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Autor: Monseñor Manuel Monteiro de Castro, Nuncio en España (31-1-2002)
Categoría: Testimonios
Palabras del nuncio de su santidad en España, monseñor Manuel Monteiro de Castro, en la presentación del libro "Josemaría Escrivá 1902-2002", en la Biblioteca Nacional.
"Agradezco sinceramente a la Biblioteca Nacional su deferencia de invitarme a tomar parte en la presentación del libro "Josemaría Escrivá, 1902-2002". Ahora bien, esa misma sinceridad me obliga a manifestar que no me sorprende la invitación. Más aún, considero lógica la presencia del Nuncio Apostólico de Su Santidad en España, cuando se trata de honrar, en el Centenario de su nacimiento, a un extraordinario hijo de la Iglesia, que sin dejar de ser español quiso ser muy romano.
Cuentan los biógrafos de Santa Teresa de Jesús que, a punto de dejar esta vida, resumió su gratitud a los dones recibidos del Señor exclamando: "Gracias a Dios, muero hija de la Iglesia". En idéntico sentido solía sintetizar el Beato Josemaría el objetivo de su vida entera y la razón de ser de la Obra cuya realización Dios le había encomendado: "La única ambición, el único deseo del Opus Dei y de cada uno de sus hijos es servir a la Iglesia, como Ella quiere ser servida". Ese amor le llevó, en momentos de prueba cruel, a pedir a Dios que destruyese la Obra si no hubiera de ser para el servicio de la Iglesia.
El libro que hoy se presenta recoge testimonios procedentes de muy diversos ámbitos: del mundo de la cultura, del deporte, de la economía, de la ciencia, etcétera. El Beato Josemaría y su Obra enseñaron a personas de toda condición y oficio intelectual o manual que, sin salirse de su lugar en la sociedad civil, están "edificando la Iglesia" en la misma medida en que, iluminados por la fe, animados por la caridad y sustentados por la esperanza, se esfuerzan por construir este mundo de acuerdo con los planes de Dios y en comunión con la Sagrada Jerarquía.
Claro está que todos los católicos deben considerar propias, porque lo son, las inquietudes y tareas de la Iglesia universal y local, incluidas las de carácter por decirlo de un modo simplificado temáticamente "eclesiásticas", actuando "siempre en fraterna y solidaria comunión con todos los demás miembros del pueblo cristiano y con las diferentes instituciones de la Iglesia" (Juan Pablo II, Al Congreso "La grandeza de la vida ordinaria", 12-I-2002). Me consta que los fieles de Opus Dei lo viven así. Más aún, he podido comprobar personalmente la generosidad con que la Prelatura prescinde del eficaz trabajo desarrollado por sus mejores fieles en tal o cual menester, y los pone a la plena disposición de la Jerarquía cuando ésta lo pide, para encomendarles una responsabilidad en la Iglesia universal o local: por ejemplo, en un Obispado, en un tribunal eclesiástico, en la Curia romana, o donde sea.
Podría aquí decir también que el jefe de la sección de lengua portuguesa en la secretaría de Estado del Vaticano es miembro de la Prelatura. Debería decir también que no nació en Portugal y que es brasileño, pero como para los portugueses antes de entrar en la Unión Europea, los portugueses en Brasil eran brasileños y a la inversa, puede decirse que estamos bien representados en el Vaticano...,
Pero el modo específico en que la Iglesia quiere ser servida por sus hijos laicos, según recordó el Concilio Vaticano II, es precisamente a través de sus quehaceres terrenos: "a los laicos corresponde, por propia vocación, el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios" (Lumen Gentium, 31).
Se comprende así el caluroso afecto, gratitud y aliento que prestaron al Beato Josemaría todos los papas, desde el momento en que el Opus Dei llegó a Roma. Baste recordar las solemnes aprobaciones pontificias concedidas por Pío XII, quien ya desde 1946 se complacía en calificar al Fundador como "Nuestro amado hijo".
El queridísimo Beato Juan XXIII, que antes de acceder a la Sede de Pedro había visitado varias labores corporativas del Opus Dei incluso hospedándose en alguna de ellas, tenía en tal aprecio al Beato Josemaría y tanta confianza en la Obra, que no dudó en encomendarle realizar y gestionar la gran tarea social Centro Elis que había de crearse con los fondos ofrecidos por los fieles de todo el mundo, en el octogésimo cumpleaños de su augusto Predecesor.
Fue su sucesor, Pablo VI, quien inauguraría dicho Centro el 21 de noviembre de 1965. Como expresión de su satisfacción, manifestó aquel día gozosamente al Beato Josemaría: "Todo aquí es Opus Dei". Se conocían y apreciaban de antiguo: el Fundador disfrutaba recordando a menudo cómo Monseñor Montini, de la Secretaría de Estado, había sido la primera mano amiga que había encontrado al llegar a Roma. Siendo ya Romano Pontífice, Pablo VI se refería al Opus Dei "como expresión pujante de la perenne juventud de la Iglesia, plenamente abierta a las exigencias de un apostolado moderno, cada vez más activo, capilar y organizado"; consideraba "con paterna satisfacción cuanto el Opus Dei ha realizado y realiza por el Reino de Dios"; y rogaba al Señor que "continúe con alegría su marcha por el sendero que usted con mano paterna, experta y amorosa, ha trazado y la Suprema Autoridad ha confirmado".
En julio de 1978, el Cardenal Albino Luciani dedicaba un encendido artículo a las enseñanzas del Fundador del Opus Dei, ante cuyo sepulcro rezó al mes siguiente, pidiendo por los trabajos del cónclave que, pocos días después, lo elegiría a él mismo como Papa Juan Pablo I.
También el Cardenal Karol Wojtyla oró en aquella cripta por las mismas fechas. Siendo Arzobispo de Cracovia había participado de modo activo y entusiasta en las actividades del Centro Romano di Incontri Sacerdotali, promovido por sacerdotes del Opus Dei. Un mes después de su elección a la Sede de Pedro, escribía a Monseñor Álvaro del Portillo: "Me es bien conocida la vasta difusión de la Obra creada y dirigida después durante largos años, con la ayuda de Dios, por Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, y quiero rendir honor al compromiso de santidad y de testimonio evangélico que irradia, tanto mediante el trato personal como por medio de múltiples iniciativas de promoción social entre los hombres de nuestro tiempo".
A la vuelta de algún tiempo, el Santo Padre Juan Pablo II apreciaba cómo el Opus Dei había crecido "con la ayuda de Dios, hasta el punto de que se ha difundido y trabaja en gran número de diócesis de todo el mundo, como un organismo apostólico compuesto de sacerdotes y laicos, tanto hombres como mujeres, que es al mismo tiempo orgánico e indiviso es decir, como una institución dotada de una unidad de espíritu, de fin, de régimen y de formación, se ha hecho necesario conferirle una configuración jurídica adecuada a sus características" (Const. Ap. Ut sit, 28-XI-1982). Por ello, según los deseos expresados por el Fundador, en conformidad tanto con lo establecido por el Concilio Vaticano II como por la legislación postconciliar, y tras concienzudos estudios teológicos y canónicos erigía el Opus Dei dentro de la estructura jerárquica de la Iglesia como Prelatura personal, y le otorgaba sus estatutos. El propio Juan Pablo II subrayaba recientemente que esta fórmula jurídica pone de relieve sin privilegios, según quería el Beato Josemaría "la pertenencia de los fieles laicos tanto a su Iglesia particular como a la Prelatura, a la que están incorporados" y, por ello, "hace que la misión peculiar de la Prelatura confluya en el compromiso evangelizador de toda la Iglesia particular, tal como previó el Concilio Vaticano al plantear la figura de las prelaturas personales" (17-III-2001).
El 17 de mayo de 1992, después de las rigurosas investigaciones de la Congregación para las Causas de los Santos, el Santo Padre elevaba al Fundador del Opus Dei a la gloria de los altares, proclamándolo Beato, en festiva e impresionante ceremonia a la que tuve la dicha de asistir. Y el pasado día 20 de diciembre se procedía, en presencia de Su Santidad, a la lectura del Decreto sobre un milagro alcanzado por intercesión del Beato. ¡Quiera Dios concederme la felicidad de presenciar también, pronto, su esperada Canonización!
Hasta aquí ha hablado el Nuncio Apostólico en España, que participa en el homenaje a un excelso hijo de la Iglesia nacido en este querido país, donde me corresponde representar a Su Santidad. Pero también quisiera decir unas pocas palabras, sencillamente, como Manuel Monteiro de Castro.
Al comienzo de mi intervención me he referido Santa Teresa de Jesús. Cuatro años después de llevarla Dios al cielo, un español ilustre Fray Luis de León escribía: "Yo no conocí ni vi a la Madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra, más agora que vive en el cielo la conozco y veo casi siempre en dos imágenes vivas que nos dejó de sí, que son sus hijas y sus libros, que, a mi juicio, son también testigos fieles, y mayores de toda recepción, de su grande virtud [...] Porque los frutos que cada uno deja de sí, cuando falta, ésos son el verdadero testigo de su vida, y por tal le tiene Cristo cuando en el Evangelio, para diferenciar al malo del bueno, nos remite solamente a sus frutos: De sus frutos, dice, los conoceréis".
Yo no puedo hacer mías esas palabras en lo que niegan, porque sí tuve la gracia de conocer personalmente al Beato Josemaría y conversar con él. Pero suscribo plenamente las afirmaciones de Fray Luis. También mi alma, de cristiano y sacerdote, se ha alimentado con las obras escritas por el Fundador del Opus Dei. Y he podido, igualmente, contemplar la vida y trabajo de sus hijos y de sus hijas.
He asistido a los comienzos mismos de la labor apostólica de la Prelatura en algunos países, como Suráfrica, cuando allí era sólo una prometedora semilla; y he visto su fecundidad apostólica de árbol frondoso en otros lugares, como Centroamérica, Australia, Bélgica, España, Italia o mi amada tierra lusitana. Sin ir más lejos, soy testigo del servicio que desde hace muchos años la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz presta a tantos seminaristas, diáconos y presbíteros en mi archidiócesis originaria de Braga, que se ha enriquecido con ese venero de santidad, de ciencia teológica, de aliento pastoral, de solicitud fraternal y de comunión efectiva. De hecho, como señalaba con gusto el Beato Josemaría, es precisamente en cada Iglesia local donde queda el fruto del apostolado que desarrollan los fieles del Opus Dei.
Tengo, pues, razones personales para intervenir en este acto.
Pero temo haber sobrepasado el tiempo asignado a mi contribución. Les ruego sepan disculpar una locuacidad, suscitada por la gratitud y el afecto. En cualquier caso, debo concluir. Lo haré con unas palabras del venerado Beato Josemaría, cuyo centenario nos convoca: "Carga sobre mí la solicitud por todas las iglesias, escribía San Pablo; y este suspiro del Apóstol recuerda a todos los cristianos [...] la responsabilidad de poner a los pies de la Esposa de Jesucristo, de la Iglesia Santa, lo que somos y lo que podemos, amándola fidelísimamente. Aun a costa de la hacienda, de la honra y de la vida" (Forja, n. 584).
Muchas gracias por su atención benevolente.
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