ESCENA I
(En una habitación
del palacio del príncipe moro. Personajes: el príncipe, su secretario, un
guardián, consejeros, esclavos.)
Secretario:
Señor, las tropas de los cristianos rodean la ciudad, nuestras murallas son
fuertes y pueden resistir los asaltos, pero si no podemos salir pronto nos
faltarán los alimentos y moriremos de hambre.
Príncipe:
No entiendo como unos pocos cristianos pueden dominar a mi poderoso ejército.
Nosotros somos más numerosos y mis soldados están perfectamente adiestrados en
el manejo de la espada. ¿Qué es lo que anima a esos castellanos a luchar con
tanta fuerza?
Secretario:
Hay un joven cristiano llamado Rodrigo Díaz, procedente de Vivar al que todos
siguen, cuyas palabras devuelven el ánimo a los soldados y cuya presencia
despierta en ellos una fuerza incontenible.
Príncipe:
¡Exageras! Seguramente será uno de esos caballeros que ha tenido suerte en
alguna batalla y al que todos adoran como si fuera un dios. Me gustaría ver a
ese Rodrigo luchando con unos de mis guerreros. Por Alá que le cortaría la
cabeza antes de que pudiera invocar a uno de sus santos.
Consejero1:
Majestad, he oído hablar de ese cristiano, y sé que ha vencido a grandes
príncipes musulmanes, como vos.
Consejero 2:
Es conocido por nuestra gente como el Cid, y vos sabéis que tan sólo se da ese
título a los que han demostrado su valor de una manera evidente.
Príncipe:
Eso son tonterías, cuentos de las mil y una noche que se les dicen a los niños
para asustarlos, pero la realidad es que mis guardianes son los más fuertes, y
que nadie puede vencerlos. ¡Abdulá!
Guardián:
¿Señor?
Príncipe:
¿Estarías dispuesto a combatir con ese cristiano?
Guardián:
Estaría dispuesto a arrancarle los ojos y a cortarle la lengua si es ese tu
deseo.
Príncipe:
¿Escucháis? Estos
son mis soldados.
Consejero 3:
Si tan seguro estáis de vuestros hombres, ¿Porqué no retar al rey de los
cristianos a un combate en el que se decida el dominio de la ciudad? Su mejor
hombre contra el vuestro.
Príncipe:
Por los ojos de Alá, eso haré. Mohamed, ¿no querías una solución para
finalizar con nuestro aprisionamiento? Pues ahí la tienes: su querido Cid
luchará contra nuestro gran Abdulá.
Secretario:
¿Estáis seguro de lo que decís? Pensad que el Cid es un caballero muy valeroso
y de gran fuerza.
Príncipe:
Nadie puede con Abdulá. ¿No es cierto?
Guardián:
Confiad en mí, tendréis la cabeza de esa comadreja. Enviad un mensajero a su
rey y decidle que su pequeño Cid va a entrar en la historia antes de lo
previsto.
ESCENA II
(En la tienda del
rey de Castilla. Personajes: el Rey, sus consejeros, soldados)
Rey:
Decidme consejeros,
¿cuál es el estado de la contienda?
Consejero 1:
La ciudad está rodeada, nadie puede salir ni entrar en ella sin ser visto y
detenido por nuestros soldados.
Rey:
¡Bravo! Nuestras tropas se comportan heroicamente. No cabe esperar menos del
ejército castellano. Contadme, ¿ha habido algún hecho digno de mención, hay
algún guerrero que destaque por su actuación?
Consejero 2:
Sí, majestad.
Rey:
¿De quién se trata?
Consejero 2:
De quién va a ser sino del insigne caballero Don Rodrigo Díaz de Vivar. El
sólo por su mano ha derribado a cientos de enemigos, y su presencia en el
campo de batalla da ánimos a todos nuestros hombres.
(Entra un vigilante)
Vig:
Majestad, una comitiva del ejército enemigo pide ser recibida por vos.
Rey:
¿Van armados?
Vig:
No majestad.
Rey:
Dejarles pasar.
(Entran el
secretario y dos consejeros)
Secretario:
"Salam alecum"
Rey: Alecum salam, ¡Salud!
¿Qué noticia queréis trasmitirme?
Secretario:
Majestad, el príncipe Alfasar os envía saludos y desea haceros una proposición
que disminuya la duración de la batalla y el número de muertos de ambos
ejércitos.
Rey:
Interesante propuesta debe ser esa. Continuad, cuál es la oferta que aliviará
vuestros sufrimientos.
Secretario:
También los vuestros, majestad.
Rey:
Es posible, pero por favor continuad.
Secretario:
Sabido es por todo el mundo que entre vuestros hombres y los nuestros se
encuentran los mejores guerreros de nuestros días. Por ello su majestad el
príncipe Alfasar piensa que es una lástima derrochar sus vidas y os propone un
combate que decida el fin de la batalla; nuestro mejor hombre contra el
vuestro.
Rey:
Entiendo… deseáis jugar
toda la guerra a un pergamino. ¿Puedo preguntaros quién sería vuestro
guerrero?
Secretario:
¡Abdulá!
(Entra)
Guardián:
¿Llamabas?
(Todos se asombran)
Consejero A:
¡Buen guerrero, pardiez!
Consejero 1:
Es nuestro mejor
guerrero. ¿Cuál es el vuestro?
Rey:
No sabría que decir, todos ellos son admirablemente valerosos.
Consejero 2:
Hemos oído hablar
de un tal Rodrigo Díaz, caballero de poca edad pero de gran bravura, según se
oye comentar.
Rey:
Ah, sí, Rodrigo. Buen guerrero me han dicho que es, pero extremadamente joven
como para encomendarle tan delicada misión. ¿No
pensáis igual?
Consejero B:
No sabría que decir, majestad, don Rodrigo es fuerte, hábil, valiente, y
sobradamente versado en el combate cuerpo a cuerpo.
Consejero A:
Quién sabe
si podría repetirse el duelo entre David y Goliat.
Rey:
No sé, me gustaría
saber que es lo que piensa él. Por favor, llamadlo a mi presencia.
(Sale un consejero y
entra Rodrigo)
Cid:
¿Majestad?
Rey:
Rodrigo, el príncipe de la ciudad que hemos sitiado nos ha ofrecido decidir el
fin de la guerra en un combate hombre a hombre entre su mejor guerrero y el
nuestro. Mis consejeros piensan que vos deberíais ser nuestro representante,
pero yo prefiero que seáis vos el que decida, debido a la importancia del
asunto.
Cid:
¿Quién es su guerrero?
Guardián:
¡Yo!
(Se adelanta hacia
el Cid, este prosigue sin inmutarse)
Cid:
Con la ayuda del
Apóstol Santiago, y con la fuerza de mi Tizona conquistaré la ciudad para vos,
mi señor.
Consejero 2:
¿No os asusta vuestro contrincante?
Cid:
Mayores enemigos he matado sin necesidad de desmontar de Babieca, mi caballo.
Secretario:
Decidido está, pues. Fijad el día y la hora.
Rey:
Mañana al atardecer.
Secretario:
Así será.
(Salen)
ESCENA
III
(Campo de batalla.
Personajes: público en general)
(Entran el Rey, el
príncipe y los acompañantes de ambos)
Rey:
Príncipe Alfasar, ¿os
dais cuenta de la importancia de este combate? Vuestra ciudad puede caer de un
momento a otro.
Príncipe:
No tengo ninguna duda sobre cuál ha de ser el resultado de este torneo, mi
guerrero es simplemente invencible.
Rey:
Sí, claro, ya veremos.
(Suenan las
trompetas y entran los guerreros)
Público:
Ahí llegan los combatientes.
Mirad, ese
es el Cid, nadie podrá derrotarle.
Fijaos en
el guerrero moro, parece un gigante
Juez:
Situaros en vuestros lugares. No empecéis a galopar hasta que no suene la
trompeta.
Guardián:
Eh, cristianos, voy a matar a vuestro soldadito, le cortaré la cabeza y le
sacaré los ojos, ¿Me oyes hormiga?
Cid:
Hablas demasiado,
Abdulá, y puede que te lleves una sorpresa.
Público:
¡Que empiece el torneo!
Rodrigo,
demuéstrale a ese fanfarrón cómo luchamos los castellanos.
(Suena la trompeta,
los caballeros comienzan a aproximarse montados en sus caballos. Tras el
primer contacto el Cid está a punto de caer, pero recupera el equilibrio y se
dispone a continuar luchando. Vuelven a enfrentarse, esta vez los dos caen al
suelo, se levantan y comienzan a luchar con las espadas. Tras unos momentos de
pelea el Cid golpea a Abdulá en la cabeza, este cae y el Cid se dirige a
cortarle la cabeza. Pone su pie encima del pecho del moro y mirando al rey,
habla)
Cid:
Majestad, ¿que debo hacer con este infiel que ha osado a retar al ejército
castellano?
Público:
¡¡Córtale la cabeza!!
Rey:
Rodrigo, haced lo que creáis más conveniente. Tenéis derecho a matarle.
(El
Cid levanta la espada y mirando al príncipe grita)
Cid:
Príncipe Alfasar, habéis hecho mal al retarnos, ¿no sabíais que el ejército
castellano está defendido por Santiago apóstol? ¿No sabíais que el orgullo del
castellano es más peligroso que vuestras espadas? Y vos, Abdulá, aunque veáis
al enemigo pequeño de estatura y corto de edad, no penséis que por ello ha de
ser pequeño su coraje y corta su fuerza. (Al público) ¿Debo matarle?
Público:
¡¡Sí, mátalo!!
Cid:
¡No! No mancharé mi Tizona con la sangre de un vencido.
(Levantá a Abdulá,
este se arrodilla mostrando agradecimiento. El Cid, mirándolo, dice)
Cid:
Abdulá, tú, gran
guerrero
por un niño derrotado.
Mas no por eso yo
quiero
que te sientas
humillado.
No sabías lo que hacías
al retar a un
castellano
pues no hay mejor
caballero
bajo el cielo que un
cristiano.
Y vosotros compañeros
grandes reyes y
soldados
no olvidéis en vuestra
vida
lo que yo hoy os he
enseñado:
no hay más fuerte
combatiente
que el que lucha con
Santiago.
Y no hay guerrero más
valiente
que el que a otro ha
perdonado.
(Hace una reverencia al
público)
TELÓN

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