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OPUS DEI: documentos, artículos y
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El fundador del
Opus Dei y la Madre Teresa. Artículo recomendado ![]() ![]() Por Brian Kolodiejchuck, M.C., Postulador de la causa de canonización de la Madre Teresa de Calcuta |
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Autor: Salvador Bernal
Categoría: Artículos
Así lo intuí desde 1956, en mis primeros contactos con miembros del Opus Dei en Madrid: la pasión por la libertad no era exclusiva de mis inolvidables maestros de la Academia Audiencia, en la calle del Prado cerca del Ateneo, sino patrimonio del cristiano. En aquel mínimo piso de Gurtubay mejoré mi comprensión de la espontaneidad y aprendí qué era el pluralismo, un término que casi nadie empleaba en la España de entonces. Mons. Escrivá de Balaguer afirmaba que como consecuencia del fin exclusivamente divino de la Obra, su espíritu es un espíritu de libertad, de amor a la libertad personal de todos los hombres. Y como ese amor a la libertad es sincero y no un mero enunciado teórico, nosotros amamos la necesaria consecuencia de la libertad: es decir, el pluralismo. En el Opus Dei el pluralismo es querido y amado, no sencillamente tolerado y en modo alguno dificultado. (Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, 67).
Un mínimo de libertad Cuando le conocí un día de septiembre de 1960, rodeado de universitarios en el pequeñísimo jardín del Colegio Mayor Aralar de Pamplona, alguien le preguntó por el comienzo del Opus Dei en los países del Este. La respuesta surgió inmediata: Cuando haya un mínimo de libertad. Porque él, que había sufrido en su carne la persecución religiosa por razones ideológicas, no podía enviar irresponsablemente a nadie a trabajar bajo regímenes que ignoraban la libertad de las conciencias y practicaban, en cambio, tipos diversos de lavado de cerebro. Pero no era cuestión de coyunturas históricas. Entraban en juego razones profundas. Sin libertad no se puede amar a Dios, enseñaba. La facultad de escogerle sin coacción o rechazarle es suprema manifestación de albedrío, y tal vez raíz honda de los demás derechos humanos, como se deduce del Concilio Vaticano II, tan favorecedor de la dignidad de la persona.
Primero la persona La apertura dominaba la personalidad de Mons. Escrivá de Balaguer. Las diversas facetas de su carácter y de la intimidad de su alma están muy entrelazadas. Pero me parece advertir un retornelo constante que acentúa sin oposiciones dialécticas, con espíritu solidario la primacía de lo personal sobre lo corporativo, de la iniciativa sobre el control, del albedrío sobre la disciplina, de la espontaneidad sobre la organización. Se puede asociar este primado de la persona y de su libertad a las raíces aragonesas y al temperamento de Josemaría Escrivá. Pero lo acrisola su profundización en la fe católica: la afirmación de lo divino no exige minusvalorar lo terreno; al contrario, rechazar o empobrecer las realidades creadas, denotaría quizá un desprecio inadvertido al Dios creador, que desborda amor por sus criaturas. Y, en el centro de la tierra, está el hombre, objeto del Amor divino por el nuevo título de la Redención. Si Jesús ha entregado su vida por todos, cada hombre cada uno, uno solo vale la Sangre de Cristo, tiene un precio infinito. En definitiva, sólo siendo muy humano se puede ser muy divino; y, al revés, las íntimas luchas del espíritu no anulan, sino potencian la propia personalidad.
Libertad, don de Dios La libertad, don de Dios: así tituló el Fundador del Opus Dei una homilía de 1956, en la que evoca el tono afable con que habla Jesús a las gentes de Palestina, sin pretender nunca imponerse, como sintetiza la escena del joven rico: Si quieres ser perfecto... El muchacho se alejó entristecido: perdió la alegría porque se negó a entregar su libertad a Dios. En cambio, la entrega cristiana es gozosa atadura, amorosa espontaneidad, libertad de hijo y no de esclavo. En 1985, Cornelio Fabro destacaría la innovación que suponían estas enseñanzas, también respecto del pensamiento moderno: Hombre nuevo para los tiempos nuevos de la Iglesia del futuro, Josemaría Escrivá de Balaguer ha aferrado por una especie de connaturalidad y también, sin duda, por luz sobrenatural la noción originaria de libertad cristiana. Inmerso en el anuncio evangélico de la libertad entendida como liberación de la esclavitud del pecado, confía en el creyente en Cristo y, después de siglos de espiritualidades cristianas basadas en la prioridad de la obediencia, invierte la situación y hace de la obediencia una actitud y consecuencia de la libertad, como un fruto de su flor o, más profundamente, de su raíz. Estuve en diversas ocasiones de mi vida junto al Fundador del Opus Dei. Resultaba patente su espíritu de comprensión. Su temple acogedor excluía por completo las cautelas negativas, las desconfianzas medrosas, la confrontación, las descalificaciones globales, actitudes incompatibles con un corazón cristiano, porque el que tiene miedo no sabe querer, según traducía libremente el conocido pasaje de la primera Epístola de San Juan. Y es que el amor cristiano, añadía el Fundador, se dirige, antes que nada, a respetar y comprender a cada individuo en cuanto tal, en su intrínseca dignidad de hombre y de hijo del Creador. Fue otra de mis vivencias, cuando le conocí en 1960: sin libertad no se puede amar a Dios ni construir la convivencia; de la plenitud enamorada del corazón surge el compromiso social, con espontaneidad y pluralismo; en definitiva, la comprensión y confianza en el hombre es fuente de las libertades, lejos de todo pesimismo antropológico.
Libertad y convivencia Recuerdo la energía con que explicaba en Tajamar, a gentes de Vallecas, la libertad de las conciencias, un domingo de 1967: nadie puede elegir por nosotros; cada alma es dueña de su propio destino. Sus palabras excluían por completo el anonimato, tanto en la lucha interior íntima, como cara a los hombres. Cada uno se juega su propia vida. Por eso, en la Prelatura del Opus Dei se conjuga el yo: los fieles de la Obra no van en grupo, sino abiertos en abanico. Luchan a pesar de evidentes defectos por santificarse, en su propio sitio en el mundo. Sin libertad, no es posible la convivencia pacífica entre los ciudadanos. Algunos han interpretado mal aquel punto de Camino sobre santa coacción, que urge la responsabilidad apostólica y espiritual de los cristianos, lejos de comodidades o indiferencias. Resuena el eco del compelle intrare obliga a entrar con que se convoca en la parábola evangélica a los invitados a la Gran Boda. Esa coacción nada tiene que ver con la política, ni entraña violencia física o moral: refleja el ímpetu del ejemplo cristiano, cauce de la gracia de Dios. Bien lejos estaba de servidumbres humanas, quien escribía en Surco, 397, graves palabras sobre el autoritarismo dictatorial. Me emocioné en un acto académico celebrado en Pamplona, el 7 de octubre de 1972. Lo clausuraba Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, como Gran Canciller de la Universidad de Navarra. En un pasaje de su discurso, le salía del alma la mentalidad jurídica, amante de las libertades: el Derecho ordena según justicia la convivencia de los hombres y de los pueblos, y garantiza contra los abusos y tiranías de quienes querrían vivir o gobernar a tenor de su propio arbitrio o de su fuerza prepotente. Libertad, pues, en la vida política y social. Apertura también en la ciencia y en la cultura. No hay fideísmos que valgan, ni clericalismos o fundamentalismos: porque no caben dogmas en las cosas temporales. Como titulaba La Stampa de Turín en el contexto de su beatificación, Josemaría Escrivá será un santo anticlerical Quiere esto decir que pugnó por difundir con alma sacerdotal: no es un juego de palabras la auténtica mentalidad laical, que lleva no importa repetir un texto suyo muchas veces recogido: a ser lo suficientemente honrados, para pechar con la propia responsabilidad personal; a ser lo suficientemente cristianos, para respetar a los hermanos en la fe, que proponen en materias opinables soluciones diversas a la que cada uno de nosotros sostiene; y a ser lo suficientemente católicos, para no servirse de nuestra Madre la Iglesia, mezclándola en banderías humanas. Josemaría Escrivá no fue un cura trabucaire durante la II República española, ni levantó el brazo en la postguerra. Fomentó la paz y la comprensión antes y después y siempre. Defendió la libertad de las conciencias. No admitió la violencia: no me parece apta declaraba en 1966 a Le Figaro ni para convencer ni para vencer; el error se supera con la oración, con la gracia de Dios, con el estudio; nunca con la fuerza, siempre con la caridad.
Sin escuela propia En fin, la libertad penetra la teología y las ciencias eclesiásticas. No hay una escuela del Opus Dei, ni siquiera en las Facultades de Teología o Derecho Canónico de Navarra o de Roma. Como recoge sintéticamente Surco 428: Para ti, que deseas formarte una mentalidad católica, universal, transcribo algunas características: amplitud de horizontes, y una profundización enérgica, en lo permanentemente vivo de la ortodoxia católica; afán recto y sano nunca frivolidad de renovar las doctrinas típicas del pensamiento tradicional, en la filosofía y en la interpretación de la historia...; una cuidadosa atención a las orientaciones de la ciencia y del pensamiento contemporáneos; y una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida. El beato Josemaría vibraba ante la libertad, ese gran privilegio del hombre, que aletea en los misterios de la fe, sin desconocer su claroscuro. No dejó de aludir con realismo a tristes voceríos que conducen a trágicas servidumbres. Dirigió el Opus Dei con prudentes normas pastorales. Pero, sin pesimismo alguno, manifestó un profundo amor a la libertad de los demás, convencido de que la comprensión y la confianza fundamentan una convivencia armónica y plural. Y vuelvo a la frase con que arranqué este artículo. En 1964 preguntaron a Mons. Escrivá de Balaguer en el Teatro Gayarre de Pamplona: ¿qué posición tienen los miembros del Opus Dei en la vida pública de las naciones? La respuesta, rota por una espontánea ovación, se inició con estas palabras verdaderas: ¡La que les dé la gana!. Así, siempre y en todo.
Opus Dei: documentos, artículos y testimonios sobre el Opus Dei y su fundador
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