día su puesto, tal vez llegue a ser una persona muy influyente. Si usted quisiera enseñarme...

 

  DON ILLÁN

 Pero eso de las magias y del futuro son cosas del pasado, superticiones tontas. En realidad, mi único secreto está en conocer a las personas, y eso requiere un esfuerzo. Conocer a las personas: ¿estarías dispuesto a aprender eso?

 

  JOVEN

 ¡Haría lo que hiciera falta!

 

  DON ILLÁN

 Y una vez que hayas alcanzado lo que quieres, ¿me agradecerás lo que he hecho por ti?

 

  JOVEN

 ¡Le daré lo que me pida!

 

  DON ILLÁN

 Palabras, palabras...

 

  JOVEN

 ¡Lo que me pida! Le aseguro que no me olvidaré de usted.

 

  DON ILLÁN

 Bien. En ese caso aprenderás todo lo que sé. Pero no olvides tu palabra. ¡Gracián! Prepara unas perdices para la cena de hoy.

 

  GRACIÁN

 ¿Unas perdices, señor?

 

  DON ILLÁN

 Sí. Unas perdices. Pero no las pongas a asar hasta que yo mismo te lo indique. Mañana mismo comenzaremos la lección en el jardín

                              

                               (Los actores que formaban el cuadro y el resto de la biblioteca desaparecen, poniendo antes unas cuantas macetas en la escena: es el jardín.)

 

  JOVEN

 ¡Gracián! ¿Cuándo dijiste que llegaba el correo a esta casa?

 

  GRACIÁN

 El señor sólo permite que llegue el primer día de cada mes. No disfruta con las visitas.

 

  JOVEN

 ¡Y si hoy no viene, estaré otro mes sin recibir nocticias! Mi tío, el marqués, ha enfermado, y heme aquí esperando, semana tras semana, sin poder ir a defender mis derechos.

 

  GRACIÁN

 Usted aceptó las condiciones del trato.

 

  JOVEN

 ¡Pero yo no sabía que iba a suceder esto durante mi ausencia! Pero si yo...¡Ah! Parece que alguien llega.

 

  EMISARIO 1º

 Al fin os encontramos, señor. Permitidnos que seamos los primeros en honraros.

 

  DON ILLÁN

 (Entrando.) ¿Qué es lo que sucede?

 

  EMISARIO 2º. (Al Joven.) El señor marqués, vuestro tío, falleció hace tres días y ha dejado dispuesto que sobre vuestra persona recaigan sus títulos y cuanto estos llevan consigo.

 

  JOVEN

 ¡Por fin!

 

  EMISARIO 1º

 Todo el mundo os aguarda en la ciudad para rendiros los honores que merecéis.

 

                               (El Emisario 1º da órdenes a diversos criados, que con una mesa y unas sillas transforman  el jardín en el despacho del nuevo marqués, al que visten ahora con una levita y un sombrero adecuados a su cargo. Todo esto sucede sin interrumpir el diálogo de los personajes.)

 

  DON ILLÁN

 Por lo que veo, te va a resultar muy fácil cumplir la promesa de gratitud que me hiciste en su día, ya que podrás ayudar a un sobrino mío, al que guardo mucho aprecio, y que precisamente vive en esa ciudad.

 

  JOVEN

 Le estoy muy agradecido, don Illán, pero le ruego que espere aún una ocasión más propicia, pues primeramente tendré que ganarme el favor de muchas personas antes de poder ayudarle.

 

  DON ILLÁN

 Ay, palabras, palabras...

 

  JOVEN

 Ya verá cómo no será así. En cuanto me halle en la ciudad, sentado a la mesa con todos mis secretarios, tendré tiempo de acordarme de usted.

                               (Desde la anterior intervención ya estaban sentados a la mesa los secretarios: son los propios criados que, tras disponer la escena, se han puesto algún sombrero o levita y charlan animadamente. El Joven se ha incorporado al grupo mientras decía las últimas frases. Sigue durante unos segundos el murmullo de la conversación.)

 

  EMISARIO 3º

 Señor marqués.

 

  JOVEN

 ¿Qué sucede?

 

  EMISARIO 3º

 El rey me envía a comunicaros que desea premiar los años años que habéis gastado a su servicio en esta ciudad, y os concede el título de conde, a la par que solicita que os trasladéis a la corte inmediatamente.

 

  JOVEN

 Dile que así se hará. (A sus secretarios.) En cuanto a mi anterior título de marqués, creo que es justo pedir que pase a poder de mi hermano, que tan buenos oficios ha demostrado durante mi estancia en esta ciudad.

 

  DON ILLÁN

 Señor, acordaos de lo que me prometisteis estando en mi vieja casa, y permitid que sea mi sobrino quien herede el título.

 

  JOVEN

 Ya he dicho que debería tener paciencia. Eso no es posible de momento, pero en la corte no faltarán ocasiones de favorecerle, si es que aún desea acompañarme.

 

  DON ILLÁN

 Ay, palabras, palabras...

 

                               (Dice esto mientras se marchan. Con las sillas se ha transformado la escena en el salón del trono, y los secretarios, sentados en las sillas, son ahora los nobles, que mantienen un murmullo grave. El chambelán se levanta, golpea el suelo con su bastón de mando, para imponer silencio, y continúa con su discurso.)

 

  CHAMBELÁN

 A la muerte del rey, considero que es inútil buscar un sucesor al trono fuera de aquel al que durante tanto tiempo hemos podido admirar en nuestra corte.

                               (Murmullos de aprobación y entra en escena el Joven.)

 

  UN NOBLE

 ¡Aclamémosle como rey!

 

 

  TODOS

 ¡Viva el rey!

(Uno de los nobles le pone una corona.)

 

  DON ILLÁN

 Majestad, acordaos de lo que os llevo pidiendo desde hace tantos años, y que ahora que sois rey no tendréis ninguna dificultad en concederme.

 

  JOVEN

 Ya te dije que debías aguardar el tiempo adecuado. ¡Deja ya de de importunarme con tus quejas!

 

  DON ILLÁN

 ¡Ay! Bien sabía yo desde el primer día que te conocí que no ibas a cumplir arriba lo que abajo prometías.

 

  JOVEN

 Si tan cierto era que podías conocer a las personas, no sé de qué te extrañas ahora: ¡embaucador!

 

  DON ILLÁN

 Dadme al menos algo de comida para que pueda regresar a mi antigua casa.

 

  JOVEN

 Proveete tú mismo. No quiero empezar mi reinado haciendo favores y miramientos.

 

  DON ILLÁN

 Pues en ese caso, tendré que decirle a Gracián que ponga a asar ya las perdices de la cena.

 

                               (Al decir estas palabras, vuelve a formarse la escena de la biblioteca de don Illán: desaparecen los muebles y uno de los hasta ahora nobles le quita la corona al Joven -pues esa es la misma corona que aparecía en el cuadro del rey- y vuelve a ser parte de la pintura original. Todo está igual.)

 

  JOVEN

 ¿Las perdices? ¿A Gracián? Pero, ¿qué sucede? ¡Si estamos aún en su casa!

 

  DON ILLÁN

 (Sin inmutarse.) ...Y, como te decía, mi único secreto está en conocer a las personas. Pero no creo que haga falta que empecemos mañana la lección.

 

  JOVEN

 Don Illán, yo... Sólo era un sueño.

 

  GRACIÁN

 Su sombrero, señor.

 

  DON ILLÁN

 (Ocupándose de nuevo de sus libros.) Puedes poner una perdiz menos en la cena, Gracián.

 

DON GASPAR

 

            (Por detrás del público, se escucha el ruido de un coche que se detiene  y  del que bajan dos personas.  El chófer -cargado de maletas-  y el joven chico se dirigen hacia su casa, a través del inmenso jardín -el patio de butacas.)

 

  JAIME

Date prisa. Aún puedo ver algo de televisión antes de que vengan mis padres.

 

  CHÓFER

 Pero señorito, yo llevo todas las maletas; y pesan mucho.

 

  JAIME

 Qué listo. Ya sé que las maletas pesan. ¿O qué  pensabas?

 

  CHÓFER

 No, pero como usted no lleva casi nada...

 

  JAIME

Sí. Con este calor no hay manera. Menos mal que el jardín es muy fresco.

 

  CHÓFER

Y grande.

 

  JAIME

 Pero eso no afecta a la temperatura. Depende del tipo de hoja que tengan los árboles. Lo acabo de estudiar en el colegio.

 

  CHÓFER

 ¿Y hace mucho tiempo que tienen sus padres esta casa

 

  JAIME

Es el segundo año que venimos a veranear. Es enorme, pero a mí no me gusta. Es muy vieja.

 

 

 

  CHÓFER

 Como yo. Así que voy a sentarme un ratito... El viaje ha sido muy largo. (Se sienta encima de las maletas, al pie del escenario.)

 

  JAIME

 Yo me voy a ver la televisión. (Sale corriendo).

 

  CHÓFER

 ¡Llévese aunque sea una de las maletas!

 

  JAIME

(Desde fuera) ¡No puedo! ¡Va a empezar!

 

  CHÓFER

 (Mascullando). Va a empezar, va a empezar. Dichosa televisión: ¡Siempre va a empezar algo!

 

  CHÓFER

 (Muy enfadado). ¡Eugenio! ¡Eugenio! ¡Siempre igual! ¡Ya ha terminado el programa! (Sale amenazador y golpeante)

 

  CHÓFER

 Pero señorito, ¿yo qué culpa tengo?

 

  JAIME

¡La culpa es tuya! ¡Te dije que tenías que conducir más deprisa y no me has hecho caso!

 

  CHÓFER

 Bueno, bueno, pero tranquilícese.

 

  JAIME

¡Siempre llegas tarde! Voy a decirle a mi padre que te eche.

 

  CHÓFER

 Pero señor...

 

 

  JAIME

¡Y ahora ya no sé que hacer! Me aburro, esto es aburridísimo... ¡y estoy aburrido!

 

  CHÓFER

 Mire, mire: escuche un momento y siéntese, por favor.

 

  JAIME

¡No me da la gana!

 

  CHÓFER

 Pero si este es un lugar estupendo. No puede usted decir eso con esta casa.

 

  JAIME

 ¡No me gusta! Y no sé por qué hemos tenido que venir aquí.

 

  CHÓFER

 No, claro: pero esta casa tiene algo muy especial.

 

  JAIME

 ¡No me importa!

 

  CHÓFER

 ¡Ah! Pero, ¿no sabe usted lo que cuentan que pasó...aquí mismo?

 

  JAIME

¡A ver!  Dime,  ¿qué pasó? Pero di lo que quieras. Esta noche se lo pienso contar todo a mi padre: Eres el conductor más lento del mundo.

 

  CHÓFER

 Chist. Silencio, no me interrumpa. Esta historia hay que escucharla en silencio... y sentado. (Se sienta  en las maletas.)

 

  JAIME

Pues yo quiero quedarme de pie. (Sube al escenario.)

 

  CHÓFER

 No importa. Un cuento se puede escuchar como se quiera.

 

  JAIME

No me gustan los cuentos. Es de de niños. ¿Ocurrió de verdad?

 

  CHÓFER

 Claro que sucedió... aquí en esta misma casa... había cierto chico un poco ...protestón. ¿Se lo imagina?

 

  JAIME

Pues claro. Tengo mucha imaginación ¿No lo sabes?

 

  CHÓFER

 Sí, ya veo. Pero vestían de otra manera. No llevaban gorras de esas... (le quita la gorra) y los trajes también eran un poco diferentes.

 

  JAIME

Pues qué cosa más fea.

 

  CHÓFER

 No me interrumpa. Sólo tiene que imaginárselo. El caso es que el chico ese tenía muchas personas que le servían y ayudaban (Salen un criado y una cocinera mientras dice esto, y le ayudan a ponerse la chaqueta, etc. de comienzos de siglo. Pueden poner también alguna mesilla, lámpara y demás elementos que nos sitúen en la nueva escena, en  un salón.)

            Pero siempre estaba gritando y trataba muy mal a todos los que...

  JAIME

 (A los sirvientes.) ¿Pero cómo no voy a gritar? ¡Si nunca hacen lo que les digo! ¡Traedme ya mi chaqueta!

 

  CRIADO

 Pero señor, si  ya está todo preparado y puede salir de casa cuando quiera: no se enfade.

 

  JAIME

¡Pues claro que me enfado! ¡Y cállate! (Le da un pequeño empujón). ¿No ves que aún no ha llegado el coche? ¡Voy a llegar tarde, como siempre! ¡Eugenio es el conductor más lento del mundo! Se lo diré a don Gaspar para que le eche de una vez.

 

  COCINERA

 No diga eso, señor. Me parece que el automóvil tenían algo que no funcionaba bien. Ya sabe  lo que son estos trastos modernos: es posible que se haya averiado y que esté Eugenio solo, sin poder hacer nada.

 

  JAIME

 ¡Da igual! La culpa es de Eugenio. Siempre le ocurre lo mismo, cada vez que tengo que ver a don Gaspar. Con lo que le enfada que alguien llege tarde. (Patada a la silla. Se oye un ruido de coche, mucho más viejo que antes, con sus explosiones características.)

Se va enterar. (Sale). ¡Eugenio! Vámonos inmediatamente. Siempre llegas tarde.

 

  CHÓFER

 (Aparece con atuendo más antiguo y llevando en la mano una manivela de coche de época). No conseguía arrancar: la manivela no giraba.

 

  JAIME

¡Eso se lo explicas a don Gaspar! ¡Vámonos!

 

  CHÓFER

Sí señor. (Salen los dos. Se oye el sonido del coche, que se aleja.)

 

COCINERA

¡Qué humor tiene hoy el señorito!

 

CRIADO

¿Hoy? ¡Como todos los días! ¡Si le cogiera yo un par de días...!

 

  COCINERA

 ¿Qué?

 

  CRIADO

 Que le iba a enseñar yo a agradecer las cosas.

            (La cocinera  y el criado  cambian levemene la escena: con algún cambio de la disposición de los muebles puede bastar.  Mientras tanto, hablan Jaime y el chófer , vestidos como al principio. Para "salirse de la historia" basta con que se pongan alguna indumentaria característica -p.ej. la gorra de Jaime- y que hablen al pien del escenario.)

 

  JAIME

 Pues no sé qué es lo que tenía que agradecer si todo es mío, o sea, suyo.

 

  CHÓFER

 No lo sé. Quizá se vean las cosas de otra manera.

 

  JAIME

 ¡Qué tontería! ¡Eso no importa nada! Todo se ve igual.. ¿Qué más da?

 

  CHÓFER

 Mire, yo de esas cosas no entiendo. Yo le cuento la  historia y nada más.

 

  JAIME

 Pues haces muy mal. No sé para qué cuentas cosas si no sabes lo que dices.

 

  CHÓFER

 Tiene razón, pero no me interrumpa más: es muy difícil continuar la historia.

 

  DON GASPAR

             (Está solo en la sala de estar, pero habla como si efectivamente  hubiera alguien sentado enel sillón, escuchándole.)

            Las once y veintitrés minutos, querido Jaime. Durante los años de permanencia en mi querida Prusia aprendí esto: a las once y veintitrés minutos deben tratarse las cuestiones familiares. En ese preciso momento la razón se ha independizado lo necesario para abordar las cuestiones prácticas con la autonomía precisa: aún no ha tenido tiempo la pasión cotidiana de ofuscar la necesaria libertad del espíritu. Las once y veintitrés; un momento concreto que el deber nos señala a todos. Pero continuemos con la cuestión que nos atañe.

            Sabes que desde hace tiempo tu educación está confiada a mi custodia, con el fin de que llegues a ser capaz de administrar la inmensa fortuna que heredarás en tu ya no lejana mayoría de edad.

 

  JAIME

(Llega jadeante). Don Gaspar, discúlpeme que haya llegado tarde. La culpa la ha tenido... (mira a Eugenio.)

 

  CHÓFER

 ...la dichosa manivela del coche, que no funcionaba.

 

  DON GASPAR

 ¡No me interrumpas! Hace dos minutos y dieciocho segundos que estoy conversando contigo, y no debemos interrumpir tan enjundiosa charla.

 

  JAIME

Pero, don Gaspar, si yo no estaba aquí.

 

  DON GASPAR

 Precisión, exactitud y, sobre todo, puntualidad: a esto nos impele el deber. Lo demás es anecdótico, efímero, circunstancial. ¿Qué añade a nuestro deber que estés o no presente mientras yo te hablo?

 

  JAIME

Sí, señor.

 

  CHÓFER

 Pero, don Gaspar, me parece que tienen que estar los dos, si de verdad quieren hablar.

 

  DON GASPAR:

 ¡Eso no afecta a la esencia misma del asunto! Además, te recuerdo que has de ser tú el que se pliegue a las normas universales de la razón, sin pretender que yo amolde mi conducta a tus usos meridionales. Tal es la labor que, como tutor tuyo tengo asignada. Quería comunicarte además que mañana, a las siete horas y diecinueve minutos, tras impartir la clase, habré de explicarte diversos asuntos referentes a las ya proximas tareas que deberás asumir. Como en otras ocasiones, acudiré yo mismo a tu casa. La clase durará setenta y cuatro minutos, a los que añadiremos uno más de descanso, pues también el cuerpor requiere solazarse.

 

  JAIME

¿Sólo...?

 

  DON GASPAR

 Solazarse, sí. De modo que mañana nos reuniremos a las... seis horas y cuatro minutos...

 

  JAIME

¡De la mañana!

 

  DON GASPAR

 Huelga decirlo.

 

  JAIME

¿Y si habláramos un poco más tarde?

 

 

  DON GASPAR

Imposible. En este punto la razón nos señala el deber de modo categórico. (Mira su reloj de bolsillo). No puedo demorarme más en esta cuestión: he de retirarme a reflexionar y necesito para ello absoluta soledad. No lo olvides: a las seis horas y tres minutos empezaremos.

            (La cocinera  y el criado  sitúan de nuevo la escena en la casa del joven.)

 

  VOZ DE JAIME

 ¡Y no hagas ruido!

 

  COCINERA

 (Saliendo de la habitación de Jaime con una bandeja de comida.) No señor. (Bajo, al criado ) No le ha gustado la cena.

 

  CRIADO

 ¡Qué le va a gustar! Siempre gruñendo.

 

  VOZ DE JAIME

 ¡He dicho que apaguéis ya la luz!

 

  COCINERA

 A ver si duerme bien esta noche y nos deja tranquilos, aunque sólo sea por un día.

 

  CRIADO

 Eso es imposible,y menos si tiene que madrugar... Ay, si yo le cogiera....Se iba a enterar de verdad de lo que son las cosas

 

            (La cocinera  apaga la luz. Se oyen seis campanadas y se ilumina de nuevo la escena.)

 

  JAIME

(Se asoma en pijama.) ¡Dentro de cuatro minutos vendrá don Gaspar! ¡Traedme la ropa! Tenían que haberme despertado antes. No quiero ni pensar lo que ocurrirá si vuelvo a llegar tarde. ¡Treaedme la ropa! ¡Y pronto! Tendré que decir a don Gaspar que les despida de una vez. ¡Ni un  minuto más!

            (Jaime se mete en su habitación. Suena de nuevo la campana del reloj.)

 

 

  CRIADO

 ¿Ha llegado ya don Gaspar?

 

  COCINERA

 En el minuto exacto, como siempre.

 

 

  CRIADO

 ¡Vaya horas para venir!

 

  COCINERA

 Pues ya llevan un rato hablando los dos en el salón, con esas jerigonzas que no hay quien las entienda.

 

  CRIADO

 ¿Y qué tal el humor de nuestro amito?

 

  COCINERA

 De lo más increible: ha dado las gracias cuando le llevé la ropa, y no ha dado ni una sola voz, ni siquiera cuando le he despertado... y hasta estaba sonriente.

 

  CRIADO

 ¡Un verdadero milagro!

 

  COCINERA

 Es como si se hubiera transformado en otra persona.

 

  CRIADO

 A ver cuánto le dura. (Salen.)

 

  JAIME

(Aparece por el patio de butacas, vestido con harapos). ¡Jamás se lo perdonaré! Nunca en mi vida me había levantado de tan mal humor. Una hora dando voces sin que viniera nadie. Y encima con esta porquería de ropa que he encontrado... Y cómo no: don Gaspar estará de nuevo hablando solo.

 

  DON GASPAR

 (Desde que salieron la cocinera  y el criado , don Gaspar pasea por el salón.) Y es que sin un método, sin orden, sin puntualidad, en una palabra, ¿qué se puede esperar de la vida? El caos y el desorden, nada más.

 

  JAIME

(Asomándose). Ya está con el eterno discurso.

 

  DON GASPAR

 Creo que ayer fui suficientemente claro en todo lo que te expliqué.

 

  JAIME

 Voy a tener que entrar.

 

  CHÓFER

 Afortunadamente, he visto que has entendido cuanto te dije y que hoy has llegado a la hora precisa. Confío en que así suceda en el resto de tus deberes y obligacones.

 

  JAIME

(Entrando.) Don Gaspar, siento mucho el retraso, pero es que...

 

  DON GASPAR

 (Sin mirarle.) Pero los temas de conversación que nos restan, deben ser tratados en la más digna de las habitaciones de la casa. Pasemos pues al salón contiguo (sale).

 

  JAIME

Ni caso. ¡Don Gaspar! ¿No podríamos seguir hablando aquí hasta que...?

my Pero ¿qué estás haciendo aquí?

 

  JAIME

¡Ah! Al fin te encuentro. ¿Por qué no me habéis traído la ropa esta mañana? ¿No ves cómo he tenido que vestirme? Y encima he llegado tarde a la reunión con don Gaspar, que lleva lo menos una hora hablando solo.. ¡Corre a traerme...!

 

  CRIADO

 (Le da un cachete.) Como si no tuviéramos bastante con los gritos de siempre. ¡Fuera de aquí, ladronzuelo!

 

  JAIME

¿Ladronzuelo? Ya verás: te voy a echar de la casa

 

  COCINERA

 ¿De dónde ha salido este pordiosero?

 

  JAIME

¿Quién, yo?

 

  CRIADO

 No lo sé, pero se encima tiene aires de grandeza.

 

  JAIME

¿Aires? Yo soy el dueño de esta casa. Y tenía que estar hablando con don Gaspar desde hace un buen rato

 

  CRIADO

 ¡Mira  qué listo! Pues sí que llevan ya un buen rato hablando los dos.

 

  JAIME

Eso es mentira. Don Gaspar está hablando solo, como siempre que llego tarde. ¡Esta broma me la vais a pagar!

 

  COCINERA

 Está completamente loco.

 

  DON GASPAR

 Y con esto espero haber dejados resueltos cuantos aspectos concernían a nuestra conversación. Mañana, de nuevo a las seis y cuatro minutos, podríamos...

 

  JAIME

¡Don Gaspar!

 

  DON GASPAR

 ¿Qué sucede?

 

  JAIME

¡Perdóneme que haya llegado tarde! Pero estos dos inútiles no me han dejado entrar.

 

  DON GASPAR

 No recuerdo haber quedado con nadie, aparte de con mi pupilo Jaime, aquí presente, (señala a su lado.) con el que acabo de terminar una muy interesante conversación.

 

  JAIME

¡Pero si yo soy Jaime! Olvídese de nuestro deber y deje de hablar solo. Yo estoy aquí. Qué manía.

 

  DON GASPAR

Lo siento, pero no es esta la hora para charlar con extraños.

 

  CRIADO

 Es un pobre loco, señor.

 

  COCINERA

 Dice que usted está hablando solo.

 

  DON GASPAR

 ¡Qué curioso!

 

  CHÓFER

 (Al sillón) Señor, el automovil está ya dispuesto; podemos salir cuando guste.

 

  JAIME

Pero ¡maldita sea! ¿Por qué nadie me hace caso?

 

  DON GASPAR

 Qué escena más deplorable.

 

  CRIADO

 Estás completamente loco

 

  COCINERA

 ¡Vete de aquí!

 

  DON GASPAR

 Voy a llegar tarde.

 

  JAIME

Dejadme (Se lanza hacia donde los demás suponen que está Jaime.) ¿No veis que no hay nadie? Yo soy Jaime? ¿No lo veis?

 

  CRIADO

 ¡Cuidado señor, le va a golpear!

 

  COCINERA

 ¡Es peligroso!

 

  JAIME

¡Malditos! Os echaré del trabajo a todos. Eugenio: déjate de cuentos ya. ¿No me reconoces?

 

  CHÓFER

 No señor.

JAIME

¡Déjate ya de cuentos!

 

  CRIADO

 Pues a ver si es verdad y basta de cuentos. ¡Fuera! (Le echan al pie del escenario.)

 

  COCINERA

 (Al  criado  en voz baja.) El señorito Jaime ha dicho que le demos algo de comer. Desde luego está desconocido.

 

  CRIADO

 Bien. Pero que se vaya. Puede ser peligroso.

 

  JAIME

(Abajo, poniéndose la gorra, se dirige al el chófer  que también ha bajado y se ha sentado de nuevo en las maletas, con la misma indumentaria que al principio.) Eugenio: ¡no hay quien entienda nada de lo que dices! Hablas pero que conduces.

 

  CHÓFER

 Es muy sencillo: alguien había  ocupado el lugar del chico, pero él era el único que no le veía.

 

  JAIME

Menudo cuento de cuento: ¿Y por qué ocurre eso, si puede saberse?

 

  CHÓFER

 Pues la verdad es que yo no...

 

  JAIME

Ya te he dicho que si cuentas una historia, tienes que saber lo que dices: ¿estaban locos?

 

  CHÓFER

 No, claro, pero...

 

  JAIME

¿Dormían?

 

  CHÓFER

 Quizás, aunque...

 

  JAIME

Porque no será esto un cuento de hadas.

 

  CHÓFER

 Pero si sólo se trataba de...

 

  JAIME

¡Basta! ¡No quiero que vengas con apariciones, ni con hadas, duendes o genios! ¡No quiero ninguna de esas tonterías!

CRIADO

 (Cogiéndole de las orejas, le sube al escenario; se le cae la gorra.)  ¡Mírale! Si todavía se entretiene en gritar.

 

  JAIME

¡Déjame en paz!

 

  CRIADO

 Claro, te voy a dejar como nuevo. (Le da unos cuantos pescozones.)

 

  JAIME

¡Pero si ahora no estaba haciendo nada!

 

  CRIADO

 (Fuerte) ¡Te he dicho que en esta casa no se grita! Ya lo puedes aprender si quieres seguir comiendo aquí.

 

  JAIME

Sí, señor

 

  CRIADO

 Y ya puedes agradecer que el señorito haya querido que te demos algo de comer estos días. Pero vas a trabajar como nunca. ¡Haragán! ¡Gandul! (Le da una fregona).

 

  JAIME

¡Eh! ¡Que  yo no voy a...!

 

  CRIADO

 ¿Qué dices? (Levanta la mano amenazador.)

 

  JAIME

Nada, de verdad... (Sale.)

 

  COCINERA

 Pobre pillastre: la verdad es que me da pena.

 

  CRIADO

 ¿Pena? ¡Qué va! ¿Has visto cómo en sólo dos días ha cambiado?

 

  COCINERA

 Pero si el pobre chico no está nada bien de la cabeza. Si hasta se cree que él es el dueño de todo.

 

  CRIADO

 ¡Pamplinas! Todos los chicos son iguales. Y con que me dejaran dos días al señorito Jaime, ya verías tú cómo le educaba yo.

 

  COCINERA

 Tú qué sabrás de eso.

 

  CRIADO

 Desde luego mucho más que don Gaspar. ¡Menuda educación que le está dando!

(Don Gaspar entra por detrás del criado, sin que éste se percate.) ¿Pero tú te has fijado en las cosas que hace don Gaspar?

 

  COCINERA

 (Intentando que se dé cuenta de la presencia de don Gaspar.) Sí: aquí mismo.

 

  CRIADO

 Sí, sí, aquí mismo: ¿has visto cómo está todo el día paseando y dando discursitos que nadie escucha?

 

  COCINERA

 No, yo no.

 

  CRIADO

 ¿Pero cómo que no? ¿No has visto nunca eso de (remedando a don Gaspar.) "la puntualidad: son las ocho y cuarenta y dos, y patatín y patatán" (Empieza a reirse a carcajadas, aunque el cocinero sigue paralizado.) ¿No te ríes? ¿Y cuando dice eso de "lo siento, tengo que retirarme: dentro de dos minutos me corresponde estornudar"? (Sigue riendo a carcajadas.) Ese sí que está completamente loco. Menuda cara de almendro se le pone, con todas esas palabrejas que emplea y que no hay quien entienda (le ve)... tan bien como él.

 

  DON GASPAR

 ¡Sinvergüenza! ¿Y esto lo entiendes? (propinándole algún que otro bastonazo.) A ti sí que te voy a dejar loco.

 

  CRIADO

 Pero Señor, no debe enfadarse.

 

  DON GASPAR

 ¡Me importa un bledo el deber! ¡Lo que yo debo te lo voy a pagar con creces!

 

  COCINERA

 ¡Pero señor! Que os va a ver el señorito Jaime.

 

  DON GASPAR

 ¡Pues que me vea! ¿No entiendes los principios universales de la razón? ¡Pues a golpe de palos te los voy a inculcar!

 

  CRIADO

 Si los entiendo ya, señor.

 

  DON GASPAR

 También este bastón es de almendro, por si no te basta con la razón.

 

  CRIADO

 Me basta, me basta. ¡Viva la razón! (Se va don Gaspar.)

 

 

  JAIME

(Vestido de nuevo con buenas ropas.) ¡Qué cambiado está hoy don Gaspar!

 

  CRIADO

 Ahora que lo dice...

 

  COCINERA

 Vaya tanda de palos

 

  JAIME

Pobre Fermín. Habrá que ayudarte algo más, mientras te recuperas.

 

  COCINERA

 Por cierto, que también usted ha cambiado  mucho últimamente.

 

  JAIME

(Mirándose la ropa.) Anda, es verdad. Pero ¿dónde se ha metido entonces el otro chico?

 

  COCINERA

 ¿El rapazuelo? Se habrá marchado a otro sitio después de  la última tanda de...

 

  CRIADO

..bocadillos que yo mismo le di, señor.

 

  JAIME

(Baja del escenario y se pone su gorra.) Entonces... ¿cómo acaba  la historia?

 

  CHÓFER

 ¿Cómo...? Pues,... con una moraleja, claro, que dice...

 

  JAIME

 

Bah, no me interesa. Me voy a ver la televisión. (Saliendo).

 

  CHÓFER

 Pero... ¡Las maletas, señor! ¡Súbase al menos una!

 

  JAIME

(Desde fuera.) ¡No puedo! ¡Va a empezar el otro programa que quería ver!

 

  CHÓFER

 Va a empezar, va a empezar. ¡Siempre va a empezar! (Cargando las maletas). Pues colorín, colorado... ¡dichosa televisión!

 

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