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FAQ sobre el Opus Dei El Opus Dei y los Papas | ||
El fundador del
Opus Dei y la Madre Teresa. Artículo recomendado Descubrir a Cristo en cada hombre Por Brian Kolodiejchuck, M.C., Postulador de la causa de canonización de la Madre Teresa de Calcuta |
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Autor: Juan Pablo II y Mons. Javier Echevarría
Categoría: Documentos
Canonización de Josemaría Escrivá
-Homilía del Santo Padre Juan Pablo II en la Misa de Canonización (6-X-2002)
-Saludo de Juan Pablo II tras el rezo del Ángelus (6-X-2002)
-Homilía del Prelado del Opus Dei en la misa de acción de gracias (7-X-2002)
-Palabras de saludo dirigidas al Santo Padre al inicio de la audiencia por Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei (7-X-2002)
-Discurso del Papa Juan Pablo II a los peregrinos que habían participado en la canonización (7-X-2002)
-Le pido a san Josemaría que experimentemos la alegría de seguir a Jesucristo, declaraciones del Prelado del Opus Dei (6-X-2002)
-Homilía del prelado del Opus Dei en la última misa de acción de gracias (10-X-2002)
MISA DE CANONIZACIÓN DE JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Domingo, 6 de octubre de 2002
1. "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios" (Rm 8, 14). Estas palabras del apóstol san Pablo, que acaban de resonar en nuestra asamblea, nos ayudan a comprender mejor el significativo mensaje de la canonización de Josemaría Escrivá de Balaguer, que celebramos hoy. Él se dejó guiar dócilmente por el Espíritu, convencido de que sólo así se puede cumplir plenamente la voluntad de Dios. Esta verdad cristiana fundamental era un tema recurrente de su predicación. En efecto, no dejaba de invitar a sus hijos espirituales a invocar al Espíritu Santo para hacer que la vida interior, es decir, la vida de relación con Dios y la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas, no estuvieran separadas, sino que constituyeran una sola existencia "santa y llena de Dios". "A ese Dios invisible escribió lo encontramos en las cosas más visibles y materiales" (Conversaciones con monseñor Escrivá de Balaguer, n. 114). También hoy esta enseñanza suya es actual y urgente. El creyente, en virtud del bautismo, que lo incorpora a Cristo, está llamado a entablar con el Señor una relación ininterrumpida y vital. Está llamado a ser santo y a colaborar en la salvación de la humanidad. 2. "Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y lo dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase" (Gn 2, 15). El libro del Génesis, como hemos escuchado en la primera lectura, nos recuerda que el Creador ha confiado la tierra al hombre, para que la "labrase" y "cuidase". Los creyentes, actuando en las diversas realidades de este mundo, contribuyen a realizar este proyecto divino universal. El trabajo y cualquier otra actividad, llevada a cabo con la ayuda de la gracia, se convierten en medios de santificación cotidiana. "La vida habitual de un cristiano que tiene fe solía afirmar Josemaría Escrivá, cuando trabaja o descansa, cuando reza o cuando duerme, en todo momento, es una vida en la que Dios siempre está presente" (Meditaciones, 3 de marzo de 1954). Esta visión sobrenatural de la existencia abre un horizonte extraordinariamente rico de perspectivas salvíficas, porque, también en el contexto sólo aparentemente monótono del normal acontecer terreno, Dios se hace cercano a nosotros y nosotros podemos cooperar a su plan de salvación. Por tanto, se comprende más fácilmente lo que afirma el concilio Vaticano II, esto es, que "el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la construcción del mundo (...), sino que les obliga más a llevar a cabo esto como un deber" (Gaudium et spes, 34). 3. Elevar el mundo hacia Dios y transformarlo desde dentro: he aquí el ideal que el santo fundador os indica, queridos hermanos y hermanas que hoy os alegráis por su elevación a la gloria de los altares. Él continúa recordándoos la necesidad de no dejaros atemorizar ante una cultura materialista, que amenaza con disolver la identidad más genuina de los discípulos de Cristo. Le gustaba reiterar con vigor que la fe cristiana se opone al conformismo y a la inercia interior. Siguiendo sus huellas, difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad. Esforzaos por ser santos vosotros mismos en primer lugar, cultivando un estilo evangélico de humildad y servicio, de abandono en la Providencia y de escucha constante de la voz del Espíritu. De este modo, seréis "sal de la tierra" (cf. Mt 5, 13) y brillará "vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16). 4. Ciertamente, no faltan incomprensiones y dificultades para quien intenta servir con fidelidad a la causa del Evangelio. El Señor purifica y modela con la fuerza misteriosa de la cruz a cuantos llama a seguirlo; pero en la cruz repetía el nuevo santo encontramos luz, paz y gozo: lux in cruce, requies in cruce, gaudium in cruce! Desde que el 7 de agosto de 1931, durante la celebración de la santa misa, resonaron en su alma las palabras de Jesús: "Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32), Josemaría Escrivá comprendió más claramente que la misión de los bautizados consiste en elevar la cruz de Cristo sobre toda realidad humana y sintió surgir de su interior la apasionante llamada a evangelizar todos los ambientes. Acogió entonces sin vacilar la invitación hecha por Jesús al apóstol Pedro y que hace poco ha resonado en esta plaza: "Duc in altum!". Lo transmitió a toda su familia espiritual, para que ofreciese a la Iglesia una aportación válida de comunión y servicio apostólico. Esta invitación se extiende hoy a todos nosotros. "Rema mar adentro nos dice el divino Maestro y echad las redes para la pesca" (Lc 5, 4). 5. Pero para cumplir una misión tan ardua hace falta un incesante crecimiento interior alimentado por la oración. San Josemaría fue un maestro en la práctica de la oración, que consideraba una extraordinaria "arma" para redimir al mundo. Recomendaba siempre: "Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy "en tercer lugar", acción" (Camino, n. 82). No es una paradoja, sino una verdad perenne: la fecundidad del apostolado reside, ante todo, en la oración y en una vida sacramental intensa y constante. Este es, en el fondo, el secreto de la santidad y del verdadero éxito de los santos. Que el Señor, queridos hermanos y hermanas, os ayude a recoger esta exigente herencia ascética y misionera. Os sostenga María, a quien el santo fundador invocaba como Spes nostra, Sedes Sapientiae, Ancilla Domini. Que la Virgen haga de cada uno un testigo auténtico del Evangelio, dispuesto a dar en todo lugar una generosa contribución a la construcción del reino de Cristo. Que nos estimulen el ejemplo y la enseñanza de san Josemaría para que, al final de la peregrinación terrena, participemos también nosotros en la herencia bienaventurada del cielo. Allí, juntamente con los ángeles y con todos los santos, contemplaremos el rostro de Dios, y cantaremos su gloria por toda la eternidad.
JUAN PABLO II ÁNGELUS
Domingo, 6 de octubre de 2002
1. Al término de esta solemne celebración litúrgica, quisiera saludar cordialmente a todos los peregrinos que han venido de todas las partes del mundo. Dirijo un saludo especial a la delegación gubernativa, a las numerosas personalidades y a los peregrinos de Italia, donde el nuevo santo trabajó durante mucho tiempo por el bien de las almas y la difusión del Evangelio en todos los ambientes. 2. Saludo cordialmente a las delegaciones y a los peregrinos de lengua francesa que han venido para la canonización de Josemaría Escrivá. Ojalá encuentren en la enseñanza del nuevo santo los elementos espirituales que necesitan para recorrer el camino diario de la santidad. Os bendigo a todos con afecto. Invito a los miembros de las diferentes delegaciones y a todos los que habéis venido de los países de lengua inglesa a aprender la lección del nuevo santo: Jesucristo debe ser la inspiración y la meta de todos los aspectos de vuestra vida diaria. Os encomiendo a vosotros y a vuestras familias a su intercesión, e invoco abundantes bendiciones sobre vuestro compromiso y vuestro apostolado. Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua alemana que han participado en la celebración de la canonización del sacerdote Josemaría Escrivá de Balaguer. Que su palabra y su ejemplo os estimulen a buscar la santidad. Realizad con gran amor a Dios las pequeñas cosas de todos los días. Que el Señor os conceda a todos su gracia. Saludo a todas las delegaciones oficiales, así como a los numerosos participantes en la canonización de Josemaría Escrivá de Balaguer, llegados de España y Latinoamérica. Acogiendo, como Pedro, la invitación de Jesús a remar mar adentro, sed apóstoles en vuestros ambientes. Que en este camino os acompañe la Virgen María y la intercesión del nuevo santo. Saludo también a los participantes de lengua portuguesa aquí presentes. Que san Josemaría os sirva de modelo en vuestro compromiso de santificar vuestro trabajo y vuestras familias. ¡Alabado sea nuestro Señor Jesucristo! Saludo cordialmente a todos los miembros del Opus Dei, a los devotos de san Josemaría y a todos los peregrinos de Polonia. Que su intercesión sea para todos propiciadora de gracias, y que el carisma de su vida os inspire en las sendas del progreso espiritual. ¡Dios os bendiga! 3. El amor a la Virgen es una característica constante de la vida de san Josemaría Escrivá, y es parte eminente de la herencia que lega a sus hijos e hijas espirituales. Invoquemos a la humilde Esclava del Señor para que, por intercesión de este devoto hijo suyo, nos conceda a todos la gracia de seguirla dócilmente en su exigente camino de perfección evangélica. Por último, saludo cordialmente al prelado y a todos los miembros del Opus Dei: os agradezco todo lo que hacéis por la Iglesia.
HOMILÍA DEL PRELADO DEL OPUS DEI EN LA MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS
Plaza de San Pedro, 7 de octubre de 2002
Laudate Dominum omnes gentes (Sal 116 [117] 1), alabad al Señor todas las gentes. La invitación del Salmo responsorial, que ha resonado hace unos momentos, constituye un buen resumen de los sentimientos que se desbordan hoy de nuestro corazón: Deo omnis gloria!, para Dios toda la gloria. Queremos adorar al Dios tres veces Santo y darle gracias por el don con que ha enriquecido a la Iglesia y al mundo: la canonización de Josemaría Escrivá de Balaguer, sacerdote, fundador del Opus Dei, realizada ayer por nuestro amadísimo Papa Juan Pablo II. Nuestra gratitud se dirige también al Santo Padre, que ha dado cumplimiento a este designio de la Trinidad: mientras nos disponemos a elevar nuestra plegaria al Cielo, confiamos al Señor su Augusta Persona y sus intenciones. Sabemos que esta súplica agradará mucho a san Josemaría, que amó con toda su alma al Vicario de Cristo en la tierra, hasta el punto de no separar nunca ese amor al Papa del que profesaba a Jesucristo y a su Madre bendita. En efecto, desde el mismo instante en que el Señor irrumpió en su alma con los primeros barruntos del Opus Dei, que entonces aún no conocía, comenzó a rezar y a trabajar para hacer realidad el clamor que brotaba de su corazón: Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!, todos, con Pedro, a Jesús por María. Todos los participantes en esta Santa Misa, y las innumerables personas unidas espiritualmente a nosotros en el mundo entero, nos reconocemos gustosamente deudores del nuevo santo que Dios ha concedido a la Iglesia. Muchos de nosotros hemos obtenido por su intercesión gracias y favores de todo tipo. No pocos nos esforzamos por seguir sus pasos de fidelidad al Señor en la tierra, tratando de reproducir en nuestras almas el espíritu que él encarnó. A todos, san Josemaría nos ha mostrado con su ejemplo y con sus enseñanzas un modo bien concreto de recorrer la senda de la vocación cristiana, que tiene como meta la santidad. Por esto, la canonización del fundador del Opus Dei asume los rasgos característicos de una fiesta: la fiesta de esta gran familia de Dios, que es la Iglesia. Por todo esto queremos dar gracias al Señor en esta celebración eucarística. No han transcurrido cuarenta años desde que el Concilio Vaticano II proclamó la llamada universal a la santidad y al apostolado pero queda aún mucho camino por recorrer, hasta que esa verdad llegue efectivamente a iluminar y a guiar los pasos de los hombres y las mujeres de la tierra. Lo ha recordado explícitamente el Romano Pontífice, en su Carta apostólica Novo Millennio ineunte, al proponer esa doctrina como «fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio» (NMI 31). Todos en la Iglesia, cada Pastor y cada fiel, estamos llamados a comprometernos personalmente en la búsqueda diaria de la santidad personal y a participar también personalmente en el cumplimiento de la misión que Cristo nos ha confiado. Si el siglo XX ha sido testigo del "redescubrimiento" de esa llamada universal que estaba contenida en el Evangelio desde el principio, y de la que san Josemaría Escrivá fue constituido heraldo por la personal vocación divina recibida, el siglo que estamos recorriendo ha de caracterizarse por una más efectiva y extensa puesta en práctica de esa enseñanza. He aquí uno de los grandes desafíos que el Espíritu lanza a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. San Josemaría Escrivá procuró despertar esta urgencia de santidad en todos los hombres. El hecho de que su canonización haya tenido lugar en los albores del nuevo siglo, resulta particularmente significativo. Su mensaje resuena con especial fuerza en los momentos actuales: «Hemos venido a decir, con la humildad de quien se sabe pecador y poca cosa homo peccator sum (Lc 5, 8), decimos con Pedro, pero con la fe de quien se deja guiar por la mano de Dios, que la santidad no es cosa para privilegiados: que a todos nos llama el Señor, que de todos espera Amor: de todos, estén donde estén; de todos, cualquiera que sea su estado, su profesión o su oficio. Porque esa vida corriente, ordinaria, sin apariencia, puede ser medio de santidad: no es necesario abandonar el propio estado en el mundo, para buscar a Dios, si el Señor no da a un alma la vocación religiosa, ya que todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo» (Carta 24-III-1930, n. 2). En todo instante como aconsejaba el nuevo Santo ya desde los años 30 hay que buscar al Señor, encontrarle y amarle. Sólo si nos esforzamos día tras día en recorrer estas tres etapas, llegaremos a la plena identificación con Cristo: a ser alter Christus, ipse Christus. «Quizá comprendéis os repito con sus palabras que estáis como en la primera etapa. Buscadlo con hambre (...). Si obráis con este empeño, me atrevo a garantizar que ya lo habéis encontrado, y que habéis comenzado a tratarlo y a amarlo, y a tener vuestra conversación en los cielos (cfr. Flp 3, 20)» (Amigos de Dios, n. 300). A Jesús le encontramos en la oración, en la Eucaristía y en los demás sacramentos de la Iglesia; pero también en el cumplimiento fiel y amoroso de los deberes familiares, profesionales y sociales propios de cada uno. Se trata en verdad de un objetivo arduo, que sólo al final del peregrinar terreno podremos alcanzar plenamente. «Pero no me perdáis de vista que el santo no nace: se forja en el continuo juego de la gracia divina y de la correspondencia humana». Así exhortaba San Josemaría en una de sus homilías; y añadía: «Por eso te digo que, si deseas portarte como un cristiano consecuente (...), has de poner un cuidado extremo en los detalles más nimios, porque la santidad que Nuestro Señor te exige se alcanza cumpliendo con amor de Dios el trabajo, las obligaciones de cada día, que casi siempre se componen de realidades menudas» (Ibid., n. 7). Santificar el trabajo. Santificarse con el trabajo. Santificar a los demás con el trabajo. En esta frase gráfica resumía el Fundador del Opus Dei el núcleo del mensaje que Dios le había confiado, para recordarlo a los cristianos. El empeño por alcanzar la santidad se halla inseparablemente unido a la santificación de la propia tarea profesional realizada con perfección humana y rectitud de intención, con espíritu de servicio y a la santificación de los demás. No es posible desentenderse de los hermanos, de sus necesidades materiales y espirituales, si se quiere caminar en pos del Señor. «Nuestra vocación de hijos de Dios, en medio del mundo, nos exige que no busquemos solamente nuestra santidad personal, sino que vayamos por los senderos de la tierra, para convertirlos en trochas que, a través de los obstáculos, lleven las almas al Señor; que tomemos parte como ciudadanos corrientes en todas las actividades temporales, para ser levadura (cfr. Mt 13, 33) que ha de informar la masa entera» (Es Cristo que pasa, n. 120). La Providencia divina ha dispuesto que la trayectoria terrena de san Josemaría Escrivá tuviese lugar en el siglo XX, tiempo que ha presenciado enormes desarrollos de la ciencia y de la técnica, que no siempre, por desgracia, han estado al servicio del hombre. En efecto, es preciso reconocer que, junto a logros admirables del espíritu humano, en este tiempo nuestro abundan los torrentes de aguas amargas, que tratan inútilmente de apagar la sed de felicidad de los corazones. Pero también es cierto como escribió mons. Álvaro del Portillo que, con el mensaje espiritual del nuevo Santo, «todas las profesiones, todos los ambientes, todas las situaciones sociales honradas (...) han quedado removidas por los Ángeles de Dios, como las aguas de aquella piscina probática recordada en el Evangelio (cfr. Jn 5, 2 y ss), y han adquirido fuerza medicinal» (Carta pastoral, 30-IX-1975, n. 20). Al recordar al primer sucesor de nuestro Padre, a don Álvaro del Portillo, sentimos muy cerca su presencia espiritual en estos momentos. Con él podemos afirmar, llenos de agradecimiento a Dios, que gracias a la doctrina y al espíritu del fundador del Opus Dei, «hasta de las piedras más áridas e insospechadas han brotado torrentes medicinales. El trabajo humano bien terminado se ha hecho colirio, para descubrir a Dios en todas las circunstancias de la vida, en todas las cosas. Y ha ocurrido precisamente en nuestro tiempo, cuando el materialismo se empeña en convertir el trabajo en un barro que ciega a los hombres, y les impide mirar a Dios» (Ibid.). Saludo a quienes habéis acudido a Roma desde países de lengua inglesa, para asistir a la canonización de San Josemaría Escrivá. Al regresar a vuestros hogares, llevad con vosotros y tratad de poner en práctica las enseñanzas del nuevo Santo. Pedid a San Josemaría que os enseñe a convertir la prosa diaria las situaciones más comunes en versos de poema heroico: en afanes y realidades de santidad y de apostolado. A los que procedéis de países de lengua francesa, os recuerdo la importancia de colaborar en la misión apostólica de la Iglesia, que es deber de todo cristiano, procurando fecundar con el espíritu del Evangelio las artes y las letras, las ciencias y la técnica. Pedid la intercesión de San Josemaría, para llevar a la práctica aquella aspiración que Dios mismo grabó en su alma: poner a Cristo con nuestro trabajo, sea el que sea en la cumbre de todas las actividades humanas. Hoy la Iglesia venera a la Virgen Santísima con la advocación de Nuestra Señora del Rosario. Me da alegría pensar que la canonización de nuestro Fundador ha tenido lugar en la víspera de una fiesta de Santa María; esta coincidencia es como un signo más de su cariñosa asistencia de Madre. A su mediación materna acudimos, llenos de confianza, al tiempo que renovamos nuestro agradecimiento al Señor por esta canonización. Deo omnis gloria!, repito una vez más, mientras pedimos que se difunda entre los cristianos, cada día con más fuerza, el deseo de santidad personal y de apostolado en las circunstancias de la vida ordinaria. Así sea.
Palabras de saludo dirigidas al Santo Padre al inicio de la audiencia por Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei
Lunes, 7 de octubre de 2002
Beatísimo Padre. Hace diez años, en esta misma Plaza, mi inolvidable predecesor como Prelado del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo, dirigía a la Santidad Vuestra unas sentidas palabras de agradecimiento tras la beatificación de Josemaría Escrivá. Hoy me corresponde a mí el honor inmerecido de manifestar la alegría y la gratitud de los millares de fieles y cooperadores de la Prelatura, y de los innumerables devotos de San Josemaría Escrivá que, en Roma y fuera de Roma, han participado con intenso júbilo en la ceremonia de canonización. Gracias, Santo Padre. El solemne reconocimiento de la santidad de este siervo bueno y fiel, a quien Dios Nuestro Señor constituyó en heraldo de la llamada universal a la santidad y al apostolado en las circunstancias ordinarias de la vida, invita a todos los católicos a salir al encuentro de Dios en el cumplimiento de los propios deberes familiares, profesionales y sociales. La canonización de Josemaría Escrivá es, sin duda alguna, un don para el mundo entero, porque siempre tendremos necesidad de intercesores ante el trono de Dios. Entraña un nuevo motivo de confianza especialmente para los fieles laicos, que ven reafirmada una vez más su excelsa vocación de hijos de Dios en Jesucristo, llamados a ser perfectos como el Padre celestial (cfr. Mt 5, 48) en las circunstancias ordinarias de la vida. Como ha escrito Vuestra Santidad en la Carta apostólica Novo Millennio ineunte, «es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este "alto grado" de la vida cristiana ordinaria» (NMI 31). Entiendo que San Josemaría Escrivá ha sido uno de los que se han anticipado a los tiempos, recordando la llamada universal a la santidad y al apostolado que con tanta fuerza proclamó el Concilio Vaticano II. En efecto, no sólo difundió por el mundo esta doctrina, respaldada por el ejemplo de su lucha ascética alegre y constante, sino que abrió en la Iglesia, por Voluntad divina, un camino de santificación «viejo como el Evangelio, y como el Evangelio nuevo», otro signo elocuente de la misericordia divina con los hombres y eficaz instrumento al servicio de la Iglesia para el cumplimiento de la misión salvífica. Millones de personas, Santo Padre, están hoy de fiesta en el mundo entero, dentro y fuera de los confines visibles de la Iglesia. Son muchos, en efecto, los no católicos e incluso los no cristianos que admiran la figura de Josemaría Escrivá y acuden a sus enseñanzas como fuente inspiradora de su propia conducta y de su actividad profesional y social. También estas personas han recibido un impulso esperanzado en el esfuerzo por mejorar nuestro mundo, afligido por injusticias y, al mismo tiempo, deseoso de comprensión y de paz. En los diez años transcurridos desde la beatificación de Josemaría Escrivá, la acción apostólica de los fieles y cooperadores de la Prelatura del Opus Dei se ha extendido en intensidad y amplitud por muchos países. Sostenidos por la gracia de Dios, han multiplicado sus iniciativas en favor de todo tipo de personas, especialmente de las más necesitadas. Con ocasión del centenario del nacimiento de San Josemaría Escrivá, se han promovido decenas de iniciativas de formación humana y profesional en países en vías de desarrollo y en los barrios pobres de varias grandes ciudades. Se ha querido testimoniar así que la búsqueda de la santidad personal la unión con Dios es inseparable de la solicitud con hechos concretos por el bien material y espiritual de los hermanos. Antes de terminar, deseo asegurar a Vuestra Santidad la asidua y ferviente oración por la Persona y las intenciones del Santo Padre, que constantemente elevan al Cielo los fieles y los cooperadores del Opus Dei en el mundo entero. Confío esas plegarias a la Santísima Virgen, a quien hoy recordamos especialmente bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario: enriquecidas por su mediación materna ante Jesús, esas oraciones ayudarán a la Santidad Vuestra en el feliz cumplimiento de la misión de Supremo Pastor. Santo Padre: permita que le dé las gracias, una vez más, de todo corazón. Al disponernos a acoger y meditar sus palabras, y al felicitarle en nombre de todos por el próximo aniversario de su elección como Sucesor de Pedro, le pido para los fieles y los cooperadores de la Prelatura del Opus Dei, para los incontables devotos de San Josemaría Escrivá, y para mí mismo, la fortaleza de la Bendición Apostólica.
Discurso del Papa Juan Pablo II a los peregrinos que habían participado en la canonización
Lunes 7 de octubre de 2002
Amadísimos hermanos y hermanas: 1. Con alegría os dirijo mi cordial saludo, al día siguiente de la canonización del beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Agradezco a monseñor Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, las palabras con que se ha hecho intérprete de todos los presentes. Saludo con afecto a los numerosos cardenales, obispos y sacerdotes que han querido participar en esta celebración. Para este encuentro festivo se ha reunido una gran multitud de fieles, procedentes de numerosos países y pertenecientes a los ambientes sociales y culturales más diversos: sacerdotes y laicos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, intelectuales y artesanos. Es un signo del celo apostólico que ardía en el alma de san Josemaría. 2. En el fundador del Opus Dei destaca el amor a la voluntad de Dios. Existe un criterio seguro de santidad: la fidelidad en el cumplimiento de la voluntad divina hasta las últimas consecuencias. El Señor tiene un proyecto para cada uno de nosotros; a cada uno confía una misión en la tierra. El santo no logra ni siquiera concebirse a sí mismo fuera del designio de Dios: vive sólo para realizarlo. San Josemaría fue elegido por el Señor para anunciar la llamada universal a la santidad y para indicar que la vida de todos los días, las actividades comunes, son camino de santificación. Se podría decir que fue el santo de lo ordinario. En efecto, estaba convencido de que, para quien vive en una perspectiva de fe, todo ofrece ocasión de un encuentro con Dios, todo se convierte en estímulo para la oración. La vida diaria, vista así, revela una grandeza insospechada. La santidad está realmente al alcance de todos. 3. Escrivá de Balaguer fue un santo de gran humanidad. Todos los que lo trataron, de cualquier cultura o condición social, lo sintieron como un padre, entregado totalmente al servicio de los demás, porque estaba convencido de que cada alma es un tesoro maravilloso; en efecto, cada hombre vale toda la sangre de Cristo. Esta actitud de servicio es patente en su entrega al ministerio sacerdotal y en la magnanimidad con la cual impulsó tantas obras de evangelización y de promoción humana en favor de los más pobres. El Señor le hizo entender profundamente el don de nuestra filiación divina. Él enseñó a contemplar el rostro tierno de un Padre en el Dios que nos habla a través de las más diversas vicisitudes de la vida. Un Padre que nos ama, que nos sigue paso a paso y nos protege, nos comprende y espera de cada uno de nosotros la respuesta del amor. La consideración de esta presencia paterna, que lo acompaña a todas partes, le da al cristiano una confianza inquebrantable; en todo momento debe confiar en el Padre celestial. Nunca se siente solo ni tiene miedo. En la cruz cuando se presenta no ve un castigo sino una misión confiada por el mismo Señor. El cristiano es necesariamente optimista, porque sabe que es hijo de Dios en Cristo. 4. San Josemaría estaba profundamente convencido de que la vida cristiana entraña una misión y un apostolado: estamos en el mundo para salvarlo con Cristo. Amó apasionadamente el mundo, con un "amor redentor" (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 604). Precisamente por eso, sus enseñanzas han ayudado a tantos fieles a descubrir la fuerza redentora de la fe, su capacidad de transformar la tierra. Este mensaje tiene numerosas implicaciones fecundas para la misión evangelizadora de la Iglesia. Fomenta la cristianización del mundo "desde dentro", mostrando que no puede haber conflicto entre la ley divina y las exigencias del auténtico progreso humano. Este sacerdote santo enseñó que Cristo debe ser la cumbre de toda actividad humana (cf. Jn 12, 32). Su mensaje impulsa al cristiano a actuar en lugares donde se está forjando el futuro de la sociedad. De la presencia activa de los laicos en todas las profesiones y en las fronteras más avanzadas del desarrollo sólo puede derivar una contribución positiva para el fortalecimiento de la armonía entre fe y cultura, que es una de las mayores necesidades de nuestro tiempo. 5. San Josemaría Escrivá dedicó su vida al servicio de la Iglesia. En sus escritos, los sacerdotes, los laicos que siguen los caminos más diversos, los religiosos y las religiosas encuentran una fuente estimulante de inspiración. Queridos hermanos y hermanas, al imitarlo con una apertura de mente y de corazón, dispuestos a servir a las Iglesias locales, contribuís a fortalecer la "espiritualidad de comunión" que la carta apostólica Novo millennio ineunte indica como uno de los objetivos más importantes para nuestro tiempo (cf. nn. 42-45). Me complace concluir refiriéndome a la fiesta litúrgica de hoy, Nuestra Señora del Rosario. San Josemaría escribió un hermoso opúsculo titulado "Santo rosario", que se inspira en la infancia espiritual, disposición del alma propia de quienes quieren llegar a un abandono total a la voluntad divina. De todo corazón os encomiendo a la protección materna de María a todos vosotros, así como a vuestras familias y vuestro apostolado, agradeciéndoos vuestra presencia. 6. Doy las gracias una vez más a todos los presentes, especialmente a los que han venido de lejos. Queridos hermanos y hermanas, os invito a dar por doquier un testimonio luminoso de fe, según el ejemplo y la enseñanza de vuestro santo fundador. Os acompaño con mi oración y os bendigo de corazón a vosotros, a vuestras familias y vuestras actividades.
Le pido a san Josemaría que experimentemos la alegría de seguir a Jesucristo
Roma, 6 de octubre de 2002
Declaraciones de Mons. Javier Echevarría con ocasión de la canonización del fundador del Opus Dei: acudiré a la intercesión de san Josemaría para pedir que todos experimentemos la alegría de seguir a Jesucristo en nuestro trabajo diario. Y rezaré para que los cristianos sepamos llevar la luz de Cristo a esta tierra nuestra tan necesitada de esperanza.
Para mí, éste es un momento de una emoción difícil de describir. Un momento que procuro aprovechar muy unido al Santo Padre, a mis hermanos en el episcopado y a toda la Iglesia. He tratado a Josemaría Escrivá durante veinticinco años. He visto su lucha por alcanzar la santidad en mil detalles de oración, de caridad y de alegría cristiana que se agolpan hoy en mi memoria. Me emociona contemplar que el Papa proclama santo a este hijo fidelísimo que se gastó generosamente sirviendo a la Iglesia y a las almas, y difundiendo por el mundo este amor a la Iglesia. Canonizar equivale a declarar que la vida de una persona se ha ajustado al «canon» de Cristo. Soy testigo de que Josemaría Escrivá deseaba mirar a Cristo, buscarle, tratarle constantemente. Meditaba con frecuencia acerca de sus treinta años de Nazareth, tejidos de trabajo y de convivencia familiar. El fundador del Opus Dei solía afirmar que el núcleo del mensaje que Dios había puesto en su alma era precisamente la santificación del trabajo y de la vida ordinaria. Pienso que el nuevo santo se dirige a los hombres y mujeres que trabajan, para manifestarles: alégrate, porque ahí en el corazón de tus jornadas sin brillo puedes descubrir a Jesucristo; en los días festivos y en los días laborables en los que no ocurre nada llamativo. Porque esa existencia corriente puede y debe estar llena de amor a Dios, que siempre nos sale al encuentro. «Estas crisis mundiales son crisis de santos», escribió Josemaría Escrivá. Pienso, en efecto, que los problemas actuales están reclamando cristianos coherentes, hombres y mujeres que santifiquen su profesión, que trabajen con espíritu de servicio para construir entre todos una sociedad digna del hombre, que es hijo de Dios. De los cristianos está esperando el mundo una auténtica revolución, una siembra de paz. Todo este horizonte lleva consigo también una aventura: la aventura de convertirse, de amar a Dios «con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas», y al prójimo como a uno mismo, en el quehacer cotidiano. Cuando mañana, en la Plaza de San Pedro, el Papa pronuncie la fórmula de la canonización, rogaré a Dios que me ayude a convertirme y a corresponder a esta llamada. Pienso que todos los fieles de la Prelatura somos conscientes de nuestra poquedad personal. Sabemos que hemos de cambiar un poco cada día, con una mudanza espiritual y humana que nos ponga en condiciones de responder mejor a la gracia de Dios y nos lleve también a aprender de quienes nos rodean. El nuevo santo insistía en que los cristianos vamos adelante con la fuerza de la gracia y con la fraternidad y el ejemplo de las personas con las que trabajamos, con las que convivimos. Por eso, con la certeza de que todos necesitamos la ayuda de los demás, acudiré a la intercesión de san Josemaría para pedir que todos experimentemos la alegría de seguir a Jesucristo en nuestro trabajo diario. Y rezaré para que los cristianos sepamos llevar la luz de Cristo a esta tierra nuestra tan necesitada de esperanza."
Homilía del prelado del Opus Dei en la última misa de acción de gracias por la canonización de Josemaría Escrivá Basílica de san Eugenio, 10 de octubre de 2002
Están a punto de concluir las inolvidables jornadas de la canonización de san Josemaría Escrivá. Dentro de unos momentos, sus venerados restos mortales serán trasladados de nuevo a la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz, después de que han sido expuestos a la veneración de los fieles durante ocho días en esta basílica de San Eugenio. Enseguida comenzará la diáspora ya dio inicio, para muchos, inmediatamente después de la canonización, y todos volveremos a nuestros quehaceres habituales: a la vida ordinaria, que es la palestra de nuestra lucha por alcanzar la santidad. Preguntémonos: ¿qué propósito podemos sacar de estos días transcurridos en Roma, en los que hemos experimentado la maravilla de la universalidad de la Iglesia, y de esta partecica de la Iglesia que es el Opus Dei? ¿Cómo ha de discurrir mi vida, de ahora en adelante? ¿Qué puedo decir de parte de san Josemaría a los que no han podido asistir a la canonización, aunque han estado bien presentes espiritualmente durante estos días? Si fuera yo quien les hablara, les recordaría aquella consideración que nos ofreció el queridísimo don Álvaro hace diez años, en una de las últimas misas de acción de gracias por la beatificación de nuestro Padre. Comentaba entonces, y yo hago mías sus palabras, que comenzaba «una nueva etapa en la vida del Opus Dei (...), en la vida de cada uno de sus miembros. Una etapa de un amor más profundo a Dios, de un empeño apostólico más constante, de un servicio más generoso a la Iglesia y a toda la humanidad. Una etapa, en definitiva, de fidelidad más plena al espíritu de santificación en medio del mundo que nuestro Fundador nos ha dejado en herencia» (Homilía en la Misa de acción de gracias por la beatificación de Josemaría Escrivá, 21-V-1992). En otras palabras: buscar a diario la conversión personal. Querría glosar brevemente estos tres puntos. Pido al Señor que los grabe hondamente en nuestros corazones y nos ayude a ponerlos en práctica. Durante varios meses, como preparación para este acontecimiento, nos hemos esforzado por convertirnos cada jornada. ¡Cuántas veces habremos suplicado esta gracia por intercesión de san Josemaría Escrivá! Somos conscientes de que el camino de la santidad se encuentra constelado de sucesivas mudanzas. La conversión, en efecto, no consiste sólo en abrazar la verdadera fe, ni en rechazar el pecado para dar cabida a la gracia. Ciertamente, moverse habitualmente en la amistad de Dios es requisito indispensable para acceder a su intimidad. Pero eso sólo no basta: se requiere crecer como hizo nuestro Padre en esa intimidad, identificándose progresivamente con Cristo, hasta que llegue el momento en que cada uno de nosotros pueda exclamar con san Pablo: vivo autem, iam non ego, vivit vero in me Christus (Gal 2, 20), no vivo yo, sino que Cristo vive en mí, porque trato de seguir con fidelidad, en todo momento, las huellas que el Señor ha dejado a su paso por la tierra. «No te contentes nunca con lo que eres te recuerdo con palabras de san Agustín, si quieres llegar a lo que todavía no eres. Porque allí donde te consideraste satisfecho, allí te paraste. Si dijeres: "¡Ya basta!", pereciste. Crece siempre, progresa siempre, avanza siempre» (Sermón 169, 18). En la peregrinación hacia el Cielo, resulta imprescindible ese esfuerzo por adelantar cada día, colaborando con el Espíritu Santo en la tarea de la santificación. Y esto se logra a base de una conversión, y de otra, y de otra, en puntos quizá pequeños, pero concretos y constantes, que son como pasos del alma en su constante acercamiento a Dios. Resulta por eso conveniente que, como fruto de estos días, renovemos a fondo el afán de poner en práctica las enseñanzas de quien el Señor constituyó al hacerle ver el Opus Dei en heraldo y maestro de la llamada universal a la santidad y al apostolado en las circunstancias de la vida ordinaria. Pidamos a Dios Padre, por la intercesión de este santo sacerdote, como la Iglesia nos invita a hacer en la colecta de la Misa, para que, realizando fielmente el trabajo cotidiano según el Espíritu de Cristo, seamos configurados a tu Hijo (Misa de san Josemaría, Colecta). Te rogamos, Señor, que todos los cristianos ahondemos en el sentido de la filiación divina, con el ímpetu y la eficacia con que lo intentó San Josemaría, en fiel respuesta a los impulsos del Paráclito. Aunque cada uno de nosotros es muy poquita cosa, nuestra esperanza aparece segura: Dios Padre está empeñado en llevarnos a la perfección de la caridad, en Cristo, por el Espíritu Santo. En efecto, los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Porque no recibisteis un espíritu de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor, sino que recibisteis un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abbá, Padre!». Pues el Espíritu mismo da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal de que padezcamos con él, para ser con Él también glorificados (Rm 8, 14-17). El propósito de amar más a Dios, de identificaros plenamente con Jesucristo, de corresponder a la acción del Espíritu Santo, se ha de traducir en un empeño apostólico más constante, como nos sugiere la liturgia al invitarnos a pedir que, en unión con la Santísima Virgen María, sirvamos con ardiente amor a la obra de la Redención (Misa de san Josemaría Escrivá, Colecta). Estáis a punto de emprender el regreso a vuestros países, a vuestros hogares, a vuestros trabajos. Hacedlo decididos a ser los instrumentos que el Señor desea utilizar para extender su palabra y su gracia sobre la tierra. Echad una ojeada a vuestro alrededor, al círculo profesional, social o familiar en el que os movéis, y descubriréis a tantas personas, ¡hijas e hijos de Dios!, que no valoran suficientemente la excelsa dignidad a que las elevó el Bautismo, ni la grandiosa vocación con la que el Señor las llama a participar de su misma Vida. Quizá nadie les ha hablado de Dios, o no les ha comunicado de modo convincente la noticia de que están destinadas a la Felicidad con mayúscula, a esa felicidad eterna a la que aspiran todas las criaturas humanas, y que las cosas de aquí abajo no pueden dar. Hemos de despertarles de su sopor, abrirles los ojos con la elocuencia de nuestra vida y el entusiasmo de nuestras palabras, y así conducirles hacia Jesús. Contamos con la ayuda poderosa de la Virgen y de san José, de los Ángeles Custodios, de san Josemaría y de todos los santos y santas de Dios. No somos mejores que ellos, pero el Señor, en su Amor infinito, nos ha buscado y nos invita a recorrer todos los caminos y las encrucijadas del mundo al encuentro de nuestros hermanos, los hombres y mujeres que nos rodean. Se repetirá una vez más el milagro que nos relata la página del Evangelio de hoy, cuando los apóstoles, fieles al mandato de Cristo, recogieron gran cantidad de peces: tantos, que las redes se rompían (Lc 5, 6). Con palabras del Fundador del Opus Dei, también nosotros, «recordando la miseria de que estamos hechos, teniendo en cuenta tantos fracasos por nuestra soberbia; ante la majestad de ese Dios, de Cristo pescador, hemos de confesar lo mismo que san Pedro: Señor, yo soy un pobre pecador (cfr. Lc 5, 8). Y entonces, ahora a ti y a mí, como antes a Simón Pedro, Jesucristo nos repetirá lo que nos sugirió hace tanto tiempo: desde ahora serás pescador de hombres (Lc 5, 10), por mandato divino, con misión divina, con eficacia divina» (Apuntes tomados en una meditación, 3-XI-1955). Nuestro empeño por ser santos y hacer apostolado tiene una sola finalidad: la gloria de Dios, la salvación de las almas: un servicio más generoso a la Iglesia y a toda la humanidad, como se expresaba don Álvaro hace diez años. Pero no olvidemos que no sabremos servir a quienes nos esperan, si cotidianamente no ponemos este afán de atender a los que con nosotros conviven. Durante su existencia terrena, san Josemaría Escrivá no tuvo otra mira que servir a Dios, a la Iglesia, al Romano Pontífice y a todas las almas. Seguía el ejemplo del Maestro, que no ha venido a ser servido, sino a servir, y dar su vida en redención de muchos (Mt 20, 28). Quiso este santo sacerdote a las almas, porque se ejercitó en una caridad fina con quienes estaban a su alrededor. Siendo servidor de todos, nuestro Padre se gozaba especialmente en el servicio filial a la Iglesia y al Papa. «Pensad siempre escribió que después de Dios y de nuestra Madre la Virgen Santísima, en la jerarquía del amor y de la autoridad, viene el Papa. Por eso, mucha veces digo: gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón» (Carta 9-I-1932, n. 20). Procuremos imitar este amor y esta veneración al Papa. Su dignidad de Vicario de Cristo, de dolce Cristo in terra, constituye título más que suficiente para que nos sintamos unidos al Romano Pontífice de todo corazón, como consecuencia de un verdadero y propio deber filial. Pero, además, resulta lógico que deseemos manifestar nuestra gratitud a Juan Pablo II, por haber sido el instrumento de Dios para la canonización de nuestro Fundador, y que ofrezcamos por su Persona y sus intenciones una oración intensa, una mortificación generosa, una tarea profesional realizada con perfección sobrenatural y humana. Tened presente al Papa os digo con nuestro Padre sobre todo «cuando la dureza del trabajo os haga recordar quizá que estáis sirviendo, porque servir por Amor es una cosa deliciosa, que llena de paz el alma, aunque no falten sinsabores» (Carta 31-V-1943, n. 11). Si seguimos estas recomendaciones, recorreremos con seguridad y con alegría el camino de nuestra vocación (Misa de san Josemaría, Oración después de la Comunión). Confiemos estos propósitos a la Santísima Virgen, Madre de la Iglesia. Ella, con la colaboración de su Esposo san José, a quien tanto veneramos, de los santos Ángeles Custodios, de todos los santos y, de modo especial, de san Josemaría Escrivá, presentará esos deseos ante la Trinidad Beatísima, que los acogerá benignamente, los confirmará y nos concederá la gracia de cumplirlos fielmente. Así sea.
Elaborado con textos tomados de www.vatican.va y www.opusdei.es
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